lunes, 31 de octubre de 2016

Dylan en Tu radio on Line

Después de tres años, hoy regresé a las instalaciones de Tu Radio On Line, en la colonia Anahuac, las mismas donde por tres o cuatro años realicé el programa La mosca en la radio, aunque esta vez fue como invitado de mi amiga Lorna, directora de la emisora, a fin de hablar sobre Bob Dylan y el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura 2016. Estuvo divertido y la pasé muy bien. Además, surgió le posibilidad de volver a hacer La mosca en la radio, sólo que en horario de medianoche, dos veces a la semana y transmitido desde mi casa. Lo platicaremos bien para, en caso de aprobarse el proyecto, empezar las emisiones en enero o febrero próximos. Suena bien. Ojalá se logre.

domingo, 30 de octubre de 2016

Millenial femenina de 30 (playera)


sábado, 29 de octubre de 2016

¡Joder!

Hay frases que sueltan los políticos y que se quedan para siempre. Desde aquella atribuida a Luis Echeverría de “Ni nos perjudica ni nos beneficia, sino todo lo contrario” hasta la de “Defenderé el peso como un perro” de José López Portillo, pasando por el “Comes y te vas” de Vicente Fox, el “No traigo cash” de Ernesto Zedillo, el “Un político pobre es un pobre político” de Carlos Hank González, el “Cállate chachalaca” de Andrés Manuel López Obrador, el “Ni los veo ni los oigo” de Carlos Salinas de Gortari o el legendario dicho de Gonzalo N. Santos: “La moral es un árbol que da moras”.
  A ellas se suma la reciente “Ningún presidente se levanta pensando en cómo joder al país” del presidente Enrique Peña Nieto que, sorpresivamente, no ha sido tan usada en su contra como podría suponerse. Sólo algunos previsibles opinadores lo han hecho sin demasiada fuerza y eso que los índices de popularidad del primer mandatario se encuentran más bajos que nunca.
  Esto último me lleva a plantear una duda: ¿si no existieran las redes sociales y la internet, sería tan impopular EPN? O permítaseme una variante de la misma cuestión: ¿si en los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid o Carlos Salinas de Gortari hubiese habido internet y redes cibernéticas (además de encuestas), estos ex presidentes habrían padecido iguales o peores niveles de impopularidad que el actual habitante de Los Pinos? Probablemente sí.
  Baste recordar Tlatelolco, las locuras echeverristas, la babilónica corrupción del lopezportillato o las devaluaciones de los años ochenta. Súmele a eso una imaginaria existencia de Twitter y Facebook y ninguno de los precisos habría soportado el peso de la opinión pública..., aunque varios de ellos seguramente habrían tratado de prohibir la inter-red. Después de todo, así se las gastaban en la época del partido hegemónico, algo que solemos olvidar al juzgar los tiempos actuales.
  ¡Joder!

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 28 de octubre de 2016

El jugador como héroe mítico (y III)

Dime a qué jugador admiras y te diré quién eres

Hoy día, los niños y los jóvenes quieren ser como Ronaldo, como Zidane o como Beckham. Hace pocos años, en México todos querían ser como Hugo Sánchez. A muchos de mi generación nos tocó identificarnos con Enrique Borja.
  Enrique Borja, el “Cyrano”, nació en la colonia San Rafael del Distrito Federal en 1946. Pese a su físico desgarbado y en apariencia enclenque, pronto destacó como futbolista y llegó al equipo Universidad en 1964, tan sólo dos años después de que los Pumas ascendieran a la primera división del futbol mexicano. Su debut se dio un tanto inesperadamente, cuando su entrenador y descubridor, el argentino Renato Cesarini, lo llamó para alinear en un partido contra el Zacatepec, luego de que el delantero titular Alberto Etcheverri se lesionara. El joven de diecinueve años no anotó en ese juego, pero destacó tanto que de inmediato llamó la atención de propios y extraños. No tardó en convertirse en titular y figura goleadora de la escuadra del Pedregal, al lado de jugadores como Elías Muñoz, Aarón Padilla y José Luis González, entre otros. Durante las cinco temporadas que permaneció en el UNAM, se convirtió en el ídolo de todos los que seguíamos al equipo de la playera dorada con delgadas líneas azules (o azul con delgadas líneas doradas, se usaban ambas indistintamente). Verlo jugar era un espectáculo. Sus remates inverosímiles le permitían meter goles inauditos, irreales. Carecía de técnica individual y casi se diría que era torpe. A veces, cuando corría, su velocidad era tal que parecía que en cualquier momento sus piernas se enredarían y caería al suelo con estrépito. Nada de eso. Con gran frecuencia esa velocidad le permitía llegar al balón antes que los defensas rivales y golpear el esférico de manera letal con la frente, la nuca, la rodilla, el muslo, el pie o lo que fuera. Por eso logró un promedio de quince goles por campeonato y por eso fue llamado por Ignacio Trelles a la selección nacional que asistió al campeonato mundial de 1966 en Inglaterra.
  Recuerdo como si fuera ayer la transmisión televisiva, en glorioso blanco y negro, del partido entre México y Francia. A mis once años de edad pude ver aquel bizarrísimo gol de Borja, quien luego de recibir en el área chica un centro del “Gansito” Padilla, abanicó entre varios defensas galos para girar trescientos sesenta grados sobre su eje y volver a conectar la bola que se metió angustiosamente en la meta de los franceses. La maravillosa narración de Fernando Marcos hizo aún más emotivo y emocionante aquel momento inolvidable: “¡Borja, no falles! ¡No falles! ¡Gol de México! ¡Ahora es cuando, muchachos! ¡Adelante que hay calidad! ¡Adelante que hay gracia!”. Aunque cuando empató Francia, el propio don Fernando se lamentara con su dramático lenguaje cercano a la poesía: “¡Una falla, un error! ¡Ese maldito error que siempre nos acompaña y la fortuna que nos voltea la espalda!”.
  Con la selección mexicana, Enrique Borja anotó cincuenta y dos dianas (aunque intereses comerciales le impedirían ser el centro delantero titular en el Mundial de México en 1970). Hubo un gol en especial, de palomita, en un amistoso contra Italia, que fue una obra de arte.
  En 1969, el propio Borja y los aficionados pumas sufrimos un golpe artero cuando el América compró al centro delantero sin el consentimiento de éste. De nada le valió protestar (“No soy un costal de papas”, declaró públicamente). Los reglamentos de aquel entonces desprotegían al jugador y lo condenaban a un regimen de esclavitud peor que el actual y Borja fue obligado a dejar a los auriazules y enfundarse la casaca crema.
  Diez años permanecería el “Cyrano” con los de Coapa y hay que aceptar que ahí tuvo momentos de gloria. Fue campeón de liga con el equipo en dos ocasiones y consiguió tres campeonatos de goleo consecutivos (en 1970-71, 1971-72 y 1972-73). Con el “Monito” Rodríguez y Juan Manuel Borbolla como extremos surtidores de centros y sobre todo con el chileno Carlos Reynoso como magistral mediocampista, Borja formó parte de uno de los mejores cuadros de todos los tiempos en el futbol nacional. José Antonio Roca era el técnico americanista que logró instrumentar un estilo ofensivo y espectacular. Borja hizo entonces goles prodigiosos (recuerdo uno que le metió al Monterrey en el Estadio Azteca, sin ángulo de tiro, de volea, en el exacto nido de las arañas). Para su desgracia, después de un tiempo tuvo conflictos extrafutbolísticos con Reynoso (por unas revistas de historietas –“Condorito” y “Borjita”– que ambos sacaron a la venta) y con Roca y ambos, quienes conformaban una especia de mafia interna, le hicieron la vida imposible (prácticamente lo condenaron a la banca), hasta obligarlo a retirarse prematuramente del futbol.
  Su último partido se llevó a cabo el domingo 18 de septiembre de 1977. Fue un América–Universidad en el Azteca. Borja nunca había podido anotarle un gol al equipo que lo vio nacer y esa tarde le hizo dos, para una despedida apoteósica ante más de ciento diez mil espectadores. Debo confesar, con cierto sentimiento de culpa, que es la única vez que he disfrutado una derrota de los Pumas.

(Tercera parte del primer capítulo de lo que hace unos diez años iba a ser un libro mío sobre futbol para una editorial cuyo nombre ya no recuerdo).

jueves, 27 de octubre de 2016

El jugador como héroe mítico (II)

La élite de los ídolos
A lo largo de la historia, ha habido decenas, quizá cientos de miles de jugadores profesionales en los cinco continentes. De ellos, sin embargo, un porcentaje mayoritario ha quedado en el más completo olvido. Fueron futbolistas del montón, con cualidades suficientes para alcanzar un determinado estatus, pero sin la brillantez suficiente para ingresar a la élite de los grandes, los inolvidables, los fenómenos, los ídolos. Miles y miles de nombres, apellidos y apodos dejaron de ser recordados y se perdieron en el anónimato del cual salieron. No obstante, hubo unos cuantos que trascendieron a su época y forman parte del panteón mitológico del futbol mundial. Serán mil, tal vez quinientos o quizá menos de eso. Son los Cruyff, los Di Stefano, los Puskas, los Charlton, los Rivera, los Beckenbauer, los Fontaine, los Yashin, los Casarín. Y claro, los Pelé y los Maradona. Son esos nombres de leyenda que despiertan emociones y recuerdos casi oníricos. Son los individuos que llevaron al futbol a la altura del arte. Los Da Vinci y los Picasso, los Bach y los Mozart, los Shakespeare y los Cervantes de un deporte que parece tan simple y que es capaz de sublimar al máximo el espíritu humano.

La masa de los anónimos
Pero dejémonos de idealizaciones y vayamos al futbolista común, al jugador profesional promedio, quien en su momento también es capaz de despertar, aun cuando sea a pequeña escala, las mismas emociones que sus grandes antecesores. ¿Qué se necesita para ser un buen balompedista? En primer lugar, una habilidad innata. Quienes practicamos el futbol de niños o adolescentes sabemos que en los equipos llaneros había compañeros de muy distintas capacidades. Si se me permite ejemplificar con mi caso personal –y como no puedo aguardar a que se me permita, tendré que hacerlo–, citaré aquí al conjunto del cual formé parte y fui incluso capitán cuando jugué al fut a principios de los setenta. El equipo se llamaba Don Bosco y elegimos ese nombre por una razón tan sencilla como estúpida (si bien en esos momentos nos pareció inteligentísima): una de las canchas donde se desarrollaba el campeonato se llamaba “Deportivo Don Bosco” y de ese modo pretendíamos afectar a los rivales con el efecto psicológico (sic) de aparecer nosotros como locales y ellos como visitantes. Sobra decir que tal efecto jamás surtió el efecto buscado, pues durante los dos o tres años que duró el equipo, siempre estuvimos en los últimos lugares, si  no es que en el último, de los torneos en que participamos. El uniforme del Don Bosco era idéntico al de la selección alemana, es decir, camiseta blanca con vivos negros, calzoncillos negros y medias blancas. Muy bonito en verdad. De hecho aún conservó mi camiseta con el número 11 de extremo izquierdo, posición de juego que si bien coincidía en el nombre con mi posición política de aquel entonces –a mediados de la misma década ingresaría al Partido Mexicano de los Trabajadores–, nada tenía que ver con la militancia y sí mucho con la presunta consecución de goles. No voy a hablar de mí como jugador, pues aunque tenía buen toque de balón, era pésimo para driblar y muy miedoso para cabecear aquellos balones duros como piedras con los cuales jugábamos. Sin embargo, era el capitán del Don Bosco. ¿Por mi fuerte personalidad? ¿Por mi capacidad de líder? ¿Por mis talentos futboleros? No. Tan sólo porque le caía bien al patrocinador de la escuadra, el arquitecto Max Olivares, y él lo decidió así. A decir verdad, tengo la sospecha de que no era muy buen capitán, ya que padecía el síndrome de Charlie Brown, el personaje de Peanuts, la tira cómica del genial Charles M. Shulz. No me refiero a su enamoramiento perenne por la niña pelirroja (yo también, ¡ay!, suelo enamorarme de mujeres imposibles), sino a que su equipo (en su caso de beisbol) siempre perdía y la única ocasión en que él no pudo jugar, por encontrarse enfermo, por fin ganó. Eso me sucedió exactamente, un día que caí víctima de una fuerte fiebre, y se siente muy feo.
  Pero ya me desvié del tema y de lo que quería hablar era del futbolista llanero. En aquel Don Bosco había jugadores malísimos (la mayoría éramos malísimos), pero había dos o tres verdaderamente buenos, con un talento que pudo llevarlos a ser profesionales. Recuerdo muy especialmente a un compañero a quien apodábamos Teto, brillante mediocampista que lanzaba pases kilométricos con precisión milimétrica, ejecutaba tiros de castigo con mágica puntería y anotaba goles de todos colores y sabores. Pero no se cuidaba, bebía mucho gran problema de los jugadores llaneros, cultivadores de la adoración a las caguamas (y usted, lector, sabe que no me refiero a las tortugas marinas)– y jamás se convirtió en el futbolista de primera división que hubiera podido ser. Dejé de verlo muchos años y luego supe que había muerto, atropellado por un microbús en la lateral del Periférico, mientras ayudaba a empujar un carro descompuesto.
  ¿Cuántos futbolistas llaneros hay en el mundo? Millones, de todas las edades, desde niños de cuatro años hasta adultos cincuentones que a duras penas logran correr diez metros sin sofocarse, mientras sus prominentes barrigas se bambolean con un burdo movimiento gelatinoso. Muchos de ellos se organizan en ligas de aficionados y otros juegan en parques o en las calles (¿quién no disfrutó alguna vez de unas “coladeritas” o de un “el que mete su gol, para”). Estoy cierto de que en la mente de cada uno de ellos (y de ellas también, ya que cada vez hay más mujeres que practican este deporte), en el fondo de su corazón, abriga o abrigó alguna vez la ilusión de convertirse en profesional y jugar en un estadio. Sin embargo, como es imposible que todos lleguen a cristalizar ese sueño, la mayoría lo sublima identificándose con alguna estrella del fut (o del pambol, como lo llaman algunos que lo desprecian).

(Segunda parte del primer capítulo de lo que hace unos diez años iba a ser un libro sobre futbol para una editorial cuyo nombre ya no recuerdo. Continuará).

miércoles, 26 de octubre de 2016

El jugador como héroe mítico (I)

Millones de seres humanos han tenido el mismo sueño. Antes de querer ser médicos, ingenieros, cantantes, actores o narcotraficantes, el ideal es ser futbolista profesional. ¿Por qué? ¿Qué tiene de fascinante pertenecer a un equipo, entrenar cinco días a la semana, enfundarse un colorido uniforme, jugar un partido cada sábado o domingo, escuchar a una multitud que lo vitorea o lo abuchea –eso depende– a uno? Pues exactamente todo ello. Lo fascinante de ser jugador de futbol es la enorme parafernalia que lo rodea, ese entorno que mucho tiene de sacro y guerrero; pero sobre todo, lo que lo hace más seductor es la práctica misma del juego.
  Esta fascinación se da también en otros deportes, claro está. En los Estados Unidos, por ejemplo, se produce lo mismo en el beisbol que en el basquetbol y el futbol americano, las tres actividades deportivas reinas en ese país. Desde pequeños, los norteamericanos son adoctrinados en ellas y empiezan a practicarlas en la escuela elemental para llevarlas al máximo –a nivel amateur– en las famosas ligas colegiales o universitarias. En su novela El lamento de Portnoy, el escritor norteamericano Philip Roth narra lo siguiente: “… recuerdo un domingo por la mañana, lanzándole a mi padre la pelota de beisbol y esperando luego en vano verla pasar volando a gran altura por encima de mi cabeza. Tengo ocho años y como regalo de cumpleaños, he recibido mi primer manopla, una pelota y un bat reglamentario para manejar debidamente el cual carezco aún de la fuerza necesaria”.
  Los estadounidenses aman al beisbol como ningún otro pueblo en el mundo –no en vano llaman a su final profesional, con mal disimulada arrogancia,  Serie Mundial– e igualmente aman al baloncesto y al futbol americano. Por eso los trasladan a la literatura y al cine, en narraciones que mucho tienen de épico, moralista y edificante. En cambio, desprecian en su mayoría al futbol soccer, lo consideran ajeno, exótico e incomprensible. Y aun cuando de algunos años a la fecha se practica cada vez más en las escuelas primarias, aun cuando son dueños ya de una buena liga profesional y su selección varonil ha avanzado a pasos agigantados y su selección femenil es una de las mejores del planeta, a pesar de eso sigue siendo un deporte minoritario al que se mira con desdén (hay un célebre capítulo de la serie televisiva de dibujos animados Los Simpson en la cual se presenta al soccer como la cosa más aburrida y sin sentido que pueda existir).

Héroes de humilde linaje
Pero retornemos al tema central: el jugador. Cuanta la tradición que los jugadores de balompié provienen en su gran mayoría de los barrios bajos de las ciudades. Esto es especialmente notorio en los países tercermundistas y en los de Hispanoamérica cobra tintes de leyenda. Naciones como Argentina y Brasil tienen como héroes populares a futbolistas surgidos de paupérrimas barriadas, donde estos personajes padecieron de niños toda clase de privaciones y a duras penas lograron ir a la escuela. Desnutridos, pobres, ignorantes, sobrevivientes de un medio hostil y violento, cruel y desesperanzador, estos chicos tuvieron en el futbol la única vía de escape para no caer, como otros de sus congéneres, en la delincuencia, la drogadicción o la muerte. Gracias a ese deporte, practicado en la calle, con los pies descalzos y a veces con latas vacías o trapos amarrados en lugar de pelotas, estos jovencitos consiguieron hacer realidad sus fantasías y llegar, tras gigantescos sacrificios, a ser profesionales, a formar parte del equipo de sus sueños y a jugar en los grandes estadios de sus países y del mundo entero.
  Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, y Diego Armando Maradona son los dos ejemplos más conocidos de estos miserables muchachitos iberoamericanos transformados en superhéroes del futbol. Sus historias individuales son ampliamente conocidas, aunque sus destinos finales hayan sido tan distintos. Ambos surgieron de barrios marginales, ambos destacaron como jugadores desde muy jóvenes, ambos triunfaron en sus equipos, ambos llegaron a sus selecciones nacionales y jugaron (y ganaron) campeonatos mundiales y ambos triunfaron hasta obtener ganancias millonarias y convertirse en semidioses adorados en el orbe todo. La diferencia consistió en que mientras Pelé (“O Rey”) supo administrarse y convertirse en un exitoso hombre de negocios y experto en relaciones públicas, Maradona cayó en el vicio, se volvió adicto a las drogas, engordó y acabó refugiado en Cuba, cantando alabanzas a Fidel Castro. Día y noche. Cielo e infierno. Luz y oscuridad. Blanco y negro (aunque en este caso el blanco sea el negro y viceversa). Para la opinión pública establecida, Pelé es el tipo ejemplar a quien todos deberíamos seguir y Maradona su contraparte, el pibe malcriado y disipado que, víctima de sus contradicciones, lo echó todo por la borda (aunque en Argentina, a pesar de los pesares, lo siguen considerando un dios).
  Lo anterior no significa por supuesto que todos los jugadores brasileños sean como Pelé y todos los argentinos terminen como Maradona. De hecho, hay casos como el de Garrincha, el fenomenal extremo derecho del equipo Botafogo y de la selección de Brasil, quien fuera liquidado por el alcoholismo, en tanto que Jorge Valdano, estupendo delantero de la selección de Argentina y del Real Madrid de España, llegó a ser presidente de este, uno de los clubes más importante del mundo, además de buen escritor y dueño de un pensamiento claro y una cultura envidiable. Digamos que en medio de los arquetipos Pelé y Maradona, existe una infinita variedad de futbolistas cuyos rasgos resultaría muy engorroso y complicado clasificar y definir.

(Primera parte del primer capítulo de lo que hace unos diez años iba a ser un libro sobre futbol para una editorial cuyo nombre ya no recuerdo. Iré subiendo en partes lo escrito, para que al menos no se pierda, ya que el proyecto abortó muy pronto).

martes, 25 de octubre de 2016

Un Nobel honorario para Leonard Cohen

Leonard Cohen ha culminado (¿o no?) su trilogía discográfica final –conformada previamente por los extraordinarios discos Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014)– con la aparición, apenas este viernes 21, del impresionante You Want It Darker (2016).
  A sus 82 años recién cumplidos (nació en Montreal, Canadá, el 21 de septiembre de 1934), Cohen declaró hace poco a The New Yorker que estaba preparado para morir, aunque al ver la reacción de alarma de sus seguidores, lo matizó más adelante con un “me propongo vivir hasta los 120 años”. Sin embargo, al escuchar las letras de las canciones de los tres álbumes mencionados y en especial del más reciente, es claro que el decirse preparado para la muerte es la frase central de su estado de ánimo actual.
  You Want It Darker es un disco filosófico y profundo en su poesía, y austero y espléndido en su música (el sentido melódico de Cohen sigue siendo exultante). Las nueve composiciones que lo constituyen no tienen desperdicio: todas poseen algo trascendente que decir, todas brillan desde una oscuridad lírica y musical que conmueve y quita el aliento. No es sin embargo una obra pesimista o desencantada. Yo diría que es más un ajuste de cuentas con una vida fructífera pero difícil, tan llena de creatividad y de felicidad como de momentos duros y complicados en lo profesional, lo artístico, lo amoroso, lo religioso.
  Por eso, temas como (nombrémoslos todos) “You Want It Darker”, “Treaty”, “On the Level”, “Leaving the Table”, “If I Didn’t Have Your Love”, “Traveling Light”, “It Seemed the Better Way”, “Steer Your Way” y “String Reprise/Treaty” poseen una riqueza espiritual y una crudeza humana que sólo Cohen podría expresar como lo expresa.
  ¿Disco testamento? ¿Trilogía discográfica de despedida? No lo sabemos. Leonard Cohen tiene problemas de salud (parte del disco lo grabó sentado, debido a sus dolores de columna), pero su mente y su espíritu al parecer se mantienen incólumes.
  Merece un Nobel honorario.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 24 de octubre de 2016

Mi diploma de la Alianza Francesa


Ya han pasado casi cuarenta años desde entonces, pero esta es la imagen del diploma de la Alianza Francesa (estudié en el plantel de San Ángel) que acredita que estudié ocho semestres (en realidad, estudié todavía un semestre más).

domingo, 23 de octubre de 2016

The Who Sell Out

La primera obra maestra de The Who y su primer disco con sentido conceptual (una de las obsesiones de Pete Townshend). The Who Sell Out (1967) es un álbum espléndido por donde quiera que se analice. Homenaje a las estaciones radiales piratas que tanto apoyaron al grupo en sus inicios y que fueron prohibidas en Inglaterra y precariamente sustituidas por la BBC 1, este trabajo no sólo contiene grandes composiciones –“I Can See for Miles”, “Mary Anne with the Shaky Hand” (todo un canto irónico a la masturbación al igual que sucede en “Pictures of Lily”), “I Can’t Reach You”, “Odorono”, “Tattoo”, “Relay”, “Armenia City in the Sky”, “Rael” (otra mini ópera, en dos partes)–, sino una hilación progresiva en la cual los cortes van unidos por falsos anuncios promocionales de Radio London, una de las emisoras piratas a las cuales se rinde tributo.
  Inscrito en plena etapa psicodélica, Sell Out muestra que los Who eran mucho más que una bandita británica del montón, de esas que surgieron durante la llamada Ola Inglesa y que, por el contrario, se trataba de una agrupación que podría trascender y que se encontraba en un nivel paralelo al de los Beatles, los Rolling Stones y los Kinks. Poderoso y melódico, fuerte y armónico, entusiasta y dulce, The Who Sell Out permanece como uno de los grandes álbumes de los sesenta.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared, dedicado a The Who y publicado en marzo de 2008)

sábado, 22 de octubre de 2016

Bob Dylan y la polaca mexicana

Hace unos días, la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel  de Literatura a Bob Dylan y para conmemorar este hecho, he aquí una lista de algunas de sus canciones y la manera como podemos relacionarlas con protagonistas y acontecimientos de la política mexicana reciente.

– “It Ain’t Me, Babe” (No soy yo, nena): El affaire Andrés Roemer y su voto equívoco como representante de México en La Unesco.
– “She Belongs to Me” (Ella me pertenece): La manera obsesiva como Andrés Manuel López Obrador contempla la presidencia de la república.
– “On the Road Again” (En el camino otra vez): El anhelo de Luis Videgaray mientras permanece en la banca.
– “Gates of Eden” (Las puertas del Edén): La forma como ven su futuro todos los presidenciables.
– “It’s All Right Ma (I’m Only Bleeding)” (Todo está bien, Ma, sólo estoy sangrando): Todos los implicados en el desafortunado enredo de la visita a México de Donald Trump.
– “It’s All Over Now, Baby Blue” (Ya todo terminó, niña triste): Lo que quisiera decirle Ricardo Anaya a Margarita Zavala.
– “Like a Rolling Stone” (Como una piedra que rueda): La carrera política de José Antonio Meade.
– “Ballad of a Thin Man” (Balada de un hombre delgado): Ciertamente no la canción de Agustín Carstens.
– “Desolation Row” (Hilera de la desolación): La que formarán los candidatos perdedores después de las elecciones de 2018.
– “If Not for You” (Si no fuera por ti): La canción que le canta Don Peje a la mafia en el poder.
– “Forever Young” (Por siempre joven): Lo que piensa Porfirio Muñoz Ledo de sí mismo.
– “The Idiot Wind” (El viento idiota): Nuestra actual seudo izquierda.
– “Slow Train” (Tren lento): La justicia mexicana.
– “Where Are You Tonight?” (¿Dónde estás esta noche?): Lo que todos nos preguntamos sobre el paradero de Javier Duarte y Guillermo Padrés.
– “I and I” (Yo y yo): Andrés Manuel.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 21 de octubre de 2016

Michelle Shocked / Short Shape Shoked (1988)

¿Anti folk? ¿Alt folk? ¿Punk folk? Cualquiera que sea la definición que se le dé a lo que hace Michelle Shocked, se trata de música de alto octanage, llena de fuerza, inteligencia y un tono siempre desafiante. Es este el segundo disco de la nativa de Dallas, Texas, y no tiene desperdicio a lo largo de sus once cortes, todos ellos extraordinarios.

Mejor tema: “When I Grow Up”


Nov '88 "When I Grow Up" released as a single on Polygram (Universal) from Michelle Shocked on Vimeo.

jueves, 20 de octubre de 2016

Los 90 de Chuck Berry

Músico, poeta y loco, personaje delirante y genial, el gran pionero del rocanrol llega a sus nueve décadas de vida.

