miércoles, 31 de octubre de 2018

Absolutamente cierto


martes, 30 de octubre de 2018

Catch a Fire

Aunque durante varios años los Wailers habían grabado una buena cantidad de discos de bajo presupuesto, ya fuese como trío o como banda completa, Catch a Fire (1973) es de hecho su primer álbum en forma, la primera producción realmente profesional de Bob Marley y la primera con la que habría de ser su casa discográfica, la británica Island Records de Chris Blackwell. Y representó todo un éxito, al combinar el reggae puro con elementos de blues, soul, funk y rock.
  Se dice que todo en este álbum es seminal, ya que del mismo parte lo que sería el reggae en el futuro y su influencia en la escena rocanrolera de los años setenta en adelante, con grupos como The Clash y The Police, entre varios otros.
  Aún con Peter Tosh en la alineación de los Wailers, Catch a Fire debe mucha de su aceptación al trabajo de Blackwell como productor (los arreglos “roqueros” de los temas se deben a él y sin duda ayudaron a hacer el disco más accesible para el público anglosajón). Otro punto que ayudó fue que la canción “Stir It Up” de Bob Marley ya había sido un éxito de popularidad con Johnny Cash y su inclusión hizo que mucha gente se acercara al LP. Pero aunque estupenda, no es la única pieza digna de mención. Otras como “Concrete Jungle” y “Slave Driver” o las dos composiciones de Tosh, “Stop That Train” y “400 Years”, son igualmente buenas.
  Temáticamente, las letras de los nueve cortes contienen en su mayoría una posición crítica en contra del colonialismo en Jamaica. Catch a Fire convirtió a Bob Marley, de un solo golpe, en superestrella de la música, algo que sus compañeros Peter Tosh y Bunny Wailer no aceptarían y los llevaría a abandonar al grupo casi de inmediato. No obstante, la grandeza de este álbum permanece incólume a más de treinta años de distancia. Todo un clásico.

(Reseña que escribí para el Especial No. 15 de La Mosca en la Pared, publicado en octubre de 2004)

lunes, 29 de octubre de 2018

Poema (¿o letra de canción?)

Me gusta tenerte a un lado y contemplarte,
ver tus ojos, peces de agua dulce,
de agua transparente y tan deseable
para saciar mi sed que tú produces.

De agua de lluvia es el fluir de tu cabello,
el aguacero en que me ahogo.
De agua de luna es el lago de tus senos,
en el que mis anhelos tocan fondo.

(No recuerdo si es un poema o el fragmento de lo que sería la letra de una canción cuya música he olvidado. Lo encontré anotado en un papel y fue escrito en 1994 para la mujer que en mi primera novela ostenta el nombre de Ángela).

domingo, 28 de octubre de 2018

(What’s the Story) Morning Glory

El segundo gran disco de Oasis. Al contrario de Definitely Maybe que era un álbum más rocanrolero, (What's the Story) Morning Glory? (1995) tiende a los temas en los cuales la melodía es lo primordial, algo de lo que dio al brit pop una de sus características más notorias. Se trata además de una obra más trabajada, producida con mucho mayor detalle y con composiciones que juegan de mejor manera con el rango estilístico y que, por tanto, abarcan una gran cantidad de variaciones. Los arreglos son más finos y elaborados. Es, digamos, un disco más Sgt. Pepper que Rubber Soul. También es una colección de canciones que tiende hacia una mayor introspección letrística. Hay más emociones íntimas y emocionales en juego y hasta algunas metáforas bien logradas (se sabe que el fuerte de Noel Gallagher nunca han sido las letras). Asimismo, el grupo suena mejor desde un punto de vista instrumental y la voz de Liam Gallagher se permite más matices y colores, lo cual la hace sonar menos plana y más intencionada.
  (What's the Story) Morning Glory? arranca a la perfección con “Hello”, una pieza al mismo tiempo agresiva y melódica, ruidosa y armónica. La sigue la conocida “Roll with It”, un rocanrolito irresistible (debo confesar que ésta fue la primera canción que escuché de Oasia y que su sonido me capturó de inmediato). Curiosamente, se trata de uno de los temas con menos huellas del estilo de Noel Gallagher. Aquí hay algo de crudeza y hasta cierto sonido rasposo, es como una canción atípica y tal vez en ello se encuentre su mayor mérito.
  “Wonderwall”, en cambio, es y representa muy otra cosa. Posiblemente se trate de la composición sine qua non de Oasis, la que mejor lo define como grupo y como proyecto. Construida a la perfección, con una melodía inconfundible, armonías en sutil progresión y una interpretación vocal excelente por parte de Liam Gallagher, estamos ante una mera canción de amor (escrita por Noel Gallagher a su novia Meg Matthews), pero vaya nivel de canción. Es la canción.
  Otra joya es la inmediata “Don't Look Back in Anger” (cuyo piano empieza –sólo empieza– como el de “Imagine” de John Lennon), una melodía de gran belleza musical, en verdad conmovedora. “Hey Now!”, por su parte, es una enérgica e interesante tonada que da pie (después del breve puente instrumental de la primera “Swampsong”) a la peculiar “Some Might Say” que sin dejar de ser claramente britpopera, mucho abreva del noise rock y de las paredes de sonido a la Phil Spector. “Cast No Shadow”, en cambio, es un retorno a la calma, en un suave tema dedicado –se dice– a Richard Ashcroft de The Verve. Mientras tanto, “She’s Electric” es uno de los cortes más divertidos del álbum, una composición que puede remitir a T. Rex, pero que representa, definitivamente, otra de las piedras fundacionales del brit pop.
  La homónima “Morning Glory” nos prepara para la cenital culminación del disco (ahí están otra vez el noise rock y la pared de sonido), no sin antes pasar por una segunda “Swampsong” igualmente instrumental y brevísima. “Champagne Supernova”, el último tema de (What's the Story) Morning Glory?, es casi un himno, una composición in crescendo, una escalera al cielo llena de triunfal imaginería sesentera, la mejor manera de culminar –con Paul Weller como guitarrista invitado y Neil Young como presencia fantasmal– un álbum así de bueno.
  Nunca pudo Oasis encontrarse en una cumbre artística y creativa más alta y a más de veinte años de distancia, la sigue extrañando.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial No. 27 de La Mosca en la Pared, publicado en enero de 2006)

