lunes, 30 de abril de 2018

Las groupies, esas acosadoras

Quizá sea el de la música uno de los campos en donde más se produzca el acoso sexual, si bien histórica y paradójicamente (aunque no evidentemente) muchas veces este se haya dado en sentido inverso, es decir, no de manera predominante por parte de los hombres hacia las mujeres, sino precisamente al contrario. Intentaré explicar este galimatías.
  Por cuestiones que no logro vislumbrar del todo (y desconozco si existen estudios de genero sobre el tema), desde sus orígenes la creación musical ha provenido más del talento del sexo masculino que del femenino. De un modo cuantitativo al menos. En ese sentido, la música podría considerarse como un arte machista.
  Desde sus orígenes más antiguos hasta la era del avant-garde, los grandes compositores han sido en su inmensa mayoría varones. Del canto gregoriano a la música concreta, pasando por el renacentismo, el barroco, el clasisismo, el romanticismo, la ópera, el impresionismo, el modernismo. Monteverdi, Bach, Händel, Telleman, Vivaldi, Haydn, Mozart, Gluck, Beethoven, Tchaikovsky, Rachmaninoff, Debussy, Mahler, Ravel, Satie, Stravinsky, Stockhausen, Strinberg, Berg, Cage. Hombres todos. ¿Alguna compositora de esas alturas. Tal vez sólo Hildegarda de Bingen, en el siglo XII.
  ¿Grandes creadores del jazz? Armstrong, Parker, Coltrane, Davis, Evans, Nelson, Mingus, Monk. ¿Mujeres? Hay nombres grandiosos, desde Bessie Smith y Memphis Minnie, hasta Ella Fitzgerald y Billie Holiday, pero casi todas interpretaban canciones escritas por hombres. Algunas componían, como Nina Simone o la propia Holiday, mas constituían la excepción que confirma la regla, al igual que sucedía en el rock, el tango o la música popular en general.
  Pero, ¿qué tiene que ver el machismo intrínseco de la música con el acoso? ¿Han sido los grandes monstruos musicales grandes monstruos del abuso sexual? Algunos han tenido fama de insaciables, como Jimi Hendrix o Mick Jagger, pero no se les acusó jamás de abusadores. De hecho, no parece haber muchos datos al respecto.
  Para no desvariar, centrémonos en uno de los géneros más falocéntricos (hasta me sentí feminista al escribir ese término: fa-lo-cén-tri-co). Me refiero al ya mencionado rock.
  Desde sus inicios durante la década de los años cincuenta de la centuria pasada, el rock fue un género dominado por un género: el masculino. Las mujeres jugaron en un principio un rol si no marginal, al menos sí muy menor, casi siempre como meras intérpretes de canciones que les eran impuestas por las casas disqueras y sus directores artísticos.
  Sin embargo, había otra actividad aledaña que miles de mujeres empezaron a jugar en el mundo, un papel que desde el punto de vista del feminismo actual podría considerarse humillante y despreciable, pero que no parecía disgustar en absoluto a las jóvenes y no tan jóvenes que lo llevaban a cabo. Me refiero al papel de las llamadas groupies.
  Aunque ya desde las años cuarenta y cincuenta algunos cantantes contaban con seguidoras que los admiraban de manera incondicional (Frank Sinatra es un ejemplo claro), no fue sino hasta la aparición del rock n’ roll en los cincuenta y sobre todo del rock en los sesenta que las groupies pasaron de ser meras fanáticas que se desgañitaban en las actuaciones de sus artistas favoritos a representar algo mucho más cercano e íntimo con estos.
  Las groupies eran mujeres que lograban aproximarse de uno u otro modo a los músicos para convertirse en sus amantes de ocasión, en sus dadoras de placer, en sus corderitas obedientes, en sus aparentemente pasivas y complacientes hembras. Sin embargo, las cosas no eran del todo como parecía a simple vista. Muchas de estas groupies en realidad ejercían el papel de dominatrices y lograban un franco –para usar una palabreja de moda– empoderamiento.
  Organizaciones de groupies como las Plaster Casters, cuya meta era moldear en yeso los penes de las estrellas del rock y mostrarlas como trofeos escultóricos, en realidad lograban controlar la voluntad de vocalistas, guitarristas, tecladistas, bateristas y demás.
  También había groupies que presumían su calidad de cazadoras de rockstars y daban a conocer con orgullo las listas de personalidades a las que se habían llevado a la cama. Varias de ellas empezaron a convertirse en acosadoras (y no sólo sexuales) de los músicos, como lo fueron muchos de los llamados clubes de admiradoras que exigían determinados privilegios (discos, entradas gratuitas a las presentaciones, algún tipo de cercanía con sus admirados, etcétera). La presión acosadora y chantajista de muchos de estos clubes llegaba a ser insoportable en ciertos casos, dado el fanatismo de sus integrantes (¿o sería más políticamente correcto decir integrantas?).
  Hace ya algunos años, me tocó atestiguar cómo algunas quinceañeras se metían de manera subrepticia a un hotel de la ciudad de Hermosillo, en Sonora, para tratar de llegar a los cuartos de un grupo musical que ahí se hospedaba en la víspera de su concierto. Yo iba como periodista invitado para cubrir la gira y al ir caminando por un pasillo al lado de mi fotógrafo, fuimos identificados como parte de la comitiva de aquel grupo y empezaron a perseguirnos con gritos histéricos. Tuvimos que correr y a duras penas alcanzamos a llegar a nuestras habitaciones para escondernos. El susto fue mayúsculo. Aquellas demenciales mocosas daban terror.
  Groupies y admiradoras pueden convertirse en peligrosas acosadoras de los músicos y hasta de las músicas, como se vio en el caso de Selena, la cantante de tex mex asesinada por la presidenta de su propio club de fanáticas, quien se había convertido en una pesadilla para la infortunada vocalista.
  Sé que el de las groupies no es un problema de acoso que se considere en los estudios de género, pero no está por demás mencionarlo. A riesgo de ser considerado un furibundo macho antifeminista.
  Ni modo.

(Artículo que escribí para el No. 1 de la revista Dorsia)

domingo, 29 de abril de 2018

Un inusual círculo perfecto

Para los seguidores más aferrados de A Perfect Circle, su nuevo álbum, Eat the Elephant (BMG, 2018), puede resultar casi como un caso de alta traición. Pitchfork lo ha definido incluso como un disco de “adulto contemporáneo alternativo” que viniendo de esa revista es lo más parecido a un insulto. Y sin embargo...
  Es cierto que este nuevo trabajo de la mancuerna creativa formada por Maynard James Keenan y Billy Howerdel resulta notoriamente distinto a sus anteriores trabajos como A Perfect Circle, los estupendos Mer de Noms (2000) y Thirteenth Step (2003), así como su peculiar álbum de covers eMOTIVe (2004), ello para no hablar de su extraordinaria obra discográfica con Tool.
  Catorce años después de su última grabación, el círculo perfecto regresa con este Eat the Elephant tan inesperado como desconcertante. Desconcertante porque su música poco tiene que ver con el sonido proto metalero de sus dos primeros opus. Esta vez, el grupo apuesta por un sonido más accesible, no precisamente más pop pero sí más melodioso y menos duro, con letras altamente críticas ante la actual realidad del mundo y de la sociedad, una sociedad muy distinta a la de 2004, cuando aún no estaba a la vista la preeminencia de la tecnología de bolsillo, de las fake news o de las desconfiables aunque necesarias redes sociales. En este virtual disco de protesta, las letras de Keenan hablan de la enajenación, de la corrupción, de la guerra, del culto a la selfie y de los cuerpos de plástico, todo ello envuelto en una música que si bien es accesible para cualquier escucha –y en ese sentido podría volverse masiva y dejar de ser para un pequeño grupo de iniciados–, también resulta compleja, gracias a  la creación de atractivas atmósferas que nos seducen o nos mueven hacia los terrenos de la épica.
  De ese modo, desde la inicial y homónima “Eat the Elephant” nos vemos envueltos por un ambiente hipnótico y melancólico, mientras la voz de Keenan nos conmueve con irresistible dulzura. Luego vendrán maravillas como “Disillusioned” (glorioso canto contra la sobrevaloración de la tecnología moderna con ecos de Depeche Mode) y “The Doomed” (un himno sardónico en lo que todo es dicho a contrario sensu, mientras la música nos remite un tanto al viejo Tool). Otras altas cumbres del disco son la cuasi popera y hasta divertida “So Long, and Thanks for All the Fish”, la fantástica “Talk Talk” (con ecos de King Crimson), la solemnemente hermosa “By and Down the River”, la ominosa y proto industrial “Hourglass”, la elegante (e inquietante) “The Contrarian” y la concluyente y acompasada (¿es trip-hop?) “Get the Lead Out”.
  Keenan y Howerdel tardaron varios años en confeccionar este álbum y la paciente elaboración valió la pena. Fácil habría sido mirar al pasado y repetir fórmulas. Lejos de eso, Eat the Elephant nos presenta a un nuevo A Perfect Circle. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Tan sólo diferente? Que cada escucha lo decida por sí mismo.

(Texto que me publicó el día de hoy la sección "Un triste domingo" de la revista Siempre!)

sábado, 28 de abril de 2018

Los saldos del debate

Casi una semana ha pasado desde que se llevó a cabo el primer debate entre los cinco candidatos a la presidencia de la República. Como era previsible, los seguidores más aferrados de cada uno de ellos dio como ganador a su favorito. Pero como dicen por ahí, los debates no dan ganadores sino perdedores y aunque no veo a un derrotado definitivo, sí creo que algunos perdieron más que otros.
  José Antonio Meade perdió un poco por su participación un tanto gris, a pesar de ser quién dio algunas propuestas sólidas y fundamentadas. Su personalidad, más ligada a la tecnocracia que a la política, sigue jugando en su contra.
  Margarita Zavala también perdió un poco, por su nerviosismo y su atropellada dicción que de pronto hacía que no se entendiera lo que quería decir. Creo que sus énfasis oratorios fueron excesivos y sobreactuados en algunos momentos.
  Andrés Manuel López Obrador fue el que más perdió. No entre sus seguidores, no entre su voto duro que le perdona y le justifica todo, pero sí entre el electorado indeciso, aquel que aún no sabe por quién votar. Pienso que su actitud hosca y apática, su silencio ante los cuestionamientos directos, su desdén y su soberbia ante el propio debate, así como su terrible lenguaje corporal (no olvidemos que en política la forma es fondo), no lo favorecieron en absoluto.
  Desde mi punto de vista, quienes menos perdieron y hasta se puede decir que ganaron fueron Ricardo Anaya y Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco”. Este último, porque prácticamente partía de cero y sus locas ocurrencias y su peculiar humorismo seguro le atrajeron simpatías.
  Anaya fue el más articulado, el que mejor se preparó, quien polemizó con más brillantez y quien supo capotear con más habilidad los ataques. No me extrañaría ver que en las próximas encuestas ocupe ya un definitivo y promisorio segundo lugar, con tendencia a seguir subiendo.
  Dicen que los debates no sirven para sumar puntos, pero creo que los dos que siguen pueden determinar muchas cosas. Por lo pronto, gracias al del pasado domingo, ya no hay un solo contendiente.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 27 de abril de 2018

Para dártelas de entendido en rock (58)

En la mayoría de los colegios y universidades de los Estados Unidos se acostumbra publicar anuarios, en los que aparecen las fotografías de los alumnos, así como algunos mensajes de estos. Cuando era estudiante, Bob Dylan (aun se llamaba Robert Zimmerman) escribió una vez, en el anuario de su escuela, a los 20 años de edad, que su más grande sueño era... ¡ser integrante de la banda de Little Richard! (algo que sí lograría Jimi Hendrix, aunque no le fue tan bien).   

jueves, 26 de abril de 2018

Jorge, ya diez años ha

Duele recordar que hoy se cumplieron diez años de la muerte de mi hermano Jorge. Diez años han pasado ya de aquella tristísima mañana en que me llamó mi hermana Ivette para avisarme que nuestro hermanito había fallecido. No entraré en los pormenores de ese día tan difícil, tan terrible, tan doloroso. José Jorge García Michel. Pensar que si te hubieses atendido a tiempo o si la noche anterior hubieras aceptado que te llevaran al hospital, muy posiblemente seguirías aquí y estarías por cumplir los 57 años. Pero no fue así. Te negaste a ser visto por un médico y aún no entiendo por qué.
  Sé que Georgie, el hijo consentido de mi papá, seis años menor que yo, ahora está con él y con nuestro otro hermano, Sergio, quien se iría dos años después. Y está con los cuatro abuelos y con mis tíos Luis y Teresa que murieron en esos mismos tristísimos días del bienio abril-mayo de 2008, al igual que mi querido amigo Paco Cantú. Pero bueno, así se dieron las cosas y ya no hay manera de remediarlo. Te recuerdo, Jorge, Te amo desde acá y sé que estás cerca.

miércoles, 25 de abril de 2018

Caras y gestos

Contra lo que podría pensarse, no voy a escribir acerca del gustado recuadro que con sus caritas irónicas aparece todos los días en la sección deportiva de nuestro periódico. Más bien, se trata de comentar una actitud que ya resulta enfermiza en gran cantidad de grupos mexicanos de ¿rock? Me refiero a esa manía que tienen por parecer cada vez más histéricos, más oligofrénicos. Y las muestras sobran.
  Por ejemplo, en el video de la canción “Ja, ja, ja” de La Lupita, que MTV y otros canales proyectan ad nauseam, los integrantes del grupo se pasan más de tres minutos haciendo gestos “chistosos” a la cámara. Si de una excepción se tratara, estaría bien y ya. Lo malo es que existe una especie de consigna que determina que las “bandas” roqueras nacionales tienen que gesticular, brincotear, aullar y decir la mayor cantidad de estupideces que se les ocurra en el menor tiempo posible. Véanse si no otros videos, como los de Café Tacuba o Las Víctimas del Doctor Cerebro –nunca un nombre fue tan perfectamente definitorio de la (in)sustancia de un grupo– o léase casi cualquier entrevista o atiéndase ese programa televisivo para descerebrados que se llama Rock líquido y que pasa los miércoles por Canal 7 de TV Azteca. ¡Por Dios, qué sarta de agresiones a la inteligencia de los espectadores, de los escuchas y de los lectores potenciales!
   Increíblemente, buena parte del rockcito mexicano continúa en el mismo nivel de hace treinta y tantos años, cuando los Hooligans agitaban sus neuronas al compás de “despeinada, ja ja ja ja” y los Rockin Devils nos espetaban con toda impunidad su “quítate ya de aquí perro lanudo, déjame estar solo con mi novia”. Ahora sus letras dicen cosas como “hiciste lo imposible por hacerme infeliz, pero yo gozo bien sabroso como una lombriz”. Nada ha cambiado. Nada. ¿O cómo es posible que Alejandro Lora mantenga el mismo discurso de hace veintitantos años y siga gritando “¡Qué viva el rocanrol” a la menor provocación?
  Esa actitud de ser relajientos, graciosos y “bien prendidos” lo que refleja no es la esencia desmadrosa de la juventud mexicana, sino el retraso intelectual y cultural de seudo músicos cuyo máximo anhelo continúa siendo volverse ricos y famosos a la brevedad posible, aparecer en Siempre en domingo y En vivo, en MTV, en Rock líquido, en Notitas musicales y en la revista Eres. ¿Hacer arte? ¿Crear obras que trasciendan? ¡Por favor! ¡Esas son metas de la premodernidad! ¿Pues en qué país creen que estamos?

(Publicado en mi columna “Una pálida sombra” de la sección cultural del diario El Financiero, el 16 de abril de 1996)

martes, 24 de abril de 2018

Sting y Shaggy, feliz combinación

Ya era hora de que el hombre volviera a sonreír y ponerse festivo. Nadie puede dudar de la calidad de la música del inglés Gordon Matthew Thomas Sumner, mejor conocido como Sting, pero hay que admitir que siempre le dio por escribir canciones con un cierto grado de melancolía y emociones no del todo felices. Incluso desde su etapa inicial con The Police, había algo de angst en sus composiciones.
  Pero justo en esa época también empezó a abrevar del reggae, género que adaptó al rock junto con Andy Summers y Stewart Copeland para crear un estilo que fue imitado por muchos (en México, abiertamente por Maná). Es al reggae que Sting regresa ahora, en pleno 2018 y a sus 66 años de edad, con este disco en colaboración con el jamaicano (jamaiquino se decía aún hace poco) Shaggy, un dueto que funciona a las mil maravillas y que ha hecho de 44/876 un álbum lleno de sol, de luz, de calor, de optimismo y de belleza rítmica.
  El flamante plato debe su nombre a los códigos telefónicos de larga distancia de los países de ambos músicos y se trata de una deliciosa colección de doce temas originales con el más fino y contagioso reggae.
  Quizás el único pero que le pondría a esta obra es su producción, demasiado apegada a los usos y costumbres del pop actual, es decir, con un empleo excesivo de los recursos del estudio de grabación, haciendo a un lado el sonido más orgánico que daría un grupo de acompañamiento con instrumentos reales. Aun así, el disco suena más que bien y al final resulta muy grato, con canciones tan buenas como “Morning Is Coming”, “Don’t Make Me Wait”, “Waiting for the Break of Day”, “22nd Street” y “Just One Lifetime”, en las que la combinación contrastante entre la voz aguda de Sting y la voz grave de Shaggy funciona a las mil maravillas.
  No es el mejor álbum del año ni creo que aspire a tal cosa. Es tan sólo un trabajo muy grato de reggae-pop, cuyas posibilidades comerciales (que las tiene) no obstan para recomendarlo como una obra digna de entrar en la colección de música del lector.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 23 de abril de 2018

Caifanes: del subterráneo al Canal de las estrellas

Admirados y vilipendiados, amados y criticados, factor de división entre una crítica que los alaba sin rubores y otra que los pulveriza sin piedad, Caifanes es sin duda una de las agrupaciones clave del llamado nuevo rock mexicano. Conformada hace cerca de siete años, cuando dejaron su antiguo nombre de Las Insólitas Imágenes de Aurora (denominación bajo la cual se habían transformado en banda de culto de un grupo de seguidores de la clase media intelectualizada de Coyoacán y anexas), Saúl Hernández, Alfonso André, Alejandro Marcovich, Diego Herrera y Sabo Romo iniciaron una aventura que los ha llevado a grados de popularidad que para un grupo de rock mexicano resultan todavía insólitos.
  Si bien en un principio mantuvieron un estilo musical e incluso físico que era una especie de calca de lo que hacía en Argentina el grupo Soda Stereo (calca a su vez del quinteto británico The Cure), poco a poco fueron evolucionando hasta conseguir un sello más propio y distintivo, sobre todo gracias al timbre de su vocalista, Hernández, quien paulatinamente consiguió dejar de imitar al cantante de Soda Stereo y a Robert Smith y cuando menos logró una cierta identidad propia.

Esa negra linda me hizo famoso
Ocioso sería detallar aquí lo que fue, año con año, la carrera de Caifanes, ya que la mayor parte de los aficionados al rock nacional la conocen al dedillo. Cabe señalar, sin embargo, el parteaguas que resultó para ellos la peculiar grabación de una vieja melodía tropical, “La negra Tomasa”, que de golpe los metió en el gusto popular, no sólo de los roqueros, sino de un público mucho más amplio: aquel que gusta de escuchar estaciones de radio especializadas en baladistas, comprar revistas del tipo de las actuales Eres o Circo o soplarse las interminables horas que dura el programa Siempre en domingo, conducido por el pontífice de la TV mexicana: Raúl Velasco.
  Con esa canción, el grupo se vio de pronto metido en un medio al que cuando menos aparentemente no pretendía acceder. Aparecía en las portadas y los anuncios televisivos de publicaciones frívolas y dirigidas a un público cuyo coeficiente mental es menor al de un chimpancé oligofrénico; actuaba en emisiones tan prestigiadas como las de Verónica Castro, el ya mencionado Velasco o el inefable Paco Stanley; sus piezas, de “La negra Tomasa” en adelante, eran tocadas lo mismo en estaciones ultracomerciales que en las populacheras y tropicalonas. Eran los gajes de la fama, los sacrificios que debían ofrendar en aras de una popularidad masiva que si no había sido buscada, cuando menos fue aceptada sin demasiados peros.
  Con el arribo de Caifanes al mundo del espectáculo made in Televisa, las puertas del monopolio comenzaron a abrirse para otras agrupaciones. Fue así como, de la noche a la mañana, los jerarcas de los medios más mediatizadores del país descubrieron que el rock nacional podía ser un buen negocio y abrieron generosamente sus puertas a “bandas” como La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Fobia, Café Tacuba, Rostros Ocultos, Maná y alguno que otro etcétera. Y dieron en el blanco: los discos de estos músicos –que del gueto saltaron a los almohadones de plumas, las limusinas (alquiladas) y los guaruras (verídico)– comenzaron a venderse como pan caliente y surgió ahí una veta que hasta hoy sigue siendo más que lucrativa.

I wanna be a rock n’ roll star
Convertidos los ex marginales en superestrellas huehuenches, el siguiente paso fue internacionalizarlos. Caifanes fue uno de los baluartes en ese sentido. Gracias a la difusión del “Canal de las estrellas” en numerosos países, el grupo consiguió darse a conocer en toda Iberoamérica, en los Estados Unidos, España y algunos otros puntos del orbe. Sus discos (Caifanes, 1988; El diablito, 1990; El silencio, 1992) fueron cada vez más vendidos y todo parecía como un cuento de hadas. Hasta la revista norteamericana Rolling Stone les dedicó un comentario de un sexto de página, algo antes sólo logrado en nuestro país por Luis Miguel.
  Después de la grabación de El silencio, producido nada menos que por el ex Frank Zappa y ex King Crimson Adrian Belew (cuyo trabajo resultó bastante deficiente a decir de varios críticos), los rumores sobre una escisión en el grupo comenzaron a rondar por los corrillos y bajos fondos roqueros. Pronto dichos rumores cobraron visos de  verdad, cuando se anunció la salida del bajista Sabo Romo por problemas internos que no fueron dados a la luz pública. El hecho coincidió con los festejos de los seis años de la formación del quinteto, celebración que se llevó a cabo por medio de un concierto a lleno total en el Palacio de los Deportes, en abril de 1993. Después de la exitosa presentación, Romo se fue a engrosar las filas de Aleks Syntek y la Gente Normal, logrando el consenso absoluto de que daba un terrible paso atrás. Su lugar ha sido ocupado por algunos bajistas eventuales que, según los fanáticos del grupo, no han logrado llenar sus zapatos. Más tarde, el tecladista y saxofonista Diego Herrera siguió los pasos de Sabo y hoy día es flamante director artístico de BMG Ariola, lo cual nos viene a mostrar que pasar de roquero a yupi no es del todo difícil.
  ¿Y ahora qué? ¿Qué se puede esperar de Caifanes para los tiempos por venir (tan conflictivos de por sí)? ¿Volverán a sus raíces subterráneas, una vez probadas las mieles del éxito comercial y la fama, o se irán por el caminito fácil de lo probado y lo seguro, negándose a experimentar creativamente? Como diría el maestro Bob Dylan: la respuesta está en el aire.

(Publicado en la revista La Mosca en la Pared No. 1, febrero de 1994)

domingo, 22 de abril de 2018

Rockeros y roqueritos

Hablar de las diferencias entre rockeros y roqueritos es más, mucho más que referirse a simples distinciones semánticas. Porque son numerosas las divergencias entre estas dos especies, pertenecientes ambas a esa peculiar fauna entomológica que surgió a partir del rocanrol. ¿Qué es lo que distingue a cada sector, cuando menos en México? Veamos.

–Los rockeros saben que el rock nació en el delta del río Mississippi y sus raíces son negras. 
–Los roqueritos suponen que el rock nació en las riberas del río de La Plata y que sus raíces son bonaerenses.
–Los rockeros consideran a Chuck Berry, Little Richard, Jerry Lee Lewis y Elvis Presley como algunos de los pioneros de esta música.
–Los roqueritos tienen a Charly García, Fito Páez, Soda Stereo y los Enanitos Verdes como fundadores de la misma.
–Los rockeros valoran al rhythm and blues de los cuarenta y los cincuenta como la raíz primigenia del rock. 
–Los roqueritos no tienen idea de lo que es el rhythm and blues de los cuarenta y los cincuenta y creen que las raíces se encuentran en las canciones de Parchis y Timbiriche.
–Los rockeros son hijos de la radio. 
–Los roqueritos son hijos de la televisión.
–Los rockeros crecieron escuchando a Elvis, los Beatles, los Rolling Stones, los Who, los Kinks, los Doors, Hendrix, Clapton, Bowie, etcétera. 
–Los roqueritos crecieron llenando sus oídos con las melodías de Cepillín, Menudo, Flans, la Onda Vaselina, etcétera.
–Los rockeros están íntimamente relacionados con la contracultura de los años sesenta.–Los roqueritos están íntimamente ligados con la filosofía de Raúl Velasco y del Canal de las Estrellas.
–Los rockeros llegaron a creer que el rock es un modo de vida.
–Los roqueritos están convencidos de que el rock debe ser un modus vivendi.
–Los rockeros muestran muchas reservas críticas acerca del llamado rock mexicano.
–Los roqueritos tienen la creencia religiosa de que el rock mexicano está a la altura del de cualquier parte del mundo.
–Los rockeros privilegian el escuchar sobre el bailar.
–Los roqueritos privilegian el slam sobre cualquier posibilidad de escuchar.
–Los rockeros piensan que el rock debe ser universal.
–Los roqueritos afirman que el rock debe ser nacionalista y suelen caer en el chauvinismo y la xenofobia más fascistoides.
–Los rockeros se reconocen por su actitud.
–Los roqueritos son traicionados por sus actitudes.
–Los rockeros aman la música.
–Los roqueritos aman el bluff.
–Los rockeros desconfían de la excesiva comercialización en que ha caído el rock a partir de los ochenta.
–Los roqueritos ansían entregarse en manos de la comercialización con tal de lograr una fama rápida e inmediata.
–Los rockeros desconfían de la demagogia facilona.
–Los roqueritos lanzan proclamas seudopolíticas y panfletarias a la menor provocación.
–Los rockeros tienen como ideal crear buena música.
–Los roqueritos tienen como ideal aparecer en el programa de Paco Stanley.

(Publicado en mi columna “Una pálida sombra” de la sección cultural del diario El Financiero, el 23 de julio de 1996)

sábado, 21 de abril de 2018

Slim fast

No sé qué tanto pueda influir en las preferencias electorales. Nada quizá por el momento. Sin embargo, cuán sorpresiva fue la conferencia de prensa a la que convocó Carlos Slim para establecer su posición ante la controversia suscitada por la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México.
  Muchos pensábamos que en el fondo, discretamente, Slim seguía siendo un aliado de Andrés Manuel López Obrador, como lo fue cuando el tabasqueño era jefe de gobierno del ex Distrito Federal. Pero qué equivocados estábamos. Las fuertes críticas del más poderoso hombre de empresa de México y una de las personas más ricas del planeta, a la loca idea de clausurar las obras del NAICM y levantar el nuevo puerto aéreo en la base militar de Santa Lucía, resultaron inusitadas y la inmediata y visceral respuesta de López, al afirmar que Carlos Salinas y el presidente Peña Nieto habían enviado al ingeniero Slim en plan de mandadero, demostraron que el rompimiento entre AMLO y el empresario es un hecho (y al parecer desde hace largo tiempo).
  ¿Qué consecuencias tendrá esto en el futuro inmediato, en vísperas del primer debate entre los candidatos a la presidencia y a poco más de dos meses de la jornada electoral? No lo sabemos. Dicen que las encuestas aún no lo reflejan (ahora todos los que criticaban hace seis años a las encuestas creen ciegamente en ellas) y que Andrés Manuel sigue viento en popa hacia Palacio Nacional. Yo no estaría tan seguro.
  El hecho real es que varios de los poderes fácticos de este país e incluso de más allá de nuestras fronteras muestran cada vez una mayor aprehensión hacia la candidatura de López Obrador, un temor que va creciendo. ¿Cómo interpretamos eso? ¿Cómo lo leemos?
  No se trata de caer en alarmismos, pero hay intereses económicos, sociales y políticos que se sienten abiertamente amenazados por las cotidianas y muchas veces soberbias declaraciones de quien ya se siente presidente de México. Y así lo ven también, como virtual presidente, muchos de sus seguidores. Como lo veían hace doce y hace seis años.
  Lo cierto es que todavía quedan algunas cosas por vivir.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 20 de abril de 2018

Para dártelas de entendido en rock (57)

Se dice que al tocar en reversa la canción "Empty Spaces" del disco The Wall de Pink Floyd, uno puede escuchar las palabras "You have now discovered the secret message of rock 'n roll... Please write" ("Ahora has descubierto el mensaje secreto del rocanrol... Por favor, escribe"). No muy satánico que digamos el mensajito.

jueves, 19 de abril de 2018

El fanatismo en el rock

Cuando hablamos de la música popular en general y del rock en particular, el término fan puede traducirse de dos maneras: como seguidor o como fanático. La primera acepción debería ser la más aceptable, pues un seguidor es alguien que sigue la carrera y la producción artística de un grupo o un solista pero lo hace de manera tranquila, gozosa, lúdica. En cambio, un fanático –la palabra lo dice– es víctima del fanatismo y por ello suele cegarse y hacer que su pasión se convierta en visceralidad y posiciones extremas. Al igual que en las religiones, la política o el deporte, los fanáticos pueden convertirse en bestias ciegas e idólatras que llegan a trocar el amor por sus favoritos en odio contra todo aquel que se atreva a tocarlos con el pétalo de un cuestionamiento. Fanáticos son los terroristas, los fundamentalistas, los hooligans, los porros de las llamadas barras futboleras. Parece increíble que en un campo tan noble y sensible como el de la música puedan darse reacciones fanatizadas, pero sabemos que las hay en gran cantidad y que incluso existen fans que han llegado a asesinar hasta a su propio ídolo, como sucedió en los casos de John Lennon y de la cantante de tex mex Selena.
  La anterior reflexión tiene que ver –¿toda proporción guardada?– con las cartas que han llegado a nuestra redacción de parte de algunos fanáticos de Oasis, quienes no toleran que en una simple nota editorial alguien se atreva a afirmar algo tan aparentemente baladí como que ese grupo está sobrevalorado y que no es la mejor banda del mundo. Insultos, improperios y hasta una que otra amenaza por una cosa así de intrascendente. Uno quisiera que los seguidores de ciertos grupos no se transformaran en fanáticos y aceptaran que no todo el mundo tiene por qué compartir sus gustos. Pero así es esto y ni hablar. A veces la inteligencia queda obnubilada por un mal entendido apasionamiento.
  Habrá que reiterar por cierto, como ya se hizo alguna vez, que los Especiales de La Mosca lo único que buscan es difundir los elementos básicos para conocer la vida y obra de una agrupación o de un solista y que están dirigidos al público en general y no solamente a los denominados fans. Es una revista de difusión, no de propaganda o endiosamiento, por más grande que pueda ser el artista de quien se trate.

