miércoles, 11 de abril de 2018

No te pases de Craiglist (La Principita)


I
–Desde que troné con mi último novio, hace dos años, decidí cambiar la manera de relacionarme con los hombres.
  –Ah, ¿sí?
  Juliana se me quedó viendo con fijeza, como si tratará de despertar un mayor interés en mí sobre lo que me decía.
  No es que no me interesara, todo lo contrario. Simplemente no me sentía con la confianza suficiente como para indagar más.
  –No sé si contarte –añadió entonces, con lo cual logró de plano involucrarme.
  –Cuéntame, anda.
  Dejó de mirarme, tomó la botella de vino ya casi vacía y sirvió lo que quedaba en su copa y la mía, a partes iguales. Ahora era yo quien la veía, mientras el rojo líquido caía dentro del grueso cristal azul de los recipientes. Luego lanzó un suspiro.
  –Está bien –murmuró casi entre dientes, antes de dar un pequeñísimo sorbo. Yo me quedé con la copa en la mano, a la espera de su revelación. –No es la forma más convencional de buscar hombres, pero es que después de ese truene, no me quedaron ganas de tener una relación tan formal, al menos no por un buen tiempo.
  –Comprendo –dije, sólo por decir algo.
  Ella continuó como si no me hubiese escuchado.
  –Claro, están los amigos, pero como que no me latió eso de salir con ellos en ese plan y pues tampoco me iba a quedar ya sin coger, ¿no crees?
  Asentí, al tiempo que el vino se me atragantaba y me hacía toser un poco.
  –¿Estás bien?
  –Sí, sí, todo bien. Es que se me fue un poco de lado, pero sigue.
  –Okey… La cosa es simple, aunque en México no estamos muy acostumbrados a eso. ¿Conoces Craiglist?
  De golpe no supe de qué me hablaba, pero casi en seguida recordé lo que era aquello.
  –Sí, por supuesto… Es una especie de Mercado Libre, un sitio en internet para hacer ventas e intercambios de cosas.
  –Pues sí, digamos. Sólo que aquí también se puede intercambiar de otra manera.
  Esta vez nada entendí y la miré interrogante. Ella rió divertida y dio un trago más largo.
  –Me ha funcionado muy bien para conocer gente.
  –Ya…
  –No hace mucho conocí a un austriaco que andaba de paseo en México y hace poco a un chavo hidalguense con el que me he visto dos o tres veces.
  –Citas a ciegas.
  –Si las quieres llamar así, sí.
  Sonreía encantadora. Yo quería preguntar más, saber detalles, pero no me atrevía a hacerlo. No fue necesario, ella quería contármelo.
  –La mecánica es sencilla. Pones tu aviso. Por ejemplo: “Soy una mujer de veinticinco años, soltera, en busca de una aventura pasajera y sin compromiso”.
  –Pero no revelas tu nombre.
  –Yo no lo hago. Puedes usar un seudónimo y hay unos números que son tu clave para que el interesado se ponga en contacto contigo y ya puedan concertar algo.
  –Algo…
  –Claro: una cita, verse en algún café, charlar, ver si se gustan y, de ser así, irse juntos a un hotel.
  –Pues suena bien, interesante.
  –¡Ja ja, tienes una cara!
  Me sentí demasiado convencional, conservador, y traté de mostrarme abierto y liberal.
  –¡No, no! Es sólo que no me imaginaba… Pero está muy bien, me parece una buena forma de conocer gente y no caer en compromisos y esas cosas.
  –Exacto.
  –¡Pues brindemos por eso! ¿Quieres que abra otra botella?

