domingo, 31 de marzo de 2013

Un Thom Yorke atomizado

Cuando grabó The Eraser, en 2006, su primer álbum como solista, Thom Yorke pareció liberarse de la responsabilidad que conlleva ser el frontman de una de las agrupaciones más importantes del mundo, una sobre la cual constantemente se encuentra puesto el ojo clínico de la crítica, los especialistas y sus millones de seguidores alrededor del planeta. Obviamente, me refiero a Radiohead.
  The Eraser fue un disco austero, experimental, un vehículo para que Yorke pudiese encausar muchas de sus inquietudes artísticas personales. Sobre todo, en ese álbum pudo introducirse más en algo que le fascina: la música electrónica.
  Con Atoms for Peace ocurre algo semejante. No se trata ciertamente de un proyecto solista. Por el contrario, nos encontramos ante una nueva agrupación, alterna a Radiohead, pero con músicos tanto o más importantes que los del quinteto de Oxford.
  Estamos hablando de Nigel Godrich (músico, ingeniero y productor largamente asociado con Radiohead), de Flea (Michael Balzari, el legendario bajista de los Red Hot Chili Peppers), de Joey Waronker (estupendo baterista) y de Mauro Refosco (percusionista). Con dichos acompañantes, Yorke actuó por primera vez, en octubre de 2009, en el Echoplex, un centro nocturno de la ciudad de Los Ángeles, California, justo para presentar The Eraser y algunas composiciones extras. El resultado fue tan bueno que decidieron seguir juntos y en 2010 tocaron en diversos sitios. Para entonces ya habían adoptado el nombre de Atoms for Peace, tomado de uno de los cortes del álbum solista de Thom Yorke.
  En noviembre de 2012, el grupo presentó su primer sencillo, la composición “Default” que formaría parte de su primer plato, Amok, editado por la disquera XL y que apareció este mes de marzo.
  Amok es una clara continuación de The Eraser y esto lo vemos desde la propia portada, elaborada por Stanley Donwood con el mismo estilo con el cual diseñó la de El borrador.
  Musicalmente, es claro que hay una solución de continuidad. Sin embargo, lo que en The Eraser eran pruebas y experimentos, en Amok ya son piezas mejor estructuradas, sin perder ese aliento heterodoxo que tanto gusta a Yorke, a quien como se sabe también le ha dado por el baile (hay al menos un par de videos que lo atestiguan: el de “Lotus Flower” del álbum The King of Limbs de Radiohead y el de “Ingenue” del Amok; sobre su discutible calidad como danzarín, mejor otro día hablamos) y en el nuevo disco hay varias piezas que se prestan para que el hombre dé rienda suelta a sus inquietudes de primma ballerina.
  Amok es un disco estupendo. Los nueve cortes que lo componen no poseen la estructura clásica de la canción sino que se basan en formas rítmicas marcadas por las percusiones y el bajo, armonías electrónicas de los sintetizadores y melodías más o menos coherentes que Yorke va bordando al cantar diferentes frases sueltas que pueden ser herméticas o sentenciosas (el crítico Andy Kellman recopila las siguientes “You got me into this mess”, “I couldn’t care less”, “But it’s eating me up”, “They try to jump me”, “Go back to where you came from”, “I’m like the wind and my anger will disperse”).
  Quizá si algo se le hubiera podido pedir a los músicos habría sido un poco más de agresividad, un ataque más contundente, para que la forma líquida de algunos de los temas no terminara por escaparse como agua entre los dedos.
  ¿Es Amok entonces la obra de un solista o la de un conjunto estructurado de músicos? Yo diría que ambas cosas. Es un trabajo solista, porque la figura poderosa y carismática de Thom Yorke marca el desarrollo de las canciones y domina a lo largo de los cerca de cuarenta y cinco minutos que dura la placa. Pero es también el disco de una agrupación, porque Godrich, Flea, Waronker y Refosco juegan un papel fundamental en los arreglos y las ejecuciones y son mucho más, que un simple grupo de acompañamiento. De hecho, Yorke jamás trata de robarle protagonismo a sus compañeros y eso es algo que sin duda se le debe agradecer.
  Todos los temas son excelentes y si hubiese que destacar algunos quizás estos serían “Before Your Very Eyes”, “Default”, “Ingenue”, “Stuck Together Pieces”, “Dropped” y “Judge Jury and Executioner”.
  A mi modo de ver –y con esto concluyo–, Amok es un disco no sólo más satisfactorio que The Eraser sino incluso que The King of Limbs de Radiohead y el propio Thom Yorke parecería sentirse más a gusto, incluso más libre, en el álbum de Atoms for Peace que en el grabado en 2011 con sus viejos camaradas.
  Cosas del rocanrol.

(Publicado el pasado miércoles 27 de marzo en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

sábado, 30 de marzo de 2013

El calvario de escribir en Semana Santa

Para uno, como columnista, escribir en Semana Santa o en los últimos días del año provoca una sensación de vacío, de soledad, hasta de cierto ostracismo. Es como si no hubiera alguien del otro lado de lo que se redacta, como si nadie fuese a leer las líneas pergeñadas en Viernes Santo para ser publicadas en Sábado de Gloria.
  Claro que habrá lectores. Pocos, pero los habrá. Menos que de costumbre en días “normales”, pero los habrá. Aun así, la hueca sensación persiste.
  Las mismas noticias parecen escasear, escabullirse, y se hace más difícil elegir un tema. Esto también es ilusorio, por supuesto, porque no dejan de suceder cosas y las malas nuevas (que son por desgracia las que más atraen la atención de la opinión pública) siguen aquí y allá, sin darse descanso, sin tomarse las vacaciones.
  Allá, lejos de México pero dentro del planeta, están las amenazas de un conflicto que pudiera escalar a alturas impredecibles, incluso nucleares, entre Corea del Norte (ese país dominado por un dictador inenarrable que gusta de enemistarse con todo el mundo), Corea del Sur y Estados Unidos o están los problemas financieros de Chipre que podrían hacer que la crisis económica europea se volviera a salir de control.
  Aquí, en el país, la violencia no se detiene, los llamados grupos de autodefensa siguen siendo un fenómeno de doble filo y hasta la selección nacional no deja de hacer el ridículo ante las grandes potencias pamboleras de la Concacaf.
  Más cerca de donde escribo, el tema son las playas artificiales de Marcelo Ebrard que ha desterrado Miguel Ángel Mancera porque, dice al actual jefe de gobierno del DF, gastan mucha agua. Todos sabemos que de lo que se trata en realidad es de desmarcarse de su antecesor, pero en la política todo se maneja con eufemismos, medias verdades y valores (es un decir) entendidos.
  Sí, escribir columnas en Semana Santa tiene algo de calvario. Lo bueno es que vendrá la resurrección apenas la semana próxima, cuando todo regrese a lo habitual y las malas noticias sigan prevaleciendo.
  Comme d’habitude.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 29 de marzo de 2013

Anna Karenina, la película

Hay una frase, casi al final de Anna Karenina, la película de Joe Wright filmada en 2012, que se me quedó marcada, cuando Vronsky se acerca a una antigua amiga de Anna y le pide que vaya a verla y no se sume a la condena social que la ha aislado de todo y de todos. La mujer responde: "Si Anna hubiera infringido la ley, iría a visitarla; pero ella violó las reglas". Palabras implacables.
  Vi la cinta esta noche y soy de aquellos a quienes les gustó (muchos otros la han criticado, incluso con acritud). La muy original puesta en escena (fue filmada en el interior de un teatro y esto incluye escenas tras bambalinas y en los rincones más escondidos del lugar), el guión de Tom Stoppard (que respeta el espíritu de la novela y la adapta de un modo sorprendente y hasta vertiginoso), la fotografía, la ambientación, los vestuarios y las excelentes actuaciones (en especial de Keira Knightley como Anna y Jude Law como Karenin, más un amplio cuadro de actrices y actores espléndidos) hacen de este filme una obra muy disfrutable y reflexiva.
  Elegante, contenida, teatral, sutil, suntuosa, extravagante, Anna Karenina me resultó un platillo exquisito, más aún porque estoy leyendo la novela de León Tolstoi (voy justo a la mitad... y ahora ya sé lo que va a pasar en la segunda parte, ni modo). Mención especial para la importancia que le dan Wright y Stoppard a dos personajes maravillosos: Kitty y Levin, interpretados respectivamente por la hermosa Alicia Vikander y Domhnall Gleeson (se dice que Levin era el personaje favorito de Tolstoi, una especie de alter ego). Ellos representan el amor tranquilo y puro, en contraste con la pasión desbordada de Anna y Alexei.
  Sé que no es para todos los gustos, pero aún así la recomiendo ampliamente.

jueves, 28 de marzo de 2013

Amigas

Durante estos días alrededor de mi cumpleaños, han venido a visitarme algunas amigas: unas que sólo conocía por el facebook y otras con quienes ya tengo una amistad de más (o de mucho más) tiempo. Desde que empezó Aries tan sólo (es decir, desde el 21 de marzo), han venido Nancy (cantante de blues y periodista a quien conozco desde hace casi cuatro años), Bessie (amiga en fb desde hace tres años y a quien hasta ahora pude conocer en persona -aunque su visita fue muy breve-, sólo para comprobar su simpatía y encanto), Jimena (mi querida editora en Marvin), Yaloani (poco tiempo de conocernos en el feisbuc, pero qué gusto verla en persona y saber de su gracia y vitalidad) y Marijose (presencia fundamental en mi vida desde hace catorce años, mi mejor amiga hoy día). Espero que sigan las visitas femeninas a lo largo del mes que dura mi signo zodiacal... y mucho más allá.
  Sin duda, qué bendición tener tantas y tan lindas amigas.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Roqueritos cumbiancheros

El rock que se hace en México nunca se ha significado por su gran calidad artística o por haber contribuido en algo al enriquecimiento de la música universal (con sus contadas excepciones que no hacen sino confirmar la regla). El problema es que dicho rock, al igual que los cangrejos, parece caminar hacia atrás y empieza a tocar fondo de una manera en verdad alarmante.
  Si alguien pensaba que después de Moderatto no habría forma de que el rock nacional se degradara más, tenía que llegar la más reciente edición del festival Vive Latino para mostrarnos que las cosas están, literalmente, del nabo.
  Lo que hoy reina es una total confusión. No sé si por oportunismo, ignorancia o el más descarado cinismo, aquello fue un verdadero desastre y enseñó que lo que algunos llaman con vulgar cursilería nuestro rock es en la actualidad una terrible mezcolanza de músicas y músicos, un batidillo en el que todo se vale.
  Porque una cosa es la fusión, una cosa es el crossover y otra muy distinta es la promiscuidad de géneros. La novedad de este año es que la cumbia, las rancheras y la onda grupera son las grandes influencias del rockcito que se hace en México. Por eso para muchos lo más importante de este “Vive” no fue la presencia de Blur (que por cierto nada tenía que estar haciendo en un festival “latino”), sino la de los Ángeles Azules y su sonido cumbianchero, la de Carla Morrison acompañada de mariachis y la de los reyes del grupero-rock, esa infamante propuesta llamada Enjambre.
  De pronto, la cumbia ha sido bendecida por los gurúes del hipsterismo cool del eje Condesa-Roma-Coyoacán y por músicos como Saúl Hernández (quien ha vuelto a sus verdaderos orígenes, los de “La Negra Tomasa”, al grabar el tema “Entrega de amor” con los ya mencionados Ángeles Azules) y ello ha bastado para que la gran masa acrítica que conforma a la mayor parte del “noble” público mexicano (ese que se lo traga todo), la acepte sin chistar y hasta se ponga a bailar sabrosonamente en pleno Vive Latino.
  Mike Laure estaría de plácemes.

(Publicado el día de ayer en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

martes, 26 de marzo de 2013

58

Mi primera foto a los 58.
Llegar a los cincuenta y ocho es muy satisfactorio. Llegar con buena salud y con la felicidad de haber conseguido muchas cosas y tener proyectos varios por delante es un privilegio.
  No me puedo quejar de mi vida, mucho menos de la actual. De unos años a la fecha, suelo decir que estoy en el mejor momento de mi existencia y así lo creo, sinceramente. Hoy me siento feliz, no sólo por haber cosechado muchas semillas que sembré a lo largo de los años pasados sino por las perspectivas que se siguen abriendo por delante y que prometen muchas más cosas buenas.
  En el trabajo me va bien. Soy reconocido de diversas maneras por lo que hago y eso siempre estimula. Mis seres queridos siguen cerca de mí, incluso aquellos que ya no están en esta vida. Mis hijos se encuentran muy bien y los amo tanto como ellos me aman. Hay otras personas que me aman también y en general siento mucho amor a mi alrededor. Quizá también por eso es que tengo tanto amor para dar (mis amigas, que por suerte son abundantes, lo saben).
  Llegar en estas condiciones a los cincuenta y ocho es, pues, un logro. Tan lo es que no me siento de esta edad y me quedan fuerzas para seguir adelante por largo tiempo. Es mi anhelo. Para seguir dando y compartiendo lo que sé, lo que vivo, lo que pienso, lo que amo.
  Me felicito por arribar a esta edad. Hasta mis canas me gustan.

lunes, 25 de marzo de 2013

Visita precumpleañera

Denisse vino a verme un día antes de que sea mi cumpleaños. Comimos, pusimos música, platicamos y vimos (yo por segunda vez) Blame It on Rio. Le encantó y se rio mucho. Me dio gusto que Dení estuviera aquí, fue una tarde muy disfrutable y divertida.

domingo, 24 de marzo de 2013

Échale la culpa a Río

Nunca la vi en el cine, pero sí en un videocassette Beta que compramos Rosa y yo en los años ochenta. Desde la primera vez me encantó. Blame It on Rio (1984) de Stanley Donen es una comedia romántica muy divertida, con un Michael Caine en el papel principal, el de Matthew, un cuarentón que durante unas vacaciones en Río de Janeiro es seducido por Jeniffer (Michelle Johnson) la preciosa hija de su mejor amigo, Victor (Joseph Bologna).
  Aunque en su momento muchos se escandalizaron por el tema del filme y los cuasi desnudos de Johnson, el tiempo la ha suavizado y hoy puede verse como una historia incluso romántica y con un humor hasta ingenuo. Adaptación de la cinta francesa Un moment d'égarement, Échale la culpa a Río es muy disfrutable y Caine demuestra sus dotes para el humor con una enorme soltura. Mención especial merece la aparición de una muy joven Demi Moore, apenas en su tercera o cuarta película, en el papel de Nikki, la hija de diecisiete años de Matthew (aunque pare ese entonces la actriz ya tenía veintidós).
  Una comedia ligera que sin ser una obra maestra ni mucho menos, sobrevivió al paso del tiempo y se puede seguir gozando.
  Si pueden, véanla.

sábado, 23 de marzo de 2013

Ebrard y Mancera: pleititos

¿Bien fajado?
Así le dice el locutor Christian Martinoli a Ángel Reyna, hoy jugador del Pachuca y de la selección mexicana: Pleititos, por la fama de rijoso y problemático que ha arrastrado a lo largo de su carrera futbolística.
  Me acordé del (eso sí) excelente mediocampista ofensivo que militara también en el San Luis, el Necaxa, el América y el Monterrey, porque a lo largo de los días más recientes ha corrido por ahí el runrún de que el jefe de gobierno del DF y su antecesor también le andan haciendo al Pleititos.
  No sé si sea verdad o no, pero el caso es que muchos aseguran que entre Miguel Ángel Mancera y Marcelo Ebrard existen serias diferencias y hasta hay quienes dicen que el rompimiento entre ambos ya se produjo o está a punto de darse.
  Que si Marcelo anda de padiernero y se apoya en los bejaranistas para ponerle piedritas en el camino a don Migue. Que si éste anda investigando qué pasó con los mil 59 millones de pesos que el gobierno de Ebrard pagó de más por la construcción de la Línea 12 del Metro, aparte de que ésta quedó inconclusa y le faltan aún treinta y cuatro escaleras eléctricas. Que si El Carnal desairó a su sucesor, al no asistir al acto de los cien primeros días de gestión de éste. Que si Mancera apoyó la destitución de la marcelista Esther Orozco como rectora de ese jugoso botín político y ruinoso proyecto académico que es la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y en cambio apoyó al lopezobradorista Enrique Dussell como rector patito de la misma. Muchos dimes y diretes.
  En fin que, según los rumores, los golpes bajos estarían de a peso entre este par de pleititos, aunque en sus declaraciones los dos hablen maravillas el uno del otro. ¿Qué debemos pensar entonces? ¿A quién le conviene mostrar esa pretendida pugna entre los que hasta hace muy poco tiempo eran uña y carne? Para decirlo en términos de novela policiaca: ¿quién es el principal beneficiario del crimen?
  Como ya se me acabó el espacio de la columna, ahí se lo dejo de tarea, querido lector, para que saque usted sus propias y muy particulares conclusiones.

Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.

viernes, 22 de marzo de 2013

Cuando Zoé fue portada en La Mosca

Para quienes han acusado a La Mosca de ser una publicación nociva, antipatriótica, roñosa y enemiga del rock que se hace en México, al llamarlo rockcito y –el colmo– rockcitito, en esta ocasión hemos querido abrir un relativo paréntesis y mostrar no sólo que somos tolerantes sino que también podemos enseñar una inclinación a la concordia, la armonía y el concepto de amor y paz. Para demostrarlo, tenemos este número septembrino que -en medio de la disputa por la nación que enfrenta a perredistas con panistas, a lopezobradoristas con calderonistas– quiere dar un ejemplo de conciliación. Por ello, en nuestra portada aparece Zoé y en nuestras páginas destacan entrevistas -que nada tienen de tendenciosas– con el propio Zoé, el Abulón y, aunque resulte difícil de creer, con quien muchos consideran que es algo así como un enemigo jurado de La Mosca en lo general y de quien esto escribe en lo particular: el Jaguar mayor, Saúl Hernández (ya alguna vez aclaré en este mismo espacio (La Mosca No. 79) que nada personal tengo contra el creador de “Mátenme porque me muero” y me daría flojera repetir mis argumentos al respecto). Lo anterior no significa que abdiquemos de nuestra vocación crítica o de nuestro afán por el sarcasmo y la provocación. El rockcito es el rockcito y el rockcitito es el rockcitito por las enormes carencias y deficiencias de ambos y por su sempiterna vocación por el infantilismo y el relajo adolescente (así muchos de sus representantes más conspicuos rebasen los cincuenta años de edad). La crítica no está peleada con la tolerancia. Por ello dedicamos este número a la reconciliación sin abdicaciones y a la sana convivencia entre contrarios. Que lo que prive sea el buen humor y no el odio y el revanchismo. Sobre todo a nivel político.

(Editorial "Ojo de mosca" que publiqué en septiembre de 2006, en La Mosca No. 108, cuando pusimos a Zoé -¡ouch!- en la portada).

miércoles, 20 de marzo de 2013

¿Rock en mi idioma?

No es un secreto que buena parte del rock que se hace en México es –por decirlo de alguna manera– incompatible con mis gustos, con mi sensibilidad, con mi mentalidad, con mi manera de considerar al arte, con mi forma de apreciar a la música, con mi modo de ver la vida.
  Cuando en 1986 surgió la marca Rock en tu idioma, como un subsello de la disquera trasnacional BMG Ariola (q.e.p.d.), yo no escuchaba rock en español ni por accidente. Bastante desengañado estaba ya de los roquerines mexicanos, quienes (con una que otra honrosa excepción) seguían sin superar su etapa oral (Sigmund Freud dixit) y continuaban sumidos en una especie de letargo infantiloide mezclado con rasgos oligofrénicos y complejos de inferioridad múltiple. Quince años habían transcurrido desde la catástrofe de Avándaro, aquel Festival de Rock y Ruedas que en 1971 envió al rock nacional al limbo de los hoyos fonquis (Parménides García Saldaña dixit), tres lustros en los cuales, salvo algunos esfuerzos loables del llamado rock rupestre (un año antes había fallecido Rockdrigo González, uno de los principales abanderados del mismo), del más o menos elemental rock progresivo (con grupos como Iconoclasta, Flüght, Oxomaxoma o La Banda Élástica), de ciertos intentos punketos (Dangerous Rhythm, Size) y de una que otra agrupación del llamado rock urbano (… no se me ocurren nombres…), las cosas eran semejantes a un desierto árido y desolado. Entonces, a algún alto ejecutivo disquero (algunos dicen que fue el productor argentino, avecindado en nuestro país, Óscar López) se le ocurrió la idea ¿genial? de crear un subsello que recogiera (en el más estricto sentido de la palabra) a diversos grupos, básicamente del Distrito Federal y Guadalajara, que en aquellos momentos hacían sus pininos en el inenarrable y alucinado (que no alucinante) mundo del rockcito hecho en México.
  De ese modo, los ávidos espectadores del rock azteca que llenaban los hoyos (la clase baja) y algunos antros de moda (la clase media y media alta) como el Tutti Frutti, el LUCC y Rockotitlán, vieron surgir como de la nada a grupos que con el apoyo de la poderosa disquera no sólo grabaron sus primeros álbumes y cassettes, sino que recibieron una promoción tan inédita como inusitada que los llevó incluso a la programación estelar del autonombrado (aún no sé por qué) Canal de las Estrellas.
  Así, para 1988 los nacientes Caifanes, Café Tacuba, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Neón, Fobia, Los Amantes de Lola y varios más comenzaron a aparecer en las emisiones conducidas por glorias de la televisión mexicana como Raúl Velasco, Verónica Castro, Daniela Romo y Paco Stanley, en lo que fue el alumbramiento del rockcito nacional.
  Pero nuestros roqueritos no estaban solos. Rock en tu idioma también difundió en nuestro país al rock-pop que se producía en España y Argentina. Fue de esa manera, con la catarata de agrupaciones y solistas como Soda Stereo, Miguel Mateos, La Unión, Danza Invisible, Enanitos Verdes, GIT, Nacha Pop, Duncan Dhu, Los Hombres G y hasta Alaska y Dinarama, como en México se borró todo vestigio de las raíces negras del rock. De pronto, las nuevas generaciones de músicos mexicanos y su público creyeron que el género, lejos de surgir en el delta del Río Mississippi, había nacido en las inmediaciones del Río de la Plata. Poco más de treinta años de historia del rock fueron borrados de un plumazo.
  Si comercialmente Rock en tu idioma resultó un negociazo, culturalmente propinó terribles golpes al rock que se hacía en nuestro país. Porque si a ello le sumamos que muchos de los principales exponentes del rockcito crecieron con Timbiriche, Flans y otros engendros del pop nacional, las consecuencias fueron tales que hoy, en pleno año 2013, aún las seguimos padeciendo (salvo, como ya dije al principio de la columna, algunas honrosas y admirables excepciones).
  ¿Rock en tu idioma? Cuando menos en el mío, no.

(Mi columna "Bajo presupuesto", publicada este mes en la revista Marvin No. 109).

martes, 19 de marzo de 2013

El siguiente día de Bowie

Finalmente se cumplió el plazo y el pasado 11 de marzo apareció The Next Day, el esperadísimo nuevo disco de David Bowie. No es una obra estrictamente dramática (si bien sabemos del gusto de este músico por el drama), aunque toda la campaña previa a su presentación tuvo mucho de puesta en escena. Se trata, sí,  de una propuesta fuerte, aunque no demasiado densa; con momentos tristes y melancólicos, pero sin caer en lo depresivo. Al escucharlo con atención, diría que hay en él más de luminoso que de sombrío y que el rock seco y contundente tiene una muy agradecible presencia en varias de las canciones.
  El disco inicia con el tema que le da nombre, un rock impetuoso de ritmos marcados que mete al escucha de lleno en el plato. Igualmente bueno es “Dirty Boys”, con referencias al blues de Nueva Orleans y a la música de Tom Waits, aunque la voz de Bowie nos hace pensar más en Nick Cave. Una maravilla.
  La contrastante sofisticación llega con “The Stars (Are Out Tonight)”, mientras que “Love Is Lost” es una angustiosa composición que da lugar a la aplastante tristeza de la bella y ya conocida “Where Are We Now?”.
   Otros cortes notables son “Valentine’s Day” (una balada deliciosa y tranquila), “I’d Rather Be High” (una gozosa incursión en la psicodelia), “How Does the Grass Grow” (con su sutil referencia a “Apache” de los Shadows) y “(You Will) Set the World on Fire” (con su riff inicial à la Kinks).
  Para quienes a estas alturas del disco extrañen una composición claramente dramática está el penúltimo corte, “You Feel So Lonely You Could Die”, en tanto
la parte más siniestra y desolada del disco viene en el corte final, “Heat”, tema que obliga a pensar en la música de Scott Walker.
  Diez años después, David Bowie ha regresado en plena forma, con un trabajo estupendo, de muy alto valor artístico. A sus sesenta y seis años, el británico mantiene su capacidad creativa y no decepciona en absoluto.
  El Camaleón conserva la capacidad para manejarse en todos los colores, en todo el espectro del arcoíris letrístico y sonoro. Enhorabuena por su majestuoso retorno.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).

lunes, 18 de marzo de 2013

Jan ya en Cantón

... y no me refiero a su cantón.
  Finalmente he podido comunicarme ya algunas veces con Jan por el chat de facebook (hay catorce horas de diferencia). Se encuentra en Cantón (o Guangzhou) y me dice que está muy contento. La primera semana la pasó en Shanghai, con su novia Liza, y me cuenta que le encantó la ciudad (de hecho se siente fascinado con el país, a poco más de diez días de haber llegado allá). Estaremos en comunicación todo el tiempo que pase allá (mismo que aún es indeterminado). Vaya aventura para él: conocer la milenaria China. Será una experiencia tan maravilloso como inolvidable y seguro le hará mirar al mundo de otra manera cuando regrese a México. Me hace muy feliz que la esté pasando tan bien.

domingo, 17 de marzo de 2013

Otra divertida comida familiar

Esta vez nos reunimos en la casa de mi prima Irma, en la Del Valle. Ahí estuvimos hoy varios integrantes de la familia Michel (mi mamá incluida) con algunas amistades y la pasamos muy bien. La comida estuvo muy rica y la charla muy divertida, en especial por la cantidad de anécdotas que contó mi prima Irma. Nos están gustando tanto estas reuniones que vamos a empezar a hacerlas más seguido. Por lo pronto, la próxima será tentativamente el 21 de abril. Buena cosa.

sábado, 16 de marzo de 2013

Una cubana, un venezolano y un mexicano

(… y quizá me haya faltado añadir en el título a un argentino, dada la elección del nuevo Papa, el sensishito y carismático Francisco, de quien me pregunto qué pensará sobre la argentinísima Iglesia Maradoniana).
   Una cubana. Resulta inconcebible el trato que se le ha dado a Yoani Sánchez durante su estancia en nuestro país. Una mujer tan valerosa y digna no merece los insultos que le lanzó un puñado de locos que siguen viviendo en los años anteriores a la caída del muro de Berlín y del llamado socialismo real (es decir, el régimen autoritario del Estado soviético y sus adlátares, entre ellos Cuba). Primitivos, elementales, dogmáticos, fanatizados, padierneros, quienes se manifestaron contra la visita de Yoani sólo demuestran su rostro intolerante y nos hacen ver, en pequeña escala, lo que habría pasado si su candidato (infiero por quién votaron en julio pasado) hubiese llegado a la presidencia de la república. 
  Un venezolano. Muerto Hugo Chávez, quien mostró a lo largo de casi tres lustros sus alucinantes delirios “bolivarianos”, ha quedado en su lugar su delfín (y alguna vez su chofer), el inefable Nicolás Maduro, quien a pocos días de haber asumido la presidencia de su país de manera muy poco ortodoxa, se ha dedicado a demostrar que de maduro sólo tiene el apellido y que lo suyo lo suyo son las teorías del complot y las declaraciones disparatadas, como la de que el espíritu de Chávez influyó “frente a Cristo” para que hubiera un papa sudamericano. ¡Ah qué Maduro tan chévere!
  Un mexicano. Hablo de uno que anda como escondidito y cuyo nombre no menciono para no invocarlo, pero que se manifiesta de una u otra manera, ya sea por medio de sus incondicionales (como la senadora Padierna, cuyo papel en lo de los insultos contra Yoani Sánchez no está del todo claro) o por medio de algunas coincidencias. Porque todo lo que hemos visto en Venezuela estuvimos a punto de padecerlo en México. Digo, si hasta su chofer se llamaba Nicolás (¿se acuerdan de Nico?). ¿Lo hubiera llevado también a la antesala de la presidencia? ¡De la que nos salvamos, chico!

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 15 de marzo de 2013

Nunca he ido al Vive Latino

Durante muchos años me jacté de jamás haber puesto un pie en el Tianguis Cultural del Chopo. La gente que me conocía no podía concebir que yo, el director de la revista La Mosca en la Pared, nunca hubiera estado en ese lugar, para muchos de verdadero y sacrosanto culto. Hasta que un día, mi entonces colaborador y amigo José Xavier Návar se propuso llevarme y luego de largas negociaciones y de hacerme del rogar, terminé por aceptar. La visita nada tuvo de memorable a decir verdad. No es algo que haya quedado marcado en mi memoria. Compré algunos discos y quizás una playera (ya no recuerdo bien). Vaya, ni siquiera me acuerdo del año en que esto sucedió.
  Algo semejante me ocurre respecto al festival Vive Latino, al cual, a lo largo de sus doce ediciones, nunca he asistido. Las razones me sobran: no me gustan las multitudes, no me agrada el borreguismo del público mexicano (y menos aún el mito de que es “el mejor del mundo”), no me seduce la idea de pasar tres días bajo las inclemencias del tiempo y de padecer hambre y sed por negarme a pagar cantidades estratosféricas por productos comestibles de ínfima calidad. Pero lo que menos me atrae es la idea de soplarme a un sinfín de banditas representativas de lo peor del rockcito nacional (salvo una que otra honrosa excepción de esas que se pueden contar con los dedos de una mano). Por eso no voy al “Vive” (¿existirá manera más cursi de llamar al Vive Latino que esa vomitiva expresión de “El Vive”?)… y como Pepe Návar dejo de ser mi colaborador y por decisión suya dejó incluso de ser mi amigo, no creo que haya en el mundo persona alguna que me convenza de asistir al dichoso y sobrevaloradísimo festival.
Pues eso.

(Escrito por estas fechas, poco antes del Vive Latino de 2012, y publicado en el sitio de Dixo).

jueves, 14 de marzo de 2013

Desayuno con el Fer

Ayer desayuné con Fernando Rivera Calderón. Nos vimos en un Vips cerca de su casa, por los rumbos de Coyoacán. Todo muy agradable. Pudimos ponernos al día y vaya que han cambiado muchas cosas en su vida y en la mía en estos meses. En lo personal y en lo profesional. Pero siempre es un gusto ver al buen Fer. Del restaurante caminamos a su nueva casa, la cual yo no conocía. Está muy amplia y soleada, ubicada en una privada muy tranquila. Ahí estuvimos otro rato, charlando de música, de política, de los amigos mutuos, de las respectivas familias, de mujeres. De mujeres.
  Quedé de verlo en su próxima presentación en concierto o en teatro. Una muy buena mañana.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Una Quadrophenia de cuarenta años

Cuando en 1968 Pete Townshend concibió la idea de componer una rock ópera, luego de que a lo largo de tres años The Who sólo había grabado discos relativamente menores, más algunos sencillos estupendos (como “My Generation, “I Can See for Miles” o “Anyway, Anyhow, Anywhere”), y había fracasado comercialmente con álbumes más o menos conceptuales como A Quick One (1966) y The Who Sell Out (1967), no sabía que estaba a punto de inaugurar una nueva época, no sólo para el grupo sino para la historia del rock.
  Tommy (1969) fue un parteaguas y significó la entrada de The Who a las ligas mayores, al lado de los Beatles, los Rolling Stones y los Kinks. Sin embargo, para el aprensivo Townshend, significó también un motivo de angustia, ya que entendió que a partir de ese momento no podía dar un solo paso atrás y se vio comprometido a escribir música aún más ambiciosa.
  Fue entonces que ideó el proyecto de Lifehouse, una rock ópera multimedia, con una historia mística y futurista de ficción científica y con un uso extensivo de su más reciente descubrimiento instrumental: los sintetizadores. No obstante, Lifehouse resultó tan desproporcionada e imposible que cada vez se hizo más difícil llevarla a cabo. Cuando Pete Townshend trataba de explicarla a sus compañeros –Roger Daltrey, John Entwistle y Keith Moon– estos se quedaban anonadados y no comprendían maldita la cosa, lo cual hacía que el guitarrista desesperara. En su autobiografía de recuente aparición, Who I Am (Harper, 2012), Townshend cuenta que una noche llegó a su casa decepcionado y le dijo a su entonces esposa, Karen Astley: “¡Hacerles entender mi idea a esos tres es como tratar de enseñar física nuclear a unos cavernícolas!”.
  Mas cuando le explicó al productor Glyn Jones de qué trataba Lifehouse, éste tampoco entendió una palabra. Era claro que el proyecto estaba condenado al fracaso. Sin embargo, varias de las canciones del mismo eran magníficas y al final se tomó la decisión de incluirlas en un nuevo disco, aunque éste nada tuviera de conceptual. Townshend se sintió asqueado hasta del título: Who’s Next. No sospechaba en absoluto que este álbum se convertiría no sólo en la obra maestra de The Who sino en uno de los discos fundamentales de toda la historia del rock (para mi gusto el mejor, incluso por encima del Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles o el Dark Side of the Moon de Pink Floyd, por sólo mencionar un par de discos legendarios).
  La frustración por el fracaso del proyecto Lifehouse hizo que, a lo largo de 1972, Pete Townshend comenzara a maquinar ideas para una nueva ópera rock. Sólo que esta vez creó algo más terrenal, más mundano, más cotidiano. La historia de un joven seguidor de The Who, un mod sesentero (la historia se desarrolla en 1965) llamado Jimmy, quien padece algo así como una esquizofrenia cuádruple (es decir, tiene cuatro distintas personalidades). De ahí el nombre de la obra, aunque la idea era también que pudiera escucharse en un sistema de sonido cuadrafónico en el cual cada bocina reprodujera a uno de los integrantes del grupo.
  De igual modo, cada una de las personalidades de Jimmy reflejaba a un miembro de los Who: era rudo y exhibicionista como Roger Daltrey, tímido e introvertido como John Entwistle, lúnatico y delirante como Keith Moon y cínico y atormentado como Pete Townshend. Una canción era el leitmotiv de cada quién: “Helpless Dancer” para Daltrey, “Is It Me?” para Entwistle, “Bell Boy” para Moon y “Love Reign O’er Me” para Townshend.
  Quadrophenia apareció en 1973, hace exactos cuarenta años. Se trata de un álbum doble, una colección de diecisiete grandes composiciones townshendianas (aparte de las ya mencionadas, habría que mencionar maravillas como “The Real Me”, “The Punk and the Godfather”, “I’m One”, “I’ve Had Enough”, “5:15”, “Drowned” y “Doctor Jimmy”). El vinil original de pasta doble contenía un cuaderno con hermosas fotografías y las letras de los temas.
  Años más tarde, cuando en 1979 fue filmada la película Quadrophenia, dirigida por Franc Roddam y con el debut cinematográfico nada menos que de Sting, apareció otro doble álbum con el soundtrack de la cinta y tres canciones que no se incluyeron en el Quadrophenia de 1973 (“Get Out and Stay Out”, “Four Faces” y “Joker James”).
  Quadrophenia permanece ligeramente oculto dentro de la discografía de The Who. Ahora que cumple cuatro décadas, parece justo revalorarlo como lo que es: una obra maestra, un álbum que no ha perdido vigencia y que puede seguirse escuchando como si hubiera aparecido hoy.

(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

martes, 12 de marzo de 2013

Alvin Lee, in memoriam

Descubrí a Ten Years After en 1969, a mis catorce años, cuando alguien que ya no recuerdo me prestó el álbum Ssssh (así se llamaba el tercer disco de este gran cuarteto británico de blues rock). Desde que escuché la pieza abridora, “Bad Scene”, me quedé anonadado por su poderío y limpieza interpretativa, pero sobre todo por la guitarra y la voz de su líder, Alvin Lee, quien lucía enormidades en “I Woke Up This Morning”, el blues con el cual concluía aquel LP portentoso.
  Pocos meses después, pude oír el álbum triple con la música del festival de Woodstock, en donde Ten Years After tuvo una incendiaria actuación con “I’m Going Home”, un tema en el que Lee realizaba vertiginosos malabares guitarrísticos que me dejaron sin aliento (y lo siguen haciendo, cada vez que la escucho).
  Desde entonces supe que Graham Alvin Barnes (verdadero nombre de Alvin Lee, nacido en Nottingham, Inglaterra, el 19 de diciembre de 1944) formaría parte de los máximos héroes de la guitarra, al lado de Jimi Hendrix, Jimmy Page, Jeff Beck y Eric Clapton. Así fue, aunque tiempo después desaparecería de los grandes escenarios y no lograría la estatura mitológica de Hendrix o la categoría de leyendas vivientes de Page, Beck y Clapton.
  Sin embargo, Lee no se retiró. Aunque Ten Years After se desbandó a mediados de los setenta, él se mantuvo tocando como solista y grabó más de quince discos (como los excelentes Pure Blues, de 1995, y Still on the Road to Freedom, de 2012) que en su mayoría pasaron inadvertidos. Su nombre se fue olvidando y las nuevas generaciones no lo rescataron. Sólo permanecía el recuerdo de aquella presentación portentosa en Woodstock, reforzada por la película homónima dirigida en 1970 por Michael Wadleigh.
  Alvin Lee falleció el pasado 4 de marzo, durante una cirugía de rutina. Tenía sesenta y ocho años y un pasado glorioso que muy pocos recuerdan. Sirva su muerte (triste decirlo así) para revalorarlo como lo que fue: uno de los grandes héroes de la guitarra.
  No permitamos que su música descanse en paz.

lunes, 11 de marzo de 2013

Algo sobre Porter, "Espiral" y la radio en 2006

¿Quién decide lo que es bueno o lo que es malo en asuntos musicales? Hace poco, la estación de frecuencia modulada Reactor decidió programar una cancioncita de un grupo desconocido de Guadalajara llamado Porter. A fuerza de repetirlo una y otra vez, el tema (“Espiral”) se convirtió en un éxito y la banda se volvió de súbito famosa y hasta participó en la más reciente edición del festival Vive Latino. Si uno escucha con atención esa pieza, la verdad es que resulta una composición bastante malita. Se trata de una mala copia de los Caifanes, una canción plañidera en la cual el vocalista se empeña en imitar a Saúl Hernández y ya. ¿Por qué llegó a ser exitosa? No por su calidad intrínseca, sino porque fue difundida una y otra y otra vez a través de las frecuencias radiales. En eso basó su gran aceptación: en la mera repetición ad nauseam. No se trata por supuesto de un fenómeno novedoso. Así funcionan y han funcionado muchos “sencillos”. Se les repite hasta que logran penetrar en el consciente y el inconsciente de los escuchas y éstos –en su mayoría una masa manipulable y pasiva- lo aceptan y lo consumen sin la menor defensa crítica. Lo anterior tiene que ver con otra faceta de quienes deciden lo que la gente debe escuchar. Sé del caso de una disquera de las llamadas independientes que va a lanzar a una estupenda compositora y cantante, pero le pidió que varíe “un poco” sus canciones para hacerlas más comerciales y que sean aceptadas en la radio. Conozco algunos de esos temas –cualquiera de ellos muy superior a “Espiral” de Porter– y creo que tal como fueron concebidos podrían gustar a la gente, si se permitiera que llegaran a sus oídos. Pero no: unos ejecutivos deciden que son especialistas y que saben lo que el público quiere o necesita oír. Es por ello que el blues, por ejemplo, no se difunde en los medios: porque no es “comercial”. Una verdadera estupidez, cuando me consta que en México hay un gran gusto y una amplia recepción por esa música. Estoy cierto de que si tomáramos una canción de la artista de quien hablaba líneas atrás y la tocáramos varias veces al día en Reactor o cualquier otra radiodifusora de rock, también se convertiría en un éxito. Pero no será así, porque dependemos de las preferencias de los programadores. El gusto de millones de escuchas está en manos de un puñado de supuestos expertos. Por eso tanta buena música permanece oculta y tanta porquería se difunde alegremente. Por eso la mediocridad sigue siendo la reina que domina de manera absolutista y aplastante. Qué desgracia.