La escena es ya un clásico del cine. En Volver al futuro de Robert Zemeckis (1985), el personaje de Marty McFly (interpretado por Michael J. Fox) toca en la guitarra “Johnny B. Good”, con su famoso riff introductorio (“Voy a tocar un oldie..., bueno, es un oldie en el lugar de donde vengo”) y un joven de color (negro, dirían Les Luthiers) corre a un teléfono atrás del estrado para hacer una llamada (“¡Primo Chuck, soy Martin, Martin Berry! ¿Recuerdas el sonido que estabas buscando? ¡Pues escucha esto!”) y acto seguido pone el auricular en dirección a la música. McFly de pronto se aloca y, ante el azoro del público, termina por tocar al estilo de Jimi Hendrix y Pete Townshend. Se interrumpe y les dice: “Creo que aún no están ustedes listos para esto, pero a sus hijos les encantará”.
  Es un divertido y emotivo homenaje al autor de esa y otras muchas canciones que dieron forma, sentido y sustancia a lo que el locutor radiofónico Alan Freed llamaría rock n’ roll, un tributo al creador de todo un estilo de escribir, tocar y cantar llamado Chuck Berry.
  Berry cumplió 90 años de edad este 18 de octubre. Nació en 1926, en Saint Louis, Misuri, con el nombre de Charles Edward Anderson Berry y aunque ya se encuentra retirado, hasta hace relativamente poco tiempo seguía presentándose en concierto. De los pioneros del rocanrol es el más longevo (Fats Domino tiene 88 años, Little Richard 83 y Jerry Lee Lewis 81).
  Tedioso sería repetir aquí la archiconocida biografía del creador de “Maybelline”, “Sweet Little Sixteen”, “Carol”, “Roll Over Beethoven” y tantos himnos generacionales o repetir frases hechas como que es el padre del rocanrol o que sin él la historia de la música popular habría sido muy otra, etcétera.
  Habría que hacer énfasis, sí, en algo de lo que se habla menos, aunque John Lennon insistía mucho en ello: que las letras de las canciones de Chuck Berry son poesía pura, lírica brillante y rica en descripciones sobre la juventud estadounidense de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Un retratista de su época (aunque no sé si le alcanzaría para el premio Nobel, como Bob Dylan).
  También habría que referir sus raíces blueseras. Si bien Berry amalgamó muy bien el blues con el country & western y con ello hizo el mejor rock n’ roll (incluido su famoso paso de pato), hay grabaciones suyas en las que interpreta el blues de manera estupenda. Blueses propios que escribió también y tan bien.
  De carácter difícil (baste ver ese documental llamado Heil Heil Rock n’ Roll!, de 1987, en el que mientras se prepara un concierto en homenaje suyo, promovido y organizado por Keith Richards, atestiguamos la arrogancia despótica de la que solía hacer gala y sus roces constantes con el guitarrista de los Rolling Stones, quien en varias ocasiones a lo largo del filme está a punto de mandarlo al diablo.
  También es conocida la avaricia del músico, quien no tenía empacho en declarar que estaba en el negocio de la música por el dinero y a quien era necesario pagarle en efectivo y antes de cada presentación. De hecho, con frecuencia viajaba a las ciudades solo con su guitarra y pedía que músicos locales lo acompañaran. De ese modo, se ahorraba el sueldo de sus propios instrumentistas.
  Mujeriego y apostador, piso la cárcel en 1959, cuando se le relacionó sexualmente con una joven apache de 14 años (aunque el músico juraba que ella le había dicho que tenía 21). Pasó dos años tras las rejas.
  Chuck Berry vino a México a principios de los noventa, para presentarse en un concierto en el viejo Auditorio Nacional, en un programa triple nada menos que con B.B. King y Ray Charles. Me tocó estar ahí en esa ocasión. Fue una actuación discreta la de Berry. Austera. Con tres músicos mexicanos que lo acompañaron. Al menos eso es lo que registra mi memoria. Pero haber visto “en vivo” a esa leyenda del rock (al igual que a King y a Charles), no tiene precio.
  Noventa años cumple ya Chuck Berry. Es un mito viviente. Celebrar sus nueve décadas de vida es lo menos que podemos hacer. Festejar con una sonrisa y un paso de baile al amo de la rock n’ roll music.
 
(Publicado el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

miércoles, 19 de octubre de 2016

El álbum debut de los Kinks

Aunque hay quienes aseguran que el álbum debut de los Kinks es un disco mediocre y prescindible, yo me permito discrepar de ello. The Kinks (1964) no sólo es un trabajo solidamente rocanrolero, sino que muestra con gran claridad lo que habría de ser este grupo con el transcurso de los años. Cierto que en el plato abundan los covers, pero cierto también que en el mismo hay algunas composiciones de Ray Davies que alcanzarían la inmortalidad, como “Stop Your Sobbing” y, sobre todo, la genial “You Really Got Me”, piedra de toque en la historia del rock y, para muchos, con el primer riff metalero de todos los tiempos. Sin embargo, hay otros temas que destacan, interpretados con gran desenfado y sentido irónico, algo que se convertiría en sello de la casa. Cortes como “So Mystifyng”, “Just Can’t Go to Sleep”, “I Took My Baby Home” o “Revenge” e incluso covers como “Beautiful Dalilah” y “Too Much Monkey Business’” de Chuck Berry o “Cadillac” de Bo Diddley responden a la música que se hacía en 1964 y aun cuando no redondean el sonido clásico de los Kinks que hoy conocemos, sí lo empiezan a configurar.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 43 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2007)

martes, 18 de octubre de 2016

Dylan para principiantes

No se preocupe usted, querido lector. No le voy a dar aquí los pormenores de la vida de Bob Dylan. Para conocer su biografía basta con acudir a Wikipedia, a AllMusic.com y a tantos sitios donde seguro hallará extensos datos al respecto.
  El título de la columna se debe a que entre quienes han criticado la controvertida decisión de la Academia Sueca que otorga a Dylan el Premio Nobel de Literatura de este año, me he encontrado argumentos francamente asombrosos y que, en muchos casos, bordan el límite del ridículo y demuestran un verdadero desconocimiento sobre la obra del autor de “Desolation Row” y la trascendencia que ésta ha tenido, a lo largo de más de medio siglo, para la cultura del mundo.
  Desde cosas tan burdas como “Le dieron el Nobel a un cantante para drogadictos” (juro que lo leí en las redes), hasta citas mal traducidas de las letras de las canciones más sencillas del compositor (incluidas algunas que él no escribió), a fin de demostrar “su baja calidad poética”, la metralla de los exquisitos en contra del buen Bob no ha parado desde que se dio a conocer la noticia.
  Por supuesto, hay quienes han argumentado a favor. Cito al escritor mexicano Óscar Aparicio: “Ginsberg, Kerouac, Yeats, T.S Eliot, Pound, Tennyson, Coleridge, Wordsworth, Poe, Conrad, Carroll, Blake, Dante, Crane, Whitman, Rimbaud, Baudelaire, Joyce y muchos más habitan el orbe dylaniano. Hemos leído tanto sobre él que a veces lo obviamos y olvidamos. Dylan es lo más parecido que tenemos a Shakespeare y a Joyce. Sus canciones remiten lo mismo a una batalla de la guerra civil, una huelga de 1955, Vietnam, Nueva Orleans, Madrid, Mississippi, Nueva York. Una forma de atemporalidad fílmica en viñetas de tres u once minutos”.
  O a Joaquín Sabina: “Llevo diciendo por lo menos veinte años que Dylan es el mejor poeta de América y de la lengua inglesa actual y también el que más ha influido en varias generaciones”.
  Pero ni así se convencerán los cultos detractores.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 17 de octubre de 2016

Viva

¿Un libro de historia en forma de novela? ¿Una novela histórica? ¿Una novela sin estructura clara? ¿Una novela-novela? ¿Qué es Viva, la novela del escritor francés Patrick Deville, editada por Anagrama apenas en marzo pasado?
  En realidad, poco importa qué sea. Lo cierto es que se trata de un relato que atrapa desde el primer momento y que nos mete de lleno al México de los años treinta y de los muchos extranjeros notables que estuvieron en nuestro país en esa época, principalmente León Trotski y Malcolm Lowry, pero también Ret Marut (mejor conocido como B. Traven), Tina Modotti, César Augusto Sandino, Antonin Artaud, André Breton, Arthur Cravan y Graham Green, entre otros, cuyas existencias se cruzaron con figuras mexicanas de los tamaños de Diego Rivera, Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, el presidente Lázaro Cárdenas, etcétera.
  Deville nos seduce no sólo con su limpia prosa y su peculiar estructura narrativa, sino con gran cantidad de datos históricos y biográficos que conviertten a Viva en una experiencia fascinante que hace que queramos profundizar en todo lo que pasaba en México y en el mundo en esa etapa crucial del siglo pasado, pero también en las intimidades, pasiones, amores, creencias, ideas políticas y pensamientos de cada uno de los personajes que aparecen.
  No sé si es propiamente dicho una novela o más bien se trata de un fresco histórico, un gran cuadro de época, pero de que resulta un placer leerla no tengo la menor duda.

domingo, 16 de octubre de 2016

Montaña rusa

Hay días tan intensos y vertiginosos, tan de subidas fantásticas como de bajadas vertiginosas que son como subirse desde temprano a una montaña rusa y no bajar de ella hasta la hora de ir a la cama, mareado, con un vacío en el estómago, anonadado, atónito, agotado y sin embargo con una extraña sensación de plenitud que algo tiene de masoquista. Hoy fue uno de esos días: con ella, por ella.

sábado, 15 de octubre de 2016

AMLO: like a rolling stone

Indignación en el gremio literario. Indignación solemne y escandalizada. Alarma plena: el Premio Nobel de Literatura ha sido otorgado a un outsider, a un intruso, a un escribidor de canciones.
  Bob Dylan, el poeta, trovador y compositor estadounidense, nacido en 1941, es el nuevo galardonado con el Nobel y muchos están furiosos con la Academia Sueca y los jueces que tomaron la ciertamente sorpresiva decisión.
  Poco importa la vasta obra poética de Dylan o la influencia que ha tenido a lo largo de más de medio siglo en muchos autores musicales y poéticos. Para los indignados, lo que hace Robert Zimmerman (su nombre real) son meras letras de canciones y como no están en libros sino en discos, la escandalera es aún más grande.
  Tan grande como la que armó otro gremio, el de los progres-pero-honrados, quienes mostraron también su enorme indignación porque muchos simpatizantes de la mafia en el poder se han burlado de los dos videos guanajuatenses del famoso Don Peje que subió Morena a las redes sociales.
  Me refiero, en primer lugar, al video surrealista en el que se ve a Andrés Manuel mientras persigue con lentitud silenciosa y casi senil a una paloma a la que nunca da alcance. ¿Cuál es la idea, cuál es el mensaje, cuál es la metáfora? ¿La paloma representa a la presidencia que no puede alcanzar? A saber.
  El otro video es más explícito y en el mismo vemos a AMLO –quien parecería haberse echado unos alipuces– hablando a una cámara para explicar, en la sede misma del festival Cervantino, la importancia de Miguel de Cervantes Saavedra y su Don Quijote. Con la voz arrastrada y el discurso incoherente, el señor Liópez es mostrado como nunca nadie logró mostrar al ex presidente Felipe Calderón, cuando se hablaba de su supuesto alcoholismo (la intervención de Carmen Aristegui en aquella farsa iniciada por otro famoso, el maese Noroñas, fue de antología).
  Extraña semana que ha logrado hermanar por el escándalo y la indignación a dos personajes disímbolos: Bob Dylan y el Peje.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 14 de octubre de 2016

101 años de Billie Holiday

Nació hace un siglo y un año; murió hace 56, poco antes de cumplir los 45. Las circunstancias de su deceso fueron muy tristes, pues falleció en el Metropolitan Hospital  de Nueva York, debido (según el parte médico oficial) “a una congestión en los pulmones complicada con una falla en el corazón” (una falla en el corazón…; algo tiene de poético este diagnóstico tratándose de Billie Holiday, quien a lo largo de su vida tuvo muchas fallas de esas).
  Tristemente, la que quizá sea la más grande cantante de jazz de todos los tiempos se encontraba bajo arresto en su cama de hospital, acusada de posesión ilegal de narcóticos, otro problema con el que Billie tuvo que lidiar durante largo tiempo (y sin embargo, hay que decirlo, su muerte fue un poco más “benigna” que la de quien fuera su principal influencia como intérprete y un gran ídolo para ella, la inconmensurable Bessie Smith, quien en 1937, muy grave después de haber sufrido un accidente automovilístico, no fue admitida en un hospital de la ciudad de Clarksdale, Mississippi, por tratarse de una mujer de raza negra, y falleció desangrada en el coche de alquiler que la había llevado hasta allí).
  Pero escribo esto para festejar el nacimiento y no para lamentar la desaparición de Holiday.
  Nacida en la primavera de 1915 en Baltimore, Maryland, fue bautizada como Eleanora Fagan Gough, hija de padres extremadamente jóvenes, ya que al darla a luz, su madre tenía apenas trece años de edad y su padre quince. Cuando quisieron casar a la precoz pareja, el casi adolescente progenitor (quien también resultó precoz como músico, ya que era el guitarrista de la banda de Fletcher Henderson), huyó despavorido, sin que le preocupara la suerte de su hija. La madre tampoco le haría mucho caso, por lo que la niña pasó de mano en mano con diferentes parientes hasta que a los diez años fue violada por uno de ellos e internada casi enseguida en un colegio católico de monjas.
  Permaneció ahí hasta 1927. De regreso con su madre, ambas viajaron a Nueva York, donde ésta se empleó como sirvienta en diferentes casas. Como se trataba de un trabajo inestable, la pequeña Eleanora, de apenas trece años, debió dedicarse por un tiempo a la prostitución, “para completar el gasto”. Fue en esos días que escuchó por primera vez los discos de Bessie Smith y de Louis Armstrong, con lo que quedó atrapada por el blues y el jazz y decidió que quería ser cantante. Ya poseía para entonces una estupenda voz y un sentimiento muy particular al cantar, por lo que no tardó en llegarle una oportunidad, cuando en 1933 acudió a un bar de Harlem, el Log Cabin, y su dueño, el pianista Jerry Preston, le hizo una prueba. Cantó “Trav’lin’ All Alone” y “Body and Soul” y fue contratada de inmediato. Le pagarían dos dólares por noche.
  A sus 18 años, la suerte empezó a cambiarle, sobre todo cuando el productor John Hammond, quien también empezaba su carrera, la escuchó y de inmediato la puso en contacto con Benny Goodman y le consiguió un contrato con Columbia Records. En noviembre de aquel mismo año, grabó su primera canción: “Your Mother’s Son-In-Law”.
  Fue en los años treinta cuando logró su pleno desarrollo como artista, además de que conoció y colaboró con una lista impresionante de músicos que hoy son leyenda: Count Basie, Lester Young, Ben Webster, Artie Shaw. En 1938, mientras trabajaba en el Café Society de Nueva York, el músico Lewis Allen escribió para ella un tema especial, al ver los maltratos y discriminaciones que Billie sufría por su condición de mujer de raza negra. “Strange Fruit” fue el nombre de la pieza que la catapultaría a la fama inmediata, debido a su impresionante interpretación. Columbia no quiso grabarla, pero Commodore sí y aunque las estaciones de radio la vetaron por su letra de denuncia, no tardó en volverse muy popular.
  No obstante, otras dos serían las canciones que la consagrarían en definitiva, en 1941: “God Bless the Child” y “Lover Man”, dos grandes melodías que Holiday se encargó de convertir en clásicas.
  Con un prometedor futuro por delante, la cantante no supo aprovechar su momento y a lo largo de la siguiente década se hundió en un pantano de fracasos sentimentales, drogas y alcohol que inició su temprano declive. En 1947, dejó ir varias oportunidades de trabajo y además sufrió el terrible golpe de la muerte de su madre. Para colmo, fue arrestada por posesión de heroína y encarcelada.
  Los cincuenta no fueron sus mejores años tampoco, aunque logró grabar sus discos más desgarrados, hermosos y entrañables. Una joya como Lady in Satin (1958), sólo puede explicarse como un producto de esa etapa de su vida, etapa que se truncaría un año más tarde, cuando la heroína volvió a derrotarla y la condujo a un nuevo arresto, esta vez en un hospital al que fue llevada de urgencia y donde falleció de un infarto en 1959.
  La gran diva del jazz se fue en medio de la pobreza y el abandono más terribles. Este año se cumple un siglo de su llegada al mundo que tanto la maltrató y al que ella tanto le dio.

(Mi colaboración de este mes en la columna "Gato encerrado" que escribo para el periódico El Vigia, de Ensenada, Baja California)

jueves, 13 de octubre de 2016

¿Merece Bob Dylan el Nobel de Literatura?

Dice la revista francesa Les Inrocks que el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Robert Allen Zimmerman, mundialmente conocido como Bob Dylan, resulta tan restallante como lo fue la aparición de su composición “Like a Rolling Stone” en las radios del mundo, en 1965.
  No le falta razón. Aunque muchos puristas ya están poniendo el grito en el cielo, ante lo que consideran un crimen de lesa literatura por parte de los jurados del Nobel, me parece refrescante que el galardón haya sido concedido a un poeta a la vez popular y hermético, cuyas letras resultan muchas veces intrincadas y llenas de riqueza lírica; un bardo del folk, el blues y el rock que cambió la manera de escribir canciones y de decir las cosas; un revolucionario de la escritura trovadoresca; un juglar de la segunda mitad del siglo pasado y lo que llevamos de este.
  Nacido en Duluth, Minnesota, en 1941, Dylan ha creado una vasta obra como heredero temprano de Woody Guthrie, pero con una evolución que ha ido acorde con los cambios que han sufrido su país y el mundo a partir de los años sesenta y hasta la fecha.
  Se dice que el autor de temas como “All Along the Watchtower”, “Don’t Think Twice Is Alright”, “Mr. Tambourine Man” o “Forever Young” no es un escritor en el más estricto sentido de la palabra. Quienes lo desprecian lo consideran si acaso un cancionero o un escribidor de letras para música. No lo comparto: creo que Dylan es mucho más que eso y para comprobarlo basta con adentrarse en su escritura, a la que –es cierto– dio la forma de canciones. Hay ahí un gran manejo de la palabra en lengua inglesa, una formulación fascinante de imágenes y metáforas, muchas de ellas complicadas y de difícil traducción. Hay también una gran belleza formal y una profundidad que exige dos o tres o diez o más lecturas.
  Desde sus canciones de protesta (“The Times They Are A-Changin”, “Masters of War”, “Blowin in the Wind”, “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”) o sus piezas amorosas (“Just Like a Woman”, “I Want You”, “You’re a Big Girl Now”), hasta sus composiciones más introspectivas y personales (“Tangled Up in Blue”, “Simple Twist of Fate”, “Shelter from the Storm”) o esos monumentales poemas musicalizados que son “Visions of Johanna”, “Desolation Row” y, por supuesto, “Like a Rolling Stone”, todo ello (y mucho más) confirma que la decisión de los jurados del Nobel no ha sido en absoluto errada.

(Publicado hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

miércoles, 12 de octubre de 2016

The Who en México (Crónica de un anhelo anunciado)

Para Paulina de la Vega, por estar ahí.

¿Soy yo o para que resultara un concierto perfecto les faltó subir un poquito más el volumen?
  Bueno, tal vez sea yo y mi exceso de exigencia (o mi parcial sordera tempranamente sexagenaria). Lo cierto es que después de más de medio siglo, la noche de este miércoles 12 de octubre (día de “la raza”) se cumplió un sueño que muchos seguidores de The Who teníamos desde hace largo tiempo (y que pudo haberse cumplido en 2007, cuando el concierto del grupo en el Foro Sol se canceló por un supuesto malestar físico de Roger Daltrey): Pete Townshend y compañía se presentaron en México.
  Con un Palacio de los Deportes retacado (se dice que éramos 17 mil espectadores) y luego de un set abridor un tanto largo y aburridillo de Simon Townshend, el hermano consentido de Pete, por ahí de las nueve y media de la noche dio inicio un concierto peculiar, cálido, emotivo, entrañable y lleno de nostálgicas vibraciones (para usar un término sesentero).
  No sé si les sucedió a muchos más, pero después de haber visto a The Who infinidad de veces en videos en concierto (desde su legendarias presentaciones en el Monterey Pop Festival de 1967, el festival de Woodstock de 1969 o el de la Isla de Wight en 1970, hasta los más recientes, de su gira The Who 50!), el hecho de tenerlos ahí, en persona, en el escenario del coso de los rebotes, parecía de pronto algo irreal. ¿En serio esos ocho monitos que veíamos desde el palco de prensa donde nos acomodó Ocesa era The Who? ¿De verdad teníamos a dos leyendas vivientes como Townshend y Daltrey en persona, a sus respectivos 71 y 72 años de edad, para tocar lo mejor de su repertorio?
  Pues sí, era real. Estaba siendo real. Fue algo real. Desde el primer acorde seco y contundente de “I Can’t Explain” hasta el encore final con “Eminence Front” y “Substitute”, luego de pasar por dos grandiosas horas que entre otras piezas nos hicieron escuchar a plenitud “My Generation”, “I Can See for Miles”, “Who Are You”, “You Better You Bet”, “Behind Blue Eyes”, “The Seeker”, “Bargain”, “Anyway, Anyhow, Anywhere”, “Pinball Wizard”, “The Acid Queen”, “5:15”, “I’m One”, “Love Reign O’er Me”, See Me, Feel Me” y, por supuesto”, las exuberantes y exultantes “Baba O’Riley” y “Won’t Get Fooled Again” (quizás extrañé “Young Man” y “The Song Is Over”), The Who vino a mostrar a las viejas y nuevas generaciones lo que es hacer el mejor rock.
  Cierto que la voz de Roger Daltrey ya no es la misma, que en los agudos requiere el apoyo vocal de Simon Townshend y que algunos de sus pasos de baile parecen sacados de “La danza de los viejitos”. Cierto que Pete Townshend ya no puede pegar sus grandes saltos y que cuando quiso lanzarse para resbalar de rodillas en la duela, al final de “Won’t Get Fooled Again” (como hace en una escena de la película The Kids Are Alright), estas se le atoraron y literalmente se fue de bruces y estropeó su guitarra que debió cambiar de inmediato, luego de ponerse de pie con alguna pequeña ayuda de sus amigos. Cierto que aún se sienten las ausencias de Keith Moon y John Entwistle, a pesar de ser dignamente sustituidos por Zac Starkey (sí, el hijo de Ringo) y Pino Palladino. Cierto que no es lo mismo Los Cuatro Mosqueteros que Cincuenta años después.
  Sin embargo, la esencia de The Who continúa intocada y es capaz de llevar al paroxismo a una variopinta multitud con gente de todas las edades que coreó entusiasta la mayor parte de las canciones.
  Todo feliz en el concierto que estos míticos ingleses nos debían a sus seguidores mexicanos (aunque insisto en que un poco más de volumen lo habría hecho más explosivo aún). El disfrute colectivo fue evidente y el mío, en lo personal, lo fue en partida doble: por ver al fin a The Who “en vivo” y por mi gratísima compañía, quien a la salida se puso la playera emblemática del grupo.
  Long live rock!

(Publicado originalmente en "Acordes y desacordes", el sitio de música que coordino para la revista Nexos)

martes, 11 de octubre de 2016

The Who en México

A pesar de la inminencia de su actuación en nuestro país, mañana miércoles 12 de octubre en el Palacio de los Deportes, sigue pareciendo cosa increíble que, luego de 51 años de haber grabado su primer disco, el explosivo The Who Sings My Generation de 1965, al fin veremos en concierto a The Who, una de las agrupaciones más importantes en la historia del rock.
  La estatura mítica que han alcanzado Roger Daltrey y (sobre todo) Pete Townshend resulta inconmensurable. A pesar de ser dos venerables septuagenarios (ellos que decían, precisamente en su canción “My Generation”, que preferían morir antes de envejecer), ambos conservan la energía de siempre y su repertorio forma parte de lo más clásico de lo clásico.
  Ahí estarán también, en el escenario del Palacio (que esperemos esa noche no sea de los rebotes y brinde el sonido que merece tan enorme grupo), los fantasmas de dos inmortales: el grandioso y más o menos discreto bajista John Entwistle, fallecido en 2001, y el delirante e hiperquinético baterista Keith Moon, desaparecido en 1978 y, a mi modo de ver, uno de los tres más grandes en su instrumento de todos los tiempos.
  Se trata pues, sin exagerar, de una fecha histórica. Mucho más trascendente que, por ejemplo, la reciente presentación de Roger Waters en el Zócalo capitalino. Aunque temo que buena parte de las nuevas generaciones no se dará por enterada.
  Mi relación personal con The Who es larga. Los escucho desde finales de los sesenta, cuando era yo un adolescente imberbe. Los descubrí con su rock ópera Tommy, en 1968, cuando tenía escasos 13 años de edad, y desde entonces los he seguido fielmente.
  Espero estar presente mañana en el Palacio de los Deportes y cumplir –sí–, uno de los dos sueños de mi vida: ver a The Who en concierto (el otro sería ver a los Kinks, pero ese sí parece ser, a estas alturas, un sueño guajiro).

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 10 de octubre de 2016

El Café Tacuba de Enrique Blanc

Editorial Planeta acaba de publicar Café Tacuba, bailando por nuestra cuenta, un libro de entrevistas que cuenta la larga historia de una de las agrupaciones más sui generis de eso que muchos siguen llamando rock mexicano. El experimentado periodista Enrique Blanc es el autor y con él es nuestra charla.

¿Por qué Café Tacuba?
Como sabemos, el rock nacional está lleno de propuestas. Café Tacuba refleja un momento muy importante que coincide con el llamado boom del rock mexicano, cuando las discográficas multinacionales empiezan a fichar grupos como Caifanes, Maldita, Fobia... y me parece que el que mejor ejemplifica la idea de generar una música, un rock con identidad nacional, es Café Tacuba. Pero hay otra historia también atrás. Durante muchos años he estado trabajando con la revista española Zona de obras, cuyo perfil es concentrarse sobre todo en la escena iberoamericana. Obviamente, abordan lo que pasa en España; pero como su director es argentino, de ahí viene el interés por el rock de nuestro continente. Hace tiempo me pidieron que escribiera algunos títulos sobre músicos de nuestro país. El primero que hice, en 2000, se llamó Puro power mexicano. Conversaciones con Molotov. Después vino De mis pasos. Conversaciones con Julieta Venegas. El tercero de la serie habría de ser con Café Tacuba y se lo propuse a Joselo Rangel, quien me respondió: “No nos interesa”. Sin embargo, ahí quedó el interés mío manifiesto y luego de algunos años, me dijeron: “Ahora sí”.

Veo que manejaste el libro básicamente como un ejercicio periodístico, de reportero, sin emitir opiniones o juicios de valor.
Los géneros periodísticos te llevan por distintos caminos. En el reportaje, lo que te interesa son los testimonios que recabas y en la entrevista lo que menos importa es el entrevistador. Fue esto lo que quise poner como ejercicio en el libro: que la historia de Café Tacuba estuviera contada por ellos mismos, por sus cuatro integrantes.

Hay una vieja polémica acerca del grupo, respecto a si lo que hace es o no es rock. ¿Tú qué piensas al respecto?
No me caso mucho con las etiquetas, pero diría que lo que hace es música mexicana contemporánea. Obviamente hay elementos del rock. Hay guitarras eléctricas. Hay también una cierta actitud. Quizá no sean tan roqueros como lo es un Alex Lora, pero como decía Santiago Auserón: para crear un rock propio en Iberoamérica, hay por una parte que beber de la larga tradición del rocanrol estadounidense, anglosajón, negro, y voltear también a lo propio. Elaborar un rock mestizo, fusionado. Tal vez no el rock ortodoxo que hacen los Arctic Monkeys o que hizo en su momento Led Zeppelin. Si hoy contemplas el gran cuadro de lo que puede caber en el rock, el viejo purismo ya se desplomó, se desbordó a nivel global. Rock es Eels, rock es Björk. El término rock habría que entenderlo en el contexto actual, contemporáneo, no anclado a la ortodoxia de decir: cuatro guitarras y una batería.