II
Varios días pasaron desde aquella noche y yo prácticamente había olvidado la plática. Juliana se había ido casi en seguida porque tenía otro compromiso y ya no bebimos más vino.
  Hasta que una tarde, mientras revisaba algunos correos y miraba mi facebook y mi Twitter, recordé lo de Craiglist y decidí asomarme a su página del Distrito Federal. Alguna vez, en tiempo de vacas flacas, había entrado para ver las ofertas de empleo, pero esa vez no me di cuenta del apartado “personales” y sus diversas opciones: “sólo amistad”, “chica busca chica”, “chica busca chico” y las muy peculiares “relaciones esporádicas” y “rienda suelta”. Deduje que Jimena había acudido a lo de las esporádicas relaciones y di clic allí.
  Todos los avisos eran escuetos y en su mayoría venían en inglés. Abrí uno que decía: “I am Paulina, pretty and sexy girl! Do you want more? I am very passionate and I’d meet you for to have a lot of fun! Contact me now, baby!”. El texto estaba acompañado por la imagen de una joven descalza, de cabello lacio y negro que tapaba su rostro y un minivestido rojo que dejaba ver unas piernas estupendas y un cuerpo espectacular. Demasiado bueno para ser cierto. Eso fue lo que pensé y me negué a tocar el botón de reply con el cual me pondría en contacto con la dichosa Paulina.
  Consideré que estaba haciendo el ridículo y cerré la página.
  –Puedo apostar a que es una prosti –me dije en voz alta.
  Así transcurrió una semana más. Lejos de olvidar, no dejaba de pensar en aquello de Craiglist. ¿Y si de veras me abría nuevas posibilidades, si me daba la oportunidad de vivir algo inédito? Después de todo, a mis más de cincuenta años jamás había tenido una cita sexual a ciegas.
  Esa noche, en la soledad de mi apartamento, volví a entrar al sitio. Esta vez había más ofertas que la anterior y hubo una que me llamó especialmente la atención. Su título rezaba, escueto, también en inglés: “Looking for fun tonite – 24 (Roma)”. Lo abrí y no fue mucho más lo que leí: “Hi, I’m looking for a fun night. I’m a cute 24 years old girl, looking for a wild night. Please come with me. Cheers!”.
  No había nombre o fotografía. Sólo una dirección de correo electrónico de Craiglist. Opté por seguir el juego.

III
Faltaba una veintena de metros para llegar al bar cuando me detuve de súbito. Una fina llovizna caía sobre la calle y mi cabello, mi chamarra de mezclilla y mis zapatos estaban empapados. Me había equivocado con la dirección del lugar y el taxi en el que viajaba me dejó a más de diez cuadras de distancia. La larga caminata bajo la lluvia no logró apaciguar los nervios que me embargaban. Me detuve. Respiré hondo y me quedé unos minutos debajo del techo de un edificio de departamentos de la calle Campeche, en la colonia Condesa. ¿Estaría ella en aquel bar? ¿Acudiría a la cita que habíamos concertado de manera virtual? Sentí deseos de girar sobre mis pasos y caminar en sentido contrario, alejarme de ahí y regresar a mi casa. Eso me hizo sentir ridículo.
  –No mames –mascullé. –No puedes hacer eso. Afronta las cosas. Lo peor que puede pasar es que ella no te agrade y encuentres algún pretexto para tomarte una cerveza y despedirte… Bueno, no… Lo peor que puede pasar es que no le gustes a ella y ni siquiera se quiera tomar la cerveza antes de huir despavorida.
  Volví a tomar aliento y a emprender el camino. La llovizna empezaba a convertirse en aguacero y me obligó a apresurar el paso. En dos minutos llegué a las puertas del barecito irlandés que lucía atestado de parroquianos, en su mayoría hipsters típicos de la zona.
  Una muy joven y guapa mesera me recibió y le dije que había quedado de ver ahí a una amiga. Me sonrió y yo pensé en lo bueno que hubiese sido que ella fuera la mujer con quien había quedado de verme y que respondía al sobrenombre, bastante cursi y bobalicón, por cierto, de La Principita.
  El único dato que me había dado era que usaba el cabello muy corto (“me lo acabo de cortar, es casi como de hombre”) y que lo había teñido de color azul. La visualicé parecida al Petit Prince de Saint Exupery. Como me pidió un nickname (sic), el primero que se me ocurrió fue el de Sorel, como el Julian de El rojo y el negro de Stendhal. Por literatura francesa no pararíamos.
  Avancé bar adentro y al tiempo que tropezaba con los comensales y trataba de abrirme paso, miraba hacia todas las mesas con el fin de descubrir a La Principita. Sentía que todo el mundo me miraba, aunque no fuese así. El llegar empapado y el saberme veinte o treinta años mayor que la mayoría de los ahí presentes me volvía más torpe y a punto estuve de tirar a un mesero que se me cruzó súbitamente, charola llena de vasos llenos de alcohol a todo lo alto. Quise calmarme, revisé cada rincón y no di con ella.
  Sólo había una mesa disponible y me senté ahí. Pensé que mi cita no llegaría. Decidí pedir una cerveza o quizás un whisky y luego salir de la manera más discreta. En eso, alguien me tocó el hombro y yo me volví. La sorpresa que se dibujó en mi rostro sólo fue inferior a la que se dibujó en aquella mujer de cabello cortó y azulado. Ella se quedó muda. De mi garganta sólo alcanzó a salir una ahogada palabra llena de azoro.
  –¡Juliana!

IV
Se había quedado pálida. Boquiabierta.
  –No me digas que tú eres Sorel. Jamás lo hubiera imaginado.
  Pensé que escaparía aterrada, pero tomó asiento frente a mí y soltó una carcajada, al tiempo que seguía mirándome anonadada.
  –¡No juegues! ¡No lo puedo creer!
  Yo no sabía si reír o angustiarme.
  –Tampoco se me ocurrió que fueras tú ­–dije al fin, con voz apenas audible. –La noche que fuiste a mi casa traías el cabello más o menos largo y de color caoba.
  –Rojo, lo traía rojo –me corrigió.
  Nos quedamos en silencio unos segundos que parecieron extenderse una eternidad. Fue ella quien lo rompió, al alzar los hombros y volver a sonreír.
  –Pues ya que estamos aquí hay que pedir algo de beber, ¿no te parece?
  Asentí con un tímido movimiento de cabeza, sin saber todavía qué demonios decir. Ordenamos un par de whiskys y volvimos a mirarnos. De nueva cuenta, fue ella quien tomó la iniciativa.
  –Pues mira tú las cosas que pasan. Nunca creí que te fueras a meter a Craiglist.
  –Pues ya ves, un día me acordé de lo que me contaste y me aventuré.
  –Qué divertido.
  –Sí, ¿verdad?
  –Bueno… y ahora, ¿qué vamos a hacer?
  Su pregunta me dejó congelado y un balbuceo ininteligible salió apenas de mi boca.
  –¿Qué dices? No te entendí. Hay mucho ruido aquí.
  El mesero nos interrumpió con los dos vasos de licor escocés en las rocas.
  –¡Pues digamos salud! ­–exclamó divertida al ver mi confusión.
   Chocamos los cristales y dimos un trago. Ella se tomó casi la mitad y yo apenas un poco.
  –Ahora sí, repíteme lo que dijiste.
  Era obvio que se estaba solazando con todo aquel embrollo y más al verme tan tenso.
  –Pues… En realidad nada dije… Sólo repetí tu pregunta: ¿qué hacemos?
  –Tú decide.
  Le responsabilidad me pareció demasiada. Juliana estaba abusando de su posición y lo hacía sólo para divertirse, lo cual en ese momento me molestó un poco. Di esta vez un trago largo a la bebida y no sé si envalentonado por el golpe de alcohol o azuzado por las inesperadas circunstancias, tuve en un súbito rapto de osadía.
  –Vale. Hagamos lo que ambos vinimos a hacer.
  Le sostuve la mirada y lejos de desviarla, ella la mantuvo a la par de su sonrisa irónica. Su respuesta fue la que yo menos esperaba.
  –De acuerdo.

(Cuento escrito el 2 de abril de 2013)

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