Editorial "Ojo de Mosca" que escribí para la revista La Mosca en la Pared No. 100 y que apareció en enero de 2006.

domingo, 10 de marzo de 2013

Pete Townshend: detrás de unos ojos azules

Who I Am es el título de la autobiografía de Pete Townshend. En ella, el líder de The Who narra sin contemplaciones su paso por la vida y todo cuanto ha visto y experimentado a lo largo de sesenta y siete intensos años.

“Nadie sabe lo que es ser el hombre malo / el hombre triste / Detrás de unos ojos azules”, dice la letra de “Behind Blue Eyes”, una de las grandes composiciones de Pete Townshend, contenida en esa obra maestra discográfica que es el álbum Who’s Next de 1971. Sin embargo, después de leer Who I Am (Harper, 2012), su flamante autobiografía, uno termina por entender y saber mucho de lo que hay detrás no sólo de los ojos de este compositor, guitarrista, cantante, productor, arreglista, escritor y hasta periodista, sino en el trasfondo de su alma.

It’s a boy
Nacido en Londres, Inglaterra, el 12 de mayo de 1945, Townshend fue el primogénito de dos singulares músicos. Su padre, Cliff, era saxofonista profesional de una banda de swing, mientras que su madre, Betty, fue vocalista y corista de la misma agrupación en diferentes momentos de los años cuarenta y cincuenta.
  A pesar de haber venido al mundo dentro de un ambiente filarmónico, sus padres no creían en sus posibilidades como músico. Por ello no fomentaron su gusto por el piano y no fue hasta la adolescencia, cuando aprendió a tocar la guitarra, el banjo y la mandolina, que Cliff y Betty aceptaron por fin que su hijo tenía “ciertas facultades”.
  Poco después, en una época en que sus progenitores se llevaban muy mal y Betty incluso se hizo de un amante, ésta se sintió incapaz de cuidar a su hijo y lo mandó a vivir con su abuela, Denny, una mujer fuera de sus cabales que lo trataba peor que la directora escolar (“sus nociones domésticas eran victorianas y regía su vida y la mía con precisión militar”) y a quien, a pesar de su avanzada edad, le daba por invitar a cualquier hombre a su casa para acostarse con él.
  Fueron tiempos traumáticos, de constantes maltratos diurnos y horribles pesadillas nocturnas, tiempos que lo mercarían para siempre.

My generation
Fue en ese tiempo también que empezó a relacionarse de manera más formal con la música, al ingresar a The Confederates, un grupo de jazz Dixieland en el cual tocaba el banjo y donde conoció a John Entwistle, quien ejecutaba el clarinete.
  Meses después, Pete supo que su compañero de escuela Roger Daltrey tenía una banda llamada The Detours y que necesitaba a un guitarrista. Fue a verlo a su casa y Daltrey le dijo: “¿Sabes tocar Mi? ¿Sabes tocar Si? ¿Puedes tocar ‘Man of Mistery’ de los Shadows? Muy bien, nos vemos mañana para ensayar”.
  Para 1963, las cosas se movían vertiginosamente en Londres y en toda Inglaterra. Los jóvenes se dividían en mods y rockers (los primeros, sofisticados y con pretensiones seudo intelectuales, vestían gabardinas, andaban en motonetas Vespa y escuchaban rhythm and blues; los segundos, más bien burdos y violentos, usaban chamarras de cuello, pantalones de mezclilla, botas y oían rock’n’roll). Pete Townshend se convirtió en mod, mientras que Roger Daltrey era más bien un rocker. También se escuchaba hablar mucho de grupos como los Rolling Stones y de unos muchachos de Liverpool llamados The Beatles.
  De hecho, en diciembre de ese año los Detours le abrieron a los Stones. “Nunca los había escuchado y traté de ser cínico, al afirmar que seguramente su fama la habían logrado sólo por sus peinados”, cuenta Townshend en el libro. “Pero apenas los escuché, me quedé atónito. Glyn Jones me presentó a Brian Jones y Mick Jagger, quienes resultaron amables y encantadores. Los vi tocar desde un costado del escenario y me convertí en su fan para toda la vida. Esa noche, Keith Richards tocó la guitarra moviendo el brazo a manera de aspas de molino y me encantó. Pocas semanas después volvimos a abrirles y vi que Keith ya no movía los brazos de ese modo. Entonces decidí que adoptaría ese estilo de tocar”.
  Fue por entonces que los Detours se convirtieron en cuarteto, con sólo tres instrumentistas, ya que Daltrey  decidió dejar la guitarra y ser el vocalista. Pete quedó como el único guitarrista, con John Entwistle en el bajo. Meses más tarde, un delirante baterista se uniría a ellos. ¿Su nombre? Keith Moon. Poco después, “nos enteramos de que había otro grupo denominado The Detours y aunque yo quise que entonces nos llamáramos The Hair, adoptamos el nombre de The Who”.

I can’t explain
Who I Am no es una mera recopilación de anécdotas, aunque éstas abundan y es de agradecer la forma tan sencilla y divertida con que están contadas. Más bien se trata de un ajuste que Townshend ha querido hacer con su propia vida. De ahí que revele tantas cosas sin pudor, desde su temprana afición a la marihuana (y más tarde a otras drogas) hasta su ambigüedad sexual (“Mick Jagger es el único hombre con quien seriamente hubiera querido coger”).
  Pero también revela cuestiones más místicas y profundas. Como el hecho de que en 1967 “escuché la voz de Dios. De pronto, se me volvió claro que yo estaba destinado para tener una conexión trascendente con el universo y su creador”. Townshend empezó a buscar la trascendencia y de ahí su idea de hacerlo por medio de la grandeza musical y la producción de álbumes conceptuales como Tommy, Who’s Next o Quadrophenia. Aunque no siempre fue comprendido. Cuando alguna vez intentó inútilmente hacer entender a sus tres compañeros el significado oculto de una de sus obras, le comentó a su entonces esposa: “Es como tratar de explicar la energía atómica a un grupo de cavernícolas”. ¿Cómo decirles que su viejo ritual de destruir su guitarra y destrozar los amplificadores estaba inspirado en la teoría de Gustav Metzger sobre el arte autodestructivo o que compuso la letra de “My Generation” inspirado por Generations, “la colección de obras de David Mercer, un dramaturgo marxista que me impresionó cuando estudiaba en Ealing”?
  La estabilidad que le dio su encuentro con lo místico (y con el gurú Meher Baba) duró largo tiempo, pero en 1980, dos años después de la muerte de Moon por una sobredosis, volvió a las andadas y se hizo adicto a la cocaína y el alcohol. En 1982 decidió acabar con The Who.

Amazing journey
Los siguientes veinte años fueron algo cercano al infierno, a pesar de varios buenos álbumes que sacó como solista y algunos intentos por reunir al grupo (que se terminaron cuando John Entwistle murió en 2001, debido a un pasón de cocaína). El guitarrista se hundió en la depresión, el alcoholismo y la soledad (su matrimonio quedo disuelto) y la puntilla vino en 2003, cuando fue arrestado por tener pornografía infantil en su computadora.
  Por fortuna, a partir de ahí logró recuperarse y no padecer la misma suerte de Moon y Entwistle. Volvió a casarse y se reunió con Roger Daltrey para reformular al grupo.
  En el capítulo final de su autobiografía, Pete reproduce una carta que escribió “para el niño que era yo cuando tenía ocho años”. Esta es la conclusión de dicha carta: “Respétate a ti mismo. Trata de recordar que no todo en la vida puede ser perfecto. Cometerás errores. Eso es inevitable. Pero no es que seas feo. Sólo serás feo cuando te conduzcas de fea manera. Disfruta la vida y sé cuidadoso con lo que pides –recuerda que se te puede conceder”.

(Publicado el día de ayer en el suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario).

sábado, 9 de marzo de 2013

Chávez y las repúblicas bananarianas

Lo que pasó en Venezuela entre 1999 y 2013 es digno de una novela como El recurso del método de Alejo Carpentier, Tirano Banderas de Ramón del Valle-Inclán o Maten al león de Jorge Ibargüengoitia. Porque se necesita un escritor de esos tamaños para retratar esa increíble (en el más estricto sentido de la palabra) y fársica puesta en escena que fue la llamada revolución bolivariana (¿qué habría pensado Simón Bolívar de ese mote?). No menciono a Gabriel García Márquez, porque el buen Gabo siempre tuvo una debilidad por los dictadores “de izquierda”, como su amado Fidel Castro. Aunque nadie negará su gran contribución a la literatura sobre los tiranos con su magnífica El otoño del patriarca.
  La muerte de Hugo Chávez, aunque ya se esperaba debido al cáncer que padecía, ha cimbrado las estructuras del régimen venezolano actual y lo que se vislumbra en adelante no es precisamente una transición calma hacia lo que venga. Con un sucesor provisional de tan triste personalidad como Nicolás Maduro (al que me imagino más gritando frente a una cámara de televisión: ¡Eeeeeesta noche, en Hechos…!), quien desvaría con alucinadas teorías del complot y anuncia que el cadáver de Chávez será embalsamado al estilo Mao o Lenin, para ser “eternamente” exhibido al público (¿así o más surrealista la cosa?), la situación nada bueno promete. Estamos ante un caso del más delirante realismo mágico que movería a risa, de no ser por la trágica quimera que se le ha impuesto al pueblo de Venezuela desde hace catorce años.
  Pero las consecuencias no sólo se verán en la ribera del Arauca vibrador, sino en varios otros países de Centro y Sudamérica, para no hablar de Cuba. Mandatarios como Evo Morales, Cristina Fernández, Ollanta Humala, Rafael Correa, Daniel Ortega o los hermanos Castro (los de la isla caribeña, no los que cantaban “Yo sin ti”) deben estar atacados de pánico por lo que representa para ellos el petróleo que tan generosamente les proporcionaba el dictador venezolano y cuyo futuro se encuentra en veremos.
  Las repúblicas bananarianas están tristes, ¿qué tendrán las repúblicas bananarianas?

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 8 de marzo de 2013

Diagnóstico

Me topé por ahí con esto que alguna vez escribí acerca del rock que se hace en México, una especie de diagnóstico resumido del mismo y su posible (o imposible) cura: “Se requeriría de una reeducación total de los músicos y de los medios. Haría falta un severo ejercicio de autocrítica y una culturización exhaustiva. Habría que aplicar métodos que incluyeran una revisión completa de la historia del rock, a fin de que la gente supiera que el padre del género es Chuck Berry y no Gustavo Cerati”.

miércoles, 6 de marzo de 2013

El mensaje de Johnny Marr

Reconocido principalmente por ser uno de los dos fundadores de los Smiths (sobra decir que el otro fundador es Morrissey), en realidad la labor musical de Johhny Marr va mucho más allá.
  A sus cercanos cincuenta años (nació en Manchester, Inglaterra, el 31 de octubre de 1963), este notable guitarrista ha colaborado lo mismo con los Talking Heads y los Pretenders que con Modest Mouse y Kirsty MacColl, pero sobre todo formó parte de uno de los grupos menos valorados de la historia del rock, el fantástico The The, al lado de Matt Johnson, y del supergrupo Electronic, en el que compartió estelares con Bernard Sumner (New Order) y Neil Tennant (Pet Shop Boys).
  Extraño resulta que con una carrera tan larga (formó a los Smiths en 1982), sea hasta ahora que Marr ponga en circulación su primer álbum como solista, el estupendo The Messenger (New Voodoo, 2013).
  Hay mucho del estilo primigenio de Johnny Marr en este disco. Uno podría imaginar algunos de los temas (como “European Me”, por ejemplo) con la voz de Morrissey. No obstante, sin demérito alguno, la voz de Marr suena más que bien y las doce canciones que conforman el plato funcionan a la perfección.
  Porque no estamos frente a un trabajo nostálgico que pretenda recapturar el clásico sonido smithsoniano. Por el contrario, lo que tenemos es una especie de muestrario de los estilos que el guitarrista ha visitado a lo largo de su trayectoria y eso incluye tanto los riffs y armonías de su instrumento como los beats electrónicos y los ritmos dance, cosa esta última que resalta en composiciones como “Word Starts Attack” o la homónima “The Messenger”.
  Hay otras canciones destacables, como las rocanroleras “Lockdown”, “Upstarts” (¿me equivoco o hay algo de Joy Division en ella?) y “The Right Thing Right” (perfecta pieza abridora del disco).
  The Messenger es un álbum lleno de detalles, de filigrana, de tejido fino. Johnny Marr demuestra aquí cuánto le debió la música de los Smiths a su talento..., aunque los mayores créditos se los haya llevado Morrissey.

(Publicado el día de ayer en mi columna "Gajes del orificio", en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

martes, 5 de marzo de 2013

Mi Jan a China

Con mi adorado Jan, momentos antes de partir.
Literalmente: hoy a las tres de la tarde con cuarenta minutos, mi hijo querido entró a la sala de abordar de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional Benito Juárez, del DF, para emprender un viaje, una aventura que deberá resultar para él fascinante, nada menos que a la antigua China, ese país milenario y misterioso. Meses de espera, de preparación, de dudas, de expectativas, de ilusiones desembocaron hoy en el trámite de tomar un avión con rumbo a Tijuana, donde a las once y media de la noche abordó el que lo trasladó hasta la misteriosa ciudad de Shanghai.
  La cosa es que por poco no llego a tiempo a despedirlo. Me habían dicho que saldría pasadas las cinco de la tarde y salí de aquí a las doce y media, a fin de llegar -según yo- antes de las dos de la tarde a la central aérea. Me fui en metrobús hasta la estación Buenavista y ahí tomé el que va a las dos terminales aeroportuarias. Pensé que haría una media hora de trayecto, pero hizo cerca del doble y para colmo, a medio camino me llamaron Alain y luego Jan para decirme que el avión saldría al veinte para las cuatro.
  Me preocupé mucho, porque quería ver a mi chilpayate antes de que se fuera y además quería darle un libro (Dos crímenes, de Jorge Ibargüengoitia) que le llevaba dedicado y para que leyera en el camino. Las cosas se complicaron cuando el metrobús se estuvo más de quince minutos parado en la Terminal 1. Yo rezaba por llegar a tiempo... y lo hice: como de película, me bajé corriendo, subí al primer piso de la Terminal 2 y corrí a la zona de abordaje. Eran las tres y media. Ahí estaban Rosa, Alain y Hallet con Jan, a quien pude abrazar y besar. Estaba nerviosillo, por lo que implica el viaje y porque nunca antes había volado en avión. Sólo pudimos estar juntos diez minutitos. Nos tomamos fotos. Le pasé el libro y finalmente lo vimos partir, yo con un nudo en la garganta y Rosa, como buena mamá, hecha un mar de llanto.
  Ya más tranquilos, los cuatro nos fuimos a comer a la zona de comida rápida y regresamos por la misma ruta que llegué, pero en sentido inverso. Por cierto que el trayecto de la línea 4 del metrobús (que cuesta treinta pesos al aeropuerto) es muy interesante, casi turístico, pues cruza el Centro Histórico por atrás de la Alameda Central y del Palacio de las Bellas Artes. Incluso se mete por Mixcalco y pasa frente a Lecumberri y el Palacio Legislativo.
  Me quedé en la casa y ellos se siguieron a Tlalpan. Ya en la noche, me comuniqué por mensajes de celular con Jan. Llegó muy bien a Tijuana y partió rumbo a Shanghai por Aeroméxico ¡y en primera clase!, gracias al boleto que le consiguió mi primo Gustavo, piloto de esa aerolínea desde hace treinta años. Una nueva aventura en la vida de mi hijo menor.

