La desfachatez tiene un límite y Carlos Vela lo rebasó. Por eso es que debe renunciar a la selección mexicana de futbol, como ya lo había hecho antes. Por eso es que el clamor popular ahora debe ser: “¡#Renuncia Vela!”.
Yo no sé qué se piensa ese muchacho, quien con el mayor de los descaros vuelve a jugar con el tricolor (al que, repito, despreció por varios años) y tiene el cinismo de anotar dos goles. ¿De qué se trata? ¿De tender una cortina de humo ahora que la situación nacional está a punto de arder?
Porque leo y escucho los medios de comunicación contrarios al actual régimen y lo que descubro en sus dichos y sus encabezados, en sus opinadores y en sus portadas, es que México se encuentra irremediablemente al borde de una insurrección. Sus principales voceros en las redes sociales pintan un panorama tal (y además lo celebran) que, según deduzco por sus palabras, el levantamiento armado ya no debe tardar. Dicen ellos que TODO el país y que TODOS los mexicanos estamos a punto de alzarnos contra el mal gobierno (bueno, hasta donde entiendo yo no; no sé usted, estimado lector, ¿o ya tiene listas sus bombas molotov y su carabina 30-30?). En descargo de estos jovenazos, habrá que decir que ellos están convencidos de ser los voceros y los representantes de lo que llaman el pueblo de México y quizá por eso pierdan la proporción de las cosas (o tal vez sea su manera de interpretrar el Buen Fin).
Es en este contexto que entra la participación de Carlos Vela. ¿No sabrá el señorito que al anotar dos golazos y darle el triunfo a la selección está contribuyendo a la enajenación de nuestra gente? Porque con esa buena actuación, lo único que ha logrado es que se hable de la manera como realizó sus anotaciones, en lugar de que los ciudadanos sigan cuestionando al malvado Estado. Para colmo, no quiso ser entrevistado y tampoco hacer declaraciones sobre Ayotzinapa. ¿Por qué? Porque –digámoslo claro– seguro está coludido con la mafia en el poder, cuyos perversos tentáculos ya llegan hasta San Sebastián, donde el apátrida vive.
Por eso es inaplazable gritar, exclamar, aullar: ¡#Renuncia Vela!
(Publicado ayer en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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