sábado, 27 de octubre de 2018

Cámara húngara: Para documentar nuestro pesimismo

Los cinco meses que transcurren entre la celebración de las elecciones y la toma de posesión presidencial habían sido siempre un lapso de relativo vacío político y escaso movimiento, tiempo de reacomodos y de tomar algunas precauciones ante el gobierno que llegaba. Esta vez no fue así y el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha sabido llenar ese vacío, aunque no de la mejor manera.
  Lo que hemos visto del 1 de julio hasta ahora (con la cereza del pastel llamada consulta ciudadana) no deja lugar para el optimismo. AMLO y los suyos se han dejado llevar por la soberbia que les dio su indiscutible victoria electoral y actúan no como un gobierno que se dispone a servir a todos los mexicanos, sino como una secta inflexible y arrogante, sobrada y pagada de sí, que se ha otorgado el papel de propietaria del país.
  Las señales son ominosas. La manera torpe, cínica y desaseada como se organizó la consulta sobre el aeropuerto de la Ciudad de México es apenas la punta del iceberg de lo que nos espera. Esa es una señal de lo que se viene, pero hay otras, como la inminente desaparición de la reforma educativa y la muy posible entrega del SNTE a su antigua lideresa, la inefable Elba Esther Gordillo, o los ataques intolerantes del propio López Obrador contra lo que llama la prensa fifí e incluso contra periodistas concretos, como Carlos Loret de Mola.
  Y aún hay más: la violencia linchadora de algunos legisladores de Morena en las cámaras; el discurso polarizante del presidente electo y muchos de los suyos en lugar de buscar la conciliación; el anuncio orgulloso de que a la toma de posesión vendrán Nicolás Maduro, Evo Morales y un alto dignatario de Corea del Norte; el fracaso de los foros sobre seguridad; el nombramiento como directora de Conacyt de una delirante seudo ecologista que abomina de la “ciencia neoliberal” (¿existe tal cosa?)… En fin. Todos los días hay algo nuevo para documentar nuestro pesimismo.
  Faltan poco más de 30 días para que dé inicio el gobierno de la llamada cuarta transformación. Si tratamos de verlo con sentido del humor, quizá nos esperan días, semanas, meses y años de risa loca. Aunque de la risa loca podemos pasar a la risa histérica y de ahí al llanto dantesco. Porque ya lo anotó el propio Dante Alighieri a la entrada del infierno: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”.

viernes, 26 de octubre de 2018

Para dártelas de entendido en rock (83)

"Dancing in the Dark" es una de las canciones clásicas de Bruce Springsteen. Contenida en su álbum Born in the U.S.A., de 1984, el video del conocido tema fue dirigido por el gran realizador Brian de Palma y en él apareció, en una pequeña escena, una joven aspirante a actriz que respondía al nombre de Courteney Bass Cox. Su papel se limitaba a poner cara de sorpresa y bailar con Springsteen en el escenario, en la parte final del clip. Le pagaron 350 dólares, pero su mayor paga fue que el video se hizo muy popular y fue visto por millones de personas que literalmente se aprendieron su rostro. Diez años más tarde, ya como actriz, la joven fue parte del elenco principal de una de las series más exitosas en la historia de la televisión: Friends. Para entonces ya se había quitado el apellido Bass y se llamaba, simplemente, Courteney Cox.

jueves, 25 de octubre de 2018

De Jorge Ibargüengoitia

Yo entré en la escuela de Filosofía y Letras, que entonces estaba en Mascarones, y allí la conocí. Ni yo le gustaba a ella ni ella me gustaba a mí, ni yo le simpatizaba a ella. A Julia le gustaban los hombres esmirriados y muy cultos, así que me consideraba un ingenierote bajado del cerro a tamborazos. Yo pensaba que a ella le faltaban pechos, le faltaban piernas, le faltaban nalgas y le sobraban dos o tres idiomas que ella creía que hablaba a las mil maravillas.



miércoles, 24 de octubre de 2018

Arthur

Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire) (1969) es la reafirmación de lo que Ray Davies quería hacer a finales de los años sesenta: obras conceptuales que incluso se acercaran a la idea de la ópera rock.
  De hecho, en Arthur se cuenta una historia completa, la de un londinense que decide mudarse a Australia durante la Segunda Guerra Mundial, con todas sus peripecias amorosas y existenciales en el marco del gran conflicto bélico. La idea funciona y el disco también, ya que jamás cae en lo pretencioso o lo grandilocuente. Por el contrario, sus canciones son tan finas y entrañables como las de The Village Green Preservation Society y en conjunto funcionan a la perfección.
  Desde el arranque el álbum regala maravillas, como la inicial y muy célebre (y estupenda) “Victoria” (una clásica del repertorio de la banda), pero también con otras composiciones menos conocidas pero de muy alto nivel, como la antiautoritaria “Yes Sir, No Sir”, la antibélica “Some Mother’s Son”, la muy rocanrolera “Brainwashed”, la deliciosa “Australia” (jam final incluido), la curiosa “Mr. Churchill Says”, la dulcísimamente sarcástica “She’s Bought a Hat Like Princess Marina”, la verdaderamente hermosa y melancólica “Young and Innocent Days”, la sensacional “Nothin to Say” y la concluyentemente eufórica “Arthur”. Sin embargo, desde mi perspectiva, las dos mejores canciones son –junto con “Victoria”–  “Drivin’” y la excepcional “Shangri-La”.
  Arthur es una perfecta combinación entre música y letra, ya que la una está siempre al servicio de la otra, en una conjunción dialéctica pocas veces vista y escuchada. Un gran disco.