(Editorial "Ojo de Mosca", publicado en el No. 103 de La Mosca en la Pared, abril de 2006)

miércoles, 18 de abril de 2018

10 grandiosos discos de 1998


1998 fue un buen año para el rock y sus diversas vertientes. En vísperas del cambio de siglo, diversos grupos y solistas se encontraban en un momento iluminado y su talento musical fue capaz de producir trabajos tan buenos como los que aquí me permito enlistar.

1.- Massive Attack. Mezzanine (Virgin). Una de las obras fundamentales del trip-hop. La agrupación de Bristol produjo su pieza maestra con este su tercer trabajo discográfico, un álbum extraordinario, sublime, especialmente en su primera parte (dos de los tres impresionantes cortes iniciales –“Angel” y “Teardrop”– no tienen parangón). Un disco artísticamente perfecto.

2.- Pulp. This Is Hardore (Island). Quizás el grupo más lleno de sofisticación y sensualidad del britpop, Pulp alcanzó la cumbre con este, su sexto y penúltimo álbum, muy posiblemente su obra maestra (aunque hay quienes piensan que el anterior Different Class es mejor). De la mano de su líder y cantante, el extraordinario Jarvis Cocker, el grupo logró producir una serie de canciones magníficas, como “The Fear”, “Help the Aged” y la homónima “This Is Hardcore”.

3.- Air. Moon Safari (Astralwerks). El elegante dueto francés de música electrónica, integrado por Jean-Benoit Dunckel y Nicolas Godin, debutó hace un par de décadas con esta acuarela musical que incluye una fusión de géneros que van del pop a la Bacharach al jazz y el ambient, con las necesarias referencias al rock de los años sesenta. Un disco irresistible, encantador, lleno de calidez  y color.

4.- Placebo. Without You I’m Nothing (Virgin). Aunque formó parte de llamado britpop, la música del grupo encabezado por el singular y andrógino Brian Molko tendió siempre hacia una especie de pop-rock oscuro que lo emparentaría más con The Cure o Depeche Mode, si no es que con el glam setentero, como lo muestra el tema abridor: “Pure Morning”. Con este, su segundo álbum, el trío londinense logró la fama mundial instantánea.

5.- Elliott Smith. Xo (Dreamworks). A sus tempranos 19 años, este talentosísimo aunque atormentado compositor y cantante irrumpió en las grandes ligas luego de tres discos independientes y de haber logrado la fama con sus canciones para el soundtrack de la película Good Will Hunting de Gus van Sant, en especial con “Miss Misery”. XO es un álbum espléndido, lleno de melancolía y belleza, una colección de las más hermosas melodías que mucho le debe a los Beatles.

6.- Eels. Electro-Shock Blues (Dreamworks). Luego de su estupendo debut discográfico con el Beautiful Freak de dos años antes, el proyecto de Mark Oliver Everett, alias “E”, presentó este su segundo álbum que resultó aún mejor que el primero. Más oscuro y más épico, más profundo y más austero, ha sido comparado con joyas similares como el Tonight’s the Night de Neil Young o el Magic and Loss de Lou Reed. Una joya.

7.- PJ Harvey. Is This Desire? (Island). La más desafiante y feroz cantautora de los noventa nos legó en este, su cuarto álbum, un trabajo más elaborado y difícil de apreciar de primer golpe de lo que habían sido sus tres trancazos discográficos anteriores. Menos punk y con una mayor sofisticación, Is This Desire? no fue debidamente apreciado en su momento, pero es una grabación que fue creciendo con el tiempo y que hoy alcanza el estatus de clásico.

8.- The Smashing Pumpkins. Adore (Virgin). No es el más afamado o el más apreciado de los discos de la agrupación encabezada por el singular Billy Corgan, pero este álbum posee una muy especial belleza que lo hace entrañable. Los de Chicago lograron producir aquí un dream pop sutil y hechizante, con atmósferas plenas de nostalgia. Un trabajo profundo y admirable que ha crecido con el paso de los años.

9.- Belle and Sebastian. The Boy with the Arab Strap (Matador). Si un grupo puede representar al mejor rock pop que se ha hecho de los noventa a la actualidad es este combo proveniente de Escocia, encabezado por ese geniecito de la composición que es Stuart Murdoch. Muy influido por su paisano Donovan, Murdoch ha grabado una decena de álbumes gloriosos, pero su opus de 1998 es una piedra de toque.

10.- Neutral Milk Hotel. In the Aeroplane over the Sea (Merge). Agrupación mítica de rock alternativo surgida en Athens, Georgia, NMH sólo grabó dos álbumes, ambos de culto absoluto, aunque este, su segundo, ha permanecido durante dos décadas como una singular obra maestra de lo que hoy llamamos indie. James Mangum y compañía consiguieron una perla del rock acústico y hi-fi, un viaje ácido y misterioso que sigue escuchándose tan fresco y vital como cuando fue grabado.

(Escribí y publiqué esta lista para "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

martes, 17 de abril de 2018

Nach, ese hambriento

Editorial Planeta puso en circulación hace unos meses el poemario Hambriento, escrito por Ignacio Fomés Olmo, mejor conocido como Nach. Los lectores se preguntarán qué tiene que ver un poemario con una columna dedicada a hablar de música, en lugar de aparecer en la gustada sección de cultura de Milenio o en el siempre espléndido suplemento cultural Laberinto. Y se preguntarán también algunos quién demonios es ese tal Nach.
  La respuesta resulta sencilla: Nach es poeta (o poeto, dirían algunas feministas radicales), pero también uno de los principales exponentes del hip-hop que se hace en España. Nacido en Albacete, en 1974, ha grabado ocho discos, entre los que destacan En la brevedad de los días (2000), Poesía difusa (2003), Un día en Suburbia (2008), A través de mí (2015) y el reciente Grande (2018). Se dio a conocer inicialmente como Nach Scratch y desde un principio se distinguió precisamente por la vena poética de sus letras. No era ese hip-hop callejero, mal hablado y mal rimado, sino uno más refinado y, perdonen ustedes la expresión, más culto.
  Hambriento no es una recopilación de sus letras, sino un poemario en toda forma, con poemas llenos de una inteligencia y una sensibilidad que sorprenden, aunque de pronto hay también cierta ingenuidad y simpleza.
  “El dolor por un amor no correspondido / es la espera de nadie / es dirigirte hacia la nada / es una ciudad desierta, un reloj cansado / es ofrecerle todo tu ser a una pared”, dice en “¿Cómo funciona el dolor?”, mientras que en “Volviendo a casa” escribe: “He vuelto a casa, / dispuesto a descansar mis derrotas / y a recordar los placeres que fui. / He regresado con la necesidad / que tiene un objeto perdido / de reencontrar a su dueño. / Aquí estoy, / entrando por una puerta / que es un pulmón. / Sintiendo cómo las paredes me miran / con sus cuadros doblados, / viendo que todos mis relojes / se han detenido en la misma ausencia”.
  Buen libro el de este poeta, actor, sociólogo y rapero español de 44 años. Un trabajo grato y recomendable, más allá del “jei...jó...” del hip-hop.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 16 de abril de 2018

Lovely Rita

Debo confesar la verdad. La noche del pasado 8 de mayo asistí a la Ola Azteca con ánimo crítico y dispuesto a demoler por escrito cuanto viera por ahí. Pensé que no me costaría trabajo. Después de todo, estaba convencido (y lo sigo estando) de que era una burda maniobra de Televisa para seguir manejando a su antojo al llamado rock nacional; una forma de continuar lo que ha hecho, al utilizar en su programación mediatizadora a grupos como La Maldita Vecindad, Café Tacuba, Caifanes, Rostros Ocultos y demás. Con la “Ola roquera”, el monopolio de la televisión se presentaba como impulsor del movimiento musical de los jóvenes roqueros (que no rocanroleros: hay notables diferencias de significado entre ambos términos), muchos de los cuales, me consta, creen en la sinceridad y las buenas intenciones del monstruo. “Lo importante es que existan foros para tocar”, dicen los músicos, y poco les interesa vender su alma al diablo con tal de gozar de quince minutos de fama. Lo importante no es el trabajo creativo, la labor verdaderamente artística, sino el hecho de ser difundidos a como dé lugar, no importa que sea en Siempre en domingo, Mi barrio o cualquier otra mierda. ¿Ideología? ¿Principios? ¡Maestro, estamos en otros tiempos! Es la era del liberalismo social, la era del cinismo.
  Pero volvamos a la noche del sábado 8 de mayo. Desde que entré al Estadio Azteca, sentí el clásico ambiente policiaco-represivo que distingue a los espacios dominados por Televisa. Gente de seguridad, guaruras disfrazados de guaruras, granaderos; miradas torvas, desconfiadas.
  En el escenario, un grupo llamado La Candelaria que, más que música, hacía dengues y gestos “prendidísimos” que dejaban a la gente impávida (menos mal). Luego vino Insignia, cuarteto muy joven y con una propuesta mucho más interesante que la de sus antecesores. Sin embargo, mi interés –y el de la mayoría de los asistentes– era ver a Santa Sabina (en mi caso, porque nunca los había visto en persona). Vino entonces lo inesperado...
  Después de haber visto en otras ocasiones a vacas sagradas como La Maldita y Caifanes, llevándome sendas decepciones por la pobreza de sus actos, ver a Santa Sabina resultó una sorpresa agradabilísima. He aquí una propuesta artística original y rica en matices, con composiciones interesantes  y muy bien ejecutadas por cuatro músicos espléndidos. La banda crea atmósferas oníricas y estrambóticas que son aprovechadas a la perfección por la presencia más impactante y la mejor voz del rock nacional: Rita Guerrero. A pesar de su corta estatura, Rita crece en el escenario, se adueña de él y lo utiliza a su antojo. Su dominio del público es impresionante. De pronto (y no exagero), uno de ve metido en una experiencia mística de la que resulta imposible escapar. Rita posee un manejo de la mirada, el rostro y el cuerpo que la transforma en una hechicera. En ella hay, por fin (al igual que en sus compañeros), una manifestación musical realmente rocanrolera, de una finura excepcional y hasta insólita dentro del medio en que se mueve.
  Rita y Santa Sabina se han salvado hasta ahora (supongo que por sus convicciones y no por falta de ofertas) de caer en el mercantilismo fácil de otros. Ojalá sigan por ahí, caray.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 21 de mayo de 1993)

domingo, 15 de abril de 2018

Piro en mi disco (sesión 21)

Muy buena grabación con el gran Piro Pendas, quien vino directamente desde Miami, Florida, la ciudad donde vive hoy día. Bueno, a decir verdad no es que haya venido a México por estar en mi disco. En realidad vino para promover su álbum de los cuarenta años de Ritmo Peligroso, pero aprovechó para grabar sus partes vocales en mi canción "Falta de inspiración".
  Nos vimos por la tarde de hoy en la casa-estudio de Iris y Jehová. Piro llegó acompañado de otras cuatro personas (entre ellas su guitarrista actual y su representante en México) y todo fue muy divertido, con aportes para la canción que incluyeron un rapeo. Fueron dos o tres horas muy entretenidas.
  A Piro lo conozco desde hace casi veinte años y cuando él vivía por los rumbos de Liverpool Insurgentes, llegué a visitarlo varias veces (así conocí a su esposa Claudia y a su hijito, hoy ya en la universidad, allá en Florida) y creo que él vino aquí también alguna vez.
  Un gustazo volver a verlo y un honor que participe en el disco.

sábado, 14 de abril de 2018

El pueblo, esa entelequia

En su columna “Uno hasta el fondo” del lunes en Milenio, Gil Gamés cita algunos conceptos de Umberto Eco acerca de esa resbalosa e inasible entelequia a la que suele denominarse como “el pueblo”.
  “El pueblo es sabio”, se dice. Pero, ¿cómo va a ser sabio algo que carece de existencia? Repitamos las palabras de Eco, citadas por Gamés: “En realidad, el ‘pueblo’ como expresión de única voluntad y de unos sentimientos iguales, una fuerza casi natural que encarna la moral y la historia, no existe. Existen ciudadanos que tienen ideas diferentes y el régimen democrático consiste en establecer que gobierna el que obtiene el consenso de la mayoría de los ciudadanos”.
  Así es, tenemos que mirarnos como ciudadanos y no como parte de esa masa al mismo tiempo informe y uniforme, anónima y manipulable, a la que los demagogos llaman, con toda solemnidad, “el pueblo”. Somos un conjunto de individuos con intereses, visiones e ideas diferenciadas. No todos apuntamos hacia lo mismo. Por eso, de nuevo habla Eco: “Apelar al pueblo significa construir una ficción: teniendo en cuenta que el pueblo no existe como tal, el populista es aquel que se crea una imagen virtual de la voluntad popular. Mussolini lo hacía reuniendo a cien o doscientas mil personas en la Piazza Venezia que lo aclamaban y que en su condición de actores, desempeñaban el papel del pueblo”. Como aquí, en el Zócalo, con las manitas alzadas.
  Dijo AMLO en su comparecencia en Milenio TV que el pueblo se equivoca menos que los políticos, porque “el pueblo tiene un instinto certero, es sabio: (que haya) consulta ciudadana y que el ciudadano nos diga ‘quiero esto’ o ‘no quiero esto’. En la democracia es el pueblo el que manda, el que decide”.
  Por eso dice que apelaría “al pueblo” cada dos años para la revocación de mandato (algo que también decía Hugo Chávez). Quiere decir que lo consultaría en 2020, en 2022 y... ¿en 2024? ¿Acaso para ver si se sigue de largo otro bienio más (y otro y otro y...)? Esto aún no lo ha aclarado y estaría bien que lo hiciera. Digo, para que no haya dudas sobre sus intenciones.

Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 13 de abril de 2018

Para dártelas de entendido en rock (56)


Foo Fighters es la expresión con la cual la Fuerza Aérea de los Estados Unidos se refería a los OVNIs en los años cuarenta del siglo pasado.

jueves, 12 de abril de 2018

The Deuce: una zona prohibida

Con el enorme antecedente en su bagaje de una serie para HBO como The Wire (2002-2008), el showrunner David Simon regresó con mayores ímpetus a la misma emisora con The Deuce (2017), cuya primera temporada acaba de culminar.
  Creador también de las exitosas Generation Kill, Treme y Show Me a Hero, Simon unió fuerzas y talento con George Pelecanos y con la actriz y productora Maggie Gyllenhall, principal impulsora de la serie, para sumirnos en el submundo del Times Square neoyorquino de principios de los años setenta del siglo pasado, ese submundo de antros, prostitución, corrupción policiaca, alcohol, drogas y –parte central de la serie– los primeros intentos por hacer cine porno de manera más o menos profesional.
  The Deuce era el nombre con que se conocía en los bajos fondos a la calle 42 de Manhattan, donde sucede la mayor parte de la trama, centrada en dos personajes principales: Vincent Martino y, sobre todo, Eileen “Candy” Merrell. El primero, interpretado por James Franco (quien también da vida a su hermano gemelo: Franky), es un pequeño empresario que trata de sacar adelante su bar, sin poder evitar aliarse con la mafia italiana que maneja la zona y con los corruptísimos agentes de la policía que con puntualidad acuden por una paga, para hacerse de la vista gorda ante cualquier ilegalidad en la que tenga que ver Martino.
  El segundo gran personaje es Candy, una prostituta cercana a los 40 años, quien se niega a ser manejada por padrote alguno (“Nobody makes money off my pussy but me”, dice ella) y logra salir avante, aunque al darse cuenta de que cada vez es más difícil competir con sus pares más jóvenes, descubre su talento no sólo para actuar, sino para dirigir y producir cine porno. La fantástica Maggie Gyllenhall se encarga de personificarla y es a lo largo de los ocho capítulos que conforman la primera temporada que la vemos ir creciendo en importancia hasta dejar las cosas listas para que podamos disfrutar de la segunda (anunciada para este año).
  Intensa y desconcertante, violenta y cínica, agridulce y llena de humor negro, The Deuce tiene lugar en 1971, cuando Richard Nixon mal gobierna a los Estados Unidos y cuando aún se sienten los estragos de la tremebunda década de los sesenta, esa década revolucionaria que cambió para bien y para mal las mentes de buena parte de la humanidad, sobre todo en Occidente y, más específicamente, en la propia Norteamérica.
  Con una crisis económica galopante que obliga a muchas mujeres a prostituirse y caer en un ambiente gobernado por los más delirantes proxenetas, aquel Nueva York sucio, peligroso y contaminado es recreado de manera impresionante, mientras nos involucramos en las vidas de varias de aquellas damas de la vida galante; de los muchos policías corrompidos y los pocos que tratan de mantener la honorabilidad; de los padrotes (en su mayoría negros) y su machismo a ultranza, mismo que los lleva a tratar a “sus” mujeres con una mezcla de paternalismo protector y brutalidad esclavizante; de la universitaria que trata de trabajar en bares para subsistir y seguir estudiando; de la periodista consciente que busca realizar el imposible reportaje que denuncie la explotación de las cortesanas callejeras, haciéndose pasar por una de ellas; de los homosexuales que se van atreviendo a salir del clóset y se refugian en bares clandestinos que sufren periódicas redadas; del microuniverso de los pioneros del cine pornográfico que tratan de hacer películas más elaboradas y no conformarse con pequeños y burdos cortos que son vistos, en pequeñas cabinas con diminutas pantallas, por hombres morbosos que se masturban ahí, luego de depositar una moneda de dólar en una ranura.
  Toda esa ensalada de situaciones es lo que da vida a The Deuce, una vida reflejada con tal realismo que casi podemos oler el hedor de las coladeras o el aroma a perfume barato de las sacrificadas prostitutas. Todo ello para no hablar de la estupenda musicalización, llena de soul, funk, blues y rock de los setenta.
  “Era una oportunidad para retrotraer mucha de la música que amábamos cuando éramos jóvenes”, comentó en una entrevista reciente George Pelecanos. “Pero siempre tenía que encajar con las situaciones y los personajes”.
  Nostalgia setentera de la buena.

(Artículo publicado originalmente en el sitio Sugar & Spice)

miércoles, 11 de abril de 2018

No te pases de Craiglist (La Principita)


I
–Desde que troné con mi último novio, hace dos años, decidí cambiar la manera de relacionarme con los hombres.
  –Ah, ¿sí?
  Juliana se me quedó viendo con fijeza, como si tratará de despertar un mayor interés en mí sobre lo que me decía.
  No es que no me interesara, todo lo contrario. Simplemente no me sentía con la confianza suficiente como para indagar más.
  –No sé si contarte –añadió entonces, con lo cual logró de plano involucrarme.
  –Cuéntame, anda.
  Dejó de mirarme, tomó la botella de vino ya casi vacía y sirvió lo que quedaba en su copa y la mía, a partes iguales. Ahora era yo quien la veía, mientras el rojo líquido caía dentro del grueso cristal azul de los recipientes. Luego lanzó un suspiro.
  –Está bien –murmuró casi entre dientes, antes de dar un pequeñísimo sorbo. Yo me quedé con la copa en la mano, a la espera de su revelación. –No es la forma más convencional de buscar hombres, pero es que después de ese truene, no me quedaron ganas de tener una relación tan formal, al menos no por un buen tiempo.
  –Comprendo –dije, sólo por decir algo.
  Ella continuó como si no me hubiese escuchado.
  –Claro, están los amigos, pero como que no me latió eso de salir con ellos en ese plan y pues tampoco me iba a quedar ya sin coger, ¿no crees?
  Asentí, al tiempo que el vino se me atragantaba y me hacía toser un poco.
  –¿Estás bien?
  –Sí, sí, todo bien. Es que se me fue un poco de lado, pero sigue.
  –Okey… La cosa es simple, aunque en México no estamos muy acostumbrados a eso. ¿Conoces Craiglist?
  De golpe no supe de qué me hablaba, pero casi en seguida recordé lo que era aquello.
  –Sí, por supuesto… Es una especie de Mercado Libre, un sitio en internet para hacer ventas e intercambios de cosas.
  –Pues sí, digamos. Sólo que aquí también se puede intercambiar de otra manera.
  Esta vez nada entendí y la miré interrogante. Ella rió divertida y dio un trago más largo.
  –Me ha funcionado muy bien para conocer gente.
  –Ya…
  –No hace mucho conocí a un austriaco que andaba de paseo en México y hace poco a un chavo hidalguense con el que me he visto dos o tres veces.
  –Citas a ciegas.
  –Si las quieres llamar así, sí.
  Sonreía encantadora. Yo quería preguntar más, saber detalles, pero no me atrevía a hacerlo. No fue necesario, ella quería contármelo.
  –La mecánica es sencilla. Pones tu aviso. Por ejemplo: “Soy una mujer de veinticinco años, soltera, en busca de una aventura pasajera y sin compromiso”.
  –Pero no revelas tu nombre.
  –Yo no lo hago. Puedes usar un seudónimo y hay unos números que son tu clave para que el interesado se ponga en contacto contigo y ya puedan concertar algo.
  –Algo…
  –Claro: una cita, verse en algún café, charlar, ver si se gustan y, de ser así, irse juntos a un hotel.
  –Pues suena bien, interesante.
  –¡Ja ja, tienes una cara!
  Me sentí demasiado convencional, conservador, y traté de mostrarme abierto y liberal.
  –¡No, no! Es sólo que no me imaginaba… Pero está muy bien, me parece una buena forma de conocer gente y no caer en compromisos y esas cosas.
  –Exacto.
  –¡Pues brindemos por eso! ¿Quieres que abra otra botella?

II
Varios días pasaron desde aquella noche y yo prácticamente había olvidado la plática. Juliana se había ido casi en seguida porque tenía otro compromiso y ya no bebimos más vino.
  Hasta que una tarde, mientras revisaba algunos correos y miraba mi facebook y mi Twitter, recordé lo de Craiglist y decidí asomarme a su página del Distrito Federal. Alguna vez, en tiempo de vacas flacas, había entrado para ver las ofertas de empleo, pero esa vez no me di cuenta del apartado “personales” y sus diversas opciones: “sólo amistad”, “chica busca chica”, “chica busca chico” y las muy peculiares “relaciones esporádicas” y “rienda suelta”. Deduje que Jimena había acudido a lo de las esporádicas relaciones y di clic allí.
  Todos los avisos eran escuetos y en su mayoría venían en inglés. Abrí uno que decía: “I am Paulina, pretty and sexy girl! Do you want more? I am very passionate and I’d meet you for to have a lot of fun! Contact me now, baby!”. El texto estaba acompañado por la imagen de una joven descalza, de cabello lacio y negro que tapaba su rostro y un minivestido rojo que dejaba ver unas piernas estupendas y un cuerpo espectacular. Demasiado bueno para ser cierto. Eso fue lo que pensé y me negué a tocar el botón de reply con el cual me pondría en contacto con la dichosa Paulina.
  Consideré que estaba haciendo el ridículo y cerré la página.
  –Puedo apostar a que es una prosti –me dije en voz alta.
  Así transcurrió una semana más. Lejos de olvidar, no dejaba de pensar en aquello de Craiglist. ¿Y si de veras me abría nuevas posibilidades, si me daba la oportunidad de vivir algo inédito? Después de todo, a mis más de cincuenta años jamás había tenido una cita sexual a ciegas.
  Esa noche, en la soledad de mi apartamento, volví a entrar al sitio. Esta vez había más ofertas que la anterior y hubo una que me llamó especialmente la atención. Su título rezaba, escueto, también en inglés: “Looking for fun tonite – 24 (Roma)”. Lo abrí y no fue mucho más lo que leí: “Hi, I’m looking for a fun night. I’m a cute 24 years old girl, looking for a wild night. Please come with me. Cheers!”.
  No había nombre o fotografía. Sólo una dirección de correo electrónico de Craiglist. Opté por seguir el juego.

III
Faltaba una veintena de metros para llegar al bar cuando me detuve de súbito. Una fina llovizna caía sobre la calle y mi cabello, mi chamarra de mezclilla y mis zapatos estaban empapados. Me había equivocado con la dirección del lugar y el taxi en el que viajaba me dejó a más de diez cuadras de distancia. La larga caminata bajo la lluvia no logró apaciguar los nervios que me embargaban. Me detuve. Respiré hondo y me quedé unos minutos debajo del techo de un edificio de departamentos de la calle Campeche, en la colonia Condesa. ¿Estaría ella en aquel bar? ¿Acudiría a la cita que habíamos concertado de manera virtual? Sentí deseos de girar sobre mis pasos y caminar en sentido contrario, alejarme de ahí y regresar a mi casa. Eso me hizo sentir ridículo.
  –No mames –mascullé. –No puedes hacer eso. Afronta las cosas. Lo peor que puede pasar es que ella no te agrade y encuentres algún pretexto para tomarte una cerveza y despedirte… Bueno, no… Lo peor que puede pasar es que no le gustes a ella y ni siquiera se quiera tomar la cerveza antes de huir despavorida.
  Volví a tomar aliento y a emprender el camino. La llovizna empezaba a convertirse en aguacero y me obligó a apresurar el paso. En dos minutos llegué a las puertas del barecito irlandés que lucía atestado de parroquianos, en su mayoría hipsters típicos de la zona.
  Una muy joven y guapa mesera me recibió y le dije que había quedado de ver ahí a una amiga. Me sonrió y yo pensé en lo bueno que hubiese sido que ella fuera la mujer con quien había quedado de verme y que respondía al sobrenombre, bastante cursi y bobalicón, por cierto, de La Principita.
  El único dato que me había dado era que usaba el cabello muy corto (“me lo acabo de cortar, es casi como de hombre”) y que lo había teñido de color azul. La visualicé parecida al Petit Prince de Saint Exupery. Como me pidió un nickname (sic), el primero que se me ocurrió fue el de Sorel, como el Julian de El rojo y el negro de Stendhal. Por literatura francesa no pararíamos.
  Avancé bar adentro y al tiempo que tropezaba con los comensales y trataba de abrirme paso, miraba hacia todas las mesas con el fin de descubrir a La Principita. Sentía que todo el mundo me miraba, aunque no fuese así. El llegar empapado y el saberme veinte o treinta años mayor que la mayoría de los ahí presentes me volvía más torpe y a punto estuve de tirar a un mesero que se me cruzó súbitamente, charola llena de vasos llenos de alcohol a todo lo alto. Quise calmarme, revisé cada rincón y no di con ella.
  Sólo había una mesa disponible y me senté ahí. Pensé que mi cita no llegaría. Decidí pedir una cerveza o quizás un whisky y luego salir de la manera más discreta. En eso, alguien me tocó el hombro y yo me volví. La sorpresa que se dibujó en mi rostro sólo fue inferior a la que se dibujó en aquella mujer de cabello cortó y azulado. Ella se quedó muda. De mi garganta sólo alcanzó a salir una ahogada palabra llena de azoro.
  –¡Juliana!

IV
Se había quedado pálida. Boquiabierta.
  –No me digas que tú eres Sorel. Jamás lo hubiera imaginado.
  Pensé que escaparía aterrada, pero tomó asiento frente a mí y soltó una carcajada, al tiempo que seguía mirándome anonadada.
  –¡No juegues! ¡No lo puedo creer!
  Yo no sabía si reír o angustiarme.
  –Tampoco se me ocurrió que fueras tú ­–dije al fin, con voz apenas audible. –La noche que fuiste a mi casa traías el cabello más o menos largo y de color caoba.
  –Rojo, lo traía rojo –me corrigió.
  Nos quedamos en silencio unos segundos que parecieron extenderse una eternidad. Fue ella quien lo rompió, al alzar los hombros y volver a sonreír.
  –Pues ya que estamos aquí hay que pedir algo de beber, ¿no te parece?
  Asentí con un tímido movimiento de cabeza, sin saber todavía qué demonios decir. Ordenamos un par de whiskys y volvimos a mirarnos. De nueva cuenta, fue ella quien tomó la iniciativa.
  –Pues mira tú las cosas que pasan. Nunca creí que te fueras a meter a Craiglist.
  –Pues ya ves, un día me acordé de lo que me contaste y me aventuré.
  –Qué divertido.
  –Sí, ¿verdad?
  –Bueno… y ahora, ¿qué vamos a hacer?
  Su pregunta me dejó congelado y un balbuceo ininteligible salió apenas de mi boca.
  –¿Qué dices? No te entendí. Hay mucho ruido aquí.
  El mesero nos interrumpió con los dos vasos de licor escocés en las rocas.
  –¡Pues digamos salud! ­–exclamó divertida al ver mi confusión.
   Chocamos los cristales y dimos un trago. Ella se tomó casi la mitad y yo apenas un poco.
  –Ahora sí, repíteme lo que dijiste.
  Era obvio que se estaba solazando con todo aquel embrollo y más al verme tan tenso.
  –Pues… En realidad nada dije… Sólo repetí tu pregunta: ¿qué hacemos?
  –Tú decide.
  Le responsabilidad me pareció demasiada. Juliana estaba abusando de su posición y lo hacía sólo para divertirse, lo cual en ese momento me molestó un poco. Di esta vez un trago largo a la bebida y no sé si envalentonado por el golpe de alcohol o azuzado por las inesperadas circunstancias, tuve en un súbito rapto de osadía.
  –Vale. Hagamos lo que ambos vinimos a hacer.
  Le sostuve la mirada y lejos de desviarla, ella la mantuvo a la par de su sonrisa irónica. Su respuesta fue la que yo menos esperaba.
  –De acuerdo.

(Cuento escrito el 2 de abril de 2013)

martes, 10 de abril de 2018

¿Elton John revampirizado?

