jueves, 12 de abril de 2018

The Deuce: una zona prohibida

Con el enorme antecedente en su bagaje de una serie para HBO como The Wire (2002-2008), el showrunner David Simon regresó con mayores ímpetus a la misma emisora con The Deuce (2017), cuya primera temporada acaba de culminar.
  Creador también de las exitosas Generation Kill, Treme y Show Me a Hero, Simon unió fuerzas y talento con George Pelecanos y con la actriz y productora Maggie Gyllenhall, principal impulsora de la serie, para sumirnos en el submundo del Times Square neoyorquino de principios de los años setenta del siglo pasado, ese submundo de antros, prostitución, corrupción policiaca, alcohol, drogas y –parte central de la serie– los primeros intentos por hacer cine porno de manera más o menos profesional.
  The Deuce era el nombre con que se conocía en los bajos fondos a la calle 42 de Manhattan, donde sucede la mayor parte de la trama, centrada en dos personajes principales: Vincent Martino y, sobre todo, Eileen “Candy” Merrell. El primero, interpretado por James Franco (quien también da vida a su hermano gemelo: Franky), es un pequeño empresario que trata de sacar adelante su bar, sin poder evitar aliarse con la mafia italiana que maneja la zona y con los corruptísimos agentes de la policía que con puntualidad acuden por una paga, para hacerse de la vista gorda ante cualquier ilegalidad en la que tenga que ver Martino.
  El segundo gran personaje es Candy, una prostituta cercana a los 40 años, quien se niega a ser manejada por padrote alguno (“Nobody makes money off my pussy but me”, dice ella) y logra salir avante, aunque al darse cuenta de que cada vez es más difícil competir con sus pares más jóvenes, descubre su talento no sólo para actuar, sino para dirigir y producir cine porno. La fantástica Maggie Gyllenhall se encarga de personificarla y es a lo largo de los ocho capítulos que conforman la primera temporada que la vemos ir creciendo en importancia hasta dejar las cosas listas para que podamos disfrutar de la segunda (anunciada para este año).
  Intensa y desconcertante, violenta y cínica, agridulce y llena de humor negro, The Deuce tiene lugar en 1971, cuando Richard Nixon mal gobierna a los Estados Unidos y cuando aún se sienten los estragos de la tremebunda década de los sesenta, esa década revolucionaria que cambió para bien y para mal las mentes de buena parte de la humanidad, sobre todo en Occidente y, más específicamente, en la propia Norteamérica.
  Con una crisis económica galopante que obliga a muchas mujeres a prostituirse y caer en un ambiente gobernado por los más delirantes proxenetas, aquel Nueva York sucio, peligroso y contaminado es recreado de manera impresionante, mientras nos involucramos en las vidas de varias de aquellas damas de la vida galante; de los muchos policías corrompidos y los pocos que tratan de mantener la honorabilidad; de los padrotes (en su mayoría negros) y su machismo a ultranza, mismo que los lleva a tratar a “sus” mujeres con una mezcla de paternalismo protector y brutalidad esclavizante; de la universitaria que trata de trabajar en bares para subsistir y seguir estudiando; de la periodista consciente que busca realizar el imposible reportaje que denuncie la explotación de las cortesanas callejeras, haciéndose pasar por una de ellas; de los homosexuales que se van atreviendo a salir del clóset y se refugian en bares clandestinos que sufren periódicas redadas; del microuniverso de los pioneros del cine pornográfico que tratan de hacer películas más elaboradas y no conformarse con pequeños y burdos cortos que son vistos, en pequeñas cabinas con diminutas pantallas, por hombres morbosos que se masturban ahí, luego de depositar una moneda de dólar en una ranura.
  Toda esa ensalada de situaciones es lo que da vida a The Deuce, una vida reflejada con tal realismo que casi podemos oler el hedor de las coladeras o el aroma a perfume barato de las sacrificadas prostitutas. Todo ello para no hablar de la estupenda musicalización, llena de soul, funk, blues y rock de los setenta.
  “Era una oportunidad para retrotraer mucha de la música que amábamos cuando éramos jóvenes”, comentó en una entrevista reciente George Pelecanos. “Pero siempre tenía que encajar con las situaciones y los personajes”.
  Nostalgia setentera de la buena.

(Artículo publicado originalmente en el sitio Sugar & Spice)

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