"Et soudain tout le monde me manque", se dijo Eli, uno de los dos personajes principales de esta espléndida y agridulce comedia francesa, cuyo título es precisamente esa frase y con la que este hombre de sesenta años, interpretado magníficamente por Michel Blanc, explica por qué se retiró de ser un contrabajista de jazz, en constantes giras, para establecerse y poner un negocio de telas: extrañaba su vida pasada, extrañaba a su segunda esposa, extrañaba a sus dos hijas adultas (fruto de su primer matrimonio), pero ese regreso no fue muy bien visto que digamos por éstas, en especial por la bellísima y complicada Justine (Melanie Laurent).
Acabo de ver esta cinta, dirigida por Jenniffer Devoldère, y quedé encantado, como hacía mucho no quedaba luego de ver una película (creo que la anterior que causó ese efecto en mí fue Whatever Works de Woody Allen). Se trata de una absoluta delicia, un filme típicamente francés, pero con un ligero toque justo de Woody Allen, quizá porque Eli es de origen judío.
No contaré la trama, sólo diré que la historia se centra en la relación entre Eli y Justine, esa relación de amor y reclamo que hay entre padre e hija (ella ya una profesional en sus primeros años treinta) y que el humor que se maneja es de una finura maravillosa, con un ligero tono irónico que invade felizmente a la cinta toda.
Las escenas entre Blanc y Laurent son de antología, pero el resto de los personajes también resultan muy importantes y disfrutables en sus historias particulares.
Una gran película, de esas que hay que tener en el mueble de los DVD.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario