sábado, 30 de junio de 2018

México ante una posible derrota

Estamos en vísperas de un encuentro peligrosísimo, de un choque de fuerzas que si bien se inclina por uno de los contendientes, podría dar una sorpresa que para muchos hoy resulta imposible.
  Los pronósticos apuntan a favor de quien tiene casi todos los números de su parte. Incluso muchos que no simpatizan con él aceptan, con resignación y desconsuelo, que prácticamente nada se puede hacer ya para evitar su victoria.
  A pocas horas del trascendente acontecimiento, las apuestas también se inclinan por quien aparece como fuerte favorito. “Sería un milagro vencerlo”, claman los expertos. “No hay manera de que nos ganen”, presumen los que están con el virtual ganador.
  A estas horas, con tan poco tiempo disponible, parece una locura pretender que el rival que se ve más débil encuentre la fórmula para revertir las quinielas y dar vuelta a las mismas, para levantarse con un triunfo que no auguran ni los más optimistas.
  Pero, ¿se debe entrar al juego definitivo con una actitud derrotista? ¿Habrá que dar todo por perdido, sin hacer el intento de pelear hasta el último minuto para dar el campanazo?
  Después de todo, las encuestas no siempre son de fiar. Si bien la enorme mayoría de estas afirma con pretendida consistencia que el favorito tiene cerca del 50 por ciento de probabilidades de alzarse con el éxito, siempre estará presente esa mínima pero real posibilidad de que las cosas no resulten como se predice y que a la hora del pitazo final suceda lo que en estos momentos parecería inimaginable, inconcebible, extraordinario.
  ¿Qué sucederá entonces? Todos nos mantendremos atentos y llenos de nerviosismo. Nuestras expectativas y esperanzas estarán pendiendo de un hilo. Pero en una de esas resulta que los augurios se vienen abajo, que la lógica da un vuelco espectacular, que el milagro se produce y la selección mexicana de futbol vence a la brasileña en el partido de este lunes 2 de julio.
  No perdamos la confianza, no perdamos la fe. Los aparentes gigantes a veces tienen los pies de barro. Podemos derrotar a Brasil. ¡Vamos, México!

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 29 de junio de 2018

Para dártelas de entendido en rock (67)

En septiembre de 1996, la policía de Londres detectó un paquete dirigido a Björk. Supuestamente, era un guión cinematográfico. Por fortuna, detectaron a tiempo que se trataba de una bomba de ácido sulfúrico enviado por un tal Ricardo López, joven uruguayo de 21 años que vivía en Miami. Cuando la policía de Florida cateó la casa de López, fue aún peor: Ricardo se había suicidado con un disparo en la boca y su casa estaba llena de fotos de la cantante y compositora islandesa. El tipo había dejado grabadas más de 20 cintas de video en las que, entre otras cosas, se veía cómo fabricaba la bomba y hablaba de lo reprobable que le parecía la relación de Björk con "un negro". López compró un revólver calibre 38 y después, ante la cámara, se suicidó. Aquel hecho trastornó tanto a Björk que abandonó Londres y se marchó un tiempo a vivir a España. También se separó de su novio, el músico Goldie. Por fortuna, poco a poco logró superar el traumático episodio.

jueves, 28 de junio de 2018

Buenas reuniones

Han sido éstos días con algo de actividad llamémosle social. El  martes vinieron mi amiga Jacky Polet con su novio Gerardo Santillán y el músico Chris Cancela. Hablamos de varios asuntos y luego escuchamos algunas canciones del próximo disco de Cancela y les puse algunos cortes del mío. Todo muy bien (mis canciones les gustaron mucho), acompañado por un buen Jack Daniels que trajeron mis visitantes.
  Hoy por la tarde vino Armando Noriega (acompañado por la fotógrafa Sara Fauré y por Dulce Quintero, los tres de la revista en línea Mood Magazine) para hacerme una larga entrevista acerca de mi trayectoria periodística, editorial, literaria y musical. Todo estuvo de maravilla. Sara me hizo varias fotos.
  Ya en la noche, invité a cenar a mi queridísima Pau, quien mañana cumple años. Un bonito y pequeño restaurante italiano de la colonia Nápoles fue el marco para la rica cena.
  Buenas y muy gratas reuniones.

miércoles, 27 de junio de 2018

El día que Syd Barrett recibió tarjeta roja

Pocos son los músicos que llegan a trascender con tanta fuerza dentro de una agrupación, a pesar de sólo haber participado de lleno en su primer disco. Esto resulta especialmente cierto cuando hablamos de agrupaciones grandes y trascendentes y sobre todo cuando nos referimos a Pink Floyd.
  Syd Barrett, fundador de este mítico cuarteto inglés, sólo intervino de manera decisiva en su primer álbum, el fantástico The Piper at the Gates of Dawn de 1967, una de las cumbres de la psicodelia primigenia. Se sabe que el título del disco fue tomado de un capítulo del libro favorito del propio Barrett cuando era niño: The Wind in the Willows (El viento en los sauces) de Kenneth Grahame, lo cual explica la gran cantidad de elementos fantasiosos, colores brillantes, apuntes mitológicos y detalles infantiles, algo así como una mezcla entre J.R.R. Tolkien y Walt Disney, pero todo ello visto a través de los perceptivos y psicodélicos lentes del LSD. Las composiciones de Barrett van de las canciones pop ácidamente lisérgicas a piezas largas en las cuales hay extensas instrumentaciones a manera de metáforas sobre viajes alucinógenos. En el primer caso están piezas como “Astronomy Domine” y “Lucifer Sam”, mientras que “Insterstellar Overdrive” entra de lleno en lo que alguna vez se llamó rock-espacial.
  Para el crítico Steve Huey, The Piper at the Gates of Dawn captura con éxito los dos lados de la experimentación psicodélica: “Por un lado, los placeres de la percepción y la expansión mental y por el otro, los desórdenes cerebrales que podían convertir al individuo en lunático”, algo que poco tiempo después le sucedería al propio Barrett, quien debido precisamente a ello hizo con este trabajo su debut y despedida como integrante de Pink Floyd.
  ¿Por qué debió abandonar la nave pinkfloydiana este gran músico a quien muchos siguen considerando como un genio? A lo largo de aquel 1967 y más aún en 1968, la conducta de Syd Barrett se fue haciendo cada vez más errática y difícil. El exceso en el uso de drogas químicas, muy especialmente el LSD, aunado a una creciente esquizofrenia, hacía que el joven músico pasara de estados de ánimo llenos de extrovertida vitalidad y amistosa alegría a otros en los cuales caía en la depresión o la agresividad. Constantes alucinaciones, desordenes en el lenguaje, pérdidas temporales de memoria, cambios radicales de humor e incluso alarmantes lapsos catatónicos hacían ver que cada vez se perdía más en un laberinto que parecía no tener salida. Y no la tuvo.
  Contaba en aquellos días el hoy finado tecladista del cuarteto, Rick Wright, que Syd desapareció durante un fin de semana sin que nadie supiera en dónde se encontraba. Cuando regresó, “era una persona completamente distinta”. De pronto, dejaba de reconocer a las personas, por más cercanas que fueran. En ocasiones, no sabía en qué lugar se encontraba. En el escenario se volvió una calamidad. Hubo ocasiones en las que sólo tocó un acorde de su guitarra a lo largo de un concierto y otras en que ni siquiera puso la mano en las cuerdas. En cierta ocasión, mientras Pink Floyd interpretaba “Interstellar Overdrive” en el Fillmore West de San Francisco, Barrett comenzó a desafinar intencionalmente su instrumento, cosa que daba gracia a algunos espectadores, pero preocupaba seriamente a sus compañeros. Dentro de esa misma gira, durante una entrevista de televisión, al preguntársele algo, se quedó mudo, ausente, con los ojos mirando al vacío y sin mover los labios.
  Las cosas iban mal. Cuando el grupo regresó a Gran Bretaña, después de la gira por Estados Unidos, el guitarrista David O’List, del grupo The Nice, fue llamado para reemplazar a Barrett mientras éste “se recuperaba”. Sin embargo, esto no ocurría y a finales de 1967, un amigo de Syd llamado David Gilmour entró a Pink Floyd que por breve tiempo se convirtió en quinteto.
  Fueron pocos los conciertos con esa formación. Gilmour tocaba cada vez mejor, mientras Barrett se la pasaba cometiendo locuras en el escenario. Era inevitable que a pesar de ser fundador del grupo, tendría que irse.
  El 26 de enero de 1968, Pink Floyd tuvo una presentación en la Universidad de Southampton y los otros cuatro miembros de la agrupación decidieron no avisarle a Syd. Así continuarían, hasta el extremo de no llamarlo tampoco para la grabación de su segundo álbum, el extraordinario A Saucerful of Secrets. Se cuenta que dócilmente, Barrett llegó algunas veces al estudio de grabación y aguardó en la recepción, con la esperanza de ser invitado a participar en el disco. Al parecer, sólo tocó una parte de guitarra en la alucinante “Set the Controls for the Heart of the Sun”.
  El 6 de abril de 1968, Pink Floyd anunció oficialmente que Syd Barrett dejaba de ser integrante del grupo. El diamante loco jamás volvería a tocar con sus amigos y compañeros y así sería hasta su muerte, acontecida en 2006.

