Quisiera hablar acerca de algo que vislumbré hace unos días, al escuchar en forma continuada dos discos: primero, el de un exponente del rockcitito nacional llamado Furland y en seguida el Surprise de Paul Simon.
Muchas y abismales son las diferencias entre ambas obras, pero hay un concepto que resulta clave, no sólo para distinguirlas entre sí, sino para determinar una de los grandes carencias del rock que se hace hoy en nuestro país: la incapacidad de casi todos los grupos y solistas para crear belleza. Porque aunque Furland (como tantos otros) apuesta por un popcito con ciertos tintes melódicos (aun cuando en su caso resulta una burda y fallida imitación de los Babasónicos), sus tonadas (ya no digamos sus letras) jamás se acercan a algo semejante a la belleza. No hay sensibilidad, no hay sentimiento, no hay emoción, no hay entraña.
En cambio, desde la primera hasta la última nota de su disco, Paul Simon nos regala una lluvia de belleza musical y letrística, sin la menor artificialidad, con esa sencillez y esa humildad que sólo poseen los verdaderos artistas. A sus sesenta y cinco años de edad, este hombre es aún capaz de sublimarse al escribir canciones y, sobre todo, es capaz de conmovernos por medio de la belleza. ¿Por qué? Porque nunca ha pretendido otra cosa que expresarse mediante el simple (y por ende complicado) expediente de hacer música. No para vender, no para ganar premios, no para filmar videoclips y aparecer en MTV, no para ser famoso y millonario. ¿Qué sus discos se venden y que a lo largo de más de cuarenta años le han redituado dinero y celebridad? Por supuesto. Pero ello fue una consecuencia de su obra artística y no una finalidad que se haya propuesto cuando se iniciaba como cantante de folk, en el Greenwich Village neoyorquino, a principios de los años sesenta.
He ahí la gran diferencia entre ser artista, en el verdadero sentido de la palabra, y ser un simple mercenario. De los primeros hay pocos, los segundos pululan por el mundo. Los primeros crean belleza; los segundos, una brillosa, llamativa, aparatosa pero vacua y aguada mierda.
(Editorial "Ojo de mosca" que escribí para el No. 110 de La Mosca en la Pared, en noviembre de 2006)
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