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jueves, 7 de febrero de 2019

… y cuando despertó, Café Tacuba seguía ahí

(Ilustración: Eduardo Salgado)
Cuando se habla de las raíces que dieron su insustancial sustancia a  esa entelequia que muchos llaman el rock mexicano, la discusión puede resultar tan amplia e interminable como delirante y bizantina. Que si el mismo viene de la época ingenua de los Teen Tops, los Locos del Ritmo, los Rebeldes del Rock y los Hermanos Carrión. Que si sus orígenes se remontan a la Tijuana que vio surgir a Javier Bátiz. Que si es tan sólo un mal producto de la primera generación de estadounidenses nacidos en México (Carlos Monsiváis dixit). Que si en realidad surgió como fruto derivado del rock español y argentino de los años ochenta. Que si su auténtica fuente de inspiración es la banda Timbiriche (lo que haría de Luis de Llano Macedo el único y verdadero padre del rockcito nacional). En fin.
  La cosa es que existen tantas vertientes dentro del rock que se hace en México que toda respuesta sobre su génesis puede ser equivocada o correcta. Porque, después de todo, ¿qué puede haber en común entre la música de El Tri y la de Porter? ¿Entre la propuesta de la banda Isis y la de Plastilina Mosh? ¿Entre los estilos de Charlie Montanna y Eli Guerra? ¿Entre las letras de Jaime López y las de Maná? Se dirá que eso habla de la gran diversidad que existe dentro del rock hecho en México. Tal vez. Pero también puede hablar de su gran falta de identidad.
  Entre que son peras o son manzanas, una de las agrupaciones que cuando menos ha tenido la decencia de decir que lo que hace no es rock, sino música mexicana contemporánea, es Café Tacuba. Si lo hace bien o lo hace mal es harina de otro costal, pero al menos su proyecto partió desde el principio de algo cercano a la honestidad artística.
  Cuando los llamados (de la manera más cursi) tacubos (aquí debo aclarar que siempre me he negado a cambiar la letra u de su nombre por la v labiodental, sorry) surgieron hace veinte años, muchos los vimos como una muy mala imitación de los entrañables Xochimilcas, sólo que sin su gracia y virtuosismo. Canciones como “Ingrata” no hicieron más que corroborar esa idea. En lo personal, la chillante voz de Rubén Albarrán (quién ha cambiado de nombre cada dos semanas para llamarse lo mismo Pinche Juan que Cosme, Anónimo, Rita Cantalagua o Ixcaya Mazatzin Tléyotl, entre varios otros apelativos un tanto cuanto mamoncillos) me resultaba tan desagradable como uñas que rechinan sobre un pizarrón. Sin embargo, desde aquellos días era notorio que su música no se parecía a lo que hacían congéneres contemporáneos suyos como Caifanes, Santa Sabina o La Maldita Vecindad.
  En 1994, tuve oportunidad de platicar con los integrantes de Café Tacuba para un libro de entrevistas que jamás vio la luz. Debo confesar que pensaba toparme con los clásicos seudo roqueritos que a cada pregunta responden con un monosílabo y que exudan su incultura, su ignorancia y su limitadísimo vocabulario. No fue así. Me encontré con cuatro tipos amables, discretos e inteligentes, con un discurso coherente y articulado, quienes se habían conocido no como músicos sino como diseñadores gráficos. No sé qué tanto haya cambiado su forma de ser en estos tres lustros, pero en aquel momento me dieron una buena impresión y pude entender lo que proponían desde un punto de vista creativo (aunque sus canciones no me gustaran). En especial, Albarrán fue el más explícito y claro en sus conceptos. Poco después, en 1996, los vi tocar en un concierto en el Teatro Metropólitan y tuve que aceptar su profesionalismo, su entrega en el escenario y la buena estructura de su espectáculo, muy entretenido y variado.
  Muchos años y varios discos del grupo han pasado desde entonces (si tuviera que mencionar a mi “favorito”, diría que Avalancha de éxitos me resulta el más aceptable de todos). Hoy, los miembros de Café Tacuba cumplen dos décadas de carrera (y lo festejan este 13 de junio en el Foro Sol del Distrito Federal) y su banda es una de las vacas sagradas de la música popular mexicana y si bien muchos los siguen considerando como roqueros (lo cual, como decía Arturo de Córdova, no tiene la menor importancia), lo cierto es que han ido más allá del estrecho mundo del rock que se hace en nuestro país, para establecerse como una entidad única, singular, y esa sola circunstancia es, por sí misma, una muy legítima distinción.

(Texto publicado en junio de 2009 en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

lunes, 17 de julio de 2017

Todos saludan al ladrón (entrevista con Colin Greenwood de Radiohead)

Hail to the Thief –algo así como “Salve al ladrón” o, quizá de manera más exacta,  “Alabado sea el ladrón”– es el más reciente trabajo discográfico de Radiohead, probablemente una de las agrupaciones más vanguardistas y propositivas del rock actual. Quinto álbum del quinteto británico, se trata de una especie de resumen de la música que han hecho a lo largo de su carrera, en especial a partir de The Bends (1995). Hay aquí referencias sonoras, aunque nunca explícitas, lo mismo del Ok Computer (1997) que del Kid A (2000) o el Amnesiac (2001). Sin embargo, no es un mero sumario de la obra del grupo lidereado por Thom Yorke, sino un paso adelante, una propuesta que –como ha sido siempre desde que la banda existe– marca nuevos derroteros, rutas a seguir, caminos a explorar. En entrevista telefónica desde París, Francia, Colin Greenwood, bajista de Radiohead, un tipo cálido y amable, habla a Milenio Semanal sobre este flamante opus de la agrupación.

¿Piensas que Hail to the Thief sea como un compendio de todos los discos anteriores de Radiohead?
Sí, ahora que lo dices creo que en esencia lo es. Puede verse como una combinación de lo que hemos hecho con anterioridad.

En este disco no hay tanta experimentación en estudio como la hubo en obras pasadas, la música suena más orgánica, más analógica. ¿Significa esto que Radiohead ha retornado de alguna manera al rock clásico?
No. Si bien en otros discos como Kid A o Amnesiac la experimentación era muy notoria, en este nuevo álbum existe una mezcla entre los elementos experimentales y los instrumentos convencionales. En ese sentido, Hail to the Thief no representa un regreso al rock clásico sino una evolución de la banda.

¿Por qué el nombre Hail to the Thief?
Queríamos un título fuerte, provocador, algo que fuera impactante. Es una frase tomada de una de las canciones de Thom (Yorke), la que abre el álbum (“2+2=5”) y que en una parte dice: “Todos saludan al ladrón / Pero yo no”. Y no nos referimos a un ladrón común y corriente, sino a todos aquellos ladrones que nos roban: las grandes empresas, las corporaciones, los gobiernos.

En el tema “Backdrifts”, Thom Yorke canta: “Somos fruta podrida / Somos buenos dañados / Qué demonios / Nada tenemos que perder”. ¿Por qué Radiohead tiene esa visión oscura de la vida? ¿Crees que todo esté tan mal? ¿Piensas que no hay esperanzas?
No, no… Es puro humor lo que hay en esa letra y en otras, simple ironía. Es una forma de hacer notar las cosas, pero tenemos otras canciones más luminosas.

En esta ocasión, han utilizado ustedes los conductos comerciales convencionales para promover el disco: lanzaron un sencillo en la radio (“There There”), grabaron un video para la televisión, dieron entrevistas a la prensa… ¿Significa esto que Radiohead ha terminado por aceptar las convenciones del mercado disquero?
Lo que sucede es que cuando hicimos Kid A desaprovechamos la oportunidad de promoverlo debidamente. Como no lanzamos sencillos, mucha gente se perdió de oírlo y fue una lástima, porque a mi modo de ver se trata de un gran disco. “Everything in It’s Right Place” hubiera sido un maravilloso sencillo. Creo que fue un gran error no sacarlo como tal. Por eso ahora quisimos entrar al mercado tradicional y su modo de operar.

Hablando del video, ¿cuál fue la idea detrás del uso de esa animación foto por foto?
Ese video tenía que ser animado. La animación nos parece algo divertido y ya la hemos usado en varias otras ocasiones. El video de “There There” quedó muy bien, el resultado es muy atractivo y fue gracias al concepto que creó Thom y que le dio un toque muy especial.

¿Existe algún corte del disco que te guste en especial?
Debería contestar que me gusta todo el álbum y así es, aunque si debo mencionar algunos temas diría que me gustan mucho “The Gloaming”, “Scatterbrain” y “A Punchup at a Wedding”.

Hay un gran número de nuevas bandas, como The White Stripes, The Kills, The Hives, que tocan un rocanrol, digamos, más puro. ¿Qué piensas de esa clase de agrupaciones?
Me gustan los White Stripes, creo que están haciendo cosas muy buenas, muy buen rock (Greenwood tararea de pronto el riff de "Seven Nation Army"). Sí, me gusta lo que hacen esos muchachos. Puedo decir que soy su fan.

¿Qué música estás escuchando en estos días?
Asian Dub Foundation es un proyecto que me encanta. Pero escucho una gran cantidad de cosas. Mucha electrónica. Me gusta el rock que se hace en Escocia. No sé, todo el tiempo oigo cosas diferentes. Hay demasiada música, es una locura.

En 1998, la revista inglesa Q designó al Ok Computer de Radiohead como el mejor disco de rock de todos los tiempos. ¿Estás de acuerdo con esto o es un caso de sobrevaloración?
Definitivamente es un caso de sobrevaloración. Ok Computer es un gran disco, pero hay muchos otros que lo superan. Simplemente los de los Beatles. Todo lo que podamos hacer viene después de los Beatles, estamos a la sombra de los Beatles.

¿Cuál es entonces tu disco favorito de todos los tiempos?
Buena pregunta… En realidad no tengo un disco favorito. Podría mencionar tal vez el de Otis Redding que trae “(Sittin’ on) The Dock of the Bay”. O quizás uno de Curtis Mayfield. Pero seguro tendría que ser uno de música soul.

(Entrevista publicada originalmente en la extinta y añorada revista Milenio Semanal en 2003)

domingo, 28 de agosto de 2016

El libro negro de la izquierda mexicana: la otra tragicomedia

La izquierda mexicana tiene una historia singular, propia, que la distingue de la de otras izquierdas en el mundo. En ella se entremezclan la tragedia con la comedia, el drama con el absurdo, la heroicidad con el disparate. Marxista pero nacionalista, leninista pero populista, stalinista pero surrealista, castrista pero mesiánica, nuestra izquierda transitó de la clandestinidad a la plena legalidad, mientras daba toda clase de traspiés y bandazos. Desde el anarquismo de Ricardo Flores Magón hasta el rockstarismo del Subcomandante Marcos y desde el izquierdismo atinadamente oportunista de Vicente Lombardo Toledano hasta la inefabilidad cuasi papal de Andrés Manuel López Obrador, ahí está la truculenta trama de nuestra peculiar gauche y sus peripatéticos personajes principales, trama que ha servido al escritor Julio Patán para desarrollar El libro negro de la izquierda mexicana (Temas de Hoy/Planeta, 2012), un texto necesario (a la vez que ameno y divertido) para comprender los más recientes cinco lustros de ese oscuro pero a la vez pintoresco sector de la política nacional.
  Con el autor es la siguiente entrevista.

Más que un ensayo, me parece que tu libro tiene un aliento narrativo y que es incluso una especie de crónica novelada.
Fíjate que lo viste muy bien. Lo que quise hacer fue una historia de la izquierda mexicana, de 1988 para acá, pero no con un tono académico sino con un sentido narrativo. No sólo creo que es un tema sobre el que hay que reflexionar, sino un cuento que nos conviene escuchar. La crónica nos permite entender de otra manera ciertos temas. El lector no sólo necesita una reflexión sobre la izquierda, sino oír la historia de la izquierda.

Una historia que es como la saga de una famiglia, con un cierto tufo mafioso.
Absolutamente. No soy muy avezado en política internacional, pero en España, en Francia, también pasa un poco eso. Hay familias políticas. Se incorporan, se escapan elementos, pero no dejan de ser núcleos más o menos compactos. En la izquierda mexicana pasa lo mismo. Esto tiene mucho que ver con que varios de sus fundadores vivieron una cuota importante de clandestinidad. Pero en alguna proporción, la nueva izquierda mexicana también tuvo padrinos. Por ejemplo, algunos veteranos del 68. Muchos de los más brillantes huyeron despavoridos, por razones que me parecen obvias, caso de Luis González de Alba. Pero sí, hay un sentido casi comunitario y tú podrías identificar a las ramas familiares actuales, entre ellas los residuos del priismo que la han ido absorbiendo. La gente que llegó del 68 al 88 tenía otro nivel moral y fueron las facciones más progresistas y mesuradas de la izquierda mexicana. Curiosamente, la recalcitrancia viene del viejo priismo, caso de López Obrador. En efecto, hay un momento en que estamos ante una especie de obra shakesperiana Región 4. La familia que se apuñala y se traiciona, pero se apoya y se recicla; que suma elementos y luego los expulsa, que pacta y despacta. Una obra shakesperiana. La comedia política.

Tus antecedentes personales son los de un hombre de izquierda, ¿la tuya es una revisión crítica de la izquierda desde la izquierda?
Quiero pensar que sí. No sé si me considero a estas alturas “un hombre de izquierda”. No sé si alguien puede considerarse tal cosa. Lo que sí creo, sostengo y defiendo es que la agenda de la izquierda de centro, de la izquierda socialdemócrata, de la izquierda mesurada, democrática, es más que aplicable a este país en este momento. Creo que esta izquierda mesurada merecía una oportunidad de gobernar al país. Hay gente que puede representarla, como Marcelo Ebrard. No vamos a deificarlo aquí, pero era un candidato muy razonable y se hubiera granjeado muchas simpatías de votantes indecisos. Irónicamente, una de las muchas cosas que le debemos a Andrés Manuel López Obrador es no tener esa opción de izquierda moderada. Tú lo ves en el debate con los otros candidatos y pareciera que el candidato de la derecha dura es él, cosa que sus seguidores firmes y ya no tan firmes no alcanzan a ver. Me escandaliza su reticencia a apoyar la despenalización del aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo. Con los derechos humanos y las garantías individuales no se hacen plebiscitos. Me parece escandaloso. Creo, sin embargo, que la izquierda debe gobernar a este país. Otra izquierda. Una izquierda más de a deveritas.

En el libro hay una especie de columna vertebral que conforman Cuauhtémoc Cárdenas, el sup Marcos y López Obrador. ¿Me puedes hablar de cada uno de ellos? Empecemos por Cárdenas.
Las ideas sobre la economía que puede tener Cuauhtémoc Cárdenas me parecen inquietantemente antiguas. Esas ideas estatistas, un tanto derivadas del echeverrismo, de grandes paraestatales, de grandes proyectos nacionales, han resultado comprobadamente fallidas. Quizás ahí se agotan mis críticas de fondo a Cárdenas. Creo en cambio que es un hombre de una absoluta decencia política, un demócrata que está muy razonablemente libre de tendencias autoritarias, un hombre articulado y culto. No sé si hubiera sido un buen presidente, pero creo que fue un extraordinario integrador de la oposición. De verdad tenemos una memoria muy corta y no reconocemos en la medida necesaria lo importante que fue Cuauhtémoc Cárdenas para aglutinar a la izquierda en un proyecto institucional de una importancia extraordinaria para el país. Es una voz, todavía, que de pronto se alza y pone un poco de mesura en los ánimos. Se trata de una figura muy rescatable desde muchos puntos de vista.

¿El subcomandante Marcos?
Marcos es como la síntesis de todos los vicios ideológicos de la izquierda. Creo que muestra los atavismos que teníamos en el año 94 y que todavía tenemos. Me parece escalofriante que una figura tan obviamente displicente en su trato con la propia comandancia indígena, con ese estilo de hablar sobrado, prepotente, de criollo ilustrado (en el peor sentido), con una retórica todavía tan guevarista, tan leninista, que en algunos momentos además adoptó un discurso casi racista, se haya convertido en un emblema de progresismo, de democratización u oxigenación de las viejas izquierdas. Su intento de reventar el proceso electoral de 2006 fue patético. Andrés Manuel López Obrador le ganó completamente el mercado de la izquierda, pero deberíamos regresar a él y estudiarlo más a fondo, con filo crítico, para entender también lo que ha pasado con una buena parte de nuestras izquierdas. ¿Cómo podemos seguir conservando ese tipo de fe? A mí me parece inconcebible.

¿… y López Obrador?
El de Andrés Manuel me parece otro caso profundamente paradójico. No veo un matiz de progresismo en López Obrador. Es un hombre conservador, un hombre que deja filtrar su cuerpo de ideas religiosas a su cuerpo de ideas políticas. ¿Cómo que un movimiento de regeneración nacional? A mí no me regeneres, a mí gobiérname. Si los votantes lo deciden así, gestiona bien, controla a tus subalternos corruptos, haz tu chamba, pero no me regeneres. No es función de un presidente regenerar moralmente a nadie. El comentario fue dicho en el debate, con un 97 por ciento de cobertura nacional, y a nadie le pareció escandaloso. Yo lo veo, cada vez más, como un hombre de derecha dura y recalcitrante, ultraconservador, montado en una plataforma populista de izquierda. Me sorprende que mucha gente no lo vea de ese modo. Su gran bandera es esa integridad que presume y yo en efecto creo que él no es un hombre corrupto, no creo que ese sea su problema. El problema es que la visión providencial del liderazgo suele acarrear corrupción en el entorno, porque cuando tú estás luchando por El Bien, como parece que lo está haciendo él, los pequeños males parecen muy justificables. Ponce, Bejarano, Juanito… Está bien, son cosas “muy menores”. Pero si empiezas a sumar, son muchas y él no se desmarcó de ellas.

¿Cómo ves a los seguidores de AMLO, sobre todo a los más recalcitrantes?
Hay un núcleo duro de seguidores de Obrador que representa a la parte más autoritaria del electorado mexicano. El seguidor duro de Acción Nacional y del PRI en general no tiene ese grado de arrebato revolucionario y de fe. Me parecería una base mínima de acuerdo entre todos los ciudadanos rechazar la descalificación, el insulto, la sátira grotesca a la que se ve sometido cualquiera que disienta tantito en las redes sociales. Es escalofriante. Me resulta terrible que López Obrador y el resto de la dirigencia no hayan salido al paso de esto. No es irrelevante que se calumnie a la gente, que se le insulte, que se le rebaje de ese modo. Creo que muchos hubiéramos agradecido que los dirigentes del Movimiento Progresista ratificaran su vocación democrática y salieran a defendernos a quienes no estamos de acuerdo con sus propios feligreses. Lejos de ello, se les ha incendiado con esta retórica del todo o nada, de la virtud o el pecado, del estás conmigo o estás contra mí, como si no hubiera tonos de gris en la sociedad mexicana. Me parece un retrato de lo peor de nuestra izquierda. Sé que hay cientos de miles y quizá millones de ciudadanos en México que simpatizan con López Obrador y son personas decentes, razonables y tolerantes, pero la militancia dura del obradorismo es una militancia lamentable, hay que decirlo con todas sus letras.

¿Existe alguna esperanza de que lleguemos a tener una izquierda moderada, democrática, moderna, insertada en el mundo en que vivimos?
Yo creo que el experimento de la izquierda que ha gobernado a la Ciudad de México ha sido bastante feliz. Cuauhtémoc Cárdenas sobrevivió muy dignamente en los dos años que estuvo como Jefe de gobierno. Rosario Robles lo hizo muy bien también, tuvo una agenda política muy inteligente, fue una operadora bastante eficaz, hasta que vino la colección de escándalos que conocemos. Marcelo Ebrard lo hizo más que razonablemente bien. A pesar de todo, esta es una ciudad habitable, una ciudad que ebulle culturalmente. El actual es un gobierno tolerante. Sabe gobernar para la pluralidad de ideas que habitan esta ciudad y ha traído muchos sanos ingredientes de las izquierdas modernas que encuentras en Europa, incluso en los Estados Unidos o en ciertas partes de Sudamérica como Chile y Brasil. Me parece que ahí está el embrión de una izquierda mucho más viable. A Mancera lo veo bien. Todo tiene qué ver con que Ebrard logre desmarcarse de las posiciones propias del obradorismo duro en el momento en que sea necesario y ese momento va a llegar pronto. Ebrard es el obvio sucesor de López Obrador en la organización de la izquierda y aunque hay facciones que son detractoras profundas de sus políticas, tiene capacidad para hacerlo. Tengo la impresión de que junto a esas facciones recalcitrantes y violentas de las que hablamos hace un momento hay muchos ciudadanos que entienden que hace falta otro tipo de izquierda y que tienen ganas de votar por ella. Esa es la lucecita de esperanza que tiene el progresismo en México. Aunque igual sigo siendo un optimista después de tantos años.

(Entrevista que realicé en 2012 y que fue publicada en la revista Milenio Semanal)

martes, 17 de septiembre de 2013

17 de septiembre de 1810: The day after

No era una mañana tranquila para el cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla. Acababa de llegar a San Miguel el Grande, Guanajuato, seguido por una turbamulta que en esos momentos superaba ya al millar de hombres, todos ellos desarrapados, harapientos, flacos y desnutridos, aunque ciertamente entusiastas y alegres. Eran en su mayoría habitantes paupérrimos del pueblo de Dolores, donde la madrugada del 16 de septiembre, es decir poco más de veinticuatro horas antes, el sacerdote responsable del curato había arengado a una relativa multitud no mayor a quinientas personas de muy humilde condición, para levantarse en armas contra el gobierno virreinal y para luchar por la independencia de la Nueva España, ya que la madre patria se encontraba en esos momentos sometida por el dominio francés, encarnado en el sátrapa José Bonaparte, hermano de Napoleón y mejor conocido como "Pepe Botellas".
  En la soledad de un cuarto austero, sentado a la orilla de un camastro duro y maloliente, Hidalgo tenía la vista fija en la pared de adobe. Estaba en una casa que le había dado hospedaje, luego del largo y agobiante recorrido realizado el día anterior, al frente de lo que pretendía ser un ejercito y era apenas un conjunto desigual y hasta ridículo de campesinos sin preparación militar o armamento alguno. Para eso se habían trasladado a San Miguel, para que el capitán Ignacio Allende convenciera a sus hombres del regimiento de dragones del ejército realista de integrarse a la causa libertaria.
  A don Miguel le dolía la cabeza. Se sentía débil y con náuseas. Sin embargo, lo que más le pesaba no era su malestar físico, sino el peso de la responsabilidad que se había echado encima.
  -¡Demonios! - exclamó para sus adentros, olvidado de que era un religioso. -¿Qué he hecho, por mi madre? Las cosas suceden demasiado rápido. Todo se ha precipitado y no estoy seguro de haber decidido lo correcto. El levantamiento estaba pactado para el primero de octubre. ¡Carajo! ¡Todo por culpa de esos malditos delatores que nos obligaron a adelantarnos! ¿Y ahora cómo hago para organizar a mi grey? Ninguno tiene idea de lo que es usar un arma. Apenas saben utilizar el asadón y tal vez el machete. ¿Cómo les vamos a enseñar a disparar un mosquete? Es más: ¿de dónde vamos a sacar los mosquetes?
  El cura de Dolores recordó los acontecimientos de la víspera y aun con sus tribulaciones, sintió una emoción muy profunda.
  -Estuvo bonito a pesar de todo -siguió pensando. -Hacía un condenado frío en la madrugada, pero cómo acudió la gente cuando hicimos sonar la campana de la iglesia y qué bien respondieron todos ante mi discurso. ¡Y qué discurso! Porque lo que sea de cada quién, me puse muy inspirado. Ni en mis mejores sermones dominicales había yo hablado con tanta claridad y hermosura. Hasta hice llorar a más de uno, incluída doña Josefa. "¡Viva la religión católica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la Patria y viva y reine por siempre en este continente americano nuestra sagrada patrona, la Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Muera el gobierno!". Ronco me quedé con tantísimo grito, caray. Pero estaba tan eufórico que la respuesta de la gente me emocionó y no pensé en lo que estaba poniendo a andar. ¡La revolución! ¡La guerra! Y ya no puedo echarme para atrás, mucho menos después de que ayer en Atotonilco tuve la ocurrencia de sacar la imagen de la virgen de Guadalupe del santuario y presentarla como nuestro estandarte. Ahí sí que esto creció una barbaridad. No hay vuelta de hoja. ¡Demontres! Tal vez debí haberle hecho caso a Juanito Aldama y esperarme otro poco. Pero me agarró caliente y con lo impulsivo que soy, me negué a detener las cosas. "Lo he pensado bien", le dije, cuando todo fue fruto de mis impulsos. "Veo que estamos perdidos y que no queda más recurso que ir a coger gachupines". Eso de "los gachupines" es infalible y jala mucho a la plebe que odia todo lo que huela a español. Y eso es lo que ahora me espanta. Ya supe que algunos de mis seguidores han estado robando y matando a los españoles de Dolores, Atotonilco y ahora de San Miguel. ¿Hasta dónde van a llegar su odio y sus saqueos? ¿Cómo podré frenarlos si yo mismo los eché a andar?
  Hidalgo se puso de pie y se acercó a una ventana. Al asomar, vio que cada vez había más gente en la placita que estaba frente a la casa. Todos estaban allí para seguirlo hasta donde él dispusiera, a dar la vida incluso por la causa. Hubiera querido salir por la puerta trasera, sin que persona alguna lo viera y huir, desaparecer para siempre de aquellos lares para regresar a la tranquilidad del curato y sus árboles y sus fuentes y sus plantíos de mora y sus cultivos de gusanos de seda. Pero era demasiado tarde. No había más que salir por la entrada principal y mirar a la cara a sus fanatizados partidarios cuando éstos lo ovacionaran. El sacerdote de cincuenta y siete años respiró hondo, se encomendó a Dios y a todos los santos y al abrir la puerta que daba a la calle, supo que su destino estaba sellado.

(Texto que escribí hace once o doce años y fue publicado en la revista Milenio Semanal en 2001 o 2002).

jueves, 12 de agosto de 2010

Una charla con Fray Servando Teresa de Mier


Controvertido aún hoy día, a 183 años de su muerte, Fray Servando Teresa de Mier es uno de los grandes precursores del movimiento de Independencia que este próximo 16 de septiembre cumple 200 años de haberse iniciado. Sacerdote con nombre de avenida, revolucionario y anticolonialista, el nativo de Monterrey, Nuevo León (1765), estuvo siempre al lado de las causas populares y se enfrentó con valor y temeridad a sus enemigos políticos –desde la Santa Inquisición hasta los iturbidistas-, para ser encerrado siete veces (aunque algunos historiadores hablan de catorce) en diferentes prisiones, de las cuales casi siempre se escapó. Vivaz, inteligente, irónico, el fantasma de Fray Servando sigue flotando por ahí y fue con él con quien conversamos… en un Sanborns.

¿Por qué era usted tan terco, tan empecinado, tan rebelde?
Yo creo que las circunstancias del país exigían ser empecinado, terco, rebelde. Alguien tenía que asumir una actitud categórica, definitiva, y yo lo hice, pero siempre con mucho sentido del humor. Hay cosas en las que no se puede ceder y yo nunca transigí.

¿Cómo hacía para escaparse de las cárceles?
La verdad es que ya soy más leyenda que otra cosa. Se habla de que realicé catorce escapatorias. Conque la mitad fueran verdad, sería suficiente para ser leyenda. Yo recuerdo que uno de mis grandes escapes, quizás el más espectacular, sucedió una vez que estuve en una de las cárceles de la Santa Inquisición, que de santa nada tenía. Los barrotes estaban separados lo suficientemente como para que una persona muy delgada pudiera escaparse. Entonces dejé de comer. A la comida que me daban, le quitaba toda la grasa y la untaba en la parte de abajo de mi cama y así la estuve juntando durante una buena temporada. Al no comer grasa, adelgacé enormemente y quedé lo suficientemente delgado como para caber entre los barrotes. Con la grasa que había almacenado, me unté todo el cuerpo y así fue más fácil traspasarlos. Pero había un problema: mi celda estaba en una parte alta. Por suerte tenía una sombrilla que me había regalado un arzobispo y con ella abierta me lancé desde arriba y caí en un carruaje que me aguardaba. Así que puede decirse que también soy precursor de los paracaídas.

¿Por qué negaba la existencia de la Virgen de Guadalupe?
Nunca negué la existencia de la Virgen de Guadalupe. En lo que jamás creí fue en la leyenda de las apariciones a Juan Diego. Lo interesante es que acabo de ver por la televisión –porque entre las actividades que podemos hacer los que ya estamos muertos está el ver lo que hacen ustedes los vivos- a un sacerdote católico, cuyo nombre no recuerdo y que trabajó con el abad Schulemburg en la Basílica de Guadalupe, quien hablaba de las apariciones con un sentido totalmente moderno, diciendo que éstas no eran como una proyección cinematográfica, sino que se trataba de apariciones de tipo interior. Yo soy el precursor de esos planteamientos modernos sobre la Guadalupana que hoy hacen algunos prelados, sin que ello signifique una traición a su fe. Yo diría que la Virgen, más que la madre de Dios, es la Diosa madre, esa madre universal, cósmica, que refieren todas las religiones, la Tonantzin de quien hablaban nuestros indígenas.

¿Valió la pena tanto luchar por la independencia para terminar en un falso imperio y en largos años de caos?
Bueno, no. Porque al final todo terminó en una república, encabezada por el mediocre de Guadalupe Victoria, un hombre honesto pero demasiado deteriorado por los tres años que vivió en la selva. No hizo grandes cosas, pero a fin de cuentas era un repúblicano que luchaba por la democracia. Es muy lamentable que la gente, incluso en la época de ustedes, se siga fijando más en los principitos que se ponían todo tipo de medallas, como Iturbide o Santa Anna o Maximiliano, en lugar de centrarse en todos los héroes republicanos como Juárez, Altamirano, todos los grandes hombres de la Reforma… o como yo mismo.

Al ver lo que es hoy nuestro país, ¿cree usted que valió la pena toda esa lucha, todos esos enfrentamientos?
Yo creo que la lucha por la democracia siempre valdrá la pena. La democracia es una porquería, pero de todas las porquerías es la menos mala.

¿Desde su punto de vista somos hoy un país independiente?
Evidentemente no. Cada ves somos más dependientes. La globalización amenaza con hacer que no existan países independientes. Por eso toda la lucha que puedan dar los jóvenes y todas las nuevas izquierdas globalifóbicas me parece muy importante.

¿Es la corrupción un mal inevitable, consustancial a la política mexicana?
No. Yo creo que es evitable. Lo que pasa es que tiene tal cantidad de subterfugios que no se ha podido evitar. Por ejemplo, recuerdo un momento de la historia de México, cuando estaba ese presidente que se llamó José López Portillo, en que se hablaba de que “la corrupción somos todos”, parodiando su frase de campaña de “la solución somos todos”. Entonces el actor Héctor Ortega hizo una película, Cuartelazo, que hablaba de Belisario Dominguez, para demostrar que no todos son corruptos. O personajes como Guillermo Prieto, ministro del gabinete de Juárez, a quien cuando murió le faltaban botones en su chaleco, porque no tenía dinero para comprarse unos, y así lo enterraron. Eso demuestra que la corrupción no somos todos. Habemos héroes nacionales que no somos corruptos ni transigimos con la corrupción.

De los partidos del México actual, ¿con cuál se identifica?
Me identifico con el futuro. Evidentemente soy una persona de izquierda. Ser de izquierda significa estar con la justicia, con la libertad y con la democracia. Esos tres valores siguen siendo defendibles y deberían seguirlo siendo siempre. Son valores eternos, son el sol que me guía y no se puede tapar el sol con un dedo.

¿Admira a algún personaje del México de principios del Siglo XXI?
Me gustan mucho las actitudes políticas de Rosario Robles –a pesar de todo lo que se diga de ella-, del mismo Cuauhtémoc Cárdenas. Incluso con todos sus errores, Marcos sigue siendo una bandera que es valiosa y que ha demostrado muchos valores positivos. Pero a lo largo de estos largos años de ser alma errante, he admirado a gente como Darwin, como Marx, como Freud, como Stanislavski, como Gaudi, como Duchamps.

¿Qué futuro le augura a México desde su visión decimonónica?
Qué barbaridad, qué pregunta tan difícil… Yo diría que es el mismo futuro de muchos países del Tercer Mundo. No nos queda más que dar una gran lucha. Ahora que tanto se habla mal de la Patria, yo creo que uno tiene que luchar por ella. Porque la Patria es como un escudo con el cual podemos defendernos de la enajenación, de la manipulación. A lo mejor la Patria es un concepto anticuado, ridículo, pero es una forma de identidad. Tal vez en el futuro tengamos una democracia global y abandonemos a la Patria para tomar decisiones colectivas a nivel planetario. Entonces tendremos una Patria mundial.

¿Persisten los rencores en el más allá?
Por supuesto. Los rencores no desaparecen ni desaparecerán nunca, porque nos nutren cuando estamos vivos. Los asimilamos, los tomamos del pasado y los seguimos haciendo vivos, aun después de muertos.

¿Algún mensaje para los mexicanos de hoy?
Bueno, no soy de la Western Union. No me gusta dar mensajes. No hay mejor mensaje que la vida propia. Nada más.

*Entrevista publicada en la revista Milenio Semanal en septiembre de 2003. La charla la hice con el actor Héctor Ortega, quien en esos días interpretaba a Fray Servando Teresa de Mier en la obra teatral 1822. El año que fuimos imperio que se presentaba en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario. Algunas fechas han sido actualizadas.

martes, 3 de marzo de 2009

¡Diantre de lagartija!*


El pasado 21 de febrero, Fannie Kauffman, Vitola, dejó de existir, a los ochenta y cuatro años de edad. Vayan las siguientes líneas como un sincero y humilde homenaje a la gran flaca.

Flaca. Flaquísima. Larguirucha y aflautada. Su cuerpo semejaba una letra i latina y su rostro, de similares contornos alongados, era el complemento perfecto para hacer de aquella mujer una especie de dibujo animado con vida propia. Nariz grande, boca de labios delgados, quijada acentuada, ojos expresivos y desorbitados, facciones que conformaban a un rostro vivaz, delirante, colocado sobre un cuello grácil que mediaba entre unos hombros huesudos y puntiagudos. Bastaba mirarla para que la sonrisa apareciera en la cara del espectador; pero al oírla hablar y verla actuar, la sonrisa tornaba a risa y ésta a carcajada. Su vis cómica resultaba natural, congénita, inevitable. Era Vitola, apodo que se convirtió en nombre propio, en marca de fábrica. Vitola: la antimusa de Tin Tan. Vitola: la antidiva del cine nacional. Vitola: la imposible cantante de ópera. Vitola: la canadiense que se volvió cubana y más tarde mexicana. Vitola: sinónimo de flacura al nivel del Rocinante de Don Quijote.

Flaca y sabrosa
Tal vez la escena más emblemática de esta singular actriz sea aquella en la que apareció por primera vez en la pantalla cinematográfica, al lado de Germán Valdés Tin Tan. Corrían una hora y veintitrés minutos de El rey del barrio (1949) de Gilberto Martínez Solares, estelarizada por el propio Tin Tan y Silvia Pinal, cuando en una estrambótica secuencia, el personaje que interpretaba el cómico llegaba a una rica casona, ataviado de traje, bastón y bombín, con gran bigote y piocha postizos, mientras se hacía pasar por un profesor de canto de origen italiano. La dueña de la casa era una mujer millonaria y flaca como una vara: La Nena. Con ceñido vestido de lentejuelas y grandes plumas en la cabeza, la mujer veía acentuada su alargada y esperpéntica silueta (“¡Qué bella, parece vela!”, le decía Tin Tan en españitaliano). Sentada al piano, luego de que el maestro la había despojado de pulseras y collar “para que no le pesen al tocar”, empezaba a cantar un aria operística (“Sempre Libera”, de La Traviata de Giuseppe Verdi), mientras el otro se burlaba de ella a sus espaldas (con risas de sorna que llevaban el compás de la música) y trataba vanamente de encontrar el momento propicio para golpearla en la cabeza. Luego él se sumaba a la pieza, en un dueto hilarante, e intercalaba en la letra la palabra “flaca”, a lo que ella respondía, sin perder la melodía y casi imperceptiblemente: “flaca y sabrosa”). Al final, ambos se enfrascaban en un enloquecido duelo de agudos que derivaba en literales cacaraqueos y en un fallido intento de ahorcamiento que Tin Tan trataba de disimular con entusiastas exclamaciones: “¡Maravilloso, canta usted como un ruiseñor! ¡Es usted un canario! ¡Es usted un cenzontle! ¡Es usted un verdadero chichicuilote!”.
Todo culminaba de la manera más surreal, con ambos personajes bailando con fe un irresistible mambo.

Alias Fannie Kauffman
Vitola nació el 11 de abril de 1927, en Toronto, Canadá. Sus padres, los Kauffman Weiner, la bautizaron con el nombre de Fannie y al poco tiempo la familia emigró a La Habana, Cuba, donde viviría durante cerca de dos décadas. Fue ahí donde la pequeña comenzó su carrera artística. Empezó a estudiar canto a los ocho años, pues su sueño era convertirse en una diva de la ópera. También estudió danza clásica, pero pronto descubrió que le gustaba la actuación y debido a su natural simpatía, lo que más se le facilitaba era la comedia. En 1938, sus papás la llevaron a hacer una prueba para un nuevo programa de radio que se llamaría La escuelita diaria. La talentosa chiquilla se quedó con el papel principal, al lado de dos famosos cómicos habaneros: Agapito y Timoteo.. Fue en esa emisión que ella adoptó el sobrenombre de Vitola, que era una marca muy prestigiada de puros cubanos.
Todo parecía indicar que Fannie iniciaba una prometedora carrera en Cuba. Sin embargo, en 1946 sus progenitores decidieron mudarse a México.

Adelante, mi chiflido
Instalados en el Distrito Federal justo al inicio del sexenio alemanista, los Kauffman apoyaron a su hija para que siguiera en la carrera actoral, ya que la idea de ser cantante de ópera había sido desechada por la propia joven de diecinueve años, debido a que –según comentaría ella misma muchos años después- “por mi delgadez y mi cara, la gente se reía de mí; no por no saber cantar, sino por mis gesticulaciones que provocaban la carcajada”. Fue así como, en ese mismo 1946, pudo realizar un pequeño papel en la cinta de Ramón Peón Se acabaron las mujeres, al lado de Miguel Bermejo y Rosita Fornés. El impacto de la delgadísima actriz en aquella gris película fue prácticamente nulo y prefirió refugiarse en los escenarios teatrales, mismos que le eran más familiares. Fue por ese entonces que contrajo matrimonio con el diplomático mexicano Humberto Elizondo Alardine, quien se enamoró de ella y la cortejó hasta llevarla al altar. Contaba Vitola que una vez, al salir de una función, “(Humberto) me fue a ver al camerino y me dijo: ‘La invito a cenar’. ‘Pues vámonos, le respondí’. Era yo muy aventada. Luego nos seguimos viendo y viendo hasta que de pronto me afirmó: ‘Me quiero casar contigo’. Nos casamos y en seguida nació mi primer hijo (quien se convertiría en el actor Humberto Elizondo)”.
Tres años más tarde, mientras participaba en una obra cómica en el teatro Arbeu, alguien llegó de incógnito a verla. Ella no podía imaginar que mientras actuaba en el tablado, desde un palco era mirada por los ojos atentos de uno de los actores más populares del México de los años cuarenta. Al día siguiente, un representante de Germán Valdés, el famoso Tin Tan, se presentaba ante Vitola con el fin de ofrecerle un contrato para la próxima película del cómico. Era 1949 y la actriz quedó ligada al proyecto de El rey del barrio, en el cual su personaje –la ya mencionada Nena- se enamoraba de Tin Tan (quien le ponía motes como Libélula o Mi chiflido), pero éste sólo la usaba para sacarle dinero (y decirle cosas como “qué diantre de lagartija tan avorazada y tan mal alimentada”) y luego la dejaba por su Carmelita (Silvia Pinal). Sin embargo, Vitola –es decir, La Nena- obtenía un premio: se casaba con El Carnal Marcelo y procreaban a un par de gemelitos.

Envenenada con champán
En total, fueron veintidós las cintas en las cuales Vitola alternó con Tin Tan. De entre ellas, cabe destacar a algunas como ¡Ay amor, cómo me has puesto! (1950, en la que la actriz aparecía como una traficante embaucadora), El vizconde de Montecristo (1954, en la que salía en el papel de asistente personal del vizconde) y Los líos de Barba Azul (1954, en la que hacía de una cantante de ópera a quien su marido envenenaba con champán). También participó en otras películas tintanescas como Viaje a la luna (1957), El fantasma de la opereta (1959), El tesoro del Rey Salomón (1962), Tin Tan, el hombre mono (1962) e incluso en Las tarántulas (1971), de la serie de filmes sobre Chanoc en los que participó un Germán Valdés ya en decadencia.
Vitola formó parte del sólido equipo de actores y escritores que Tin Tan mantuvo con él a lo largo de varios años, especialmente cuando colaboró con el realizador Gilberto Martínez Solares. Además de la actriz, en dicho staff estaban también el actor y gran guionista Juan García El Peralvillo, el actor y luchador Wolf Ruvinskis, el actor cómico Joaquín García Borolas, el extraordinario actor enano René Ruiz Martínez Tun Tun, así como Ramón Valdés (hermano del propio Germán) y, por supuesto, el entrañable Marcelo Chávez.

Más allá de Tin Tan
A pesar de su estrecha relación con Tin Tan, Vitola hizo una carrera que incluyó teatro, televisión y cine con otros directores y actores. Así, participó en cintas como También de dolor se canta (1950) de René Cardona, al lado de Pedro Infante y Óscar Pulido, en la que daba vida a la esposa cómicamente histérica de éste y madre de aquél; Miradas que matan (1954) de Fernando Cortés, al lado de Adalberto Martínez Resortes, otro de sus grandes amigos de vida; Club de señoritas (1955) de Gilberto Martínez Solares, con parte del equipo de Tin Tan pero sin Tin Tan (la estrella era Joaquín Pardavé); El hombre de papel (1963) de Ismael Rodríguez, drama con Ignacio López Tarso en el que Vitola interpretó a una madura prostituta; Lola la Trailera (1983) de Raúl Fernández, con la inefable Rosa Gloria Chagoyán. La última cinta de las cerca de cuarenta en las cuales participó Fannie Kauffman fue la más bien lamentable Metiche y encajoso (1989) de Alejandro Todd, al lado de Luis de Alba y Edna Bolkan.
Con tres matrimonios y tres divorcios a cuestas que le dieron cuatro hijos (los dos más jóvenes murieron en 1987), Vitola decidió dejar la actuación por completo al cumplir los setenta y dos años, en 1997. Casi toda su fortuna (incluidas dos mansiones) la perdió en el poker y al final sólo se quedó con una casa en la calle de Uxmal, en la colonia Narvarte, donde pasó sus últimos años. Ahora que ya no está, quedan sus películas y el grato recuerdo de una mujer que dio a la gente algo que muy pocos pueden darle: la posibilidad de reír.
Como diría Tin Tan: ¡diantre de lagartija!

*Publicado esta semana en la revista Milenio Semanal No. 593. De venta en puestos de periódicos y locales cerrados.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Ocho años de decir "Óoorale!" (Entrevista con David Estrada)


Es una publicación que despierta toda clase de prejuicios, todo tipo de suspicacias. Se le considera (casi siempre a primera vista y sin dignarse a abrirla y mucho menos a leerla) vulgar, corriente, hueca, indigna, de mal gusto. Nada más lejos de la realidad…, aunque también nada más cerca. Porque sí: la revista Óoorale! juega con el lenguaje que los exquisitos consideran vulgar y corriente, pero lo hace de manera ingeniosa, divertida, satírica y para nada hueca o indigna. Es, para mejor decirlo, una revista de muy buen mal gusto. Ahí donde publicaciones como TV Notas o TV y Novelas se toman en serio al periodismo chismoso y farandulero, Óoorale! le da la vuelta para burlarse del mismo y hacer reír al público al cual va dirigido… y a muchos lectores de clóset que la devoran a escondidas.
Óoorale! cumple su octavo aniversario de aparecer cada semana en forma ininterrumpida y con su director, David Estrada, es la siguiente charla.

¿De dónde vino la idea para hacer una revista como Óoorale!?
El primer pinino de lo que sería Óoorale! fue una revista de 1999 que se llamó Cuéntamelo todo, dirigída por la periodista Martha Figueroa y de la cual yo era reportero. Se pretendía hacer una publicación tipo el National Enquirer o The Sun, es decir, un tabloide de color del mundo del espectáculo, adaptado al medio mexicano. Pero sólo aparecieron dos números y Martha ya no quiso saber nada. Uno de los dueños y de los creadores de Cuéntamelo todo era Rafael Amador y con él estuvimos como seis meses maquinando cómo replantear el proyecto y decidimos hacer una revista como ésta, como Óoorale!, cuyo objetivo principal es transformar a las estrellas en mortales, enseñarle a la gente que los llamados artistas van al baño, se peinan, hacen caquita, hacen pipí, comen, les da diarrea, les pasa de todo, como a cualquier persona, y quitarles esa aura sublime de seres inalcanzables que mucha gente les otorga. Fue así que creamos Óoorale!, en el año 2000, pero nuestro primer número fue muy fresa.

¿A qué te refieres con “fresa”?
A que en ese primer ejemplar hablamos de la boda de Guadalupe Loaeza, de la boda de Gustavo Adolfo Infante… y cuando la vimos impresa, dijimos: “¿qué es esto?”. Ya ni la queríamos presentar. Pero seguimos y fue en el número 3 que publicamos una fotografía de Paulina Rubio en la que cruzaba la pierna y se veía claramente que no traía calzones. Bien palpable todo: no traía calzones. Rafael y yo, que éramos los directores editoriales de la revista, decidimos sacar la foto a todo el tamaño de la portada y poner como cabeza un texto que en los medios de comunicación en México nunca se había puesto: “¡Enseñó todo! ¡Paulina Rubio no trae calzones!”. Un encabezado claro, totalmente explícito, sin decir mentiras, sin eufemismos. Ese número 3, de cien mil ejemplares, vendió ciento diez mil. La gente la aceptó y a partir de ahí supimos la línea que teníamos que seguir.

¿Cómo surgió el nombre del semanario?
El nombre de Óoorale! vino en una junta en la que estábamos Rafael Amador, Camilo Sansores, Rocío Vargas y yo. Los títulos que ellos sugerían a mí no me gustaban. El que iba a quedarse era Los secretos de las estrellas, pero imagínate llegar al puesto de periódicos y decirle al vendedor: “Me da Los secretos de las estrellas”. Se oye muy cursi. Tenía que convencer a los otros tres de que no era un buen nombre, pero a cambio tenía que proponerles otro. Quedamos en vernos al día siguiente para eso y Rafael dijo: “Órale, entonces nos vemos mañana”. Entonces me vino una luz y les dije: “¡Ese es el nombre que debe tener la revista: Óoorale!”. Hubo mucha resistencia, todos estaban en contra mía, pero yo insistí, me fui a ver a la diseñadora y le pedí que me hiciera un logotipo con esa palabra. Cuando al otro día les mostré el resultado gráfico, les encantó y lo aprobaron…, aunque me impusieron a chaleco lo de “los secretos de las estrellas”. Por eso la leyenda aparece abajito del título, aunque cada vez la hacemos más chiquita.

Pero supongo que el estilo ha ido cambiando paulatinamente.
El estilo de la revista se fue dando poco a poco, aunque buscamos que nuestros colaboradores fueran gente siempre polémica. Nuestra primera colaboradora de esoterismo fue La Paca. Nos hacía los horóscopos y nos mandaba sus recetas desde la cárcel. Con su varita mágica, ésa que tenía en el rancho “El Encanto”, les leía el futuro a los famosos. Un colaborador eterno en Óoorale! es Matarili, quien durante años tuvo una columna de espectáculos en Ovaciones. Por otro lado, empezamos a crear un concepto que hizo que los hombres comenzaran a leer este tipo de temas. Claro que para ello incluimos fotos de mujeres con muy poca o nada de ropa. En el tabloide inglés The Sun hay una sección muy famosa que es la Página 3, que aquí se fusiló precisamente el Ovaciones. Nosotros hicimos algo parecido en la página 5, donde aparece una chava en topless, pero le añadimos la frase de la semana, de contenido pícaro y erótico, que nos mandan los propios lectores. La revista está dirigida al pueblo, a la raza, a la banda, al grueso de la población mexicana que no tiene un sueldo como el que tienen los profesionistas. Necesitábamos hacer un medio para que esa gente se riera y pudiera olvidar sus problemas, la carestía, el pago de la renta y de la luz. Que se olvidaran de las broncas con la vieja. La idea es que salieras de tu casa cada martes, compraras la revista y te la fueras leyendo en el metro, desde Taxqueña hasta El Toreo. Metimos pasatiempos, como antes lo hiciera el Cine Mundial, y dieron muy buen resultado.

¿Cuál fue tu formación como periodista?
Soy egresado de la UNAM, de la ENEP Acatlán. Cuando se dio la huelga aquella del Mosh, había clases extramuros, pero yo tenía necesidad de trabajar y empecé a hacer prácticas profesionales en Radio Centro. Después comencé a laborar ahí como redactor y como reportero de guardia. Me mandaban a todo lo que nadie quería ir. Fue en esa estación donde conocí a Martha Figueroa. Ella me echó la mano, me jaló al proyecto de Cuéntamelo todo y me introdujo en el medio de los espectáculos. Sin embargo, el verdadero periodismo lo aprendí en la calle. Yo era un periodista rudo y crítico, al contrario de Rafael Amador, quien estaba formado en la línea del periodismo de espectáculos más tradicional, el de revistas como Tele Guía. Nos complementamos. Hacíamos una mancuerna muy buena. Tiempo después él se fue, yo me quedé como director y ya tuve la libertad para transformar el estilo de la revista en lo que es hoy día.

¿De qué manera han influenciado, tu equipo y tú, al medio de la farándula?
Bueno, le hemos quitado lo solemne, fresa y romántico para darle una cuota de humor y un baño de pueblo. También hemos contribuido con detalles que se han quedado. Por ejemplo, nosotros bautizamos a la Tetánic. Cuando el alguna vez famoso Ness de Big Brother vino a México para presumir el tamaño de su pene, fuimos la única revista que reprodujo la palabra en portada. Pusimos: “Ness, el súper pene español”.

¿Se han enfrentado a la censura?
No exactamente. Una vez hubo una llamada de atención y nos mandaron a un curso de género en Gobernación. Pero lo entendimos, entendimos que no debíamos usar términos como “jotito” y otros que pueden agredir la sensibilidad de determinados grupos sociales. Eso nos permitió darle un giro al lenguaje, buscar ser más creativos, más ingeniosos en ese aspecto, y lo logramos. Aunque muchos digan que no tenemos ética, tenemos una autorregulación, un código interno. Jamás nos metemos con enfermos terminales y mucho menos con los niños. Cuidamos mucho no tocar los valores más tradicionales del pueblo: la mamá, la familia, etcétera. Somos, eso sí, una revista exagerada. Si alguien dice que determinado personaje tenía roto el pantalón, nosotros nos vamos al extremo y escribimos: “Tenía roto el pantalón y se le veía el calzón y el calzón estaba sucio, ahí se le ve…!”. Nos vamos más allá de lo que todos ven, por eso somos impactantes. Pero nunca decimos mentiras. Reza el lugar común que la realidad es más impactante que la fantasía. A mí Rafael Amador me decía: “En el momento en que se te acabe la creatividad, recurre a la realidad”. Así somos en Óoorale!

Pero no es una revista familiar, ¿o sí?
Fíjate que uno de nuestros objetivos es que el domingo que te sientas a comer con tu familia, tengas algo de qué platicar que no sean los problemas económicos o la renta y demás. Que sea sentarte y decir: “¿Ya viste que Paulina Rubio no traía chones? ¿Te fijaste en el video porno que sacaron de Michelle Vieth? ¿Será o no será el de la foto Imanol? ¿Viste las fotos de María Félix cuando la exhumaron? Eso es lo que ha pasado con Óoorale! Un día se nos ocurrió poner en portada a Adriana Cataño que era en ese tiempo la chava que tuvo un hijo con el actor Jorge Salinas y Jorge era casado. Adriana aparecía enseñando la pompa, empinada, y a Rafael Amador se le ocurrió cabecear con “Estas nalguitas fueron su perdición”. La combinamos con una imagen de Jorge Salinas con cara de asombro. Como quince días después, el mismo actor acudió a las oficinas para que le tomaran unas fotos que saldrían en Mi Guía, que también dirigía Amador, pero se metió a los cubículos de Óoorale! para reclamarnos y jurar que jamás se dejaría tomar fotos por parte de nosotros. Por eso nuestros fotógrafos nunca llevan gafete de la revista, porque algunos nos huyen. Aunque muchos famosos nos leen, incluso en los Estados Unidos. Hasta en las cárceles gringas la consumen. Nos han querido demandar, pero sólo una vez lo hicieron y no prosperó.

Dices que ustedes bautizaron a la Tetánic.
Fue hace mucho, cuando había un programa en Canal 13 que se llamaba Domingo Azteca, conducido por Karina Velasco, la hija de Raúl, el de Siempre en Domingo. El productor era Alberto del Bosque y un día que estaban grabándolo, Alberto me dijo: “No seas mala onda, entrevista a esa tipa. Se llama Roxana Martínez. La traje de Argentina que porque allá era muy famosa y aquí nadie la conoce y tiene un contrato por seis meses”. La entrevisté y me contó que en Buenos Aires había actuado en una obra que se llamaba El Titanic. Entonces, al ver sus pechos, se me ocurrió lo del apodo de la Tetánic. Publiqué la nota en Óoorale! y le armamos una polémica con Lorena Herrera. El caso es que empezó a volverse conocida y un día la invité a hacerse unas fotos y me gritó que no quería que le dijéramos la Tetánic, porque era un apodo horrible. La convencí de las fotos y en la sesión su marido también me reclamó por ese sobrenombre, me insistió en que ella se llamaba Roxana Martínez. Pero yo insistí en llamarla así en la revista. Como a la semana de publicar sus fotos con ese apodo, vino a verme, me trajo unos chocolates y me enseñó las tarjetas que se había mandado a hacer… como Roxana Martínez, La Tetánic que es como hoy todo el mundo la conoce. Al igual que esa, hay muchas más anécdotas que contar de cosas que nos han sucedido a lo largo de estos ocho años. Pueden decir lo que quieran de nosotros, menos que somos mentirosos o que no somos profesionales. Tenemos un excelente equipo editorial, un inmejorable cuerpo de reporteras. Nos apegamos a los géneros periodísticos y cuidamos el buen uso del español (nuestro corrector de estilo, Joel Aguirre, es licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva, está en contacto con gente de la Real Academia de la Lengua y escribe, en el Óoorale!, una columna sobre cuestiones idiomáticas llamada “Usa bien la lengua”). Ya tenemos también una página en internet (www.revistaooorale.com.mx) y hay varios planes por delante. Muchos la rechazan sin conocerla, pero, la neta, Óoorale! es mi pasión.

(Publicada esta semana en la revista Milenio Semanal No. 579)

lunes, 17 de noviembre de 2008

Annie Leibovitz contra Richard Avedon


París, Francia. La Casa Europea de la Fotografía y la galería Jeu de Paume fueron las sedes de un par de exposiciones de primerísimo nivel. Annie Leibovitz y Richard Avedon, respectivamente, se encontraron durante el verano y parte del otoño en esta ciudad siempre asombrosa, siempre novedosa y a la vez siempre clásica.
La Casa Europea de la Fotografía es un recinto situado en la rive droite del río Sena, cerca del fantástico barrio de Le Marais, del Museo Picasso y de la casa de Víctor Hugo. En sus instalaciones se presentó, del 19 de junio al 14 de septiembre pasados, la muestra itinerante A Photographers Life, 1990-2005 (hoy día, la expo se presenta en la ciudad de Londres, Inglaterra). Tuve el privilegio de estar ahí justo un día antes de que se cerrara –es decir, el sábado 13 de septiembre– y pude seguir paso a paso la cronología que ofrece la instalación fotográfica, ya que aparte de muchas de las más célebres fotos de esta artista de la lente nacida en los Estados Unidos (1949, Westbury, Connecticut), exhibidas en grandes dimensiones, había dos narraciones más o menos cotidianas en las cuales literalmente se relataban –por medio de pequeñas fotos- las historias de la escritora feminista Susan Sontag, quien fuera amante de Annie, y del padre de ésta, Samuel Leibovitz, cuyas muertes, tan distintas y a la vez tan semejantes, ocurrieron muy cerca en el tiempo.

Así, mientras por un lado podían verse estupendos retratos de personajes como Patti Smith, John Lennon y Yoko Ono (la de la célebre carátula en Rolling Stone), Leonardo Di Caprio, Scarlett Johansson, Jack Nicholson, Iggy Pop, Nicole Kidman, Brad Pitt, Bruce Springsteen, los White Stripes, Demi Moore embarazada (la famosa portada de Vanity Fair) y hasta George W. Bush con todo su staff presidencial, por el otro, el intimismo de las series sobre Sontag y el señor Leibovitz provocaba al mismo tiempo pudor y simpatía, calidez y compasión ante la muerte.
También había en la exposición impactantes imágenes de la guerra en los Balcanes, en especial la fotografía de una bicicleta tirada en el asfalto, poco después de que el adolescente que la tripulaba fuera cazado por la bala de un francotirador. De igual manera, y en sentido contrario, se exhibían sencillas fotos de las hijas gemelas de la fotógrafa y de algunas comidas y reuniones familiares.

El cazador de imágenes
Mientras tanto, en la galeria Jeu de Paume, situada al extremo poniente de las Tullerías, frente a la Place de la Concorde, la exposición Richard Avedon, Photographs 1946-2004 mostraba el genio de este artista tan despreciado en su momento (se le tildaba de fotógrafo de modas) y tan reconocido posteriormente. Avedon (1923, Nueva York-2004, París) era capaz de penetrar hondamente en la psicología de sus fotografiados, a pesar de que él siempre perjuró (tal vez con aguda ironía) que su trabajo era absolutamente superficial, ya que –decía- la foto no puede mostrar sino el exterior de las cosas y las personas. Sin embargo, basta con ver sus multiples retratos, cuyo denominador común son los fondos blancos y una perfecta austeridad, para descubrir que si algo tenía su trabajo era una enorme hondura.
La exposición en el Jeu de Paume quiso abarcar los dos lados básicos de la obra de Richard Avedon, es decir, su labor como fotógrafo especializado en modas (fue portadista de revistas tan prestigiadas en ese rubro como Harper’s Bazaar, Egoiste y Vogue, cuyos estilo e imagen revolucionó, al sacar a las modelos a las calles y transformarlas de objetos en sujetos fotográficos) y, sobre todo, su quehacer como retratista casi pictórico: cada imagen de Avedon es un cuadro tan expresivo como los de los pintores renacentistas que se pueden ver en el Louvre.

Doscientas cincuenta fotografías conformaron la muestra, una cantidad más que suficiente para demostrar el genio del fotógrafo norteamericano en París, donde por cierto desarrolló una buena y muy significativa parte de su carrera, ya que la ciudad le sirvió como escenario para varias de sus fotos de modas y para morir en ella hace justo cuatro años.
Aparte de las fotografías de grandes personalidades del arte, la cultura y la política incluidas en la muestra del Jeu de Paume (Charles Chaplin en sus años maduros, los Beatles, Bob Dylan, Jean Renoir, Katharine Hepburn, Isak Dinisen, Allen Ginsberg, Henry Kissinger, George Wallace, Dwight Eisenhower, John Huston, Alfred Hitchcock, Igor Stravinsky, Samuel Beckett, Ezra Pound, Francis Bacon, Jacques-Yves Cousteau, Alberto Giacometti, Buster Keaton y, por supuesto, Marilyn Monroe), en la misma destacan por sus peculiaridades algunos trabajos. Un ejemplo es la enorme foto de Andy Warhol y los miembros de The Factory, un verdadero mural fotográfico que ocupa una pared a todo lo largo y en el cual Avedon nos pone frente a una galeria de individuos al mismo tiempo estrambóticos y sofisticados, una imagen alucinante del padre del arte pop neoyorquino y todo su crew. He ahí, en un solo retrato colectivo, la síntesis de la revolución artística y sexual de los sesenta.

Personajes en fondo blanco
El empleo de fondos blancos en sus fotografías de personalidades las convierte en personas de carne y hueso, sin importar su fama o su aura de inaccesibilidad. Avedon hizo de ese sencillo recurso todo un sello, un estilo iconográfico que nos permite penetrar en el alma de los personajes registrados por su lente. Tal vez fue por ello que el Amon Carter Museum de Fort Worth, Texas, le encargó la asombrosa e impactante serie fotográfica In the American West. El artista se adentró en el Medio Oeste de los Estados Unidos para captar los rostros de decenas de individuos de la clase trabajadora norteamericana y utilizó con ellos la misma técnica empleada con las llamadas luminarias: el fondo blanco.

Dado que carecía de las posibilidades para montar un estudio durante su viaje por Texas, Colorado, Nevada y California, Avedon se las ingenió para capturar la dualidad de sus expresivas-inexpresivas caras, al colgar una sábana blanca en la parte trasera de un camion y colocar entre ella y su cámara a los anónimos personajes que fotografió. Meseras, vagabundos, desempleados, mineros del carbon, apicultores, granjeros, cazadores de serpientes y otros integrantes de la clase más empobrecida de la Unión Americana posaron frente a su mirada escrutadora, diseccionadora, y produjeron instantáneas que cimbran al espectador. In the American West, que ocupa la última parte de la muestra parisina en homenaje a Avedon, es en sí misma una exposición independiente perfectamente montada.

Annie Leibovitz contra Richard Avedon
Annie Leibovitz reconoció siempre la influencia que Richard Avedon ejerció sobre ella. Aunque resulta claro que la fotógrafa trató de ser una alumna aventajada y diferenciarse del maestro, hay diversos rasgos avedonianos en su trabajo. Incluso la forma como ella siguió el proceso de la enfermedad y la muerte de su padre es prácticamente identica a la que el de Nueva York efectuó con el suyo propio, Jacob Israel Avedon, hasta que éste falleció de cancer.

Comparar la obra fotográfica de ambos artistas estadounidenses es un ejercicio no sólo interesante y aleccionador, sino divertido y lúdico. Ambos se interesaron por fotografiar a las grandes personalidades de los ultimos cincuenta años, pero ambos también se preocuparon por dar testimonio de la historia (Avedon en Vietnam e Irak, Leibovitz en la guerra de los Balcanes). Trabajaron para grandes revistas internacionales y se codearon con la aristocracia (hay que ver las fotos de la reina Isabel de Inglaterra por Annie Leibovitz o las de los duques de Windsor por Richard Avedon) y las élites políticas de Washington (él, con el gabinete de George Bush padre; ella, con el de George Bush hijo), pero su compromiso más importante fue con la manifestación artística del oficio, del arte, que eligieron para expresarse: la fotografia.

(Publicado esta semana en Milenio Semanal No. 579)

lunes, 25 de agosto de 2008

Los giros negros de Enrique Serna*


“La política cultural de México es como
la cereza de un pastel que no existe”.


Por Hugo García Michel y Paulina Chávez Vera

En su más reciente libro, Giros negros (Editorial Océano, 2008), el escritor Enrique Serna reúne varios artículos publicados en diferentes medios a lo largo de los más recientes diez años, textos que dan fe, con amenidad, ironía y sabrosura, de los cambios que ha sufrido (nunca mejor usado este verbo) la sociedad mexicana en aspectos tan aparentemente nimios pero tan trascendentes como la vida nocturna, la cotidianeidad, la televisión, el cine y otros vicios virtuosos. Con el también autor de El miedo a los animales y El orgasmógrafo es la siguiente charla a tres voces.

En Giros negros retratas una época que aunque es cercana, al mismo tiempo se mira lejana, por la cantidad de cambios que ha habido en México a lo largo de esta última decada.
Los textos reunidos en el libro van de 1997 a 2007, más o menos. La primera sección se refiere a los giros negros de la vida nocturna. Creo que en ese terreno ha habido un retroceso. La vida nocturna que me tocó conocer en los años setenta era más humana, más placentera, con menos peligros que en la actualidad. Particularmente me refiero a los tugurios que era lo que yo más frecuentaba. En aquella época, aún había muchos cabarets de burlesque que permitían cuando menos tener cierto trato social. Uno platicaba con las vedettes, había variedad; eran mucho más divertidos que los antros de table dance de hoy que son muy decepcionantes y están muy deshumanizados. Esto no lo digo como un moralista, sino -al contrario- como un cliente bohemio. Este viraje es muy lamentable, pero me temo que es irreversible, porque los clientes que van ahí, que son en su mayor parte jóvenes, no conocieron los tugurios de antes y se conforman con lo que les dan y por tanto esto va a seguir empeorando.

En tu novela El miedo a los animales la coprotagonista de la historia es una teibolera y ahí no hablas tan mal del ambiente de los table dance.
No, en El miedo a los animales la protagonista es una vedette del viejo estilo, no una teibolera. Incluso hace un número con un cigarro y fuma con salva sea la parte. Al contrario, en ese libro ella empieza a sentir la competencia de las teiboleras que ya llegan en ese momento a los antros y que están desplazando a mujeres como ella que ya tiene más de treinta años. Porque las teiboleras generalmente son mucho más jovencitas.

¿Por qué te parecen más atractivas las prostitutas con ese aire melancólico que las cínicas de ahora?
No es tanto una preferencia personal. En el libro me refiero más bien a la atmósfera que tenían los antros en la época de los grandes compositores de boleros en México, la época de Agustín Lara, Luis Alcaraz, Álvaro Carrillo. Por ejemplo, el tugurio de La Bandida, a donde llegaban estos compositores. En tiempos de Lara, los boleros prostibularios estaban prácticamente creando un arte de amar que luego adoptaron las personas “decentes”. Porque en esa época, hasta la señora más respetable hubiera querido secretamente que la llamaran aventurera o perdida. Ese tipo de sentimientos nació cuando el artista bohemio tuvo la ilusión de redimir a aquellas prostitutas y eso es algo que en las actuales condiciones noctámbulas difícilmente puede existir. Se ve en las letras pasteurizadas de Armando Manzanero, quien siempre me ha parecido un sobrevalorado. Es como toda la trova yucateca: boleros de manita sudada. También lamento mucho que se esté abandonando a la música ranchera y que de hecho esté en vías de extinción. Es una de las mutilaciones culturales más terribles que nos han pasado.

¿Cuándo se dio la transformación en las entrañas de la vida nocturna?
Por allá de 1995 o 96, a raíz del tristemente célebre “error de diciembre”. Fue cuando más se envileció la vida nocturna y se volvió más delincuencial y siniestra. Esa es mi apreciación subjetiva como noctámbulo.

En uno de los textos de Giros negros mencionas que ahora, con los frotamientos de las teiboleras sobre los hombres vestidos, los únicos felices son los encargados de las tintorerías.
Pues sí, ¿no? Realmente creo que esos bailes privados son algo un poco frustrante y no entiendo cómo se ha impuesto esa moda.

¿Cuál es el panorama social, cultural y político de los más recientes diez años en México que describes en Giros negros?
Uno bastante desolador. Porque estamos en un periodo de estancamiento, en el que el cambio democrático finalmente no llegó a cosa alguna. Hay una gran decepción que yo comparto con la mayoría de los mexicanos. Sin embargo, no quise caer en un tono de cronista gemebundo, de lamento trágico, que se desgarra las vestiduras, porque eso va en contra de mi temperamento. Prefiero enfocar todos estos temas con un ánimo más corrosivo, hasta cierto punto más festivo, pues me parece que de ese modo puedo acercarme más a los lectores y tratar de sacudir la conformidad.

¿Por qué el humor le da tanto resquemor a los poderosos? ¿Por qué se espantan más con la sátira y la ironía que con una crítica “seria”?
Porque el ridículo es lo que más le duele a cualquier ser humano… Pero yo creo que el humor en la literatura tiene que brotar en forma espontánea. No es algo que se pueda forzar. Es como las ganas de hacer el amor. En ese sentido, yo nunca he tratado de ser gracioso deliberadamente. De hecho, me han ofrecido escribir libretos para programas cómicos de televisión y no he aceptado, porque la obligación de ser humorístico para mí resulta inhibitoria. Cuando estoy de vena, a veces aflora un chispazo de humor en lo que escribo. El humor tiene una función analgésica, te ayuda a neutralizar cosas de la vida social, de la vida privada, que de lo contrario podrían hacerte mucho daño. Por tanto, burlarte de ellas es una vía para exorcisarlas.

Actualmente radicas en Barcelona, ¿cuál ha sido tu experiencia de vivir por más de un año fuera de México, de qué modo ha influido en tu manera de escribir?
Bueno, estoy a punto de regresar a México. Me fui para escribir una nueva novela que ya va avanzada. Trata de tres personajes –un mexicano, un argentino y un catalán- y me ha servido mucho estar allá para desarrollar el oído y retratar la manera de hablar de cada uno. Es una experiencia curiosa, interesante, porque así como en mis novelas históricas traté de usar un lenguaje híbrido -entre el habla del siglo XVII y el habla actual, en el caso de Ángeles del abismo, o del siglo XIX, en el caso de El seductor de la patria-, aquí estoy ampliando mi lenguaje pero hacia otros puntos geográficos, como Argentina y Cataluña.

Ya que mencionas a El seductor de la patria, cuyo personaje central es Antonio López de Santa Anna, ¿cómo contemplas la situación política del México de mediados del siglo XIX comparada con la situación política actual?
Hay algo que permanece en la vida política de México: el patrimonialismo, la idea de que los cargos públicos son propiedad de quienes los ocupan. Desgraciadamente, hoy estamos viendo que esto no era privativo del PRI sino que se ha convertido en una cultura que comparten los tres partidos que se disputan el poder en este momento. Entonces, por supuesto que hay un paralelismo entre el santannismo y, por ejemplo, el salinismo. Es algo que vamos a mantener mientras no haya una oposición mucho más firme y una exigencia de rendición de cuentas.

Para regresar a Giros negros, hay un capítulo en el cual hablas sobre las familias disfuncionales y mencionas series de la televisión estadounidense de los años sesenta, como Los Munsters, en los cuales se mostraba una visión liberal de la familia, algo que se ha recuperado en la actual televisión norteamericana.
Sí, es verdad, ahí están hoy Los Simpson. Pero series de los sesenta como Los Munsters, La familia Addams o Mi marciano favorito por lo menos predisponían al niño televidente a la aceptación de lo diferente, de lo que la ideología dominante te hacía ver como monstruoso. Si podías aceptar con naturalidad a un marciano o a un vampiro como parte de una familia, entonces también podías aceptar a un hermano homosexual. Por ese lado eran una buena escuela de tolerancia y siguen siendo un ejemplo de cómo la televisión puede tener un efecto positivo. Eso mismo creí que se podría lograr en algún momento en México, cuando fui argumentista de telenovelas en colaboración con Carlos Olmos, pero después vi la manera como se cerraban todos los espacios y se impedía a cualquiera tratar de hacer un producto decoroso.

¿Cómo ves a la televisión mexicana actual?
La veo muy mal, pero también veo muy mal a la televisión española. Es inmunda. Han llegado a grandes extremos de amarillismo, con programas que se dedican exclusivamente a la calumnia. La mercadotecnia salvaje de los medios de comunicación no se toca el corazón para embrutecer a la gente. Creo que tiene que haber una intervención estatal mucho más decisiva, como pasa en Inglaterra, con la cadena BBC. Por ahí está el mejor modelo a seguir.

Que no es el caso del Canal 22, por ejemplo…
Lo que pasa en la televisión pública de México es que como sus canales tienen presupuestos tan cortos, están confinados a hacer programas de mesas redondas, comentarios solemnes, etcétera, a los cuales la gente rehuye. Lo ideal sería que esos canales produjeran telenovelas que compitieran con las de la televisión comercial. Eso se podría lograr si hubiera voluntad, pero no la hay en absoluto.

¿Qué piensas de la política cultural actual?
Yo escribí El miedo a los animales cuando comenzaba la podredumbre de la burocracia cultural, en los tiempos del salinismo, y noto que desde entonces las cosas han cambiado muy poco. Veo, por ejemplo, en La Jornada –y no sé si en otros diarios también- un lujosísimo encarte de Conaculta, para anunciar sus actividades culturales, y me parece el típico contubernio para pasar dinero por debajo del agua. El periódico queda muy contento y ellos difunden esas actividades a las que nadie va. Vivimos un autoengaño del cual la comunidad artístico-intelectual es cómplice. La política cultural de México es como la cereza de un pastel que no existe, porque no hay el fundamento de una educación pública y el problema va a seguir mientras la maestra Elba Esther Gordillo dirija los proyectos educativos. La cultura en México es una diversión para una élite mimada hasta el empalago y que ha perdido totalmente la autocrítica.

Eres un escritor que publica con mucha facilidad, ¿te molesta que algunos te consideren como un favorecido por las editoriales y los medios, te crea algún conflicto ser tan prolífico?
Pues no, porque jamás me he esforzado por escribir más allá de mi ritmo natural. Yo nunca me he propuesto escribir de manera acelerada. Escribo cuando tengo algo que decir. Por ejemplo, no he sido un colaborador muy habitual de suplementos y revistas en los últimos diez años. Lo fui durante un periodo, cuando tenía mi columna en Letras Libres; lo fui por un lapso más corto en La Jornada Semanal y hace veinte años tenía una columna en el Sábado de Huberto Bátiz. Pero no he sido un colaborador muy asiduo de periódicos, porque no me gusta distraerme cuando estoy concentrado en una novela o en un libro de cuentos. Siempre he podido elegir mis temas, lo cual es algo que agradezco mucho a los editores, porque esto permite hacerte la ilusión de que al menos puedes aportar algo interesante. Escribir mucho puede ser perjudicial, como cuando firmas un contrato para publicar una novela al año. Eso sucede con frecuencia en España, donde a los escritores se les considera como gallinas ponedoras. Todo el aparato de mercadotecnia está diseñado de ese modo. Yo eso nunca podría hacerlo. En el momento en que sienta que nada tengo que escribir, sencillamente callaré.

*Versión íntegra de la entrevista publicada el sábado 16 de este mes en el suplemento cultural "Laberinto" de Milenio Diario.

miércoles, 25 de junio de 2008

La siniestra historia de Dominique (nique nique) (y II)*


Jeanine y Annie
Jeanine Deckers se fue a vivir a la casa de su mejor amiga de adolescencia, Annie Pécher. En realidad eran más que amigas. Siempre se habían profesado un gran cariño y ahora que estaban juntas y sin limitaciones, no tardaron en volverse amantes.
En ese mismo 1967, con el sobrenombre artístico de Luc Dominique (la orden de las Dominicas le prohibió terminantemente seguir usando el mote de Sor Sonrisa y pidió que se retirara del mercado el primer disco, grabado bajo ese seudónimo), la peculiar cantautora realizó su segundo álbum, I Am Not a Star in Heaven, pero resultó un rotundo fracaso, aun cuando algunos de los cortes del mismo produjeron cierta controversia. Uno de ellos se llamaba “La Pilule d’Or” (La píldora de oro) y hablaba de las ventajas de las pastillas anticonceptivas (“Gloria a Dios por la píldora de oro”), mientras que otra pieza decía en su letra “Sor Sonrisa ha muerto, Dios es la única estrella”).
Convertida en una auténtica cantante de protesta, la autora de la ingenua “Dominique” emprendió una gira por Canadá y los Estados Unidos, con canciones contra la guerra, el establishment… y la Iglesia Católica. Pero el periplo también culminó en fracaso, lo mismo que su libro “inspiracional” Vivre Sa Verité (Vivir su verdad).
Cansada y llena de frustración, Jeanine decidió dejar todo aquello por la paz y con su inseparable compañera Annie, abrió una escuela para niños autistas. Parecía que al fin la pareja encontraría la ansiada tranquilidad, pero no fue así. El gobierno belga exigió el pago de ochenta mil dólares en impuestos por las regalías de la canción “Dominique” y el álbum debut The Singing Nun. La ex monja alegó que todo ese dinero había quedado en manos de las dominicas, pero las autoridades no aceptaron sus argumentos y le abrieron un juicio que se prolongó durante largos años, hasta 1982.
Las presiones eran tales que Jeanine empezó a consumir drogas y alcohol, como una forma de paliar la situación. Esto la llevó a sufrir de depresión y tuvo constantes crisis nerviosas. Trataba de conseguir dinero extra mediante clases de guitarra para niños, pero lo que ganaba era insuficiente para cubrir la enorme deuda. Incluso quiso regresar como Sor Sonrisa y grabar un nuevo disco a principios de los ochenta. Produjo entonces un EP y hasta sacó un video, pero no tuvo el menor efecto económico a su favor.
Jeanine Deckers perdió el juicio contra el gobierno belga. Su escuela fue embargada y ella quedó en la más completa ruina. Lo único que conservaba era el amor de la siempre fiel Annie Pécher. Juntas trataron de salir adelante. No lo consiguieron. El 29 de marzo de 1985, hicieron un pacto suicida y tomaron una sobredosis de pastillas y alcohol. Fueron halladas muertas en su pequeño apartamento de la ciudad de Wavre, en Bélgica. Les quedó el póstumo consuelo de que fueron sepultadas una al lado de la otra.
“Dominique” sigue siendo una canción que muchos recuerdan, dado su fácil estribillo y la pegajosa melodía del coro. Muy pocos conocen, sin embargo, la trágica historia de Sor Sonrisa, la monja cantarina que la compuso para que en nuestro país un efímero y dudoso quinteto vocal consiguiera sus warholianos quince minutos de fama. ¿Alguien sabe qué fue de Los Dominics?


El epitafio de Sor Sonrisa

“¿Soy una fracasada? Trato de permanecer honesta conmigo misma, busco la verdad y hago el intento de cuestionar todo en mi vida… Hace diez años, habría dicho que soy una perdedora. Hoy día no pienso en términos de perder o ganar. La vida es un continuum. Estás constantemente en camino. Un día me siento bien y al siguiente me siento mal. Todo es soportable. ¿Volvería a hacer las cosas iguales otra vez? Esa no es una buena pregunta. No podría. Tú no puedes hacerlo todo igual de nueva cuenta. Voila”.

Jeanine Deckers


El epitafio de Annie Pécher

“Jeanine padece una depresión constante y sólo vive para mí. Yo vivo para ella. Esto no puede seguir. Ambas sufrimos demasiado. Ya no tenemos lugar en esta vida, no tenemos un ideal aparte de Dios, pero no podemos comer de eso. Nos vamos en paz hacia la Eternidad. Confiamos en que Dios sabrá perdonarnos. Él nos vio sufrir y no nos abandonará. A Jeanine no le gustaría morir para el mundo. Ella padeció una dura existencia en la Tierra. Merece vivir en la mente de la gente”.

Annie Pécher

*Publicado en la revista Milenio Semanal de esta semana (No. 558)