Desde esa visión, ¿cuál es el lugar de Café Tacuba dentro del rock que se ha hecho y se sigue haciendo en México? Hay quienes dicen que es el mejor grupo nacional.
No me gusta ese tipo de elementos tan categóricos. La música es un fenómeno dinámico. Si analizas las discografías de muchos músicos, te darás cuenta de que tienen sus altas y sus bajas. Bob Dylan, por ejemplo, tuvo un pico de creatividad en 1965 y 1966 y después tuvo un bache. Todos los grandes grupos de rock han tenido discos malos o al menos discos menores. Café Tacuba hizo en 1994 uno de los grandes discos del rock latino que es Re, una obra que sigue vigente y que planteó muchas ideas para crear un rock con identidad mexicana, un rock nacional. Pero el grupo siguió experimentando y no se quedó en la fórmula. Incluso quiso ir al post rock con Revés/Yo soy de 1999 que es un disco muy incomprendido y más valorado fuera que dentro de México. En síntesis, me parece que Café Tacuba es una agrupación que tiene una identidad muy clara, no sólo como conjunto sino en la propia personalidad de cada uno de sus miembros: Rubén, Josélo, Memé, Quique. No sé cuántos miembros de Zoé me podrías nombrar más allá de León Larregui. Con los Tacubos es diferente y los cuatro destacan, cada uno a su manera.

(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

domingo, 9 de octubre de 2016

René Avilés Fabila

Apenas una semana después de la muerte de Luis González de Alba, nos despertamos este domingo con la igualmente terrible noticia del fallecimiento de otro gran escritor y pensador: René Avilés Fabila. No diré que había una amistad entre nosotros, aunque nos teníamos como amigos en Facebook. Sólo una vez platiqué con él, por allá de 2004 0 2005, cuando nos topamos en la sala de abordar del aeropuerto de Zacatecas, mientras aguardábamos el avión que nos traería de regreso al todavía Distrito Federal. Ambos habíamos asistido como invitados a una Feria Cultural de esa ciudad norteña. Platicamos muy afablemente durante una hora y me cayó muy bien. Todavía hace unos meses, le conté por inbox que había comprado en una librería de viejo de Donceles un par de libros suyos: "Recordanzas" y "Memorias de un comunista" y le prometí comentárselos una vez que los leyera. Ya no hubo tiempo de hacerlo. Triste domingo nublado. Muy triste.

sábado, 8 de octubre de 2016

El legado de Luis González de Alba

Pocos pensadores serán echados tanto de menos como nuestro compañero de páginas Luis González de Alba. Ya se le extraña, de hecho, cuando aún no se cumple una semana de su muerte elegida. Ayer viernes debió aparecer su columna habitual, “La calle”, esa que tanto regocijaba a muchos, por su lucidez, su claridad y, en no pocas ocasiones, su afán provocativo, y que tanto irritaba a otros tantos, precisamente por lo mismo.
  El caso es que Luis ya no está entre nosotros y sólo queda releerlo en sus libros y en sus cientos de artículos en medios como Milenio, Nexos y algunos más.
  ¿Cuál es el legado de González de Alba? Uno muy grande. El de una de las mentes más brillantes del México contemporáneo, un hombre que hizo del pensamiento crítico un arma a la vez inteligente y lúdica, libre y heterodoxa, transgresora y desacralizante.
  Dice Héctor Aguilar Camín –otra pluma igualmente lúcida y necesaria– que el autor de Los días y los años tuvo una “vida salvajemente dedicada a ser libre”, mientras que Jesús Silva-Herzog Márquez lo llamó “un cruzado del sacrilegio” y Carlos Marín se refirió a “quien honró tanto a la izquierda racional”.
  Porque si algo me queda claro, es que Luis fue hasta el día de su muerte un hombre de izquierda en el más estricto y cabal sentido de la palabra y que quienes desde “la izquierda” lo atacaron y denostaron tanto (hasta el punto de que en La Jornada ignoraron su fallecimiento de la manera más burda, evidente y grosera) son aquellos que han usurpado y desvirtuado el significado del concepto de gauche para convertirlo en un híbrido zafio, populista y tremendamente reaccionario.
  Desde hace tiempo, Luis abogaba para que la próxima Medalla Belisario Domínguez le fuera otorgada al heroico Gonzalo Rivas Cámara. Quizás en un gesto de grandeza y justicia, los senadores podrían entregársela a este admirable mexicano... y, simbólicamente, a Luis González de Alba también.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 7 de octubre de 2016

Marvin Pontiac / Legendary Marvin Pontiac (2000)

Marvin Pontiac, el legendario bluesero que nunca existió. Inventado por John Lurie (The Lounge Lizards), Pontiac no es sino el alter ego (con detallada biografía incluida) que empleó el excéntrico músico para realizar este estupendo y oscurísimo disco con un blues bastante lascivo y enigmático. Si Pontiac es un personaje ficticio poco importa. Su música resulta más que real, aunque sólo se encuentre en este disco de (supuestos) éxitos.

Mejor tema: “I’m a Doggy”


jueves, 6 de octubre de 2016

¿Quién es Quién?

Y Eric Burdon anunció a los cientos de miles de asistentes: “Con ustedes The Who, un grupo que va a destruirlos en más de una manera”.
  Año 1967. El hoy legendario festival de música en Monterey, California, se acercaba a su término. Era la última noche, la del 18 de junio, y había dos cartas para cerrar con espectacularidad la primera gran celebración del hippismo norteamericano: Jimi Hendrix y The Who. Era necesario tomar una decisión al respecto y aquello olía a conflicto, sobre todo porque los integrantes del cuarteto británico, con Pete Townshend a la cabeza, habían escuchado rumores acerca de lo que Hendrix estaba preparando: una actuación en la cual tocaría a impresionante volumen, haría uso de toda clase de efectos e incluso destrozaría instrumentos. En una palabra, Townshend y compañía se sintieron plagiados, ya que si por algo eran conocidos era precisamente por tocar al más alto volumen y terminar sus presentaciones en medio de un caos lleno de humo, estridente ruido de feedback y la destrucción de sus instrumentos.
  En un principio pensaron en negarse a salir a escena, pero los organizadores del festival lograron persuadirlos de que lo más justo era echar a la suerte quién cerraría el evento. Una moneda al aire lo decidió. The Who sería el penúltimo grupo y Hendrix se llevaría la gloria de clausurar el histórico acontecimiento. Aunque se pusieron furiosos y furiosos salieron al escenario, Pete Townshend y sus compañeros Roger Daltrey, John Entwistle y Keith Moon pronto se dieron cuenta de que había sido lo mejor. Al aparecer ellos primero, podrían realizar su acto y el creador de “Purple Haze” tendría que inventar otra cosa para no quedar como un simple imitador.
  Y así fue. Esa noche The Who tocó como pocas veces, con una ira desbordada que dejó atónito a un público habituado a todo, menos a esa violencia escénica. En especial, Townshend se mostró como un verdadero matarife y no estaba fingiendo. Acostumbrado durante sus actuaciones a la potencia de sus amplificadores Marshall, el guitarrista se sintió frustrado porque aquella noche sólo contaba con unos modestos Vox que no reproducían sus salvajes acordes con el debido volumen. Por eso, luego de interpretar “Substitute”, “Summertime Blues”, “Pictures of Lily”, “A Quick One, While He’s Away”, “Happy Jack” y “My Generation”, culminó esta última clavando una y otra vez, como balloneta, el brazo de su guitarra contra las bocinas, mientras Daltrey giraba espectacularmente su micrófono en el aire y Moon hacía estallar bombas de humo desde su batería, al tiempo que pateaba los tambores y lanzaba al piso los platillos. Aquello era un espectáculo inédito para los “alivianados” espectadores creyentes del peace and love y el flower power.
  A pesar de su histórica actuación en Monterey, The Who no pudo evitar que Jimi Hendrix fuera la estrella no sólo de la noche, sino del festival entero. El de Seattle tocó como nunca hasta entonces y convirtió su acto en una provocadora ceremonia ritual llena de magia, energía y sensualidad, cuyo momento cumbre llegó cuando roció su guitarra de gasolina y le prendió fuego para luego dejar el escenario convertido en ruinas. Además, Hendrix sí pudo usar amplificadores Marshall…

(Casi medio siglo después de aquella noche turbulenta, The Who –o sus dos sobrevivientes: los extraordinarios Pete Townshend y Roger Daltrey– se presentará en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, el 12 de octubre próximo)

(Mi colaboración de este mes en mi columna "Comunicación interrumpida" del periódico cultural La Digna Matáfora que dirige Víctor Roura)

miércoles, 5 de octubre de 2016

Dicen


Dicen que el tubo de la pasta de dientes debe apretarse desde abajo.
Lo dicen muchas mujeres que dicen que los hombres solemos apretarlo desde arriba.
Incluso, dicen, puede ser causal de divorcio.
Como los ronquidos o como esa manía masculina de dejar abierta la tapa del retrete.
He vivido con dos mujeres jóvenes que no aprietan desde abajo el tubo del dentífrico.
Yo sí lo hago, quizás un poco femeninamente.
Es curioso vivir con muchachas frescas, despreocupadas, un tanto desordenadas
que no saben que el tubo de la pasta debe apretarse desde abajo.
Para que no se vea como un objeto arrugado y disforme.
Casi como una pieza de arte conceptual.
De ready made.
Claro que para mí eso es un pecado venial, perdonable, sin importancia.
Es tanto lo que río con una, lo que reí con la otra.
Es tanto lo que disfruto
                                     que estoy dispuesto a disculpar
                                                                                         algo tan nimio
como la mala manera de comprimir, de estrujar,
                                                                              un simple tubo dental.

martes, 4 de octubre de 2016

Un blues para Luis

Impresionado, atónito ante la inesperada muerte de nuestro compañero de páginas en Milenio, el espléndido Luis González de Alba (a quien mencioné apenas el sábado pasado en mi columna “Cámara húngara”, sin imaginar que al día siguiente se quitaría la vida), quiero recordarlo con música, la música que a él le gustaba, según me reveló en una breve entrevista sobre sus preferencias discográficas que le hice a principios de julio pasado para “Acordes y desacordes”, la sección de música que coordino para el sitio de la revista Nexos. He aquí algunas de sus respuestas.

