miércoles, 30 de septiembre de 2015

Giovanna (una pequeña historia italiana)

Giovanna Moya Rossi de niña, en una bellísima
fotografía de su padre, Rodrigo Moya.
Sucedió en 1973. Yo tenía dieciocho años y ella catorce. La conocí por mi hermano Sergio, ya que la invitó a participar en su película Qué tiempos aquellos de la que yo había escrito el guión. Se llamaba Giovanna y en aquel momento yo sólo sabía que era prima de Alejandra Moya (una joven muy guapa que también participaba en la cinta) y sobrina de la coreógrafa Colombia Moya (madre de Alejandra). Me enamoré perdidamente de Giovanna. Me fascinaba. Era delgada, blanca, de cabello oscuro, me parecía una preciosidad. Yo era muy tímido y apenas me atrevía a cruzar palabras con ella. Nunca me atreví a decirle cuánto me gustaba. En realidad aquello duró unos pocos meses, ya que al terminar la filmación no volví a verla y jamás se me ocurrió buscarla. El momento de mayor intimidad que recuerdo con ella fue una ocasión en que nos quedamos a solas por unos minutos en la combi de Sergio: ella en la parte delantera, yo atrás, una parte a la que no entraba mucha luz. Giovanna me miró y me dijo "pareces un fantasma". No sé por qué, pero aquello me encantó y a más de cuarenta años de distancia no lo olvido. Incluso usé esa frase en una canción que escribí, en una línea que dice "recuerdo oírte decir 'fantasma'". De hecho, le compuse una canción llamada "Dejaste abierta la puerta". Dos o tres años después, me enteré que se había matado en la carretera. Creo que iba con un novio y se volcaron en un coche. Cosas caprichosas de la vida: en los años ochenta entré a trabajar como redactor y reportero en la revista Técnica Pesquera que dirigía el gran fotógrafo y editor Rodrigo Moya. Resultó que era el papá de Giovanna y que seguido recordaba a su hija accidentada. Jamás me atreví a decirle al buen Rodrigo (curiosamente siempre nos hablamos de "usted") que yo había estado enamorado fugazmente de su hija. La madre de Giovanna era una catedrática italiana de la Facultad de Filosofía y Letras: Annunziatta Rossi. Hoy aquella jovencita tendría cincuenta y seis años. Era tan bonita, aún la recuerdo con ternura.

Giovanna, de túnica rosa (extremo derecho), en 1973, durante la filmación, en Las Estacas,
Morelos, de ¡Qué tiempos aquellos! La acompañan, de izquierda a derecha, Daria,
Alejandra Moya (de túnica amarilla), Sergio García y Tina French.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Alison Mosshart contra Carla Morrison

Escucho el nuevo sencillo de The Dead Weather, uno de los proyectos de Jack White, al lado de Dean Fertita, Jack Lawrence y la fantástica Alison Mosshart, y no puedo sino quedarme estupefacto ante la potencia y crudeza de la música y la voz agresiva y sensual, rasposa y sugestiva, de la cantante.
  Escucho el nuevo sencillo de Carla Morrison y no puedo más que quedar atónito y de paso darme un manotazo de exasperación en la frente, no sólo por la vocecita aguda y aniñada de la bajacaliforniana, sino porque sino porque sin el menor rubor copió el estilo de la chilena Mariel Mariel en su disco Foto pa ti, ya reseñado aquí hace seis martes. El uso de las percusiones, los arreglos y hasta la forma de vocalizar son idénticas a las de la andina. Sin embargo, lo anterior es lo de menos y lo único que hago es apuntarlo. Cada quién sus fusiles.
  “I Feel Love (Every Million Miles)” se llama la pieza de The Dead Weather y “Un beso” la de la Morrison. Son absolutamente antitéticas. La primera, con Alison Mosshart en la voz, como ya señalé, es un rock puro, sucio, grasoso, sicalíptico, lleno de alma y sentimiento rocanrolero. Música llena de autenticidad y sustancia. La segunda, aparte de su escasa originalidad, es un popcito bembo, lánguido, insustancial, bobalicón. Ni siquiera logra la incipiente cachondería de los temas de Mariel Mariel (eso sí que no pudo copiarlo).
  Lo anterior me lleva a preguntar por qué las cantantes mexicanas “de rock” que están en boga, como Natalia Lafourcade, Ximena Sariñana, Denise Gutiérrez o la propia Morrison no pueden cantar con la fuerza, el desparpajo y sobre todo el sentimiento de una Alison Mosshart y siguen apostando por la chabacanería del rockcito ñoño que tan empeñosamente representan.
  Ya sé que no se le pueden pedir peras al olmo, pero es una lástima que las nuevas generaciones tengan que conformarse con escuchar eso. Por ahí siguen Jessy Bulbo, Tere Estrada, Cecilia Toussaint, Ely Guerra, Leticia Servín y otras buenas cantantes, pero el público actual apenas sabe de su existencia, si no es que las desconoce por completo. Una pena.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

Si Charles M. Schultz me hubiera dibujado


domingo, 27 de septiembre de 2015

El patrón del mal

Terminé de ver los setenta y cuatro capítulos que conforman la serie colombiana (¿ o técnicamente será telenovela?) Escobar, el patrón del mal, sobre la vida de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el mayor y más temible narcotraficante que haya existido no sólo en Colombia, sino en Hispanoamérica y quizás en el mundo entero.
  A decir verdad, se trata de una obra realmente estupenda, sin maniqueísmos, aunque sin exagerar tampoco en "el lado humano" de Escobar para justificar su enferma personalidad. A lo largo de la serie, conocemos la vida de este hombre desde su niñez temprana hasta su muerte, acaecida en 1993. Gracias a que son tantos capítulos, los guionistas pudieron detenerse en diversas etapas y momentos de la biografía criminal del poderoso traficante de cocaína, trastocado en terrorista capaz de poner bombas y autos bomba en todas partes, sin importarle segar la vida de cientos de inocentes. Para no hablar de los numerosos atentados contra políticos, policías, militares y periodistas.
  Lo más notable de El patrón del mal (producida por la televisora Caracol) es sin duda el actor que interpreta a Escobar Gaviria. El colombiano Andrés Parra hace a un Pablo Emilio no sólo creíble sino prácticamente idéntico, hasta en el timbre de la voz. Su actuación resulta impresionante, llena de matices que lo hacen ver auténtico tanto en sus arranques de ira criminal como en sus instantes de ternura como hijo, padre y esposo.
  Pero no sólo él: todo el numerosísimo cuadro de actores es fenomenal y uno llega a convencerse de que, por ejemplo, los sicarios al servicio del capo realmente son sicarios (ninguno parece sacado de las academias de actores de Televisa y Azteca y si, en cambio, de los barrios bajos de Medellín), así de bueno fue el casting. La recreación histórica está perfectamente documentada (en muchas ocasiones con pietaje original de los atentados, tomados de los noticiarios de la época), las locaciones son todas en exteriores y los efectos especiales son muy buenos.
  Una serie absolutamente recomendable que no se espanta con la incorrección política y con algunos muy saludables momentos de negrísimo humor.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Justos y pecadores

Cuando el miércoles pasado, frente al Congreso de los Estados Unidos, el Papa Francisco habló contra la tentación del “reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos”, para añadir: “Permítanme usar la expresión, en justos y pecadores”, dio en el blanco en una situación que si bien no es nueva históricamente –vaya que no lo es–, sí resulta grave en el momento actual que vive el mundo en general y muchos países en particular, incluido, por supuesto, el nuestro.
  El que lo haya dicho el máximo representante de la Iglesia católica, la cual a lo largo de los siglos se ha distinguido precisamente por olvidar sus preceptos originarios para abrazar un maniqueísmo a ultranza (basta con recordar al Santo Oficio y sus horrores), hace que las palabras del Pontífice adquieran una importancia aún mayor.
  Fue un grande y conmovedor discurso el de este argentino que (él sí) es en verdad sencillo y carismático (quizá porque le va al San Lorenzo de Almagro y no al Boca o al River), pero que sobre todo ha mostrado un sentido común extraordinario y que tanta falta hace en todas partes, aunque en unas más que otras.
  En este mundo de redes sociales virtuales, mismas que fomentan precisamente ese reduccionismo simplista del que habló el Papa Francisco, es urgente abrirnos al otro y tratar de entender sus pensamientos e ideas, antes de condenarlas a priori. México es el claro ejemplo de esto y por ello la crispación existente, de la cual sacan raja tantos políticos que navegan con bandera de buenos y resultan ladinos y siniestros.
  Creerse dueño de la verdad y tratar de imponerla a los otros, al tiempo que se descalifica y se agrede al que piensa distinto, es algo que se ha vuelto cotidiano y que no conduce sino a una mayor cerrazón y a un odio rampante y peligroso. Esta tarde simplemente, en la marcha por el primer aniversario del caso Ayotzinapa, es seguro que surjan esas manifestaciones de rencor maniqueo que ojalá no se desborden como hace unos días en Guerrero.
  Que no reine el reduccionismo simplista apuntado por el Papa. Amén.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Rare Earth / Ecology (1970)

Poderoso disco de soul interpretado por una banda de blancos. Gracias a la voz prodigiosa de Pete Riviera y sus estupendos compañeros, Rare Earth dejó una gran huella que hay que buscar en las profundidades de la historia, para descubrir qué buena y grasosa música hacía.

Mejor tema: “(I Know) I’m Loosing You”

jueves, 24 de septiembre de 2015

Mi disco favorito de Bowie

Un gran gran disco. Aunque para muchos se trató de un retroceso, luego de las experimentaciones con Brian Eno en Berlín, Scary Monsters (1980) es a mi modo de ver uno de los mejores álbumes de David Bowie. Sofisticado, audaz, provocativo, altamente sensual, contiene varias de las mejores composiciones del británico y es una especie de rescate del glam pero con elementos del rock duro, el folk, el pop y la electrónica. En el disco colaboran además grandes músicos, como Robert Fripp, Carlos Alomar y Pete Townshend, por ejemplo. Se trata de uno de esos trabajos que pueden desconcertar en una primera escucha, pero que seducen y envuelven conforme se va penetrando en sus más íntimos recovecos. He aquí un variado desfile de magníficos temas, de canciones sin desperdicio que van de la erizante “It’s No Game (Pt. 1)” a la felizmente conclusiva “It’s No Game (Pt. 2)”, transcurriendo por cortes tan buenos como la festiva “Up the Hill Backwards”, la bizarra “Scary Monsters (and Super Creeps)”, la irresistible “Ashes to Ashes”, la glamurosa “Fashion”, la conmovedora y evocativa “Teenage Wildlife”, la desgarrada “Scream Like a Baby”, la exultante “Kingdom Come” y la irresistible “Because You’re Young” (con un Townshend en plenitud rocanrolera). Scary Monsters es -y sé que me arriesgo al decirlo- quizás el último gran disco de David Bowie, su último verdadero clásico.

(Reseña publicada originalmente en el Especial No. 10 de La Mosca en la Pared, publicado en abril de 2004)

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Segunda presentación de "Matar por Ángela"

Esta vez fue en Bajo Circuito, el centro cultural que maneja mi gran amiga Talía Chavira. La mesa estuvo la mar de divertida y me acompañaron en ella los muy queridos Julio Patán, Eduardo Limón, Adán Ramírez y Enrique León. Una muy buena asistencia de amigos, familia y gente que no conocía. Al final, hubo una presentación fenomenal del grupo de blues de Angel Di Maggio. Realmente una gran noche la de anoche.

martes, 22 de septiembre de 2015

Rockdrigo

Desde hace treinta años, cada vez que se conmemora la trágica fecha del terremoto que sacudió y destruyó a buena parte del Distrito Federal, el nombre de Rockdrigo González aparece de manera inevitable en la mente de muchos, especialmente de aquellos involucrados de una u otra manera con el rock que se hace en México. Aquel 19 de septiembre de 1985 trajo, entre otras tragedias, la de la muerte de este singular cantautor que empezaba a labrarse un nombre, a pesar de pertenecer a un sector relativamente marginal de la escena musical mexicana.
  Nacido en Tampico, Tamaulipas, en 1950, Rockdrigo era parte de lo que hoy conocemos como Movimiento Rupestre, conformado por diversos hacedores de canciones que a manera de juglares solían cantar solos, acompañados por su guitarra de palo (guitarra acústica, se dice ahora). Contemporáneo de Jaime López y de Rafael Catana, entre otros, sus composiciones destacaban por su muy particular poética, por ese modo tan suyo de decir las cosas, muchas veces con un eficaz humor negro. En lo musical, era clara la influencia de los grandes intérpretes del folk estadounidense de la década de los sesenta del siglo pasado, muy en especial –claro está- de Bob Dylan.
  Me tocó escuchar alguna vez a Rockdrigo a principios de los ochenta, en el Foro Tlalpan que manejaba mi hermano, el cineasta Sergio García, quien el pasado 16 de septiembre cumplió cinco años de haber fallecido y que en 1995 filmó el largometraje en Súper 8 ¿Por qué no me las prestas?, en homenaje al propio Rockdrigo González, del que era muy buen amigo.
  Con canciones hoy clásicas como “Metro Balderas”, “Distante instante”, “El asalto chido” o la ya mencionada “¿Por qué no me las prestas?”, el también conocido como El profeta del nopal sólo alcanzó a grabar un caset de manera independiente (Hurbanohistorias, 1984). Los cuatro discos que existen aparecieron póstumamente.
  A tres décadas de su desaparición física, Rockdrigo es mito y leyenda urbana. No sabemos qué hubiera hecho de no haber muerto, qué sería hoy. Algo bueno, seguramente.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 21 de septiembre de 2015

Georgie boy

Hoy mi hermano Jorge hubiera cumplido cincuenta y cuatro años de edad. La vida no lo permitió y nos dejó en abril de 2008, cuando si se hubiera cuidado más muy posiblemente continuaría entre nosotros. Quise recordarlo en su día, al hijo consentido de mi papá, el más chico de los tres hermanos varones de la familia García Michel y el cuarto de los cinco que fuimos junto a mis dos hermanas. El querido Georgie boy.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Beggars Banquet (1968)

La primera obra mayor de los Rolling Stones y la primera de la tetralogía discográfica más notable del grupo. Este Banquete de limosneros representa igualmente la última participación de Brian Jones con la banda antes de su separación de la misma y de su casi inmediato fallecimiento. Después de los excesos psicodélicos del sobreproducido Their Satanic Majesty’s Request, los Stones regresaron a sus raíces blueseras en un trabajo de limpia producción y canciones tan simples como extraordinarias. También el rock sólido se hizo presente de nueva cuenta, especialmente con un par de controvertidas piezas que hoy son verdaderos clásicos: la épica “Sympathy for the Devil” (mal traducida como “Simpatía por el diablo”, cuando el sentido real de la palabra inglesa sympathy es el de “compasión”) y la desafiante “Street Fighting Man”, ambas con una fuerte carga de crítica política y social. Sin embargo, el resto del material es igualmente notable, sobre todo en los cortes más delicados y sentidos. En ese aspecto, composiciones como la emotiva “Salt of the Earth”, la maravillosamente melancólica “No Expectations” (con la guitarra slide de Brian Jones en plenitud y el piano de Nicky Hopkins en toda su sutileza) y “Factory Girl” alcanzan momentos sublimes, mientras la ironía campea en la extrañamente bluesera “Parachute Woman”, la provocadora y mordaz “Stray Cat Blues” (sin duda la letra más osada del disco y quizá de toda la obra de los Stones) y la sardónica “Dear Doctor”. Incluso temas “menores” como el blues campirano “Prodigal Son” o el peculiar “Jigsaw Puzzle” son grandes pequeñas obras y completan la perfecta redondez musical y letrística de este gran álbum.

(Reseña que hice para el Especial No. 11 de La Mosca en la Pared, dedicado a los Rolling Stones y publicado en mayo de 2004).

sábado, 19 de septiembre de 2015

Aquel 19 de septiembre

Todos y cada uno de los habitantes del Distrito Federal que sufrimos el sismo del 19 de septiembre de 1985 tenemos algo que contar sobre cómo lo vivimos. En mi caso, al principio no fue la gran cosa: mi entonces esposa y yo nos levantamos al grito de “¡Está temblando!”, pero nos pareció un temblor como muchos otros que ya habíamos sentido a lo largo de los años. De hecho, a mí ese tipo de fenómenos nunca me habían dado miedo. Quizá porque en el pueblo de Tlalpan, donde vivíamos, los temblores solían sentirse más leves que en el resto de la ciudad, asentada no sobre la dureza del suelo de las inmediaciones del Ajusco, sino sobre lo que fueran los lagos de la antigua Tenochtitlan. Recuerdo que cargamos a mi hijo Alain, entonces de tres años de edad, y nos colocamos bajo el quicio de la puerta de la recámara (eso recomendaban los expertos en aquellos tiempos –sí, ya había “expertos” –; ahora sabemos que es una ingenuidad), mientras se calmaba la situación. “Estuvo duro”, nos dijimos, pero seguimos la rutina del día que apenas comenzaba.
  Fue hasta horas más tarde que por las noticias nos fuimos enterando de la magnitud del movimiento telúrico y de los destrozos ocurridos en el Centro histórico, la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, el Centro Médico, las colonias Roma y Condesa, San Antonio Abad, la colonia Doctores, la zona de Calzada de Tlalpan y Taxqueña y algunos otros puntos de la urbe. Los reportes de Jacobo Zabludovsky fueron dando una imagen más clara del desastre.
  Se dice que de lo malo casi siempre suele surgir algo bueno y que del terremoto de hace treinta años nació la redundantemente llamada sociedad civil (¿cuál sería su contraparte, la sociedad incivil?). El problema es que parte de esa sociedad civil no tardó en convertirse en vil, mediante el surgimiento –como bien apuntaba el jueves pasado en su columna de Milenio Diario Rafael Pérez Gay– de una serie de organizaciones que representaban a muy dudosos intereses, como los Panchos Villa o los grupos de presión encabezados por gente como René Bejarano y Dolores Padierna.
  Siniestros rescoldos de aquel 19 de septiembre.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 18 de septiembre de 2015

