Ominosas señales se nos presentan a diario, durante esta prolongada y exasperante espera, antes de que llegue la fecha que fatalmente ha de llegar.
Este lapso de cinco meses, entre el 1 de julio pasado y el aún remoto 1 de diciembre próximo, se ha vuelto eterno. Es como si el propio país se negara a arribar a ese sábado en el que el nuevo gobierno tomará posesión plena de la presidencia de la república. Es una sensación de morosidad, una percepción de alargadísima pausa que pocas veces se había experimentado.
Hablo de ominosas señales cotidianas, porque quienes se disponen a tomar las riendas del país muestran cada día que no se encuentran preparados para hacerlo de la mejor manera. Lo vemos ya en las dos cámaras legislativas, controladas en forma aplastante por los diputados y senadores de Morena. Lo vemos en las actitudes prepotentes y ostentosas, como de nuevos ricos, de algunos personeros del que será el próximo gabinete presidencial. Lo vemos en las declaraciones –que no dejan de ser rijosas y polarizantes– de quien es ya presidente electo de México.
La victoria que consiguió la coalición Juntos Haremos Historia no hizo a sus dirigentes, militantes y seguidores más humildes o generosos. Todo lo contrario: se subieron a su ladrillo, se marearon y hoy muestran una soberbia y un desprecio supinos contra “los perdedores” (es decir, los 60 millones de mexicanos que no votamos por ellos).
Ejemplos hay varios. Uno lo dio hace un par de días el próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriu, quien acompañado por la inminente secretaria del Medio Ambiente, Josefa González, se metió ilegalmente a una propiedad privada y haciendo arrogante alarde de su futuro puesto (que legalmente aún no desempeña), amenazó a la abogada de los dueños del predio –quien lo invitaba a abandonar el lugar– con que regresaría el 2 de diciembre, una vez que el nuevo gobierno se haya instalado en el poder. Como escribió Juan Ignacio Zavala en El Financiero: “Un tipejo tratando de amedrentar a una mujer y hacerla sentir menos ante el hombre que será poderoso”.
Otro ejemplo, ya muy sobado y conocido, es el de la ostentosa boda de la mano derecha de AMLO, César Yáñez, en la que la contradicción, la ostentación y la incongruencia se mostraron con un cinismo coronado, de manera lamentable, por la portada y el reportaje en Hola, la más fifí de las revistas fifís.
Por último están las muy recientes declaraciones del propio Andrés Manuel López Obrador contra quienes osan criticarlo, al volver a llamarlos camajanes y, sí, fifís. Al parecer, se niega a aceptar que ya no se encuentra en campaña y que ya es el presidente electo de todos los mexicanos, incluidos camajanes, pirrurris, riquines, señoritingos y fifís.
La cuarta transformación.
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