lunes, 4 de marzo de 2013

La persistencia de los standards

Reza el lugar común que hay música que resulta eterna. Ello puede aplicarse a todos los géneros, desde la mal llamada música clásica hasta el jazz, el rock, el reggae, el danzón, la canción vernácula, etcétera. La Novena Sinfonía de Beethoven o los conciertos Brandenburgo de Bach permanecen tan vivos como cuando fueron concebidos. Lo mismo puede decirse de composiciones como “A Love Supreme” de John Coltrane, “A Day in the Life” de los Beatles, “One Love” de Bob Marley o “Cielo rojo” de José Alfredo Jiménez. Parecen piezas musicales perennes.
  Pero existe una clase de canción en particular, prácticamente un género, al que los estadounidenses bautizaron como standard y que en sí misma guarda esa calidad de incesante, de siempre viva, de eterna.
  Los standards están muy ligados al jazz y en general han sido escritos por grandes compositores. Nombres como George Geshwin, Cole Porter, Johnny Mercer, Hoagy Carmichael, Irving Berlin o Duke Ellington están en los créditos de esas populares canciones a las cuales se les da un origen incluso geográfico y más o menos legendario, bajo la denominación de Tin Pan Alley.
  Digo geográfico, porque el Tin Pan Alley era de hecho un lugar, una serie de inmuebles situada en la West 28th Street, entre la quinta y la sexta avenidas, en Manhattan, Nueva York. Ahí, desde 1885 se instalaron algunos editores de música, quienes contrataban a diversos compositores para escribir canciones que pudieran ser comercializadas. Literalmente, los autores se apiñaban en los apartamentos y habitaciones de los edificios, con sus pianos y otros instrumentos musicales, a fin de elaborar sus piezas. En la práctica, se trataba de verdaderas fabricas de canciones.
  Este tipo de casas de música, en cuyos aledaños se aposentaron diversas tiendas de instrumentos y casas grabadoras, se extendieron a otras calles de la urbe y a otras ciudades (Londres llegó a tener su propia zona musical) y en su mayoría adoptaron el nombre de Tin Pan Alley, el cual se convirtió en sinónimo de la producción de standards.
  El auge del Tin Pan Alley va de fines del siglo XIX a poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, si bien su influencia llegó hasta la época en que surgió el rock ‘n’ roll, a mediados de los años cincuenta del siglo XX.
  Miles de standards surgieron en dichas factorías, aunque hay que decir que muchos otros fueron compuestos de manera más íntima y tradicional, según el estilo de escribir de cada compositor.
  Basicamente, un standard es una canción que alcanza gran popularidad y es interpretada por una enorme cantidad de músicos y cantantes. En ese sentido, hay standards de blues, de jazz, de rock, de música popular. No obstante, el término se ha centrado en las composiciones más famosas del Tin Pan Alley, mismas que se reunieron en lo que se conoce como el Great American Songbook, es decir, el Gran Cancionero Estadounidense.
  Algunos ejemplos de standards (sólo algunos, porque se pueden contar por cientos, si no es que por miles) son temas tan entrañables como “Over the Rainbow”, “Stormy Weather”,  “Cheek to Cheek”,  “Stardust”, “Georgia on My Mind”,  “Makin’ Whoopee”,  “Summertime”,  “My Funny Valentine”,  “Bye Bye Blackbird”,  “Fly Me to the Moon”, “I Got Rhythm” y “They Can’t Take That Away from Me”.
  Entre los grandes intérpretes de standards podemos mencionar a Ella Fitzgerald, Fred Astaire, Nat “King” Cole, Frank Sinatra, Billie Holiday, Tony Bennett, Bing Crosby, Julie London, Chet Baker, Sarah Vaughan, Ray Charles y un largo etcétera que incluye a roqueros como Rod Stewart, Bryan Ferry y hasta Paul McCartney, quienes han grabado discos con este tipo de melodías. Eso para no hablar de nuevos cantantes del género, como Diana Krall, Harry Connick Jr, Jane Monheit, John Pizzarelli o Rufus Wainwright.
  No deja de ser paradójico que, luego de que la llegada a los Estados Unidos de la beatlemanía ocultó de algún modo a los standards durante décadas, muchas de las canciones de los Beatles se hayan convertido a su vez en standards (“Yesterday” o “Something” son una clara muestra de ello).
  En México, puede decirse que tenemos nuestros propios standards, muchos de ellos contenidos en ese equivalente al Great American Songbook que fue el alguna vez popularísimo Cancionero Picot. Boleros, danzones, canciones rancheras y hasta algunos rocanroles forman parte de dicho cancionero y están firmemente incrustados en eso que llamamos el inconsciente colectivo.
  Los standards parecen inmortales y ahí están, soportando el paso de los años y las generaciones. Son los verdaderos clásicos de la música popular.

(Publicado este mes en la revista Nexos No. 423).

domingo, 3 de marzo de 2013

Comida para Jan antes de su viaje

De derecha a izquierda: Rosa, Jan y yo.
Rosa le organizó una comida a Jan, previa a su viaje a Cantón, China, por lo que me lancé a Tlalpan como a las tres de la tarde. Antes pasé a ver a mi mamá un rato. La comida fue ya como a las cinco y resultó muy emotiva. Estuvimos Rosa, Rosita, su novio, Yazmín, Valentín, Isaura, Emiliano, Santiago, Dereck, Alain, Hallet, Gerardo, Jan y yo. Todo fue muy emotivo. Jan ya tiene casi todo listo y mañana dedicará el día a resolver los últimos pendientes antes de su partida. Será sin duda una gran experiencia para él. Lo veré el martes en el aeropuerto, antes de abordar su avión. Adoro a mi hijo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Hacer leña de la Elba caída

Llámenme blando, clemente, débil, compasivo. Me pasa que no puedo comulgar con aquellos que gustan hacer leña del árbol caído, por más que ese árbol merezca ser derribado por tener las raíces podridas y las ramas devoradas por una plaga devastadora.
  Muamar el Gadafi fue uno de los dictadores más cruentos y despiadados de los últimos tiempos, pero no me alegré cuando su salvaje linchamiento fue prácticamente trasmitido por televisión. No creo en el ojo por ojo y me resulta imposible simpatizar con una turba asesina, así esté dando muerte al peor de los criminales. Dexter es una serie de televisión estupenda, pero si se trasladara a la vida real, no me haría muy feliz un “justiciero” que usa los mismos métodos de exterminio que empleaban sus víctimas cuando eran victimarias.
  Toda proporción guardada, el caso de Elba Esther Gordillo y la forma como los medios y las redes sociales lo están tratando, me retrata a una masa mediática que, en su festejo por la desgracia de la maestra, se muestra tanto o más envilecida que la presunta delincuente.
  No digo que la señora no merezca estar donde está y pagar por lo que hizo. Las pruebas parecen contundentes y el nivel de corrupción que se muestra resulta escandaloso. Pero igualmente escandalosa y lamentable me parece la reacción de tantos opinadores, profesionales o amateurs, que desde la radio, la televisión y los diarios o en facebook y Twitter hacen gala de la clásica doble moral para condenar, desde su púlpito impoluto y altanero, a la villana favorita de México.
  La educación en nuestro país está por los suelos y en mucho se debe al poder que ostentó Gordillo a lo largo de un cuarto de siglo. Entre el SNTE y la CNTE han hecho cera y pabilo de nuestros niveles académicos. Urge que esos dos funestos organismos dejen de ser lo que son. Quizá sin la presencia de esos factores, la reforma educativa transite con muchos menos obstáculos. Ojalá así sea, pero ojalá aprendamos a ser una sociedad menos sanguinaria con los caídos, por más siniestros que hayan sido.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 1 de marzo de 2013

Denisse y mi muela en el laberinto

Día agitadón y adolorido. Por la mañana me lancé a Milenio para dejar mi recibo de Laberinto. Me comentó José Luis Martínez que mi reseña del libro de Víctor Roura, publicada el sábado pasado, causó algunas incomodidades y que por lo pronto, mañana saldrá un texto de Braulio Peralta (mencionado por Víctor como uno de sus muchos enemigos) al respecto. Habrá que leerlo. Saludé a mi querida Alicia Quiñones.
  Regresé y como a las cuatro vino Denisse. Pedimos una pizza y estuvimos platicando muy rico. El único problema fue que mi muela empezó a darme problemas de nuevo. Tanto que tuve que llamar al dentista y me ofreció recibirme a las siete de la noche. Eso acortó por desgracia la visita de Denisse, aunque quedamos en vernos dentro de ocho días, muela mediante.
  El doctor me recibió en realidad hasta después de las ocho y salí de ahí a las diez de la noche, aunque ya sin la molestia. Eso de las endodoncias y las infecciones y los conductos es una friega. Pero ya me sentí mejor. Ahora tengo cita para el lunes.
  Ni hablar.