(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No. 43, publicado en octubre de 2007)

martes, 23 de octubre de 2018

Apuntes para una historia crítica del rockcito (I)

En el principio fue el cover. Es decir, la imitación. Es decir, la copia. Fue una marca, un sello de origen. Mientras en los Estados Unidos el rock and roll ponía a temblar a las buenas conciencias y a todo un mundo establecido sobre bases que tenían que ver con la decencia, la pureza, la virginidad, la lozanía, la pulcritud y el miedo al comunismo, en México algunos jóvenes urbanos de las clases alta y media se entusiasmaron no tanto con lo que representaba aquella música desde un punto de vista social y hasta político, sino simple y sencillamente por cómo sonaba y cómo provocaba mover los pies y bailar. ¿A quién le importaba, en el lado sur de la frontera que marcaba el río Bravo, que Chuck Berry o Little Richard escribieran letras provocativas, grasosas, de doble sentido, en las cuales las intenciones sexuales eran a veces bastante explícitas? No, no. Si allá se hacía eso, en un país como los Estados Unidos Mexicanos, tanto o más conservador y decente que el país blanco (en el sentido WASP: White Anglo-Saxon Protestant) de los Estados Unidos de Norteamérica, muchas de las adaptaciones de aquellas mismas canciones hablaban de “un helado de frambuesa, un helado de limón” (“Tutti Fruti”), “vamos por el cura que ya me quiero casar, no es que seas muy bonita sino que sabes bailar” (“La Plaga”) o “si tu confidente soy y en secundaria voy, soy tu confidente, voy en secundaria, vamos a bailar el rock” (”Confidente de secundaria”). Todo simple, todo bobalicón y sin malicia. Nada de leer entre líneas alguna sugerencia de tipo –¡horror!– sicalíptico. Ese sello inocentón, adolescente y hasta un tanto oligofrénico habría de convertirse en la marca de casi todo el rock que se haría en nuestro país a lo largo de las siguientes décadas… y hasta la fecha.
  De hecho, los primeros rocanroles que se hicieron en nuestro país no fueron producidos por jóvenes músicos en la edad de la punzada, sino por filarmónicos adultos ultra  convencionales, en especial por directores de orquesta que lo mismo le entraban a la guaracha y el chachachá que al swing y el bolero. La cosa era interpretar los siempre efímeros “ritmos” de moda, algunos con nombres tan excéntricos como el bolero-tango, el nuba-americano y el kaicongo (sic). Por eso, cuando el rocanrol irrumpió en la Norteamérica anglosajona, en la otra Norteamérica, la mexicana, el explosivo género fue tomado como un simple ritmillo más que, según se creía, no tardaría en llegar a su punto máximo de efervescencia para luego desinflarse, disolverse y quedar en el total olvido.

Mexican Rock and Roll
El primer rock (es un decir) que se grabó en México fue “Mexican Rock and Roll”, un tema instrumental compuesto por Pablo Beltrán Ruiz e interpretado por su orquesta. Por supuesto que de rocanrol tenía sólo el título, mas era la señal de que aquella música iba penetrando lenta pero firmemente en el sacrosanto territorio patrio. A decir de Federico Arana, en su imprescindible libro Guaraches de ante azul, el primer disco de rock cantado por un connacional apareció en septiembre de 1957. Se trataba del un EP con las canciones “Príncipe azul” y “Meciéndose todo el día”. La intérprete: la hoy universalmente olvidada Aurora Román. Pocas semanas después, otra cantante más conocida, la chicana Gloria Ríos –quien se presentaba como vedette en diversos antros del Distrito Federal– grabó su propio disquito seudorocanrolero con los temas “El relojito” y “La mecedora”.  El rocanrol empezaba a ser negocio en el país y pegó más fuerte cuando se exhibió en los cines nacionales la película Al compás del reloj, un churrazo gringo, sí, pero en el cual aparecían Bill Haley y sus Cometas, los Platters y otros exponentes del flamante género. Muchos jóvenes mexicanos vieron y escucharon al fin aquella música contagiosa y… se contagiaron. Los productores cinematográficos de este lado de la frontera olieron el dinero fácil que podían sacar con filmes similares y como en cascada se dejaron venir cintas infectas como Locos peligrosos, La locura del rock’n roll o Los chiflados del rock’n roll (esta última ¡con Agustín Lara, Pedro Vargas y Luis Aguilar!), entre otras.

Todos odiaban a Elvis
Cuando el rocanrol empezaba a ser más y más aceptado por los jóvenes mexicanos, sobrevino aquella infecta campaña contra Elvis Presley promovida por lo más oscuro e híper conservador de nuestra sociedad ultramontana. Un seudoperiodista de nombre Federico de León se sacó de la manga una supuesta declaración de Presley, según la cual el de Tupelo, Mississippi, habría dicho que prefería besar a tres negras antes que a una mexicana.
  Nadie se molestó en averiguar si Elvis había dicho aquello y se dio por hecho que sí, lo cual derivó en una de las campañas periodísticas más idiotas en la historia de este país. En diversos medios de comunicación, se atacó alegremente al cantante por haber osado mancillar el honor de la impoluta mujer mexicana. La hipocresía y el chauvinismo salieron a relucir con total impunidad a la hora de darle con todo al intérprete de “Jailhouse Rock”. Columnistas, editorialistas y demás “líderes de opinión” se rasgaron las vestiduras y clamaron llenos de indignación porque se vetara a Elvis Presley, se quemaran sus discos y se hiciera todo para que la juventud nacional no lo escuchara más y retornara a oír la tradicional y muy bonita música mexicana que tantos valores tenía, etcétera. Ya después se supo que lo de la famosa declaración había sido un invento del tal De León, pero nadie se ocupó de aclararlo.

(Continuará)

(Publicado el día de hoy en mi columna "Plumas de caballo" del sitio Juguete Rabioso)

domingo, 21 de octubre de 2018

Three Imaginary Boys

Un disco debut que para muchos seguidores de The Cure es el primero y último gran disco del grupo. La banda se encontraba en sus inicios y su inmadurez creativa funcionó de manera paradójica, produciendo un álbum lleno de energía restallante, a pesar de que el estilo del grupo en esos momentos resultaba quizá demasiado popero, demasiado ajustado a la música que se hacía a finales de los setenta.
  No hay aquí composiciones que inviten a lo que podríamos llamar la introspección oscura. Todo es simple, demasiado simple tal vez, pero funciona, incluso el muy bizarro cover de la “Foxy Lady” de Jimi Hendrix. Hay quienes dicen que Three Imaginary Boys (Fiction, 1979) es un trabajo inclasificable dentro de la discografía de Robert Smith y sus amigos.
  El propio líder de La Cura ha confesado más de una vez los sentimientos encontrados que le provoca todavía este disco un tanto kitsch que no anunciaba lo que vendría después. De hecho, más que un trabajo conceptual, es esta de una colección de sencillos aislados y con escasos vasos comunicantes, algo muy similar a lo que sería Boys Don’t Cry (1980), álbum que recogía varios de los cortes del Three Imaginary Boys y añadía algunos sencillos, destacablemente el propio “Boys Don’t Cry” y el conocido y polémico “Killing an Arab”.
  Entre los temas más destacables de este Tres muchachos imaginarios se encuentran la inicial “10:15 Saturday Night” (una canción muy poco relacionada con el posterior sello letrístico y musical de The Cure), “Accuracy”, “Meathook” y la muy singular “Fire in Cairo”, cuya autoría bien pudo ser signada por los miembros de R.E.M. y cuyos tonos orientales y pretendidamente exóticos sirven de marco perfecto a una letra que habla de la noche egipcia y de cómo “tus ojos brillan luminosos/ y arden como fuego/ arden como fuego en El Cairo”.

(Publicado originalmente en el No. 5 de los Especiales de la Mosca, en noviembre de 2003).

sábado, 20 de octubre de 2018

Cámara húngara: NAICM: la gran farsa

La forma como se organizó la inminente consulta sobre la continuación o no del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) en Texcoco o su supuesta alternativa, utilizando la base militar aérea de Santa Lucía, es una de las muestras más fehacientes de la manera como el presidente electo Andrés Manuel López Obrador y Morena entienden (o más bien no entienden) la democracia.
  Se trata a todas luces de una gran farsa en la que los dados están cargados y en la que al final todo lo determinirá una sola persona (quien seguramente ya tiene la decisión tomada). Kafkiana, enredada, inconstitucional, la consulta se le hará a muy pocas personas (ni siquiera el uno por ciento del padrón electoral) y parece claro que la opción por Santa Lucía es la que ganará, sin que ello garantice que el presidente electo opte por dicha opción. Así de delirante el asunto.
  Aparte de todo, la consulta tiene características que rozan con la ilegalidad, ya que el artículo 35 de la Constitución señala que para realizarla tiene que ser convocada por el jefe del Ejecutivo (AMLO todavía no lo es), por una tercera parte de las cámaras de Diputados o Senadores o 2 por ciento del total del padrón electoral, que debe estar a cargo del INE, que las preguntas las tiene que aprobar la Suprema Corte de Justicia, que se debe realizar el mismo día que la elección federal y que es obligatoria para el gobierno si participa 40 por ciento de la lista nominal de electores. Nada de eso se cumple en esta desfachatada imitación de consulta que nada tiene de popular y mucho ofrece de vodevil carpero.
  Esto poco parece importar a sus organizadores del gobierno de transición, quienes la llevarán a cabo, la financiarán, la vigilarán, contarán los votos y manejarán todo al viejo estilo priista, como en aquellos tiempos que creíamos superados, en los que las votaciones eran manipuladas por el gobierno en turno, por medio de la Secretaría de Gobernación.
  Un gran teatro, pues. Una farsa que preocupa no sólo por la suerte del aeropuerto, sino porque nos permite ver el modo como se conducirán las cosas en los tiempos de la llamada Cuarta Transformación. De dar miedo.

viernes, 19 de octubre de 2018

Para dártelas de entendido en rock (82)

¿Imagina usted a Leonard Cohen como gangster y asesino? Pues en 1986 lo fue..., al realizar un pequeño papel en un capítulo de la serie Miami Vice, en el que interpretó a Francois Zolan, un malvado agente del servicio secreto francés (el episodio se intituló "French Twist"). Cohen aceptó aparecer en el programa a petición de su hijo Adam, gran aficionado de la popular serie protagonizada por el actor Don Johnson. En un principio, el personaje del compositor y poeta iba a ser extenso, pero dadas sus escasas virtudes histriónicas, se redujo a unas cuantas escenas y unas pocas frases. El propio Leonard Cohen lo contaría así: “En realidad tenía un papel mucho más grande. Fui allí e hice mi primera escena y el asistente de dirección me llamó y me dijo: 'Estuviste realmente genial, realmente maravilloso'. Y yo dije: 'OK, muchas gracias'. Entonces el director de casting de Nueva York me llamó y me dijo: '¡Estuviste fantástico, realmente maravilloso!'. Y dije: 'Quieres decir que estoy despedido, ¿verdad?'. Y él dijo: 'Sí, estamos cortando todas tus otras escenas y dándoselas a otro actor'".
  Otros músicos que llegaron a participar en episodios de Miami Vice fueron (sorpréndanse) Little Richard, Miles Davis, Willie Nelson, Eartha Kitt y ¡Frank Zappa! 


jueves, 18 de octubre de 2018

La Mosca que no fue

Si La Mosca hubiera aparecido en agosto de 1993, muy posiblemente esta hubiera sido la portada del primer número. Sin embargo, quiso el destino que por diversas complicaciones (que al final resultaron afortunadas para la revista) aún nos tardáramos seis meses más en ponerla en circulación, lo que significó cambio de editorial (de Ejea a Toukán), cambio de formato (de tamaño carta al hoy clásico "tamaño Mosca"), cambio de logotipo (este estaba horrible) y hasta el añadido de "en la pared" (por exigencias legales).
  Manes del destino.

martes, 16 de octubre de 2018

Meddle

He aquí un álbum verdaderamente espléndido que puede ser dividido en dos partes que se diferencian con claridad (lo cual por supuesto resultaba más evidente en el disco original en vinil, con sus caras A y B).
  La primera parte está compuesta por cinco composiciones de muy variados estilos, iniciando con “One of These Days”, tema instrumental de aires épicos que consigue un muy interesante y poderoso clima que va creciendo conforme transcurre, hasta lograr un final apoteósico. “A Pillow of Winds” es una tonada de reiterativos acordes guitarrísticos en contrapunto (a la manera de "Dear Prudence" de los Beatles) y hermosas y nostálgicas vocalizaciones susurrantes. Le sigue “Fearless”, una tranquila melodía cuyo arreglo instrumental recuerda al Jimmy Page de los primeros años ledzeppelinianos y que culmina con los clásicos cánticos de los aficionados al futbol británico. También está “San Tropez”, una divertida y muy placentera tonada que bien podría haber sido escrita por Donovan o por Ray Davies; la pieza incluye un jazzero solo de piano cortesía de Rick Wright.
  El lado A concluye con “Seamus”, curioso y no por ello menos delicioso blues acústico que se ve acompañado por un sardónico coro de perros que ladra y aúlla a lo largo del corte.
  La segunda parte de Meddle (1971), en cambio, está conformada por una sola y larga composición a manera de suite, una especie de jam session de atmósferas cósmicas, rica en variaciones y cambios estructurales, con prolongados bloques sonoros. Se trata de la espléndida "Echoes", la cual prefiguraba ya lo que habría de ser el estilo de Pink Floyd a partir de sus siguientes trabajos discográficos.