(Texto que se me publicó el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

martes, 26 de junio de 2018

La eternidad según La Barranca

En una reciente entrevista, publicada en “El ángel exterminador” de Milenio, al hablar sobre los temas del más reciente disco de La Barranca, su fundador y líder, José Manuel Aguilera, me comentó que “quizás a estas canciones se les pueda encontrar equivalentes con otras que he hecho; sin embargo, creo que las maneras son nuevas. Hay otro tipo de construcciones formales, otros procesos de composición, otras búsquedas respecto a cómo decir las cosas”.
  Y es que desde su primer disco, el legendario El fuego de la noche (1996), La Barranca propuso un estilo propio y muy personal (no es un secreto que el grupo es idea de Aguilera y que los muchos músicos que han pasado por el mismo han sido colaboradores de las composiciones de este estupendo autor). La Barranca siempre suena a lo mismo, pero nunca suena igual y esa es una de sus mayores virtudes: haber encontrado un sonido único y singular y evolucionar a partir del mismo, cada vez con mayor calidad y mayor finura.
  Lo eterno (Fonarte, 2018) es el nombre del más reciente álbum de la agrupación. Se trata de un trabajo impactante, con canciones que pueden contarse entre las mejores que ha escrito José Manuel, tanto desde el punto de vista musical como desde el poético.
  Con un grupo de virtuosos músicos que incluye el extraordinario y expresivo piano de Yann Zaragoza, esta colección de once temas nos mete de lleno en las atmósferas al mismo tiempo oscuras y luminosas a las que nos tienen acostumbrados Aguilera y su polifacética guitarra, pero adentrándonos en territorios que desconocíamos y que nos llevan a viajar por parajes mágicos y misteriosos con nombres como “Brecha”, “Ceiba”, “Astronomía”, “Manos”, “Escarabajo” o “Lo eterno”. Pero si hay una pieza perfecta esa es “Cuervos”, síntesis acabada de toda la obra de José Manuel Aguilera. Una canción tan abrumadora y sublime como interminablemente profunda.
  Lo eterno es uno de los grandes discos del que desde hace mucho (y por mucho) es el mejor grupo mexicano de rock. Son ya 22 años de gran música.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 25 de junio de 2018

La sesión 25 de mi disco, con Rosalía León

Otra muy buena sesión de grabación, esta vez con Rosalía León, quien contribuyó con su voz a mi composición "Una canción para nosotros". Fue una tarde muy grata. Con ella llegó José Luis Cornejo, a quien conocí hace años en Warner Music y al que no veía después de un largo tiempo. Una tarde realmente agradable.

domingo, 24 de junio de 2018

El primer disco punk de la historia

Mucha gente suele pensar que en la historia del rock nada ha habido más rudo, desafiante y provocativo que los Sex Pistols. No debemos olvidar sin embargo que se trataba de una banda prefabricada (algo así como el anti antecedente de los Backstreet Boys o NSYNC) por ese genio de la mercadotecnia cutre que fue el ya fallecido Malcolm McLaren.
  En realidad, existió un proyecto mucho más auténtico y poderoso, mucho más subversivo y realmente incendiario. Me refiero a ese grupo sesentero de Ann Arbor, Michigan, que fue The Stooges (Los Chiflados).
  Surgido en los años en los que el rock psicodélico y la filosofía hippie eran la dominante, los Stooges fueron realmente un cuerpo extraño dentro de su época. Un poco como The Velvet Underground, The Doors, MC5 o The Sonics, el estilo de su música rompía –valga decirlo así– con el establishment de los anti establishment. Pero no sólo eso. Ahí donde Lou Reed o Jim Morrison eran unos frontmen desafiantes y quebradores de esquemas, el vocalista de los Stooges, un tipo flaco y desgarbado que se hacía llamar Iggy Pop (su verdadero nombre era James Newell Osterberg), los superaba en ferocidad, exhibicionismo y  demencia.
  Sin la intelectualidad neoyorquina de Reed o la sensualidad poética de Morrison, Pop se mostraba como un enloquecido cantante que se solazaba en la vulgaridad y el escándalo en escena, mientras sus compañeros (Ron Asheton, Scott Asheton y Dave Alexander) tocaban un rock seco, primitivo, ruidoso y lleno de aspereza.
  Desde el primer concierto de los Stooges, el 28 de septiembre de 1968, en el Grand Ballroom de la ciudad de Detroit, Iggy Pop mostró que no era un cantante común y corriente y su actuación kamikaze de escasa media hora terminó con abucheos e insultos de un público que no entendía lo que acababa de presenciar y que él respondió con escupitajos sobre las primeras filas. Meses después, en enero de 1969, en Dearbon, Michigan, se lanzó hacia la multitud para tomar a una joven espectadora de los cabellos y fingir que la apuñalaba. A partir de eso, los promotores incluyeron en sus contratos una cláusula que estipulaba que Iggy “de ninguna manera debe tener contacto físico con el público”. De poco sirvió: apenas unas semanas más tarde, Pop se arrojó sobre otra espectadora, quien asustada le rasguñó la cara y recibió a cambio una fuerte mordida en un brazo por parte del vocalista.
  En otra ocasión, el delirante personaje se laceró el pecho y bañó al público con su sangre y en medio de presentaciones cada vez más caóticas, se le vio reventarse los dientes contra un micrófono, rodar en el suelo sobre vidrios rotos, derramar la cera hirviente de un cirio en su torso desnudo, vomitar en escena o exhibir su pene sin reparos.
  Con dos primeros álbumes (The Stooges, 1969; Funhouse, 1970) que en su momento pasaron prácticamente inadvertidos, en 1973 el grupo grabó su último plato y piedra de toque en el surgimiento del rock punk: Raw Power. Para muchos historiadores del rock, fue éste el primer disco plenamente punkero. Grabado tres años antes que el Ramones de los Ramones y cuatro antes que el Never Mind the Bollocks de los Sex Pistols y cuando los Stooges se encontraban a punto de disolverse, este Poder Crudo contó con el apoyo de David Bowie, quien deslumbrado por la fuerza rocanrolera de la banda, la tomó bajo su protección antes del definitivo naufragio y logró que grabara en Londres lo que sería su testamento y obra maestra.
  Las sesiones fueron tensas y estuvieron llenas de conflictos. Las drogas hacían estragos entre los integrantes del grupo (en ese entonces, Iggy Pop se ostentaba como “el junkie más musculoso de los Estados Unidos”). Sin embargo, el sonido del disco resultó espectacular y lleno de adrenalina, un estallido de sonido que produjo clásicos automáticos como “Search and Destroy”, “Gimme Danger”, “Raw Power” y la sublime “I Need Somebody”.
  A 37 años de distancia, Sony Legacy reeditó en 2010 Raw Power, en una presentación doble de lujo que incluye un sensacional disco en concierto. Sobra decir que se trata de una maravilla que ningún amante del rock debe perderse. Búsquelo y destruya sus tímpanos (por supuesto, debe escucharlo a todo volumen).

