No es un secreto que buena parte del rock que se hace en México es –por decirlo de alguna manera– incompatible con mis gustos, con mi sensibilidad, con mi mentalidad, con mi manera de considerar al arte, con mi forma de apreciar a la música, con mi modo de ver la vida.
Cuando en 1986 surgió la marca Rock en tu idioma, como un subsello de la disquera trasnacional BMG Ariola (q.e.p.d.), yo no escuchaba rock en español ni por accidente. Bastante desengañado estaba ya de los roquerines mexicanos, quienes (con una que otra honrosa excepción) seguían sin superar su etapa oral (Sigmund Freud dixit) y continuaban sumidos en una especie de letargo infantiloide mezclado con rasgos oligofrénicos y complejos de inferioridad múltiple. Quince años habían transcurrido desde la catástrofe de Avándaro, aquel Festival de Rock y Ruedas que en 1971 envió al rock nacional al limbo de los hoyos fonquis (Parménides García Saldaña dixit), tres lustros en los cuales, salvo algunos esfuerzos loables del llamado rock rupestre (un año antes había fallecido Rockdrigo González, uno de los principales abanderados del mismo), del más o menos elemental rock progresivo (con grupos como Iconoclasta, Flüght, Oxomaxoma o La Banda Élástica), de ciertos intentos punketos (Dangerous Rhythm, Size) y de una que otra agrupación del llamado rock urbano (… no se me ocurren nombres…), las cosas eran semejantes a un desierto árido y desolado. Entonces, a algún alto ejecutivo disquero (algunos dicen que fue el productor argentino, avecindado en nuestro país, Óscar López) se le ocurrió la idea ¿genial? de crear un subsello que recogiera (en el más estricto sentido de la palabra) a diversos grupos, básicamente del Distrito Federal y Guadalajara, que en aquellos momentos hacían sus pininos en el inenarrable y alucinado (que no alucinante) mundo del rockcito hecho en México.
De ese modo, los ávidos espectadores del rock azteca que llenaban los hoyos (la clase baja) y algunos antros de moda (la clase media y media alta) como el Tutti Frutti, el LUCC y Rockotitlán, vieron surgir como de la nada a grupos que con el apoyo de la poderosa disquera no sólo grabaron sus primeros álbumes y cassettes, sino que recibieron una promoción tan inédita como inusitada que los llevó incluso a la programación estelar del autonombrado (aún no sé por qué) Canal de las Estrellas.
Así, para 1988 los nacientes Caifanes, Café Tacuba, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Neón, Fobia, Los Amantes de Lola y varios más comenzaron a aparecer en las emisiones conducidas por glorias de la televisión mexicana como Raúl Velasco, Verónica Castro, Daniela Romo y Paco Stanley, en lo que fue el alumbramiento del rockcito nacional.
Pero nuestros roqueritos no estaban solos. Rock en tu idioma también difundió en nuestro país al rock-pop que se producía en España y Argentina. Fue de esa manera, con la catarata de agrupaciones y solistas como Soda Stereo, Miguel Mateos, La Unión, Danza Invisible, Enanitos Verdes, GIT, Nacha Pop, Duncan Dhu, Los Hombres G y hasta Alaska y Dinarama, como en México se borró todo vestigio de las raíces negras del rock. De pronto, las nuevas generaciones de músicos mexicanos y su público creyeron que el género, lejos de surgir en el delta del Río Mississippi, había nacido en las inmediaciones del Río de la Plata. Poco más de treinta años de historia del rock fueron borrados de un plumazo.
Si comercialmente Rock en tu idioma resultó un negociazo, culturalmente propinó terribles golpes al rock que se hacía en nuestro país. Porque si a ello le sumamos que muchos de los principales exponentes del rockcito crecieron con Timbiriche, Flans y otros engendros del pop nacional, las consecuencias fueron tales que hoy, en pleno año 2013, aún las seguimos padeciendo (salvo, como ya dije al principio de la columna, algunas honrosas y admirables excepciones).
¿Rock en tu idioma? Cuando menos en el mío, no.
(Mi columna "Bajo presupuesto", publicada este mes en la revista Marvin No. 109).
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