(Reseña que escribí para el Especial No. 7 de La Mosca en la Pared, dedicado a Pink Floyd y publicado en enero de 2004)

lunes, 15 de octubre de 2018

domingo, 14 de octubre de 2018

Un mes

Hoy cumplí un mes de haberme mudado a Tlalpan. Qué rápido corre el tiempo. Han sido treinta días en los que me he adaptado rápidamente a mi nueva vida y sobre todo a mi nuevo horario de sueño. Si durante años me dormía a las cinco o seis de la mañana y me levantaba a las doce o una de la tarde, como tengo que hacerme cargo de las tres comidas de mi mamá y ella se levanta muy temprano, ahora me despierto a las ocho y me duermo como a las doce. Pero no me ha pesado.
  A la casa le he ido dando mi toque personal y al igual que en el depto, tengo dos habitaciones, además de que me traje mi sala y mi biblioteca. Por ese lado, todo va quedando muy padre y hasta me ilusiona. En ese aspecto, no extraño mi querido apartamento de Ciudad de los Deportes. Lo extraño, eso sí, en cuanto al clima (allá no se sentía jamás mucho frío o mucho calor, al contrario de aquí) y por supuesto extraño las visitas de mis amigas, a quienes ahora les quedo mucho más lejos, aunque confío en que poco a poco eso vaya cambiando.
  El entorno es muy distinto. Aun cuando estoy a dos cuadras del metrobús, si bien bastante más al sur, allá era un ambiente digamos más refinado que por estos lares que nada tienen que ver con lo que dejé hace 18 años. Pero ya escribiré de eso.
  La cosa es que hoy cumplo un mes de estar en la nueva-vieja casa y, con todo, me siento bien.

sábado, 13 de octubre de 2018

Cámara húngara: Prepotencia de nuevos ricos

Ominosas señales se nos presentan a diario, durante esta prolongada y exasperante espera, antes de que llegue la fecha que fatalmente ha de llegar.
  Este lapso de cinco meses, entre el 1 de julio pasado y el aún remoto 1 de diciembre próximo, se ha vuelto eterno. Es como si el propio país se negara a arribar a ese sábado en el que el nuevo gobierno tomará posesión plena de la presidencia de la república. Es una sensación de morosidad, una percepción de alargadísima pausa que pocas veces se había experimentado.
  Hablo de ominosas señales cotidianas, porque quienes se disponen a tomar las riendas del país muestran cada día que no se encuentran preparados para hacerlo de la mejor manera. Lo vemos ya en las dos cámaras legislativas, controladas en forma aplastante por  los diputados y senadores de Morena. Lo vemos en las actitudes prepotentes y ostentosas, como de nuevos ricos, de algunos personeros del que será el próximo gabinete presidencial. Lo vemos en las declaraciones –que no dejan de ser rijosas y polarizantes– de quien es ya presidente electo de México.
  La victoria que consiguió la coalición Juntos Haremos Historia no hizo a sus dirigentes, militantes y seguidores más humildes o generosos. Todo lo contrario: se subieron a su ladrillo, se marearon y hoy muestran una soberbia y un desprecio supinos contra “los perdedores” (es decir, los 60 millones de mexicanos que no votamos por ellos).
  Ejemplos hay varios. Uno lo dio hace un par de días el próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriu, quien acompañado por la inminente secretaria del Medio Ambiente, Josefa González, se metió ilegalmente a una propiedad privada y haciendo arrogante alarde de su futuro puesto (que legalmente aún no desempeña), amenazó a la abogada de los dueños del predio –quien lo invitaba a abandonar el lugar– con que regresaría el 2 de diciembre, una vez que el nuevo gobierno se haya instalado en el poder. Como escribió  Juan Ignacio Zavala en El Financiero: “Un tipejo tratando de amedrentar a una mujer y hacerla sentir menos ante el hombre que será poderoso”.
  Otro ejemplo, ya muy sobado y conocido, es el de la ostentosa boda de la mano derecha de AMLO, César Yáñez, en la que la contradicción, la ostentación y la incongruencia se mostraron con un cinismo coronado, de manera lamentable, por la portada y el reportaje en Hola, la más fifí de las revistas fifís.
  Por último están las muy recientes declaraciones del propio Andrés Manuel López Obrador contra quienes osan criticarlo, al volver a llamarlos camajanes y, sí, fifís. Al parecer, se niega a aceptar que ya no se encuentra en campaña y que ya es el presidente electo de todos los mexicanos, incluidos camajanes, pirrurris, riquines, señoritingos y fifís.
  La cuarta transformación.

viernes, 12 de octubre de 2018

Para dártelas de entendido en rock (81)

El amor por los animales es algo sin duda positivo, siempre y cuando no llegue al fanatismo y la cerrazón. Hay muchas maneras de manifestar ese cariño por la fauna, pero una de las más curiosas se dio en 2010, cuando el gran Lou Reed y su esposa, la no menos fantástica Laurie Anderson, ofrecieron un concierto exclusivamente para perros. Esto nsucedió el 5 de junio de ese año, en la ciudad de Sydney, Australia, y la entrada para los canes (y supongo que para sus dueños) fue totalmente gratuita. Los dos músicos interpretaron composiciones musicales diseñadas con sonidos de alta frecuencia que sólo podían captar los finos oídos de estos animales. El acto duró tan sólo veinte minutos, tomando en cuenta que los perritos no pueden mantener la atención por largo tiempo. Por supuesto, los propietarios de los chuchos no pudieron escuchar cosa alguna.

jueves, 11 de octubre de 2018

In Through the Out Door

En pleno periodo punk-new wave, para algunos Led Zeppelin sonaba absolutamente anticuado y demodé. Su música era considerada por más de uno como grandilocuente, exagerada, pretenciosa y vacua, como una monstruosidad que había crecido demasiado y a la que urgía poner un alto.
  Por supuesto muchos otros no estaban de acuerdo, entre ellos Jimmy Page y amigos que lo habían acompañado durante más de diez largos e intensos años. Es en ese contexto un tanto adverso que apareció In Through the Out Door (Atlantic, 1979), muy posiblemente el álbum más flojo –o el menos brillante si se quiere– de la discografía ledzeppeliniana.
  Sin embargo, no es ni por asomo un mal trabajo. Aunque quizá se haya recurrido en demasía al uso de sintetizadores, la mayoría de los cortes son afortunados y algunos (el inicial y poderoso “In the Evening”, el genial rocanrolito “Hot Dog” o los concluyentes “All My Love” y “I’m Gonna Crawl”) resultan excelentes. Posiblemente no se pueda decir lo mismo de temitas más bien intrascendentes como “Fool in the Rain” (del cual Maná –en serio– haría un cover espantoso, mariachi incluido), “South Bound Saurez” y “Carouselambra”.
  In Through the Out Door no fue el mejor disco final para Led Zeppelin. Sus integrantes, por supuesto, no sabían al grabarlo que sería su obra póstuma. Pero la muerte absurda de John Bonham al año siguiente acabó con la leyenda y no hubo más.

(Reseña que escribí para el especial de La Mosca No. 6, dedicado a Led Zeppelin y aparecido en noviembre de 2003)

martes, 9 de octubre de 2018

Sheer Heart Attack

Grabado el mismo año que Queen II, Sheer Heart Attack (1974) se diferencia de aquel por el rompimiento musical que consigue y que se dirige hacia el más puro y característico estilo que haría de Queen una banda única e inconfundible.
  Ese rock a la vez duro y melódico que distinguió al cuarteto es mostrado en ciernes en este disco, producido apenas ocho meses después que su antecesor, debido a que Brian May se vio aquejado por una hepatitis y el grupo debió olvidar cualquier posibilidad de realizar giras y conciertos. Para no quedarse inmóvil, Queen optó por aprovechar el involuntario intermedio para trabajar en su tercera obra y lo hizo de manera estupenda.
  Sheer Heart Attack es por donde se le escuche un gran disco. He aquí una colección de espléndidos temas que incluye composiciones tan notables como la juguetona “Killer Queen” y las hoy clásicas “Stone Cold Crazy”, “Brighton Rock” y “Now I’m Here”. Hay en el álbum la típica combinación de piezas sólidas y rocanroleras (“Tenement Funster” y “Flick of the Wrist”) con baladas dulces y llenas de melodía y armonía (“Lily of the Valley” y “Dear Friends”), pero también algunos experimentos novedosos. Así, en “Misfire” se encuentra una rítmica caribeña, mientras que el jazz (o más precisamente el ragtime a la Scott Joplin) está presente en la sensacional “Bring Back That Leroy Brown”.
  Un discazo.

(Reseña publicada en el No. 13 de los especiales de La Mosca en la Pared, en diciembre de 2004)

lunes, 8 de octubre de 2018

Sala limpia

Le compré mi sala a mi amiga Yareni hace como 15 años. Mi anterior sala, muy bonita y sólida, la había comprado a principios de los noventa y ya estaba muy deteriorada. Así pues, me hice de los nuevos muebles (un sillón triple, uno individual y un love seat), muy cómodos y muy bonitos..., pero de color blanco.
  A lo largo de tres lustros, esos sillones fueron testigos y protagonistas de mil aventuras de todo tipo (¡lo que no vieron!) y les tengo un muy especial cariño, además de que se conservan muy bien. Sin embargo, nunca los mandé lavar y ahora que me cambié de casa estaban realmente mugrosos. Ya eran más grises que de color claro y tenían algunas mancha de vino tinto.
  Hoy todo eso cambió, cuando muy temprano vinieron dos señores a lavar la sala. Tardaron como tres horas y aunque los muebles no quedaron impecables o como nuevos, el cambio es notorio y lucen muy limpios, dignos de este cambio de vida en el que estoy inmerso.
  Sala limpia y como nueva. Una buena señal.

domingo, 7 de octubre de 2018

Machismo a ritmo de samba

Desde hace muchísimos años, el género musical más popular de Brasil, la samba, ha sido un territorio dominado por el sexo masculino. Los grupos que interpretan esta música tradicionalmente han estado conformados por hombres y la participación de mujeres en ellos ha sido minoritaria, si no es que prácticamente nula.
  No obstante, las cosas han empezado a cambiar en los años más recientes y hoy día son varias las agrupaciones que tocan samba y cuyas integrantes son todas mujeres. ¿Cómo llegó a darse este cambio y qué implicaciones tiene?
  Hasta hace no mucho tiempo, los conjuntos brasileños que hacen samba estaban conformados por entre cinco y quince miembros, cada uno tocando un instrumento... y todos hombres. Sólo unos pocos se permitían tener a una o, si acaso, dos mujeres.
  El círculo de samba (roda de samba, en portugués) está reconocido por la Unesco como patrimonio cultural, aunque al parecer nunca se reparó en el hecho de que se tratara de un exclusivo club masculino, en el que las mujeres sólo participaban como bailarinas, de preferencia con poca ropa. Esto ha ido cambiando, gracias a la voluntad de muchas ejecutantes de samba del sexo femenino, quienes han reivindicado su derecho a ser músicas y no sólo danzantes.
  Quizás el grupo más importante dentro de este novedoso movimiento sea el colectivo Samba Que Elas Querem, integrado entre otras por Bárbara Fernandes, Mariana Solis, Júlia Ribeiro, Cecilia Cruz, Isabella Ciavatta y Sylvia Duffrayer. Se trata del grupo femenino pionero de la nueva samba.
  “Muchas veces, cuando eres la única mujer dentro de un círculo de samba, te conviertes en objeto del acoso del lenguaje machista implícito y explícito en las letras de varias de las piezas de este estilo musical”, comenta Sylvia Duffrayer, quien añade: “Entonces, al organizar una agrupación conformada sólo por mujeres, paramos en seco ese tipo de composiciones machistas”.
  La popularidad de Samba Que Elas Querem (La samba que ellas quieren) ha crecido como la espuma en su natal Río de Janeiro. Cecilia Cruz, quien toca el cavaco (instrumento tradicional de cuerda, típico de los colectivos de samba), dice: “Creo que la gente está lista para ver grupos de puras mujeres, sobre todo la gente joven que nos ha aceptado sin problema y eso puede constatarse en las redes sociales”.
  Porque dentro del tradicionalismo sambístico, no todos están de acuerdo con esta irrupción femenina. Entre los más viejos exponentes del género hay varios que se oponen a ello y que defienden las letras en que se hace alusión a las mujeres como meros objetos sexuales (tal como hace el reguetón hoy día) o incluso se justifica el que un hombre golpee a su esposa. Uno de estos defensores de la samba tradicional es el músico Zeh Gustavo, quien se dice enemigo de la corrección política que empieza a invadir a esta música: “Respeto que cada vez haya más mujeres en los círculos de samba, pero ellas deberían respetar las viejas canciones clásicas”, asegura.
  Además de Samba Que Elas Querem, hay varias nuevas agrupaciones de samba conformadas por mujeres. Es el caso de Moça Prosa (de Río), Samba Delas (de Porto Alegre), Samba de Saia (de Curitiba), Samba da Elis y Sambadas (estas dos últimas de Sao Paulo).
  Si bien hay quienes piensan que se trata de una mera moda y que las aguas regresarán a su nivel anterior, todo parece indicar que el arribo de las mujeres a los círculos de samba seguirá creciendo y que el género evolucionará hacia terrenos de mayor tolerancia y respeto. Aunque lo principal, como siempre en la música, será que la calidad artística sea la meta principal de todos: hombres y mujeres.

(Texto que escribí para el sitio Sugar & Spice y que se publicó el día de hoy)

sábado, 6 de octubre de 2018

Cámara húngara: El 68 en los tiempos de Morena

Dice Enrique Krauze, en un artículo publicado por el New York Times esta semana, que “quizá la mayor contribución del 68 fue a favor de la libertad de expresión”. Ese y otros logros democráticos le son atribuidos al movimiento estudiantil de hace 50 años, incluidos la democracia electoral y conquistas como los matrimonios entre personas del mismo sexo, la despenalización del aborto, etcétera.
  Aunque no queda del todo claro si tales logros son o no fruto de lo que se sembró en 1968, el mito lo dicta de ese modo y muchos lo creen religiosamente. Pero así como hay creyentes sinceros y sobrevivientes honestos y consecuentes de aquel movimiento, también hay quienes se aprovechan del propio mito para sacar raja del mismo. Gente que no sólo no participó en esas luchas, sino que pertenecía al bando contrario y que hoy se monta en la memoria del 68, aprovechando la desmemoria voluntaria o involuntaria de sus feligreses.
  Andrés Manuel López Obrador fue el orador principal en un mitin multitudinario, celebrado hace unos días en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, y ahí se ostentó como heredero del movimiento estudiantil, sin que alguien se molestara en señalar que el partido al cual se afilió en 1976 fue el PRI. Se dirá que ya habían pasado ocho años de la matanza de Tlatelolco, pero en 1976 había opciones de izquierda como el Partido Mexicano de los Trabajadores que presidía el ingeniero Heberto Castillo o el propio Partido Comunista Mexicano de Valentín Campa. Sin embargo, el hoy presidente electo de México prefirió al PRI de Luis Echeverría (heredero directo de Gustavo Díaz Ordaz) y de José López Portillo (su continuador).
  En fin, cuestiones de congruencia y de honestidad ideológica e intelectual, honestidad que tampoco existió en quienes se ostentan como “representantes históricos” del 68 y que al develar esta semana una placa en San Lázaro, recordaron a personajes como el rector Javier Barros Sierra, Roberta Avendaño, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Roberto Escudero, Leobardo López, Eduardo Valle, Raúl Álvarez Garín, José Revueltas, Heberto Castillo, Fausto Trejo y Eli de Gortari, entre un total de 35 hoy ausentes. No obstante, como señalara Carlos Marín el jueves pasado, en su columna “El asalto a la razón” de Milenio Diario: “Hubo las deliberadas omisiones de líderes tan resplandecientes como Luis González de Alba y Marcelino Perelló, críticos del victimismo de los promotores de las marchas conmemorativas y de los colados tardíos que (...) enarbolan banderas ajenas y hasta opuestas al espíritu vivificante y democrático del movimiento estudiantil”.
  La falsedad, la incongruencia, el sectarismo y la manipulación del 68 en tiempos de Morena.

viernes, 5 de octubre de 2018

Para dártelas de entendido en rock (80)

En el ambiente del rock sobran los personajes delirantes. Uno de ellos, quién lo iba a decir, es la estupenda cantante, pianista y compositora Tori Amos, quien asegura que de vez en cuando se le aparecen los fantasmas de gente por demás ilustre y que en ocasiones hasta le dictan algunas de sus canciones.
  Fantasmas ilustres, como el de la duquesa rusa Anastasia Romanov (sí, la misma de la cinta de dibujos animados Anastasia) o el mismísimo John Lennon.A decir de Amos, este último acostumbraba materializarse durante los años noventa, nada menos que en un cuarto de hotel en Arizona, cuando la cantautora realizaba la gira Under the Pink y el ex beatle se le aparecía para dictarle algunas letras y hasta la música de diversos temas, mientras se sentaba cómodamente en la cama. Así habría surgido la pieza "Hey Jupiter" que apareció en el álbum Boys for Pele de 1996.
  Pero no sólo Lennon. A Tori también se le ha aparecido el fantasma de Freddy Mercury y una vez le cantó la tonada que ella convertiría en la canción "Sugar" del disco To Venus and Back, de 1999.
  Ya lo saben, muchachitos y muchachitas, las drogas muchas veces alteran la razón y los ponen loquitos.