(Publicado originalmente en "El ángel exterminador" de Milenio Diario en junio de 2010)

sábado, 23 de junio de 2018

Lecciones futboleras

“Imaginémonos cosas chingonas”.

Javier “Chicharito” Hernández

El Mundial de futbol de Rusia ha llegado como un muy afortunado, reconfortante y emotivo bálsamo, capaz de curar algunas de las heridas que a los mexicanos nos han causado la polarización y el odio entre facciones políticas a lo largo de todos estos meses de campaña electoral.
  Si como dijo Jorge Valdano, el balompié es lo más importante entre las cosas menos importante, pienso que a pesar de esa pretendida falta de importancia se trata de una actividad que puede dejarnos grandes lecciones y un muy útil aprendizaje. El futbol es mucho más que veintidós personas que corren detrás de un balón para patearlo. Más allá de esa visión simplista hay toda una historia, una antropología, una sociología, una mitología, una filosofía y hasta un arte. También una pedagogía.
  Tan sólo la victoria de la selección nacional sobre el poderoso equipo de Alemania, el pasado domingo (y sin saber aún el resultado del encuentro contra Corea del Sur al momento de escribir estas líneas), logró que la gran mayoría de los mexicanos nos sintiéramos unidos en una sola alegría y un solo orgullo, sin importar razas, credos, ideologías o clases sociales. Mientras la política nos tiene terriblemente divididos, el juego del hombre (Ángel Fernández dixit) logró unificarnos y ese simple hecho es una señal esperanzadora, sobre todo ante la incertidumbre de lo que nos espera después del ya inminente 1 de julio próximo.
  Ese fantástico gol del “Chucky” Lozano sí que produjo un sismo, el sismo de darnos cuenta de que este país puede ir hacia adelante y estar a la altura de lo mejor de nuestro mundo globalizado y que las propuestas retrógradas y conservadoras (el catenaccio que proponen algunos políticos) pueden ser derrotadas en aras de un país más moderno, libre y democrático.
  Son algunas lecciones que podemos entresacar de lo que Manuel Seyde llamaba la fiesta del alarido y aunque también hablaba de los ratones verdes, parece llegada la hora de dejar atrás a tan dañina subespecie roedora.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 22 de junio de 2018

Para dártelas de entendido en rock (66)

Dicen las malas lenguas que Brian Jones, el difunto guitarrista de los Rolling Stones, tenía tres pezones, lo que según algunas culturas es un signo de virilidad y de poderes divinos, mientras que para otras es nada menos que "la marca del Diablo".
  Lo del tercer pezón de Jones lo difundió el delirante cineasta Kenneth Anger, quien estaba convencido de que Brian Jones y su novia de aquel entonces, Anita Pallenberg, eran en realidad dos brujas. Anger llegó a esta conclusión en 1967, después de que, según él,  Brian le mostrara el tercer pezón, el cual estaba... en la cara interna de un muslo (?). "Tengo la marca de las brujas. En otros tiempos me habrían quemado en una hoguera", le comentó el guitarrista en aquella ocasión.

jueves, 21 de junio de 2018

"Survival" de Bob Marley

Si para los seguidores más ortodoxos de Bob Marley, Exodus o incluso Catch a Fire son las obras cumbres del jamaiquino, hay quienes piensan que Survival (1980) las supera con mucho. Cuestión de criterios, claro, de preferencias y subjetividades. El hecho es que este álbum, inicialmente intitulado Black Survival, fue el primero de una trilogía planeada por Marley y que ya no alcanzó a ver terminada.
  Musicalmente cercano al pop y al rock (aunque la esencia del reggae está siempre ahí, presente y constante), Survival es un manifiesto ideológico a favor de la unidad de la raza negra y de la reivindicación del continente africano como lugar de origen y tierra prometida. En ese sentido, se trata de un disco conceptual y también de un manifiesto político y racial (“Rise yeh mighty people!”, canta Bob en “Wake Up and Live”).
  Anticolonialista, independentista y favorecedor de las luchas de emancipación de las naciones del Tercer Mundo, el disco es una obra maestra de principio a fin, con una fuerza artística que supera lo meramente político y lo trasciende con gran fortuna. No existe entre los diez temas que conforman el plato, uno que destaque o que pueda considerarse como potencial “sencillo”. Todos son magníficos y mantienen una uniformidad que lejos de resultar monótona, es variada y asombrosa. A lo largo del álbum, hay un fuerte énfasis en el ritmo marcado por el bajo y las percusiones, lo que da una mayor presencia a canciones tan extraordinarias como “So Much Trouble in the World”, “Zimbabwe”, “Babylon System”, “Survival”, “Ride Natty Ride”, “Africa Unite”, “Ambush in the Night” y la singular “One Drop”.
  Un trabajo fuera de serie.

(Reseña que escribí para el Especial No. 15 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2004)

miércoles, 20 de junio de 2018

Queen II

El disco de las caras blanca y negra. En efecto, así es conocido Queen II (1974) entre muchos de los seguidores de la banda británica. La razón es meramente nominativa, ya que al diseñar el álbum los integrantes del grupo decidieron llamar “blanco” al lado A y “negro” al lado B del vinil. La verdad es que no hay una diferencia notoria entre ambos, ya que en los dos existen lo mismo canciones duras que melodías suaves.
  Queen II es una obra menos glamorosa y más agresiva y pesada que su antecesora. Frente al cúmulo de críticas y las pocas ventas de Queen (1973), Mercury, May y compañía decidieron hacer un producto que pudiera ser mejor aceptado y lo lograron en términos de popularidad (el disco llegó al lugar cinco de las listas en el Reino Unido). A pesar de ello, en el fondo se trata de un álbum más bien hermético, incluso oscuro, una rareza en el contexto de la obra total de Queen.
  La placa incluye varios de los estilos imperantes en aquel momento, desde el heavy metal (“Seven Seas of Rhye”) hasta el rock progresivo (“The Fairy Feller's Master- Stroke”, “The March of the Black Queen”), el rock sinfónico (“Procession”) y las clásicas melodías del grupo (“Nevermore”, “White Queen”), aunque posiblemente el mejor corte de Queen II sea la estupenda “Father to Son”, compuesta por Brian May.
  Un trabajo muy importante del cuarteto inglés.

(Reseña publicada en el No. 13 de los especiales de La Mosca en la Pared, en diciembre de 2004)

martes, 19 de junio de 2018

La Barranca contra Zoé

No es que quiera enfrentar a estas dos agrupaciones mexicanas como si se tratara de un partido de futbol, de una guerra o, peor aún, de unas elecciones tan polarizadas como las mexicanas. Lo que sí pretendo sin embargo es comparar dos casos dentro de un contexto lamentable: el del rock que se hace en nuestro país y la manera dispareja, injusta y mercenaria como es difundido y apreciado.
  Ni siquiera equiparo a ambos proyectos. La Barranca me parece infinitamente más importante y trascendente que Zoé desde todo punto de vista y, no obstante, este último recibe mucho más apoyo y atención que el primero por parte de la industria, de los medios y, por ende, del público.
  Tampoco intentaría contrastar a los líderes de los dos proyectos: el talento creativo, la inteligencia y la propuesta artística de José Manuel Aguilera se encuentra años luz por encima de la de León Larregui.
  El caso es que Zoé y La Barranca acaban de poner en circulación sus más recientes álbumes y escucharlos no hace sino corroborar todo lo dicho líneas arriba. Aztlán y Lo eterno son las caras opuestas de una moneda que suele caer siempre de un mismo lado y favorecer en todos los aspectos a la cara ganadora: publicidad, difusión masiva, conciertos en grandes foros, recursos prácticamente ilimitados.
  Se dirá que eso se debe a que uno tiene más posibilidades comerciales y que la cantidad de seguidores entre un proyecto y otro es notorio. Lo masivo por encima de lo “minoritario”. Zoé es para las grandes audiencias y La Barranca es “de culto”. La popularidad manda, así se trate de una popularidad inducida y manipulada.
  Cierto que cada grupo posee un sonido propio. Pero es lo único que los podría relacionar. Fuera de eso, las diferencias resultan notables. Desde un punto de vista dialéctico, significa la lucha entre la música como arte y la música como mercancía. No es algo nuevo, pero sí es lamentable.
  En las dos próximas entregas de estos “Gajes”, analizaré ambos discos por separado y daré mis razones y sinrazones críticas acerca de todo esto.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 18 de junio de 2018

Incesticide

Cuando muchos esperaban que después de Nevermind Nirvana reapareciera con otro álbum fuera de serie, Kurt Cobain y compañía lo hicieron…, pero a su modo.
  Incesticide (DGC, 1992), su tercer trabajo discográfico, no fue con toda probabilidad lo que su público y su casa disquera esperaban precisamente. Lejos de salir con una nueva serie de temas producidos por Butch Vig, el grupo prefirió sacar una colección de demos, lados B, covers, cortes guardados y grabaciones para la BBC. Se trata de un disco que compila rarezas y a once años de distancia eso es lo que le da su mayor encanto y valor.
  Si en su momento algunos criticaron a Incesticide por ser una obra oportunista que trató de aprovechar el éxito de su predecesor con piezas de relleno, la distancia permite evaluar las cosas y contemplarlas en su justa proporción. Es por ello que hoy podemos decir que se trata de un álbum interesantísimo, precisamente por su desproporción y falta de unidad conceptual. He aquí al Nirvana anterior a Nevermind, con un sonido más parecido al de Bleach, aunque menos oscuro y con mayor orientación al rock pop.
  En Incesticide pueden conocerse también las raíces setenteras del trío, su amor tanto por el metal de Alice Cooper como por el punk garage de los Stooges, el pop de The Vaselines y el indie rock de Sebadoh. He aquí el espíritu alternativo de Nirvana en su máxima expresión caótica y anticonvencional. Hay temas que pueden considerarse esenciales, como “Dive” –el único producido por Vig–, “Sliver” y la extraordinaria “Aneurysm”, pero también joyas desconocidas como “Beeswax”, “Downer”, “Mexican Seafood” (sic), la cruda “Aero Zeppelin”, la bizarrísima “Hairspray Queen” y su preciosa versión a “Molly’s Lips” de The Vaselines.
  Un disco que debería ser revalorado.

(Reseña publicada en el Especial de La Mosca No. 1, dedicado a Nirvana, en mayo de 2003)

domingo, 17 de junio de 2018

Lo impensable: México 1 - Alemania 0

Fue increíble. Nadie lo esperaba. Ni siquiera un empate estaba dentro de los pronósticos. Sin embargo, la selección mexicana dio uno de los mejores partidos de su historia y logró vencer a la poderosa (aunque hoy inefectiva) selección de Alemania, con un gran gol en veloz contragolpe del Chucky Lozano.
  Fue emocionantísimo. Lo vi solo, aquí en la casa, y pegué un grito al momento de la anotación. Osorio cayó las bocas de sus críticos con un planteamiento perfecto que sus muchachos llevaron a cabo al pie de la letra. Un encuentro inolvidable. El Mundial de Rusia empieza con el pie derecho para México. Ahora sigue Corea del Sur, el próximo sábado. A ver qué pasa.

sábado, 16 de junio de 2018

AMLO y el monopolio del amor a México

La antigua y muy priista tradición de la cargada se manifiesta a plenitud, conforme se acerca fatalmente el día de las elecciones. Al igual que en los viejos y gloriosos días del partido aplanadora, muchos que dan como definitivos los resultados de las encuestas (“este arroz ya se coció” es la frase más hype) han empezado a mirar por sus muy particulares intereses y ya se suman al candidato que ven como ganador inevitable.
  Políticos de diversas tendencias, empresarios, profesionistas, intelectuales y personajes de toda laya se adhieren a quien encabeza los sondeos y al grito de “¡con usted hasta la ignominia, señor licenciado!”, olvidan sus filiaciones y, sin importarles arrastrar la dignidad, hacen caravanas y se ponen de rodillas al paso del que ven como el inminente tlatoani.
  Hasta los faranduleros y los roqueritos se suman a esta monumental masa oportunista. Ahí está nuestra nueva intelectual orgánica, la señorita Belinda, con su amloísta video “México lindo y querido”, al que define como “una iniciativa de quienes amamos a nuestro país”.
  Curioso por cierto esto de “quienes amamos a nuestro país”. En otra reciente canción zalamera y de adoración al tío Peje, se dice: “Que salgan los corazones a la calle / que vengan los que amamos nuestro país” y eso puede tener una doble lectura. Los simpatizantes de AMLO nos están afirmando entre líneas que si no votamos por su gallo es porque no amamos al país. En pocas palabras y según este criterio, más de la mitad de los electores no queremos a México.
  Ello se liga con aquella declaración del propio López Obrador, cuando afirmó que quienes no voten por Morena serán cómplices de la corrupción.
  Así pues, Andrés Manuel y los suyos no sólo se arrogan el monopolio de la honestidad sino ahora también el del amor a nuestro país. Priistas, panistas, perredistas, verdes o quienes no militamos en partido alguno, pero no simpatizamos con Morena, quedamos en automático señalados como sujetos deshonestos que no amamos a México, como traidores y vendepatrias.
  Manes del fanatismo, diría Amos Oz.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 15 de junio de 2018

Para dártelas de entendido en rock (65)