No es el primer disco en homenaje a Elton John (en 1991 apareció el estupendo Two Rooms, con grandes intérpretes como Eric Clapton, The Who, Kate Bush, Sting y otros). Sin embargo, el reciente disco Revamp: Reimagining the Songs of Elton John & Bernie Taupin posee una muy especial característica: es un tributo en el que todas las canciones están a cargo de estrellas del mainstream actual, de lo más granado de la comercialidad musical de hoy, tanto en el pop como en el rock.
  ¿Significa esto que la grabación es una basura o un producto desechable? No del todo. En realidad, se trata de un álbum aceptable a secas, con una trecena de temas interpretados por un abanico de grupos y solistas que van de Lady Gaga a Queens of the Stone Age y de Miley Cyrus a Mumford & Sons.
  Elton John anunció que está a punto de retirarse y su inminente gira internacional servirá para decir adiós a los escenarios. Es en este contexto que aparece este Revamp (algo así como modernizar o rehacer; nada que ver con asuntos de vampiros).
  El título alude a la manera en que están producidos los trece cortes del larga duración, con los sonidos y trucos de estudio imperantes hoy, algo que resulta más que evidente en el track inicial, “Bennie and the Jets”, el único en el que participa el propio Elton John, acompañado por Pink y por el hip-hopero Logic, en un arreglo que incluye un desconcertante y no sé si inoportuno rapeo de éste a la mitad de la canción.
  Entre las versiones más destacadas están la de Florence + the Machine a “Tiny Dancer”, la de Mary J. Blige a “Sorry Seems to Be the Hardest Word”, la de Q-Tip y Demi Lovato a “Don’t Go Breaking My Heart”, la de Sam Smith a “Daniel”, la de Lady Gaga a “Your Song” y la de Queens of the Stone Age a “Goodbye Yellow Brick Road”.
  Coldplay y The Killers aburren con “We Fall in Love Sometimes” y “Mona Lisas and Mad Hatters”, mientras que Mumford & Sons cumplen medianamente con “Someone Saved My Life Tonight”.
  Un disco para seguidores de Elton John. Nada más.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 9 de abril de 2018

Algo especial

En febrero de 1975, mi amigo y hermano de toda la vida, Adolfo Cantú y yo nos presentamos en el programa dominical Algo especial de Canal 13, cuando este pertenecía al gobierno (creo que aún no se llamaba Imevisión) y sus instalaciones estaban en la calle de Mina, cerca del Teatro Blanquita. El dueto de dos guitarras y dos voces se llamaba Octubre y cantamos tres canciones mías ("Elevación", "Tiempo de revolución" y "Soy un director"). El programa, por cierto, lo dirigió Luis de Llano Macedo, a escondidas de Televisa. Su padre, Luis de Llano Palmer, era el director del 13. Por ahí tengo medio perdido un cassette con la grabación en audio de aquella emisión. La imagen es la de una especie de invitación para la grabación del programa, con el elenco musical que participó. Hace 43 años de esto (yo iba a cumplir los 20 y Adolfo tenía 17).

domingo, 8 de abril de 2018

Caifanes bajo coacción

Ella me dijo: “Si escribes mal de este concierto, es que no posees objetividad periodística”. Y me advirtió amenazante: “Si escribes mal de este concierto, no te vuelvo a hablar en mi vida”.
  Conste lo anterior para aclarar que escribo el presente texto bajo presión moral, coaccionado claramente. Por lo tanto, no podré decir que el concierto del grupo Caifanes, del pasado viernes 30 de abril (Día del niño) en el Palacio de los Deportes, me dejó absolutamente impávido.
  Tampoco podré decir que la música de este quinteto nada más no me llega, me resulta terriblemente monótona y no me hace mover un solo músculo.
  No mencionaré que las letras de sus canciones, más que crípticas o herméticas, me parecen pretensiosas, sin sentido, falsamente profundas o francamente burdas (verbigracia: “Me dirás que soy un perro / que en el cerebro tengo moquillo” o aquel atentado contra el idioma  que es la palabreja “metamorféame”. ¡Horror!).
  Ni anotaré que su presencia escénica es pobre y estática, que la voz de Saúl Hernández carece de matices (¡de acuerdo, maestro Monsalvo!) y los instrumentistas son apenas un poco mejores que los de La Maldita Vecindad.
  No escribiré que el hecho de que 20 mil personas hayan brincado y cantado como una sola, durante más de de dos horas, no significa necesariamente que Caifanes sea un buen grupo. Igual cantan y brincotean 50 mil ante Garibaldi, Yuri, Ricky Martin o Los Temerarios.
  No diré (¡no!) que esas jaladas de sacar a grupos de concheros son arranques chauvinistas innecesarios y falsísimos, con todo y los gritos de “¡México, México!” del respetable o que los exhortos de Saúl contra el malinchismo suenan más provincianos que la arenga de un presidente municipal un 15 de septiembre cualquiera.
  Tampoco comentaré que lo mejor de todo (al menos para uno, como periodista) fueron los tacos al pastor y las cervezas (así como las buenísimas edecanes) del convivio  posterior al concierto; lo mismo que la presencia de la maravillosa Daisy Fuentes, locutora de MTV ahí presente. cuyo rostro y cuerpo resultan muy difíciles de olvidar.
  Por último, me abstendré de señalar que después de verlos en vivo, los Caifanes me siguen pareciendo tan planos y faltos de vitalidad como cuando los escuché en disco.
  Perdone el estimado lector que esta vez no diga cosa alguna y me reserve mis opiniones, pero la verdad es que a ella la quiero mucho y no quisiera que me considerara falto de objetividad periodística ni (mucho menos) que dejara de hablarme para siempre.
  Así pues, por esta vez, guardo El silencio.
  Ni hablar.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 7 de mayo de 1993)

sábado, 7 de abril de 2018

¿Votar por enojo o por miedo?

Dos son las sensaciones que parecerían flotar en el ambiente luego del inicio oficial de las campañas electorales: el enojo y el miedo.
  En medio de la polarización política que vivimos, en la que la visceralidad y el rencor gobiernan las mentes y las entrañas de muchos mexicanos; en medio de una nación dividida entre facciones antagónicas, con odios dignos de una guerra civil, los próximos tres meses habrán de ser determinantes para el futuro de un país en el que las percepciones son más poderosas que la misma realidad.
  A lo largo de 12 años se ha ido incubando la idea de que ese ente impreciso al que algunos llaman el pueblo se encuentra en estado de indignación e iracundia. Muchos manejan esa percepción a su antojo y lo hacen con habilidad maquiavélica y perversa.
  Cierto que en México sigue habiendo pobreza, cierto que la inseguridad y la violencia campean de un modo insoportable, cierto que la corrupción continúa siendo un mal endémico desde hace casi 500 años. Falso sin embargo que la gente común esté invadida por un ánimo revolucionario o que desee cambios bruscos y dramáticos en su vida cotidiana, esa vida de todos los días en la que las personas y sus familias tratan de salir adelante y vivir en paz.
  Pero se ha apostado por la leyenda de que el país está peor que nunca y muchos lo han creído. No sólo eso: lo han creído y han caído en el garlito de la furia y el odio, sin darse cuenta de que con ello están sirviendo a intereses políticos que manipulan ese ánimo. Esto se ve muy claro en algunos jóvenes que van a votar por primera vez.
  Se dice entonces que el miedo y el odio serán los dos factores determinantes para los electores a la hora de depositar su voto en la urna. Frente a ello, yo apuesto aún por la reflexión y la sensatez de la mayoría de los mexicanos. Que no nos dejemos llevar por las percepciones creadas y meditemos bien nuestra decisión. Como pocas veces, el futuro de nuestro país está en juego. Como pocas veces, el abismo se abre ante nosotros y amenaza con jalarnos al fondo. Seamos inteligentes, seamos sensatos, seamos prudentes.

(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)

viernes, 6 de abril de 2018

Para dártelas de entendido en rock (55)

Uno de los álbumes menos valorados de David Bowie es Lodger, de 1979, cuya grabación resultó complicada y llena de incidentes. Cuenta el productor del mismo, Tony Visconti, que además hacía mucho calor durante las sesiones y que por ahí tiene fotografías de Brian Eno con el torso desnudo, tratando de refrescarse. Mientras éste y el propio Visconti estaban mezclando el LP, un día irrumpió Mick Jagger en la consola y empezó a dar opiniones que nadie le pedía, como: "Esa batería no suena bien" o "No me gusta esa parte del bajo", etcétera. Terminó por hacerles perder la paciencia y cuando Visconti le pidió que se callara y los dejara efectuar su trabajo, el cantante de los Stones sonrió, se alzó de hombros y dijo: "Bueno, está bien. Yo creo que me iré al otro estudio para sabotear el disco que está grabando Joni Mitchell".

jueves, 5 de abril de 2018

La Tina Turner mexicana (una nota de 1993)

En fechas recientes, Ofelia Medina intervino en un video del infladísimo y espantoso grupo Café Tacuba y, bueno, eso es cosa de ella. Lo malo es que a partir de esto –y según declaraciones a la revista Tiempo Libre (No. 674)–, la actriz “tiene en mente un proyecto que la convertiría, según sus propias palabras, en la Tina Turner mexicana (el subrayado es mío).
  ¿Cómo lo hará? Helo aquí: Ofe y Café Tacuba grabarán un disco "en el que pensamos tener, por ejemplo, algunas cumbias y danzones, claro, tamizados como ellos lo hacen, con letras que compondríamos en conjunto”, dice ella. Y prosigue, luego que la reportera Rosario Reyes le pregunta si es la primera vez que hace “algo así” con un grupo de rock: “Sí, pero ellos no son rock, son música contemporánea mexicana. A veces hay rock, pero son más. Hay hasta huapangos, claro, cafetacubeados. Así es que voy a ser algo así como la Tina Turner mexicana. Imagínete, una ruca cantando cosas para los jóvenes”.
  De verdad que el rock no tiene la culpa. Primero fueron los timbiriches, magnetos, microchips y demás basura. Ahora hasta las actrices progres le quieren entrar al negocio. No hay derecho, me cae. Qué friega.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 15 de abril de 1993)

miércoles, 4 de abril de 2018

La maldita ambigüedad (Desconcierto en el Auditorio Nacional)