jueves, 4 de octubre de 2018

Sobre la belleza en el rock

Quisiera hablar acerca de algo que vislumbré hace unos días, al escuchar en forma continuada dos discos: primero, el de un exponente del rockcitito nacional llamado Furland y en seguida el Surprise de Paul Simon.
  Muchas y abismales son las diferencias entre ambas obras, pero hay un concepto que resulta clave, no sólo para distinguirlas entre sí, sino para determinar una de los grandes carencias del rock que se hace hoy en nuestro país: la incapacidad de casi todos los grupos y solistas para crear belleza. Porque aunque Furland (como tantos otros) apuesta por un popcito con ciertos tintes melódicos (aun cuando en su caso resulta una burda y fallida imitación de los Babasónicos), sus tonadas (ya no digamos sus letras) jamás se acercan a algo semejante a la belleza. No hay sensibilidad, no hay sentimiento, no hay emoción, no hay entraña.
  En cambio, desde la primera hasta la última nota de su disco, Paul Simon nos regala una lluvia de belleza musical y letrística, sin la menor artificialidad, con esa sencillez y esa humildad que sólo poseen los verdaderos artistas. A sus sesenta y cinco años de edad, este hombre es aún capaz de sublimarse al escribir canciones y, sobre todo, es capaz de conmovernos por medio de la belleza. ¿Por qué? Porque nunca ha pretendido otra cosa que expresarse mediante el simple (y por ende complicado) expediente de hacer música. No para vender, no para ganar premios, no para filmar videoclips y aparecer en MTV, no para ser famoso y millonario. ¿Qué sus discos se venden y que a lo largo de más de cuarenta años le han redituado dinero y celebridad? Por supuesto. Pero ello fue una consecuencia de su obra artística y no una finalidad que se haya propuesto cuando se iniciaba como cantante de folk, en el Greenwich Village neoyorquino, a principios de los años sesenta.
  He ahí la gran diferencia entre ser artista, en el verdadero sentido de la palabra, y ser un simple mercenario. De los primeros hay pocos, los segundos pululan por el mundo. Los primeros crean belleza; los segundos, una brillosa, llamativa, aparatosa pero vacua y aguada mierda.

(Editorial "Ojo de mosca" que escribí para el No. 110 de La Mosca en la Pared, en noviembre de 2006)

martes, 2 de octubre de 2018

Mi 1968

En 1968, yo tenía trece marzos. Cursaba el segundo año de secundaria en el pueblo de Tlalpan, pocos kilómetros al sur de Ciudad Universitaria, uno de los puntos neurálgicos del movimiento estudiantil que estalló a finales de julio.
  En ese entonces yo comenzaba el despertar de lo que podríamos llamar mi conciencia política, gracias a la lectura de Los Supermachos, una historieta crítica y satírica que hacía Eduardo del Río, el extraordinario Rius, y que insólitamente se vendía en los puestos de periódicos a pesar del gobierno autoritario de Gustavo Díaz Ordaz, quien como buen gobernante priista, ejercía el poder absoluto.
  Mi hermano Sergio, diez años mayor que yo, estaba más o menos involucrado con el movimiento de los estudiantes universitarios y politécnicos que iba creciendo como la espuma y causaba la ira del gobierno.
  Debo decir que yo no tenía muy en claro lo que exigía ese movimiento. La prensa estaba controlada y los medios electrónicos, en especial la televisión, sólo nos daba el punto de vista del régimen y nos manipulaba a placer. Aparte de todo, en mi escuela, la secundaria oficial No. 29, “Miguel Hidalgo y Costilla”, el profesorado nos decía que los estudiantes eran comunistas y querían perjudicar a México. Mi mente era un hervidero de contradicciones y no sabía a quién dar la razón.
  El clímax de esta situación llegó para mí una mañana de agosto o septiembre de aquel 1968, cuando en la escuela se empezó a correr el rumor de que un numeroso grupo de estudiantes había salido de Ciudad Universitaria y se dirigía a nuestra secundaria para tomarla con violencia.
  A pesar de lo absurdo de la noticia, el propio director de la escuela, a quien apodábamos “El Bull”, reunió a todos los alumnos en el patio principal del hermoso edificio colonial (antigua Casa de Moneda, durante parte del siglo XIX) que hoy día sigue siendo sede de la Secundaria 29 y, micrófono en mano, nos instó a “defender la escuela de los vándalos que vienen a invadirla”. Y así fue: profesores y prefectos nos organizaron para impedir la entrada de los “temibles” estudiantes que no tardarían en llegar para “apoderarse” de nuestra querida secundaria. Una sensación de cruzados nos invadió y aquellos cientos de mocosos entre los doce y los quince años nos dispusimos a proteger a sangre y fuego (o a moquete limpio) el viejo inmueble. Sobra decir que aquellos estudiantes no aparecieron jamás.
  Aquello fue lo más que me involucré con el movimiento estudiantil mexicano de 1968.
  Respecto al tlatelolcazo del 2 de octubre, me enteré el día 3, por los diarios, pero sin comprender la magnitud de la masacre. Luego vinieron los Juegos Olímpicos y como casi todos, me clavé en las hazañas del “Tibio” Muñoz y el sargento Pedraza y en la gracia y onanista belleza de la gimnasta soviética Natasha Kuchinskaya.
  Así se me fue el 68. Una década después entraría en la dinámica del 2 de octubre no se olvida, gracias a mi militancia de izquierda. Hoy sólo me queda decir que, aparte de la matanza de Tlatelolco, en esa fecha se conmemora también el día del Ángel de la guarda, ése que hoy nos tiene tan abandonados.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Plumas de caballo" del sitio Juguete Rabioso)

lunes, 1 de octubre de 2018

"El submarino amarillo" en historieta

Lo compré en 1969, en el puesto de periódicos que estaba en los portales del centro de Tlalpan (cuando en dichos portales no había un solo restaurante y sí algunas mueblerías y otro tipo de comercios en los que no se paraba nadie). Lo publicó la editorial Novaro y lo atesoro desde entonces. Es el ejemplar en historieta de la película El submarino amarillo, de los Beatles. Incluso me sirvió como inspiración para pintar el mural que hice con punturas Vinci en el sótano de la casa de mi gran amigo de la infancia, Alejandro González Rubín, cuando ambos teníamos 14 años.
  Sé que es una joya hemerográfica y la atesoro como tal.