Jim Capaldi / Oh How We Danced (1972)

Uno de esos álbumes más que entrañables. Una absoluta belleza del ex baterista de Traffic en su primer trabajo como solista, acompañado en algunos temas por prácticamente todos sus ex compas de grupo, Dave Mason y Steve Windwood incluidos. Ya nadie se acuerda de él, pero qué buen disco.

Mejor tema: “Eve”

jueves, 17 de septiembre de 2015

Fui soldado de levita de esos de caballería

Este es el largo título de la novela de Francisco L. Urquizo, antiguo general revolucionario que abrazó la carrera de escritor y en diversos libros y textos periodísticos nos dejó memorables páginas sobre la revolución mexicana. Fui soldado de levita de esos de caballería (Lecturas mexicanas No. 47, FCE/SEP, 1984) es una novela corta muy entretenida e ilustrativa que terminé de leer hoy.
  Tal vez Urquizo no tenía un estilo muy pulido, pero sí poseía algo invaluable y siempre agradecible: el don de la amenidad. En estas páginas, nos cuenta las aventuras y desventuras del soldado carrancista Desiderio González, quien desde la vejez recuerda sus años en la revolución, muy especialmente desde que abrazó la causa de Carranza y cómo siempre le fue leal al rey viejo (Fernando Benítez dixit). Lleno de ricas anécdotas, el libro se deja leer con delicia y es con todo merecimiento un clásico de la novela mexicana de la revolución. Muy recomendable.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Cinco años sin Sergio

Sergio, de once años, conmigo (aún no cumplía
el año), en Tlalpan, en el otoño de 1955.
Hoy, 16 de septiembre, se cumplen ya cinco años del fallecimiento de mi hermano, el cineasta Sergio García. Mientras en el país se festeja el día de la Independencia, mi familia y yo recordamos la fecha en que Sergio partió, de manera por demás intempestiva, de este mundo. No escribiré mucho más. Prefiero guardar las palabras y charlar en silencio con mon cher frère majeur. Él y yo nos seguimos entendiendo.

martes, 15 de septiembre de 2015

Vamos a ponernos sinfónicos

La reciente grabación, con el acompañamiento de una orquesta sinfónica, de algunos grupos de rock (los menos) y de pop (los más) que a fines de los ochenta y principios de los noventa formaron parte de aquel artificioso movimiento discográfico y mercadotécnico conocido como Rock en tu idioma, provocó reacciones de todo tipo sobre su pertinencia o su oportunismo.
  No abundaré en esa discusión que mucho tiene de bizantina y me centraré más bien en esa muy poco fructífera idea que desde finales de los sesenta tuvieron algunos músicos de rock de combinar sus composiciones con el acompañamiento de una sinfónica. Desde aquel desafortunado álbum de 1969 de Deep Purple con la Orquesta Filarmónica Real (Concerto for Group and Orchestra) e intentos similares de agrupaciones y solistas como Emerson, Lake & Palmer, Procol Harum o Rick Wakeman, quedó en claro que tratar de mezclar el agua con el aceite no es la mejor de las ideas. Varios otros (desde Metallica y Scorpions hasta Peter Gabriel y George Michael) trataron de repetirlo después y el efecto conseguido fue casi siempre el mismo: antinatural y terriblemente pomposo.
  Sólo Frank Zappa supo hacerlo de la mejor manera, en sus trabajos con Pierre Boulez o Kent Nagano, pero era algo distinto, pues se trataba de música escrita específicamente para orquesta y no de meter como calzador guitarras eléctricas y baterías entre las secciones de vientos, cuerdas y metales.
  En México se llegó al colmo de la estulticia musical con la muy reciente grabación del grupo de cumbia los Ángeles Azules al lado de una sinfónica, con resultados por demás patéticos, al usar a la orquesta como mero acompañante pasivo de los cumbiancheros. Un buen sintetizador, de esos que imitan “sonidos orquestales”, hubiera servido para lo mismo.
  No sé cómo sonará lo de Rock en tu idioma sinfónico, aunque no es difícil imaginarlo. Música hueca y desalmada (es decir, sin alma), pero capaz de sorprender a más de un incauto con su efectismo grandilocuente y elefantiásico. Musak, como la llamaba John Lennon.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

domingo, 13 de septiembre de 2015

El disco con el que descubrí a Pink Floyd

Ummagumma (1969) es un álbum doble que con el tiempo se ha convertido en objeto de culto –para una pequeña secta de iniciados, no para el público masivo que prácticamente desconoce su existencia–, en especial por lo que concierne al primer disco, grabado en sendos conciertos en Birmingham y Manchester, el cual contiene piezas ya conocidas pero en versiones llenas de fuerza, oscuridad y dramatismo (el grito desgarrador en “Careful with That Axe Eugene” sigue siendo uno de los fragmentos más friqueantes de la historia del rock). El rock progresivo y espacial de Pink Floyd alcanzó en esta obra dimensiones fabulosas, en una grabación en concierto que muy pocos han logrado superar, si acaso lo han hecho. Temas como “Set the Controls of the Heart of the Sun" o "Astronomy Domain" alcanzaron aquí niveles míticos y aún hoy, a más de cuarenta años de distancia, siguen sonando adelantados a nuestro tiempo. Por lo que toca al segundo disco, se trata de una enloquecida pero muy interesante colección de contribuciones experimentales de cada uno de los miembros del grupo, destacando un tema que parecería inusual para Pink Floyd (aunque en realidad no lo es tanto): “Grantchester Meadows” de Roger Waters, canción de tonalidades folks que nos recuerda lo mejor de un Donovan (con piar de pájaros incluido).

(Reseña que escribí para el Especial No. 7 de La Mosca en la Pared, dedicado a Pink Floyd y publicado en enero de 2004)

sábado, 12 de septiembre de 2015

De basureros y realidades paralelas

Se dice que la ciencia actual ha descubierto la posible y probable existencia de realidades paralelas (los multi-versos) y que la nuestra, la palpable, la que vemos todos los días (el uni-verso), no es la única que hay. Luis González de Alba, más versado en temas científicos, sabrá explicarlo mucho mejor que yo.
  Pero hay otras realidades paralelas que, a partir de una realidad objetiva y concreta, tienen más que ver con la percepción y hasta con cuestiones de fe. Esto lo podemos ver de manera cotidiana en la redes sociales, donde muchos tratan de crear realidades paralelas a su conveniencia, para convertirlas en dogmas que una enorme feligresía adopta y cree a pie juntillas. Lo vemos en el reciente caso de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa y su cremación, por gente del crimen organizado, en un basurero cercano a la ciudad de Iguala, Guerrero.
  Ya existía una versión oficial de los hechos (la de la PGR de Jesús Murillo Karam) y al aparecer otra que la contradice en parte (la del GIEI de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos), quienes no creían (y uso el verbo creer con toda intención) en la primera, compran sin más la segunda, de manera acrítica y dogmática, tan sólo porque pone en duda a la del gobierno. En su modo maniqueo y bicolor de ver las cosas, creen en una realidad alterna y convierten a una mera versión de los hechos en certeza absoluta e incontrovertible. Poco importa que sea un solo perito el que niegue la versión de la PGR y que el hombre sólo haya estado veinte-minutos-veinte en el famoso basurero de Iguala, diez meses después de los acontecimientos. Lo que les importa es que niega la versión oficial y ya con eso tienen para hacerla suya y aferrarse a ella con fanático denuedo.
  Esto que sucede aquí, acontece también en el affaire del quíntuple asesinato en la colonia Narvarte y en otros casos. No son las realidades paralelas que estudia la física cuántica, sino las que conviene crear y adoptar por motivos políticos. Actos de fe. La política transformada en dogma de tintes religiosos. Amén.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 11 de septiembre de 2015

Alejandro Escovedo / A Man Under the Influence (2001)

Escovedo es algo así como una mezcla de Leonard Cohen, Hank Williams y  Los Lobos. De origen chicano, este finísimo creador escribe canciones que lo acercan más al alt-country que al tex mex, tal como lo revela en este su elegante, apasionado y agridulce sexto álbum en estudio.