Sucedió el 17 de noviembre de 1987, durante un concierto gratuito que daba U2 en la ciudad de San Francisco, California. Enfrente de la Fuente Vaillancourt y de 20 mil asistentes, Bono grafiteó la frase "El rock & roll detiene el tránsito", en la escultura del afamado artista canadiense Armand Vaillancourt que ahí se encuentra. Según el cantante, lo hizo para demostrar "el poder del rock" (?). Como era de suponerse, aquello no le gustó en absoluto a la alcaldesa de San Francisco, quien emitió de inmediato una orden de búsqueda y captura contra Bono, acusándolo de vandalismo.
  "Estoy decepcionada de que una estrella del rock que se supone que es un modelo a seguir para los jóvenes, haya decidido destrozar el trabajo de otro artista”, declaró la funcionaria. Pocos días más tarde, los cargos fueron retirados a cambio de que el irlandés ofreciera disculpas en un medio público. Bono tuvo también que pagar los gastos de limpieza de la escultura, aproximadamente 500 dólares.

jueves, 14 de junio de 2018

Empezó el Mundial de Rusia

A partir de este día y durante cerca de un mes, todo será futbol, pero también seguirá siendo política. Buena y explosiva mezcla para jornadas que se antojan llenos de emociones y tensiones, de alegrías y decepciones (parece letra de canción).
  Hoy, en el partido inaugural, Rusia goleó 5 a 0 a una débil Arabia Saudita. El domingo juega México contra Alemania. A ver cómo nos va.

miércoles, 13 de junio de 2018

El derecho a la disidencia

La sobrevaloración es casi siempre fruto de la ignorancia. Lo es también del bombardeo mediático o de una serie de sobreentendidos, aunque éstos muchas veces estén fundados en premisas falsas. Cuando vemos a un músico, un escritor, un actor, un artista plástico que de pronto es tomado por todos como un genio, la precaución debería ser nuestra primera actitud. Por supuesto que lo más fácil y lo más cómodo es aceptar acríticamente lo que se nos trata de imponer por medio de la publicidad o mediante la opinión inapelable de una corte de “expertos”, a quienes nadie se atreve a contradecir por temor a ser señalado como un necio. Tratar de asumir una posición crítica acarrea enemistades y desconfianzas. Ir contra la corriente suele traducirse en rechazo y marginación, en ser acusado incluso de retrógrado e indeseable. De ahí que para muchos sea preferible adherirse a la masa y aceptar como verdades absolutas los dictados de aquellos que “sí saben”, en lugar de arriesgarse a tener una opinión propia. Cada quién asume la posición que quiere. Cada quién es responsable de sus decisiones y sus actos y de las consecuencias que éstos conlleven. Si alguien se adhiere ciegamente a un personaje sobrevalorado y eso lo hace sentir bien, está en todo su derecho de hacerlo, como también lo está aquél que debido a su bagaje de experiencias y conocimientos se niega a ello. Es una mera cuestión de respeto a la opinión ajena. Negar el derecho a la disidencia, a la diferencia, sólo trae consigo la intolerancia, la cerrazón y la condena fascistoide. Es olvidar a Voltaire.

(Editorial "Ojo de mosca" que escribí en el No. 113 de La Mosca en la Pared, febrero de 2007)

martes, 12 de junio de 2018

Una larga historia de amor

En estos tiempos de división y de odio, de rencores y violencia, no está por demás hablar acerca de una historia de amor y más si se trata de una historia de amor que ha perdurado a lo largo de casi cincuenta años.
  Stephen Stills y Judy Collins, dos leyendas del rock y del folk sesentero y setentero, se enamoraron de jóvenes, durante la apasionante y apasionada década de los sesenta, se hicieron amantes y poco tiempo después rompieron. Cada uno hizo entonces su vida musical y personal por su lado, pero siempre quedaron los rescoldos encendidos de aquella relación, fruto de la cual fue una de las más hermosas y célebres composiciones de Stills: “Suite: Judy Blue Eyes” que se convirtiera en una de las piezas imprescindibles en el repertorio del trío Crosby, Stills & Nash y que es una de las cumbres del mítico álbum triple Woodstock (Warner, 1969).
  Cerca de medio siglo después de aquel frustrado noviazgo, con cada uno de los dos personajes ya instalado en sus setenta y tantos años de edad y con sus respectivas vidas maritales estables, Judy Collins y Stephen Stills decidieron unirse, si no en matrimonio, sí como pareja musical para producir un disco y realizar una gira juntos.
  Everybody Knows (Wildflower, 2017) es el título del álbum de este singular dueto, septuagenario en edades pero aún fresco y juvenil en frescura y estado de ánimo. Aunque apareció a fines del año pasado, he querido rescatarlo porque es una obra llena de elegancia, finura, buen gusto y mucho amor por la música, con temas originales y versiones de canciones de otros compositores (el plato abre con “Handle with Care” de los Traveling Wilburys y aparecen también “Reason to Believe” de Tim Hardin, “Girl from the North Country” de Bob Dylan, “Who Knows Where the Time Goes” de Sandy Denny y, claro, “Everybody Knows” de Leonard Cohen. El resto del material (con canciones tan buenas como “Judy”, “River of Gold”, “Houses”, “Questions” o “So Begins the Task”) lo escriben Stills y Collins, ya sea juntos o por separado. Y no: lamentablemente no viene “Suite: Judy Blue Eyes”.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 11 de junio de 2018

Preciosa sesión (la 24) con las hermanas Beaujean

Gran sesión tuvimos hoy, en el estudio de Iris Bringas y Jehová Villa Monroy, para grabar las voces de las hermanas Beaujean en mis canciones "Gatos de arrabal" y "Es riesgoso". Ingrid y Jenny dieron lo mejor de ellas para lograr un trabajo finísimo que combinó lo mismo coros al estilo de las Andrew Sisters, en la primera, que un coro gospel en la segunda. El disco sigue viento en popa. Maravilloso.

domingo, 10 de junio de 2018

La Maldita

¡Ah, esto de los mitos!
  Con el rock mexicano ocurre lo mismo que con el actual cine nacional. De pronto se produce un resurgimiento apantallador, un renacimiento sacado como por arte mágico quién sabe de dónde. Todo mundo habla de ese “nueva” cinematografía azteca y de sus grandes realizadores: que Hermosillo, que Carrera, que Arau, que Estrada, que Novaro. Y todo mundo se refiere también al novísimo rock huehuenche y sus esplendorosas figuras: Caifanes, Café Tacuba, La Lupita. Fobia, La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, etcétera. Parece un milagro que de pronto hayan brotado como por generación espontánea tantos talentos artísticos. Pero tal milagro se diluye apenas los confrontamos con la dolorosa, terca e implacable realidad.
  En cuanto uno ve cintas como La tarea, Danzón, Ángel de fuego, Intimidad y tantas otras, se descubre la verdad: son puras obras de arte, sí, pero del arte de la publicidad, la propaganda, el bluff. Exactamente igual (o peor) acontece con el rockcito mexicano. Escuchar con atención a los grupos mencionados arriba, sobre todo después de haber leído y oído tantas alabanzas y panegíricos acerca de ellos, resulta francamente decepcionante.
  Ya en este espacio me he referido a los Caifanes y Café Tacuba como dos claros exponentes de un rock (¿rock?) engañoso, artificial, digno de aparecer en el Canal de las Estrellas debido a su carácter inocuo, simpático, “positivo”. Ello a pesar del aspecto disfrazadamente provocador de sus intérpretes. Poco importa que aparezcan con los cabellos parados y vestidos como negros cuervos posmos o ataviados con huaraches y calzón de manta. El hecho es que no molestan a una sola de las buenas conciencias que día con día se plantan frente al televisor para disfrutar de las telenovelas y de Chespirito.
  El caso de La Maldita Vecindad no es de manera alguna distinto. A pesar de su origen contestatario (es un decir), cuando tocaban en las marchas del CEU o del PRD. hoy se presentan a chacotear sin rubor con el frustrado ex candidato a diputado del PRI, Paco Stanley. En su programa, el locutor se mofa de ellos, los hace repetir idioteces y los pone a simular que tocan, mientras suena el play back y un séquito de chamaquitas histéricas grita al igual que lo hace ante Magneto, Mijares o Los Temerarios. Claro, si todos son harina del mismo costal.
  Tal vez lo anterior podría obviarse si La Maldita tocara música realmente valiosa y enriquecedora, pero ni siquiera. Su más reciente disco (El circo, 1991) es exactamente eso: un revoltijo circense en el que lo mismo hacen flacos homenajes a Tin Tan que arreglos espantosos a la de por sí espantosa canción “Querida”, de Juan Gabriel o composiciones tropicaleras en las que el rock brilla por su ausencia. Y cuando hablo del rock, me refiero  sobre todo a su esencia, su espíritu, su alma, algo que al parecer los actuales grupos “roqueros” desconocen o desprecian sin más.
  El “nuevo rock mexicano”, como el “nuevo cine”, resulta un mito tan falso como nuestra legalidad electoral. Y es que, a final de cuentas, no son sino productos de un mismo sistema y se amoldan perfectamente a él.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 3 de septiembre de 1992)