¿Cuál fue el primer disco que escuchaste?

Uno de 78 rpm, el aria “Deh vieni alla finestra”, de Mozart.

¿Cuál es el primer disco que compraste?
La 6ª sinfonía, Patética, de Chaikovski.

¿Cuál es tu disco favorito para manejar?
No enciendo ni el radio.

¿Cuál es el disco que mejores recuerdos te trae?
Romance, de Luis Miguel.

¿Cuál es el disco que adquiriste más recientemente?
El Putumayo de Grecia.

¿Cuál es el disco que prefieres para hacer el amor?
Romance
. Luis Miguel.

¿Cuál es el disco que quisieras que tocaran en tu funeral?
No podré escuchar ninguno...  Pero los presentes podrían gozar el aria “Erbarme Dich" de La Pasión según San Mateo de Bach.

  Cuando este domingo me enteré de lo sucedido con Luis y dado que aún carecía yo de información, temí que hubiese sido asesinado. Al saber que había decidido suicidarse y que desde agosto pasado tenía pensado hacerlo justo el 2 de octubre de 2016, me sentí más tranquilo y no pude menos que mostrarme admirado por su determinación, su valentía e incluso su congruencia.
  Admirador de su obra, coincidente con su pensamiento político crítico y agudo, no me queda más que saludar la vida de este gran ser humano. Vaya este blues para Luis. Descanse en paz.
 
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de Milenio Diario)

lunes, 3 de octubre de 2016

Cantautoras: ¿una moda o un movimiento?

Sucedió a mitad de los años noventa de la pasada centuria. De pronto, en pleno auge del movimiento grunge, como de la nada surgió una pléyade de talentosas mujeres jóvenes que no sólo sabían cantar y tocar uno o más instrumentos, sino que además poseían grandes dotes como compositoras. Se podían rastrear, ciertamente, algunas de sus influencias (no hay músico en la historia que no las tenga), pero cada una tenía un estilo muy bien definido que la diferenciaba de las otras.
  Ahora que se cumplen dos décadas de la aparición de ese álbum deliciosamente sicalíptico y provocadoramente sugerente que es Tidal de Fiona Apple (Epic, 1996), no está por demás recordar a aquel grupo de casi teenagers (Fiona lo era, a sus 19 años) que en la antigua tradición de gente como Joan Baez, Melanie, Judy Collins, Buffy Saint Marie, Laura Nyro, Janis Ian o Joni Mitchell, se empeñaron en buscar una voz propia como compositoras e intérpretes y lo lograron de muy buena forma.
  Hablo de cantautoras como Tori Amos, Ani Difranco, Alanis Morisette, Heather Nova, Tracy Chapman, Liz Phair, Aimee Mann, Jewel, Lisa Loeb, Cat Power, Paula Cole, Michelle Shocked, Natalie Merchant, Beth Orton, Meredith Brooks, Sheryl Crow y, por supuesto, la ya mencionada Fiona Apple.
  En ese 1996, hace 20 años, además del Tidal, aparecieron álbumes tan buenos como Dilate de Ani Difranco, Boys for Pele de Tori Amos, This Fire de Paula Cole, Myra Lee de Cat Power, Trailer Park de Beth Orton, más el homónimo Sheryl Crow... y tan sólo un año antes habían salido el célebre Jagged Little Pill de Alanis Morisette, el I’m with Stupid de Aimee Mann, el Pieces of You de Jewel, el Tails de Lisa Loeb y el New Beginning de Tracy Chapman, entre otros trabajos memorables de ese tiempo no tan lejano.
  ¿Fue aquel auge de mujeres cantautoras una moda o se dio de manera espontánea? Todo indica que fue esto último lo que sucedió y los resultados fueron artísticamente muy afortunados.
  Pero, ¿qué podemos decir del actual boom de cantautoras mexicanas e hispanoamericanas? ¿Hasta qué punto podemos compararlo con aquel auge noventero tan rico y fructífero? ¿Sería justo equipararlos siquiera? No estoy tan seguro.
  Lo que en un principio fue el surgimiento, hace algunos ayeres, de jóvenes cantantes y compositoras como Julieta Venegas y Ely Guerra (sus respectivos y estupendos discos debut, Aquí y Lotofire, datan  de 1998 y 2002), tuvo herederas variopintas que han acabado por conformar, más que un movimiento, una cofradía de calidades desiguales y a la baja que incluye no sólo a México sino a países como Argentina, Chile y Colombia.
  He llamado a esto el rockcito ñoño, debido a que la mayor parte de sus intérpretes (casi todas dentro del rango generacional que se conoce como millenials) suelen realizar interpretaciones lastimeras y depresivas (¿o deprimentes?), con voces débiles, chillonas e infantiloides y cuyas más notorias representantes nacionales son cantautoras como Natalia Lafourcade, Ximena Sariñana y Carla Morrison.
  A ellas se pueden sumar los nombres de otras jóvenes músicas mexicanas e iberoamericanas como Mon Laferte, Elis Paprika, Javiera Mena, Francisca Valenzuela, Denise Gutiérrez, Mariana Vega, Deborah del Corral y otras que seguramente se me escapan. A casi todas las hermana un mismo sonsonete puberto al cantar (aunque algunas de ellas ya están muy alejadas de la pubertad), un tonito bobalicón, como de niñas bembas o adolescentes sempiternas. Cantan y componen de un modo tan uniforme y tan parecido que, al contrario de sus congéneres de habla inglesa de los pasados años noventa, parecen querer sonar lo más parecido posible entre ellas mismas.
  Lo que hace 20 años era un interesante movimiento dentro del rock internacional, en nuestros lares se traduce hoy en algo que semeja más una moda. Y si algo caracteriza al final a las modas es su carácter efímero, pasajero y, en muchas ocasiones, intrascendente.

(Mi columna "Bajo presupuesto", publicada en el No. 144 de la revista Marvin)

domingo, 2 de octubre de 2016

Comida celebratoria

El motivo tuvo que ver con un libro, con una novela, con mi abuelo Emiliano y con las ganas de reunirme con la gente que más amo. Ahí estuvieron mis hijos Alain y Jan, sus parejas Hallet y Liza y mis queridísimas Paulina y la amiga incógnita.
  Comimos muy rico, nos reímos, leímos fragmentos de cierto libro y la pasamos muy bien. Un domingo hermoso al lado de los míos.

sábado, 1 de octubre de 2016

La Belisario Domínguez (carta a los senadores del PAN)

Estimados señores senadores del Partido de Acción Nacional:
  Por medio de la presente y dado que este año corresponde a ustedes determinar a cuál mexicano notable se otorgará la presea Belisario Domínguez, quiero sumarme a la propuesta de mi compañero de páginas en Milenio, el estupendo escritor y articulista Luis González de Alba, para que la medalla correspondiente a 2016 sea otorgada a Gonzalo Miguel Rivas Cámara, el heroico empleado que el día 12 de diciembre de 2011 ofrendó su vida para salvar de la muerte a cientos de personas que se encontraban en la gasolinera “Eva”, sobre la autopista México-Acapulco, a la altura de la ciudad de Chilpancingo, Guerrero.
  Como ya González de Alba ha propalado en las páginas de este diario en diversas ocasiones, ante el incendio provocado que amenazaba con extenderse y volar por los aires no sólo esa gasolinera sino los tanques subterráneos de combustible y la gasolinera al otro lado de la carretera, Gonzalo Rivas no huyó del lugar y aunque no fuese responsabilidad suya, dado que él era encargado de las computadoras y no de las bombas que ardían, se dedicó a apagar el siniestro y a cerrar las válvulas, con tan mala fortuna que el fuego lo alcanzó y lo envolvió fatalmente. Luego de tres semanas de dolorosísima agonía, este valeroso ingeniero de sistemas falleció en un hospital.
  Ya Luis comparó el heroísmo de Rivas Cámara con el de Jesús García, el célebre Héroe de Nacozari, y resulta más que justo y obligado que Gonzalo reciba la Medalla Belisario Domínguez, como un homenaje y un reconocimiento a su valor civil y humano y al sacrificio de su vida, al impedir una hecatombe que habría costado centenares de muertos.
  Se sabe que hay voces mezquinas que no quisieran que se recordara a Gonzalo Rivas Cámara. Esperemos que ustedes, señores senadores de la República, no hagan eco de ellas y actúen en consecuencia. Se trata, sin duda alguna, de un real servidor de la Patria.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)