domingo, 8 de abril de 2018

Caifanes bajo coacción

Ella me dijo: “Si escribes mal de este concierto, es que no posees objetividad periodística”. Y me advirtió amenazante: “Si escribes mal de este concierto, no te vuelvo a hablar en mi vida”.
  Conste lo anterior para aclarar que escribo el presente texto bajo presión moral, coaccionado claramente. Por lo tanto, no podré decir que el concierto del grupo Caifanes, del pasado viernes 30 de abril (Día del niño) en el Palacio de los Deportes, me dejó absolutamente impávido.
  Tampoco podré decir que la música de este quinteto nada más no me llega, me resulta terriblemente monótona y no me hace mover un solo músculo.
  No mencionaré que las letras de sus canciones, más que crípticas o herméticas, me parecen pretensiosas, sin sentido, falsamente profundas o francamente burdas (verbigracia: “Me dirás que soy un perro / que en el cerebro tengo moquillo” o aquel atentado contra el idioma  que es la palabreja “metamorféame”. ¡Horror!).
  Ni anotaré que su presencia escénica es pobre y estática, que la voz de Saúl Hernández carece de matices (¡de acuerdo, maestro Monsalvo!) y los instrumentistas son apenas un poco mejores que los de La Maldita Vecindad.
  No escribiré que el hecho de que 20 mil personas hayan brincado y cantado como una sola, durante más de de dos horas, no significa necesariamente que Caifanes sea un buen grupo. Igual cantan y brincotean 50 mil ante Garibaldi, Yuri, Ricky Martin o Los Temerarios.
  No diré (¡no!) que esas jaladas de sacar a grupos de concheros son arranques chauvinistas innecesarios y falsísimos, con todo y los gritos de “¡México, México!” del respetable o que los exhortos de Saúl contra el malinchismo suenan más provincianos que la arenga de un presidente municipal un 15 de septiembre cualquiera.
  Tampoco comentaré que lo mejor de todo (al menos para uno, como periodista) fueron los tacos al pastor y las cervezas (así como las buenísimas edecanes) del convivio  posterior al concierto; lo mismo que la presencia de la maravillosa Daisy Fuentes, locutora de MTV ahí presente. cuyo rostro y cuerpo resultan muy difíciles de olvidar.
  Por último, me abstendré de señalar que después de verlos en vivo, los Caifanes me siguen pareciendo tan planos y faltos de vitalidad como cuando los escuché en disco.
  Perdone el estimado lector que esta vez no diga cosa alguna y me reserve mis opiniones, pero la verdad es que a ella la quiero mucho y no quisiera que me considerara falto de objetividad periodística ni (mucho menos) que dejara de hablarme para siempre.
  Así pues, por esta vez, guardo El silencio.
  Ni hablar.

(Publicado en mi columna “Bajo presupuesto” de la sección cultural del diario El Financiero, el 7 de mayo de 1993)

5 comentarios:

Unknown dijo...

También usar la palabra provinciano como un calificativo que le desmerece su aprecio ya es también capitalino, típico de sus malogrados gustos por confundir la grandeza con lo grandote y de paso el queso. Los caifanes y usted no le aportan nada nuevo o desconoocido a la capital, ni a México ni a nada.

Saludos

Anónimo dijo...

Mi estimado Hugo, es bueno leer las críticas que hacías hace algunos ayeres a éste tipo de "grupos de rock mexicano" y creo que en estos días has hecho demasiado hincapié en tan conocida situacion. La mayoría de las personas los que leemos tus posts estamos de acuerdo en tu punto de vista (bueno, eso creo). En lo personal me gustaría que sacaras más "posts" acerca de reseñas de discos, grupos musicales y todo lo relacionado a la buena música tal como lo hacían tú y tus colaboradores en la tan extrañada revista de La Mosca. Artículos como "la nueva música clásica (tan distintivo por aparecer siempre a mitad de cada edición),el artículo de "Orquestadores" que hablaba del importante papel de los productores musicales en el rock o la sección de "Giros negros" que reseñababa los discos que aparecían por la época. Creo que el emplear tiempo tanto para ti en escribir como para nosotros al leer sería más "nutritivo" si no se contemplara la escena del "rockcito e hijo", la cual, es bien sabido ya de por si su triste situacion. Saludos y que sigan los buenos posts sobre buena música.

Hugo García Michel dijo...

Héctor Ortega: acepto tu crítica al uso que hice del término provinciano. Sólo toma en cuenta que estoy reproduciendo un texto de 1993 y no de ahora.

Amigo anónimo: es que además de escribir sobre el rockcito o de reproducir viejos textos al respecto (lo cual, debo decirte, le divierte a muchísimos lectores), también escribo de discos y músicos actuales. Visita el apartado Gajes del orificio, del lado derecho de mi blog, dale clic y ahí encontrarás cerca de 300 artículos al respecto. Saludos y gracias por tus palabras.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, así lo haré. Soy de nuevo ingreso en esto de los blogs y trato de dejar de lado mis fobias a las redes sociales y lo que las rodea. Saludos

Anónimo dijo...

Los Caifanes siempre me han parecido grandilocuentes e incapaces de usar el humor ni en defensa propia. No me extraña encontrar a tantos rucodarks en sus conciertos, son las personas más mamonas y aburridas del mundo.