Mejor tema: “Wave”



jueves, 10 de septiembre de 2015

Los Borgia (tercera temporada)

Terminé de ver al fin la tercera (y al parecer última) temporada de esa grandiosa serie que es The Borgias, producida por Showtime. Tiempo atrás había visto las dos primeras y ahora que terminó esta tercera, me invadió una sensación de frustración, ya que a la producción no le fue aprobada una cuarta temporada por los altos costos de la serie. ¡Qué mal!
  Es una lástima, porque la recreación de la turbia historia de esta familia encabezada por el Papa Alejandro Borgia y su hijo César Borgia, además de su sensualísima, incestuosa y deliciosamente perversa hija Lucrecia, más un sinfín de personajes, era un portento de televisión de muy alta calidad. No queda más que resignarse a esperar a que por un milagro se apruebe continuar con esta maravilla dirigida por Neil Jordan.
  Gran producción, gran ambientación, enormes actuaciones (con Jeremy Irons a la cabeza del elenco), preciosos decorados y escenarios, para no hablar de un guión impecable y de toda una lección de política (no en balde, uno de sus personajes es el mismísimo Nicolás Maquiavelo). Si con alguna serie se le puede emparentar, a pesar de representar a épocas tan distintas de la historia, es con House of Cards.
  Una maravilla que vale la pena ver y volver a ver.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Por favor, compláceme

Las leyendas formaron siempre parte sustancial en la historia de los Beatles. De entre ellas, pocas resultan tan musicalmente relevantes como la que existe detrás de Please Please Me (1963), su álbum debut. En cuanto el tema homónimo llegó al número uno de popularidad en Inglaterra, el grupo se metió de inmediato al estudio para grabar su primer disco de larga duración. No hubo tiempo para celebrar el éxito de "Please Please me" –la canción– y tuvieron que ponerse a trabajar sin pérdida de tiempo en los estudios de EMI en Abbey Road. Paradójicamente, si a más de cuarenta años de su aparición el álbum sigue sonando fresco, se debe justo a sus apresurados orígenes. Please Please Me es la síntesis perfecta de las muy diversas influencias tempranas de los integrantes del cuarteto y muestra en ciernes algunas de las inquietudes musicales que con el transcurso de los años se verían cristalizadas en sus trabajos discográficos ulteriores. Por lógica, esas influencias son más claras en el caso de los covers incluidos en el vinil original, ninguno de los cuales refleja una elección convencional y son fiel demostración de los buenos gustos musicales de los cuatro Beatles. Únicamente hay un tema ajeno que había alcanzado tiempo atrás las listas de popularidad (“Baby It's You” de Burt Bacharach, con las Shirelles). El resto del material esta conformado por canciones muy poco conocidas hasta antes de ser grabadas por los de Liverpool: “Chains”, “A Taste of Honey”, “Anna”, “Boys” y “Twist and Shout”. El simple gusto al escoger aquellas versiones y la apasionada manera de interpretarlas habrían hecho de Please Please Me un disco memorable; no obstante, lo que lo convierte en un verdadero clásico es el material original que domina más de la mitad de la obra. La potente pieza abridora, “I Saw Her Standing There”, por ejemplo, es un rocanrol beatlesco fuera de serie, no sólo por su ritmo contagioso, sino por la calidad de sus armonías y la progresión melódica en el puente, algo que no llegó a suceder casi nunca en los temas de homenaje que otros grupos hicieron a Chuck Berry. “Misery” y “There's a Place”, por su parte, son melodías pop que trascienden lo que hicieron los grupos vocales femeninos tipo las ya mencionadas Shirelles. Por otro lado están canciones de ingenua belleza casi naïve, como “Do You Want to Know a Secret” y “PS I Love You”, piezas francamente candorosas que no hacen sino reflejar la inocente visión de aquella época, la de los primeros años sesenta, aún imbuidos de la ideología cincuentera y todavía ajenos a lo que sería la revolución cultural que iniciaría dos años más tarde. Esa inocencia se refleja abiertamente a lo largo de este primer trabajo discográfico de los Beatles.