A fin de celebrar que les haya sido otorgado su primer “Galardón a los Grandes” de Siempre en domingo, el grupo La Maldita Vecindad y los hijos del Quinto Patio realizó un concierto masivo en un casi repleto Auditorio Nacional (chin, creo que he iniciado esta seudo crónica de manera insidiosa y me prometí tratar de ser objetivo y desprejuiciado al elaborarla).
  Ser objetivo y desprejuiciado, esa era la consigna que me impuse al salir de mi casa el pasado domingo por la tarde. Asistí al Auditorio acompañado por mi hijo de diez años, fan declarado de La Maldita y cuya compañía me podría servir como una especie de moderador que atemperara mi escasa fascinación por el hoy afamado conjunto. Me prometí olvidar a esos venenosos que han bautizado a la banda como La Maldita Ambigüedad y los hijos de Raúl Velasco, todo en aras de la objetividad periodística y demás lemas que nadie practica pero que suenan muy bonito. Mas la realidad es canija y ya al bajar del vagón en la estación Auditorio del Metro, mis mentados prejuicios comenzaron a cobrar fundamento.
  Era un mar de gente joven la que salía de la mencionada estación, un público que encaminaba sus pasos hacia el imponente recinto donde se llevaría acabo el concierto, un público que me hizo pensar que me había equivocado de fecha y que los que se iban a presentar ese 13 de diciembre eran los Bukis o los Temerarios. Pero no: tantos chavos y chavas ataviados de negro, con ese look posmo inconfundible, no podían ser sino seguidores de la M.V.  Así pues, nos metimos al Auditorio.

En el balcón de ¿prensa?
Gracias a mi gafete de prensa, nos tocó sentarnos en un muy buen lugar entre (supuse) puros reporteros de diarios, revistas, radio y televisión. Sin embargo y a pesar de que todos lucían su rectangulito anaranjado sobre el pecho (un pinche pegote que no se quita con nada y que desgració más de una chamarra de piel), durante la tocada no vi sino a tres individuos que tomaban notas: una joven de no malos bigotes, Óscar Sarquiz (para alumbrarse usa una lamparita diminuta muy mona) y quien esto escribe. De ahí en fuera, los “periodistas” se la pasaron brincoteando, aullando y pidiendo complacencias de canciones. Ya puedo imaginar sus supuestas crónicas: “Fue un concierto padrísimo, inolvidable, súper, excelente”, etcétera.
  De hecho, estos periodistas (¿ya para qué los entrecomillo?) me obligaron a ver de pie todo el larguísimo concierto. Apenas salió a escena La Maldita, se pararon rugiendo y no volvieron a sentarse. Así que, en aras del profesionalismo, me soplé más de dos horas sin poder sentarme.

Y aún hay más
Desde bastante antes de que empezara el concierto, la gente se divertía sanamente en las tribunas. ¿Cómo? ¿Cómo que cómo? ¡Pues haciendo la ola, claro está! Y cuando el grupo salió a escena un agudo griterío ensordecedor lo cubrió todo. Igualito al que producen las admiradoras de Menudo o Magneto. Cientos de tripitas luminosas se agitaban entre la masa y al primer salto de Roco (creo que así le dicen al cantante) los gritos volvieron, como si de Ricky Martin se tratara.
  Terminó la primera pieza y Roco dedicó el concierto: “A la paz, la imaginación, a Daniel Santos y Rigoberta Menchú (but of course)”. La gente ovacionó, pero igual hubiese podido dedicarlo a Mijares y a George Bush, también lo habrían aplaudido a rabiar. Vinieron diez canciones en cascada, con un sonido tan estruendoso como emplastado. No pude saber si eran diez piezas diferentes o la misma tocada una decena de veces. Era tal el apelmazamiento sonoro que a la hora de las presentaciones de rigor de cada ejecutante, sus “solos” no se distinguían en absoluto. De hecho, puede afirmarse que si con U2 el Palacio de los Deportes sonaba como el Auditorio Nacional, La Maldita logró precisamente lo contrario. Pero el público no estaba para tamañas nimiedades y lo aplaudía todo sin chistar, incluso una horrorosa versión de “Esta tarde vi llover” de Armando Manzanero. Vomitiva.
  Entre canción y canción, Roco Martin hacía comentarios que rompían el ritmo y la continuidad del concierto. Se trataba de mensajes mesiánicos contra la guerra, el racismo, ¡los supermercados!, las diferencias de clase (por supuesto, en la parte baja del Auditorio había exclusivamente fans pudientes y hasta gayola la pura raza), y la televisión, a la que llamó (¡oh, diosa de los lugares comunes!) “la caja idiota”. ¿Guat? ¿Así que desprecian a la tele? ¿Entonces quiénes son esos músicos idénticos a ellos que ostentan el mismo nombre y se presentan tranquilamente en “Siempre en domingo”, “Ándale”, “Y Vero América va”, “El sabor de la noche” y otros programas del Canal de las Estrellas? ¿Se trata de replicantes o qué onda? Urge una aclaración, porque yo hubiera jurado que estos son los mismos que el sábado por la noche aparecieron en cadena nacional con Raúl Velasco, desde el salón Premiere, y recibieron su trofeo “Galardón a los Grandes”, junto a Yuri, Thalía, Maná, Garibaldi y otras glorias nacionales. Y Raulín los presentó como La Maldita Vecindad. Qué raro.

Un Zoo TV del subdesarrollo
El escenario era originalísimo, con tres pantallas gigantes que presentaban imágenes del grupo en escena o fotografías fijas de la más diversa variedad. “Igualito a U2, oye”, comentó un periodista dos filas adelante. Sí, nada más les faltó colgar del techo dos combis peseras o de perdis un minitaxi.
  La segunda parte de la presentación resultó mejorcita. El sonido fue un poco más claro y definido, tocaron sus éxitos y la gente se puso todavía más “prendida”. como dicen los estrellitos roqueros de Televisa. Eso sí, a la menor provocación Roco gritaba vivas a “México libre”, whatever it means. Por momentos, estuve seguro de que gritaría también loas al programa Solidaridad del presidente Salinas o algún muy cristiano “Viva la familia”. Por su parte, la gente respondía con el clásico “¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!” y no era para tanto: después de todo, ese mediodía la selección nacional apenas había sacado un empate ratonero con su similar de Honduras.
  A lo largo del concierto, La Maldita tocó de todo: mambo, danzón, batucada, balada y hasta rumba flamenca, al mejor estilo de Pedrito Rico ("¡Un borriquito como tú / que no sabe ni la u!”). Lo único que jamás interpretaron fue rock. Ni hablar. Por supuesto, hubo un encore: la pieza más solicitada, anhelada, exigida por ese público educado por la radio y la televisión: “Kumbala”.
  Con esta melodía, la gente alzó los bracitos y empezó a balancearlos románticamente, moviendo sus tripitas luminosas o prendiendo y apagando sus encendedores compulsivos. Todo tan tierno como cuando Lucero canta “Electricidad” o Luis Miguel alguno de sus boleros, lo que demuestra el indudable poder de penetración de Radio Joya, 97.7 o Yo Ciento Dos (para no hablar del Canal 2). Sólo faltó Gloria Calzada para despedir la transmisión.
  Y al final, uno se pregunta: ¿qué sería de La Maldita Vecindad sin Raúl, sin Paco, sin la Vero? Un consejo, muchachos: mejor no le den patadas al pesebre que esos lujos sólo puede permitírselos alguien como Gloria Trevi.

Nota al calce: en descargo de mis opiniones, debo decir que mi hijo gozo el concierto de cabo a rabo y salió feliz de la vida. Lo que es el abismo generacional, lo que es la inocencia.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 17 de diciembre de 1992)

martes, 3 de abril de 2018

Las sensacionales Swing Singers

Una de las preguntas que me hago cuando cuestiono al rockcito es por qué, si en México existen tan buenos músicos, el pequeño rock que se hace en México es en su mayor parte tan malo. En el jazz por ejemplo, sucede otra cosa muy distinta: en nuestro país se hace gran jazz en todas sus vertientes y la del jazz vintage no es la excepción.
  A fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta, surgieron en los Estados Unidos agrupaciones vocales femeninas con muy especiales armonizaciones y con una base jazzística apoyada sobre todo en el swing. Las Andrew Sisters y las Chordettes destacaban entre ellas.
  En México surgió hace relativamente poco tiempo un trío vocal (apoyado por un trío instrumental) conformado por las cantantes Aly Orizaga, Mariana Teutli y María José Ruiz (a quien acaba de reemplazar Luisela López). Las acompañan Sabik Chaparro (guitarra), Gary Anzures (tuba) y Guillermo Sandoval (batería).
  Con un repertorio que incluye lo mismo clásicos del swing que boleros adaptados a este ritmo, Las Swing Sisters acaban de sacar el álbum Dulce Swing (Fonarte Latino, 2018). Con una perfecta amalgama vocal, el trío consigue dotar a sus interpretaciones de una frescura y una gracia verdaderamente sorprendentes. Es claro que no se trata de cantantes improvisadas y que detrás de sus vocalizaciones hay un trabajo intenso y profundo, aparte de un gusto evidente por lo que hacen.
  El álbum contiene piezas conocidas, pero con un tratamiento muy particular y lleno de vida. Así, el contenido va desde clásicos como “Sing, Sing, Sing”, “Moon River”, “Mr. Sandman” y “Alexander’s Ragtime Band” hasta boleros como “Cuando vuelva a tu lado”, “Piel canela” y “Bésame mucho” o incluso temas de películas de Walt Disney como El libro de la selva (“Quiero ser como tú”) y Los Aristogatos (“Todos quieren ser un gato jazz”).
  A pesar de ser un trabajo de tintes nostálgico, estas muy jóvenes vocalistas lo han dotado de una actualidad inusitada y, sobre todo, de una calidad musical a toda prueba. Un gran hallazgo que no dudo en recomendar.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 2 de abril de 2018

Similitudes


Cambien el nombre de Ferguson por el de Hugo y eso mismo fue lo que viví en 1974, sólo que ella tenía 28 y yo 19. De ahí nacerían mis dos hijos, en 1982 y 1987. Fueron 18 años de relación, incluidos 10 de matrimonio (fragmento de la novela "4,3,2,1" de Paul Auster).