Dice la revista francesa Les Inrocks que el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Robert Allen Zimmerman, mundialmente conocido como Bob Dylan, resulta tan restallante como lo fue la aparición de su composición “Like a Rolling Stone” en las radios del mundo, en 1965.
No le falta razón. Aunque muchos puristas ya están poniendo el grito en el cielo, ante lo que consideran un crimen de lesa literatura por parte de los jurados del Nobel, me parece refrescante que el galardón haya sido concedido a un poeta a la vez popular y hermético, cuyas letras resultan muchas veces intrincadas y llenas de riqueza lírica; un bardo del folk, el blues y el rock que cambió la manera de escribir canciones y de decir las cosas; un revolucionario de la escritura trovadoresca; un juglar de la segunda mitad del siglo pasado y lo que llevamos de este.
Nacido en Duluth, Minnesota, en 1941, Dylan ha creado una vasta obra como heredero temprano de Woody Guthrie, pero con una evolución que ha ido acorde con los cambios que han sufrido su país y el mundo a partir de los años sesenta y hasta la fecha.
Se dice que el autor de temas como “All Along the Watchtower”, “Don’t Think Twice Is Alright”, “Mr. Tambourine Man” o “Forever Young” no es un escritor en el más estricto sentido de la palabra. Quienes lo desprecian lo consideran si acaso un cancionero o un escribidor de letras para música. No lo comparto: creo que Dylan es mucho más que eso y para comprobarlo basta con adentrarse en su escritura, a la que –es cierto– dio la forma de canciones. Hay ahí un gran manejo de la palabra en lengua inglesa, una formulación fascinante de imágenes y metáforas, muchas de ellas complicadas y de difícil traducción. Hay también una gran belleza formal y una profundidad que exige dos o tres o diez o más lecturas.
Desde sus canciones de protesta (“The Times They Are A-Changin”, “Masters of War”, “Blowin in the Wind”, “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”) o sus piezas amorosas (“Just Like a Woman”, “I Want You”, “You’re a Big Girl Now”), hasta sus composiciones más introspectivas y personales (“Tangled Up in Blue”, “Simple Twist of Fate”, “Shelter from the Storm”) o esos monumentales poemas musicalizados que son “Visions of Johanna”, “Desolation Row” y, por supuesto, “Like a Rolling Stone”, todo ello (y mucho más) confirma que la decisión de los jurados del Nobel no ha sido en absoluto errada.
(Publicado hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario