A pesar de la inminencia de su actuación en nuestro país, mañana miércoles 12 de octubre en el Palacio de los Deportes, sigue pareciendo cosa increíble que, luego de 51 años de haber grabado su primer disco, el explosivo The Who Sings My Generation de 1965, al fin veremos en concierto a The Who, una de las agrupaciones más importantes en la historia del rock.
La estatura mítica que han alcanzado Roger Daltrey y (sobre todo) Pete Townshend resulta inconmensurable. A pesar de ser dos venerables septuagenarios (ellos que decían, precisamente en su canción “My Generation”, que preferían morir antes de envejecer), ambos conservan la energía de siempre y su repertorio forma parte de lo más clásico de lo clásico.
Ahí estarán también, en el escenario del Palacio (que esperemos esa noche no sea de los rebotes y brinde el sonido que merece tan enorme grupo), los fantasmas de dos inmortales: el grandioso y más o menos discreto bajista John Entwistle, fallecido en 2001, y el delirante e hiperquinético baterista Keith Moon, desaparecido en 1978 y, a mi modo de ver, uno de los tres más grandes en su instrumento de todos los tiempos.
Se trata pues, sin exagerar, de una fecha histórica. Mucho más trascendente que, por ejemplo, la reciente presentación de Roger Waters en el Zócalo capitalino. Aunque temo que buena parte de las nuevas generaciones no se dará por enterada.
Mi relación personal con The Who es larga. Los escucho desde finales de los sesenta, cuando era yo un adolescente imberbe. Los descubrí con su rock ópera Tommy, en 1968, cuando tenía escasos 13 años de edad, y desde entonces los he seguido fielmente.
Espero estar presente mañana en el Palacio de los Deportes y cumplir –sí–, uno de los dos sueños de mi vida: ver a The Who en concierto (el otro sería ver a los Kinks, pero ese sí parece ser, a estas alturas, un sueño guajiro).
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario