lunes, 23 de abril de 2018

Caifanes: del subterráneo al Canal de las estrellas

Admirados y vilipendiados, amados y criticados, factor de división entre una crítica que los alaba sin rubores y otra que los pulveriza sin piedad, Caifanes es sin duda una de las agrupaciones clave del llamado nuevo rock mexicano. Conformada hace cerca de siete años, cuando dejaron su antiguo nombre de Las Insólitas Imágenes de Aurora (denominación bajo la cual se habían transformado en banda de culto de un grupo de seguidores de la clase media intelectualizada de Coyoacán y anexas), Saúl Hernández, Alfonso André, Alejandro Marcovich, Diego Herrera y Sabo Romo iniciaron una aventura que los ha llevado a grados de popularidad que para un grupo de rock mexicano resultan todavía insólitos.
  Si bien en un principio mantuvieron un estilo musical e incluso físico que era una especie de calca de lo que hacía en Argentina el grupo Soda Stereo (calca a su vez del quinteto británico The Cure), poco a poco fueron evolucionando hasta conseguir un sello más propio y distintivo, sobre todo gracias al timbre de su vocalista, Hernández, quien paulatinamente consiguió dejar de imitar al cantante de Soda Stereo y a Robert Smith y cuando menos logró una cierta identidad propia.

Esa negra linda me hizo famoso
Ocioso sería detallar aquí lo que fue, año con año, la carrera de Caifanes, ya que la mayor parte de los aficionados al rock nacional la conocen al dedillo. Cabe señalar, sin embargo, el parteaguas que resultó para ellos la peculiar grabación de una vieja melodía tropical, “La negra Tomasa”, que de golpe los metió en el gusto popular, no sólo de los roqueros, sino de un público mucho más amplio: aquel que gusta de escuchar estaciones de radio especializadas en baladistas, comprar revistas del tipo de las actuales Eres o Circo o soplarse las interminables horas que dura el programa Siempre en domingo, conducido por el pontífice de la TV mexicana: Raúl Velasco.
  Con esa canción, el grupo se vio de pronto metido en un medio al que cuando menos aparentemente no pretendía acceder. Aparecía en las portadas y los anuncios televisivos de publicaciones frívolas y dirigidas a un público cuyo coeficiente mental es menor al de un chimpancé oligofrénico; actuaba en emisiones tan prestigiadas como las de Verónica Castro, el ya mencionado Velasco o el inefable Paco Stanley; sus piezas, de “La negra Tomasa” en adelante, eran tocadas lo mismo en estaciones ultracomerciales que en las populacheras y tropicalonas. Eran los gajes de la fama, los sacrificios que debían ofrendar en aras de una popularidad masiva que si no había sido buscada, cuando menos fue aceptada sin demasiados peros.
  Con el arribo de Caifanes al mundo del espectáculo made in Televisa, las puertas del monopolio comenzaron a abrirse para otras agrupaciones. Fue así como, de la noche a la mañana, los jerarcas de los medios más mediatizadores del país descubrieron que el rock nacional podía ser un buen negocio y abrieron generosamente sus puertas a “bandas” como La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Fobia, Café Tacuba, Rostros Ocultos, Maná y alguno que otro etcétera. Y dieron en el blanco: los discos de estos músicos –que del gueto saltaron a los almohadones de plumas, las limusinas (alquiladas) y los guaruras (verídico)– comenzaron a venderse como pan caliente y surgió ahí una veta que hasta hoy sigue siendo más que lucrativa.

I wanna be a rock n’ roll star
Convertidos los ex marginales en superestrellas huehuenches, el siguiente paso fue internacionalizarlos. Caifanes fue uno de los baluartes en ese sentido. Gracias a la difusión del “Canal de las estrellas” en numerosos países, el grupo consiguió darse a conocer en toda Iberoamérica, en los Estados Unidos, España y algunos otros puntos del orbe. Sus discos (Caifanes, 1988; El diablito, 1990; El silencio, 1992) fueron cada vez más vendidos y todo parecía como un cuento de hadas. Hasta la revista norteamericana Rolling Stone les dedicó un comentario de un sexto de página, algo antes sólo logrado en nuestro país por Luis Miguel.
  Después de la grabación de El silencio, producido nada menos que por el ex Frank Zappa y ex King Crimson Adrian Belew (cuyo trabajo resultó bastante deficiente a decir de varios críticos), los rumores sobre una escisión en el grupo comenzaron a rondar por los corrillos y bajos fondos roqueros. Pronto dichos rumores cobraron visos de  verdad, cuando se anunció la salida del bajista Sabo Romo por problemas internos que no fueron dados a la luz pública. El hecho coincidió con los festejos de los seis años de la formación del quinteto, celebración que se llevó a cabo por medio de un concierto a lleno total en el Palacio de los Deportes, en abril de 1993. Después de la exitosa presentación, Romo se fue a engrosar las filas de Aleks Syntek y la Gente Normal, logrando el consenso absoluto de que daba un terrible paso atrás. Su lugar ha sido ocupado por algunos bajistas eventuales que, según los fanáticos del grupo, no han logrado llenar sus zapatos. Más tarde, el tecladista y saxofonista Diego Herrera siguió los pasos de Sabo y hoy día es flamante director artístico de BMG Ariola, lo cual nos viene a mostrar que pasar de roquero a yupi no es del todo difícil.
  ¿Y ahora qué? ¿Qué se puede esperar de Caifanes para los tiempos por venir (tan conflictivos de por sí)? ¿Volverán a sus raíces subterráneas, una vez probadas las mieles del éxito comercial y la fama, o se irán por el caminito fácil de lo probado y lo seguro, negándose a experimentar creativamente? Como diría el maestro Bob Dylan: la respuesta está en el aire.

(Publicado en la revista La Mosca en la Pared No. 1, febrero de 1994)

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