sábado, 9 de junio de 2018

¡Están desmantelando a la mafia en el poder!

¡Enciendan las alarmas! ¡Alerten a todo el mundo! ¡Sálvese quién pueda! ¡Los ninis y las feministas primero!
  Uno de los grandes mitos de este país está a punto de desaparecer, de eclipsarse, de desvanecerse cual nube de polvo. Nuestra querida y entrañable mafia en el poder se encuentra en peligro de extinción, más aun que la vaquita marina, el tigre de Bengala o el gorila de montaña. Tan fuerte y poderosa que se veía. Tan amenazante que nos la presentaba su principal enemigo (y propagandista) y miren ustedes nada más: la muy indina se cae a pedazos y muchos de sus principales artífices no sólo la están abandonando como ratas que saltan del buque a punto de hundirse, sino que además se están pasando en masa y en paradójica conversión a esa casona que tiene las puertas abiertas, esa nueva iglesia que a todos acepta y recibe, siempre y cuando muestren el debido arrepentimiento y la sumisa adoración al Tlatoani de la Cuarta Transformación.
  Primero fue Alfonso Romo, luego Esteban Moctezuma, más tarde Napoleón Gómez Urrutia y la maestra Elba Esther y Germán Martínez y Gabriela Cuevas y Manuel Espino e incluso hace unos días la revista Proceso informó (aunque en Morena lo negaron) que dos de los artífices del odiado Fobaproa, Guillermo Ortiz y Santiago Levi, también se incorporarían a la gran arca del patriarca (para no hablar del poderoso Consejo Mexicano de Negocios, cuyos integrantes cuando menos han sido perdonados y ya no deben temer que se les llame minoría rapaz y otras linduras).
  La paz y el amor empiezan a reinar a tan sólo tres semanas de las elecciones presidenciales y la fusión entre la mafia en el poder y el Movimiento de Regeneración Nacional parece un hecho irreversible. Quizás esto implique que el famoso cambio radical que tanto proclaman y aguardan las huestes obradoristas tenga que esperar y que más bien todo cambie para seguir igual, según dictan las leyes de la realpolitik (ni modo Taibo II, Ackerman, Noroña et al).
  La mafia en el poder se desmantela. Fue divertido mientras duró. La vamos a extrañar. Ni modo.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 8 de junio de 2018

Para dártelas de entendido en rock (64)

Geezer Butler, bajista de Black Sabbath, cuenta que una figura fantasmal, vestida completamente de negro, lo estuvo observando una vez mientras dormía y que aquella tétrica experiencia inspiró la letra del tema "Black Sabbath". Sin embargo, asegura que ese no es el único encuentro paranormal que ha tenido. A los ocho años de edad, él y su hermana –dice– vieron el fantasma de una anciana que flotaba por las escaleras de la antigua casa victoriana en donde vivían y en otra ocasión, al salir de su recámara, vio desvanecerse a un hombre vestido con ropa de los años veinte, quien permanecía de pie al lado de la puerta, mirando las mismas escaleras en las que había aparecido el fantasma de la vieja.

jueves, 7 de junio de 2018

Luis Miguel Aguilar, Serrat y Machado

Acudí esta tarde a un recital poético musical de Luis Miguel Aguilar en las instalaciones de la revista Nexos, en la colonia Condesa. Se trató de un homenaje al disco de Joan Manuel Serrat dedicado a Antonio Machado y grabado en 1969. Luis Miguel interpretó todo el álbum, acompañado de su guitarra, mientras iba hablando de cada una de las canciones y contaba diversas anécdotas de la vida de Machado. Estuvo bonito y emotivo. Éramos unas cincuenta personas y pude saludar al propio Luis Miguel Aguilar, al querido Héctor Aguilar Camín (hermano de Luis Miguel), a Kathya, a Jorge, a Esteban, a Armando y a varios compañeros más de Nexos. Pau iba a ir conmigo, pero el exceso de chamba se lo impidió.

miércoles, 6 de junio de 2018

Deep Purple In Rock

In Rock (1970) es una de las tres obras maestras de Deep Purple. Ya con la Mark II en pleno –sin duda la mejor formación que jamás tuvo el grupo, con Ian Gillan en la potentísima voz y Roger Glover en el más que preciso bajo, aparte de los fundadores Ritchie Blackmore, Jon Lord y Ian Paice–, la banda fue capaz de producir un álbum sin fisuras, con grandes composiciones y prácticamente orientado hacia el rock duro (incluso “Child in Time”, a pesar de ciertos toques progresivos en el arreglo, es una pieza cuasi metalera).
  Desde el arranque, Deep Purple no dejaba dudas acerca del vuelco que había dado hacia el rock durísimo. Era claro que las riendas del grupo estaban ya prácticamente en las manos de Blackmore. Su guitarra muy poco tenía que ver con la de los dos álbumes anteriores. A la manera de Jimmy Page con Led Zeppelin, el músico dejó salir su ánima más afilada y sus riffs y sus solos dieron pauta a lo que sería el heavy metal. Para ello, tuvo un eficaz y perfecto complemento en la voz aguda y poderosa de Gillan, quien muy en la escuela de Robert Plant (para seguir con el Zeppelin), hizo que el sonido del grupo se definiera por completo.
  Lo anterior resulta perfectamente claro desde el comienzo del disco con la archifamosa “Black Night” y su mecido riff, tal vez el más célebre de Deep Purple después del de “Smoke on the Water”. In Rock prosigue con la pesadísima “Speed King” (la sola introducción que va del caos a la serenidad instrumental anuncia lo que vendrá: un tema potente y deliciosamente agresivo). “Bloodsucker” continúa el ambiente metalero con un estupendo beat en 3/4 apoyado por el órgano magnífico de Lord (es una lástima que las posteriores bandas de heavy metal, en su apabullante mayoría, hayan prescindido de los teclados). El lado A cierra con la monumental “Child in Time”, todo un poema épico-musical comparable (y sigamos con el Zepp) a “Stairway to Heaven” e incluso cronológicamente anterior a ésta. Con su interpretación, llena de matices y recursos vocales, Ian Gillan dejó una marca para la historia.
  El segundo lado del vinil original abre con la festiva. larga y metalera “Flight of the Rat”, en tanto “Into the Fire” y “Living Wreck” no hacen sino reafirmar la calidad de los cinco integrantes del Mark II deep-purpleano. El plato concluye con “Hard Lovin’ Man”, una composición si se quiere un tanto pretenciosa (con su ritmo como galope de caballo) aunque eso no le quita su alto nivel.
  Un gran disco.

(Reseña que escribí para el Especial No. 34 de La Mosca en la Pared, dedicado a Deep Purple y publicado en octubre de 2006)

martes, 5 de junio de 2018

La indómita y triste música de Snow Patrol

Hace poco más de quince años, llegó a mis manos un disco compacto del cual no tenía yo la menor idea. Era de un grupo llamado The Reindeer Section, totalmente desconocido para mí. No sabía de dónde era, quienes conformaban la agrupación o a qué género musical pertenecía. Me limité a escucharlo sin más y desde el primer acorde me quedé atónito. La música que brotaba de las bocinas era de una belleza aplastante, algo que nunca había oído, una cosa absolutamente conmovedora. El álbum se llamaba Son of Evil Reindeer y lo editaba la poco conocida disquera Relativity.
  Frente a tal portento, me puse a investigar quién estaba detrás de The Reindeer Section y descubrí a un joven músico escocés de nombre Gary Lightbody, quien había reunido a una pléyade de grandes colegas de su país para conformar lo que era de hecho un súper grupo, aunque sólo grabaría dos discos.
  Por un tiempo perdí la pista de Lightbody, hasta que en 2004 otro CD llegó a mí. Era Final Straw, el tercer disco de Snow Patrol, liderado precisamente por el buen Gary. Desde entonces, el grupo realizó varios álbumes más y es ahora que acaba de sacar su octavo opus, una maravilla intitulada Wildness (Republic, 2018).
  Siete años transcurrieron desde que Snow Patrol grabara el anterior Fallen Empires (Fiction, 2011) y este largo periodo se debió a los fuertes problemas de depresión, aislamiento y bloqueo creativo de Gary Lightbody. Lo que vivió en ese largo septenio, debido a sus padecimientos, se ve reflejado en las letras y en la música de Wildness, una obra llena de intensidad y hondura, de tristeza, pero también de esperanza.
  Con composiciones tan buenas como “Life on Earth”, “Empress”, “A Dark Switch”, “A Youth Written in Fire” o “What If This Is All the Love You Ever Get?”, el disco transcurre lleno de emociones, con esa sensibilidad y esa facilidad para las melodías entrañables que caracteriza al rock escocés y al melancólico estilo autoral del propio Lightbody.
  Una joya, uno de los discos importantes de este año.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 4 de junio de 2018

Lo eterno de La Barranca

Tras 22 años de andar el camino, La Barranca arriba a Lo eterno, su onceavo álbum en estudio, y lo hace en plenitud de forma, según deja ver esta entrevista con José Manuel Aguilera, el jefe de jefes de este proyecto, el más constante, consecuente y congruente de las últimas décadas dentro del rock que se hace en México.

“Para llegar al mar antes que hubiera carretera / tuvimos que avanzar primero abriendo brecha”, dices en “Brecha”, la primera canción de Lo eterno. ¿Sigues abriendo brecha o La Barranca ya está en plena autopista?
No, yo creo que un grupo como nosotros va paralelo a las autopistas. Vamos en paralelo a todo lo demás y no estamos en las grandes autopistas.

“Si no existe Dios, si no existe el cielo / si no hay purgatorio ni tampoco infierno”, cantas en el tema “Donde la confusión se suspende”. ¿Eres un hombre espiritual?
Yo pienso que todos los músicos de alguna manera creemos en lo inmaterial. Creo en ese tipo de cosas que no tienen explicaciones tan racionales, porque la música es así también y no sé si eso sea una cuestión mística en mí. Me preocupan de pronto las preguntas viejas de la humanidad, de los grandes filósofos. No sé si eso implique un misticismo, pero aunque nací en un hogar católico, no practico alguna religión.

¿Quiénes son esos cuervos “que se llevan en sus picos nuestros días, que se llevan en sus garras los recuerdos” a los que te refieres en “Cuervos”, el primer sencillo del disco?
Los quise utilizar como una imagen de cosas terribles que le pueden suceder a alguien. La canción está construida con exhortos: “ojalá que nunca pase esto, que nunca vuelen estos cuervos, que nunca soplen los demonios...”. Es un desear que nunca sucedan malas cosas.

En “Ceiba” hablas de que muchos han perdido el rumbo. ¿Eso lo has visto en la gente en general, en los músicos, en el rock nacional?
Un poco en todo eso. Esa canción en particular es la que más trabajo me costaría explicar, porque su letra es más hermética incluso para mí. Me sucede con esa canción y con otras que de pronto como que puedo convertirme en un personaje que no soy yo. No es José Manuel Aguilera el que está diciendo esa letra, sino otro personaje que ya ha aparecido en otras canciones de La Barranca. Un alter ego que no tiene nombre o identidad, pero es un tipo al que yo veo desde afuera y que habla de temas que tienen que ver con cosas del pasado remoto. Es una especie de filósofo prehispánico. Quizá producto de mis lecturas de Miguel León Portilla sobre el mundo náhuatl o de los poemas del rey Nezahualcóyotl. Ese tipo de poesía me gusta porque siento que, de una manera muy inconsciente pero asimilada, define un poco nuestra mexicanidad actual. Aunque entre los millennials ya nadie lee y probablemente no ha leído a esos autores, estoy seguro de que esas maneras de ver el mundo han permeado hasta nuestros días de una u otra manera.

¿A quién le hablas en tus canciones? Por ejemplo, cuando dices “considera que estás viva”, ¿te diriges a una mujer, a una musa, a la humanidad?
¡A una mujer! A esa misma a la que no quiero que los cuervos vuelen sobre ella.

En “Manos” dices que confías más en tus manos que en la razón. ¿A qué te refieres?
Yo creo que mis canciones se dividen en tres tipos: las amorosas (que son el 99.9 por ciento), las que hablan sobre lo que sucede en el mundo en que me muevo y hay un tercer tipo de canciones que no entran en ninguna de las otras dos categorías, piezas más oníricas. “Manos” es una canción de amor, pero es abierta. La letra resuelve el tema del amor de una manera muy física. O sea: “ No entiendo si me gustas o si estoy enamorado de ti, pero me gusta tocarte. Confío en mis manos y digo que quiero más”. Es algo más sensual que romántico. Esa canción, aunque fue pensada para una persona específica, a la que quiero darle el mensaje, al hacerla pensé también en mis manos de guitarrista y en no saber si está bien seguir haciendo música. Pero al final, las manos son las que mandan.

“Este mundo que se quiebra no se arregla con palabras ni con decretos”, dices en “El escarabajo”. ¿Cómo ves al mundo, cómo ves al país?
Estamos en un mundo muy fragmentado, en comparación con el que nos tocó vivir a ti y a mí, especialmente por el asunto de las redes y por cómo las cosas han llegado a lo sumamente individual. Hay pocos escenarios que permiten la colectividad. La gente ya no quiere ver a otra gente si no es por medio de Facebook. No digo que esté mal o que esté bien, sólo que es diferente, aunque creo que en ese orbe virtual la manipulación es más factible. Vivimos en un mundo donde es muy fácil que a la gente le tomen el pelo.

