Enero pasado fue para mí un mes tenso, ambiguo, incierto, confuso y en varios instantes estresante. La mala noticia que parecía cernirse en mi horizonte personal finalmente llegó a principios de febrero. Sin embargo, gracias a cinco personas entrañables –tres mujeres, dos hombres– con quienes me encontré por separado este jueves, este viernes y este sábado, lo que se anunciaba como un posible advenimiento de oscuridad se convirtió en luces –tenues aún, pero luces al fin y al cabo– que iluminaron nuevas perspectivas a corto y mediano plazos. No diré sus nombres, no revelaré sus identidades, pero doy las gracias a esos cinco grandes y muy queridos seres humanos por las largas conversaciones que sostuvimos y por esos buenos momentos que pasamos juntos durante estos tres días, en distintos lugares, en diferentes circunstancias. El momento no deja de ser complicado, pero pudo ser mucho peor. Sin ellas tres, sin ellos dos, no existirían la tranquilidad y el paradójico entusiasmo que siento en estos momentos. Vienen buenas cosas, ya las iré revelando.