“Todas las historias se repiten”, mencionas en otro de los cortes del disco. ¿Crees que este álbum se repite con respecto a tu obra discográfica anterior?
Todas las historias se repiten y aun así tienen que escribirse. Las cosas de las que me gusta hablar y las razones por las que hago música siguen siendo las mismas, no sólo desde que empezó La Barranca, sino desde que empecé a hacer música. Eso no ha cambiado y, en ese sentido, este disco obedece a los mismos principios. Quizás a estas canciones se les pueda encontrar equivalentes con otras que he hecho; sin embargo, creo que las maneras son nuevas. Hay otro tipo de construcciones formales, otros procesos de composición, otras búsquedas respecto a cómo decir las cosas, otras intenciones de claridad en ciertos momentos y de oscuridad en otros.

Nada es eterno, nada permanece”, reza el tema final de Lo eterno. ¿Qué viene para La Barranca y para ti en la carretera de la vida?
No lo sé. Es una pregunta difícil. Alguien me preguntó hace unos meses si me imaginaba seguir tocando después de veinte años y mi respuesta fue que por supuesto que no. En México, para un grupo como nosotros, es hasta dañino hacer planes a largo plazo. La incertidumbre es absoluta. Ahora mismo no sabemos qué va a pasar a partir del 1 de julio. Entonces, cuando sientas que estas en un punto en que no sabes para dónde caminar, lo que tienes que hacer es seguir haciendo lo que te gusta. Por eso yo seguiré haciendo canciones, seguiré haciendo música.

(Entrevista que escribí para la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario y que se publicó el día de hoy)

domingo, 3 de junio de 2018

El maestro Cachirulo

Mi querido maestro de historia.
Hoy me vino a la memoria el mejor maestro que tuve durante mis doce años de formación escolar (abandoné la escuela en segundo de prepa, por razones que en este momento no viene al caso contar). Era mi profesor de historia de tercero de secundaria, en la Escuela Secundaria No. 29, “Miguel Hidalgo y Costilla”, en el centro de Tlalpan. No recuerdo su nombre, sólo su apodo. Le decíamos “Cachirulo”, porque tenía el cabello amarillento y enchinado y porque se parecía un poco al personaje inventado por el actor Enrique Alonso para su Teatro fantástico, un programa de televisión que pasaba cada semana por el canal 2 y que marcó a varias generaciones, además de la mía.
  Cachirulo era un maestro joven. No creo que llegara a los cuarenta años de edad. Era también un docente entusiasta e innovador que hizo que por primera vez me gustara aquella materia, la Historia, que con él dejó de necesitar aquella mayúscula inicial y solemne para ser simplemente historia, con minúscula, una asignatura menos pomposa pero mucho más amena e interesante. Gracias a aquel profesor, hoy soy un apasionado de esa disciplina.
  Sólo lo tuve un año, pero fue suficiente para dejarme marcado, porque además alentó mis inquietudes como escribidor en ciernes. En cierta ocasión, pidió a la clase que escribiéramos nuestra autobiografía y la acompañaremos de un autorretrato dibujado por nosotros mismos. Recuerdo el coro de desaprobación de la mayoría de mis compañeros frente a una tarea que les daba inmensa flojera. A mí, en cambio, me encantó la idea y me puse a trabajar con esmero desde esa misma tarde.
  A  tantos años de distancia (estoy hablando de 1969), ya no recuerdo qué fue lo que conté acerca de mi vida ni en qué forma lo hice. Sólo me acuerdo –de eso sí, con prístina claridad– que el maestro me felicitó enfrente de todos y dijo que tanto mi texto como mi dibujo habían sido los mejores. Seguramente me sonrojé hasta el último límite, como solía sucederme, pero lejos de apenarme, me sentí muy orgulloso y feliz.
  El buen Cachirulo (¿qué habrá sido de él? ¿Vivirá todavía? ¿Seguirá dando clases?) me dijo que se se quedaría con mi tarea porque quería guardarla y no me la regresó. La verdad es que me encantaría haberla conservado, para ver cómo había yo considerado mi vida a los catorce años de edad.
  Respecto al dibujo que también le gustó mucho a mi querido maestro de historia, recuerdo que para hacerlo lo copié de una foto mía, de “ovalito”, que era más o menos reciente y que la coloree basado en una ilustración de la revista Pop en la que aparecía el rostro de Elvis Presley en colores psicodélicos. Yo pensaba que el ganador en el autorretrato iba a ser mi primo Arturo o mi amigo Carlos Barroeta que eran los mejores dibujantes del salón, sobre todo este último. Pero Carlos (que tenía fama de perezoso) entregó una especie de garabato y cuando el profesor le preguntó por qué había dibujado eso, mi compañero se limitó a decir: “Es que así me veo yo”.
  Lo reprobaron.

sábado, 2 de junio de 2018

El PES por su boca hiede

¿Como explican quienes se dicen progresistas de izquierda la unión de Morena con el PES? ¿Cómo la defienden, de qué manera la justifican? ¿Cómo pueden ser cómplices de un partido tan impresentable y que pregona las mismas ideas ultramontanas de Provida? ¿Dónde quedó la ideología proto marxista que supuestamente mira al futuro y a la liberación de toda clase de opresión, cuando apuestan por ir brazo con brazo al lado del más rancio, tradicionalista, cerrado y derechista de los partidos mexicanos actuales?
  Por sus contradicciones y su falta de congruencia los conoceréis (y también por su vergonzoso oportunismo). En una clara muestra de la máxima (en este caso la mínima) que reza “el fin justifica los medios”, a los Paco Ignacio Taibo II, Carlos Payán, Alejandro Encinas, Pablo Gómez y demás sobrevivientes de la vieja izquierda mexicana, hoy cómodamente anidados en Morena, poco parece importarles compartir el colchón y las sábanas con personajes como Hugo Eric Flores (versión reciclada de Jorge Serrano Limón) y su Partido Encuentro Social que proclama su conservadurismo a ultranza en defensa de “la familia” (como si hubiese una sola clase de familia) y su rechazo terminante a reivindicaciones progresistas como el matrimonio entre personas del mismo sexo, la legalización de la marihuana con fines recreativos o la despenalización del aborto, entre otras.
  Ese mismo Hugo Eric Flores que proclama que entre AMLO y él existe “una unión espiritual porque compartimos ideales parecidos” y que “hay un líder con una gran sabiduría que es Andrés Manuel López Obrador, quien propone que llevemos esos temas (es decir, los que atañen a las minorías sexuales y al derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo) a consulta y yo estoy de acuerdo”.
  Hermoso acuerdo que llenaría de felicidad al partido conservador del siglo XIX mexicano y a los sectores afines al Yunque (como el “camarada” Manuel Espino, hoy orgulloso dirigente moreno).
  El PES por su boca hiede a peste reaccionaria..., pero sus aliados progres hieden peor.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 1 de junio de 2018

Para dártelas de entendido en rock (63)

Cuando el músico estadounidense Country Joe McDonald vio la actuación de The Who en el Festival de Monterey, California, en 1967, la describió como “una combinación de música y lucha libre” y contó: “Me encontraba en las primeras filas. Mi primer pensamiento fue: ‘¡Guau, están destruyendo sus instrumentos! ¿Cómo hacen para financiar eso?’. Nosotros teníamos que trabajar muy duro para comprar equipo y mantenerlo a salvo y la simple idea de destruirlo me parecía una estupidez”.