(Reseña publicada originalmente en el Especial de La Mosca No. 8, primer volumen dedicado a los Beatles, editado en febrero de 2004)

martes, 8 de septiembre de 2015

Un compositor legendario

¿Quién fue el principal compositor a quien John Lennon quiso conocer durante su primera visita a los Estados Unidos? ¿Quién fue el letrista blanco capaz de hacer gemir a B.B. King al interpretar sus canciones? ¿Quién fue el joven músico judío de Brooklyn a quien Elvis Presley telefoneó desde un estudio de grabación de Memphis, porque no hallaba cómo terminar la letra de una melodía? Las tres preguntas tienen una sola y definitiva respuesta: Doc Pomus.
  Quizás el nombre de este magnífico y legendario compositor diga muy poco a los actuales aficionados a la música e incluso a los más antiguos amantes del blues, el jazz de Nueva Orleans y el rock. Sin embargo, apuesto doble contra sencillo a que muchos alguna vez han escuchado piezas tan célebres como “This Magic Moment”, “Young Blood”, “Lonely Avenue”, “Little Sister” o “Sweets for My Sweet”, todas ellas composiciones de este autor nacido en 1925, hace noventa años.
  Bautizado como Jerome Solon Felder, Pomus adoptó el nombre con el que se le conoce por razones familiares. Hijo de una familia judía tradicionalista, cuya ilusión era verlo convertido en eficaz abogado, Doc se ocultó en el peculiar apelativo para poder cantar sin problemas en clubes en los que –¡horror! – se tocaba música de negros. Y es que desde que a los quince años escuchara la interpretación de Big Joe Turner a “Piney Brown Blues”, quedó de inmediato y para siempre prendado de aquellos sonidos desgarrados, sensuales y melancólicos que lo transformaron por completo.
  Doc Pomus escribió, en su larga y fructífera existencia, más de un millar de canciones antes de que el cáncer lo invadiera y lo llevara a la tumba en 1991, después de una larga y dolorosa agonía. Lou Reed grabó un disco tan conmovedor como desgarrador, Magic and Loss (1992), cuyas canciones narran los días de enfermedad de Pomus.
  Para entrar a la música de este enorme compositor, recomiendo el Till the Night Is Gone: A Tribute to Doc Pomus (Rhino, 1995), un sentido homenaje de músicos como Bob Dylan, Brian Wilson, Dr. John o el propio Lou Reed, entre otros. Una joya.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 7 de septiembre de 2015

La "Vida" de Keith Richards

Terminé de leer las quinientas páginas que constituyen Vida (Global Rhythm, 2010), la autobiografía de Keith Richards, uno de los libros más divertidos, aleccionadores y entrañables que he leído en los años más recientes. No sé si para disfrutarlo como yo lo hice se necesita ser un seguidor de la carrera del guitarrista en particular y de los Rolling Stones en general, pero la narración del paso de este singularísimo personaje por este mundo es tan rica en detalles, en anécdotas, en opiniones, en visiones, en contextos, que la convierten no sólo en un vibrante relato biográfico sino en una panorámica de cerca de setenta años de historia, no sólo musical y rocanrolera, sino incluso política, social y cultural.
  Contado con un estilo cínico, jocoso, ameno y lleno de apuntes de humor negro, Vida es un libro que envuelve al lector de principio a fin, sin dejarlo escapar de sus páginas. Es una de esas historias, casi novelísticas, que uno quisiera que jamás se terminaran. Para mí que hace poco leí la estupenda biografía de Truman Capote de Gerald Clark y la autobiografía de Pete Townshend (Who I Am), leer la de Keith Richards era enfrentarme a las inevitables comparaciones. Tanto el volumen sobre Capote como el del líder de The Who son portentosos, pero el de Richards posee algo más, esa capacidad para volver entrañable todo lo que nos va contando a lo largo de ese medio millar de páginas que jamás llegan a ser abrumadoras o cansadas.
  Muchísimas son las anécdotas que nos narra el guitarrista desde su punto de vista y jamás se autocensura para decir lo que piensa de personas tan cercanas a él como sus propios padres o sus compañeros de grupo. Mick Jagger no sale muy bien parado en ocasiones y nos enteramos de su frivolidad y su egolatría, así como descubrimos la estulticia, la soberbia e incluso la estupidez de alguien como Brian Jones. Creo que Charlie Watts es uno de los pocos que salen limpios, impolutos, del libro.
  Una de las partes que más me gustó es aquella en la que habla sobre su primer contacto personal con los viejos blueseros del Mississippi, en una de las giras iniciales de los Stones por los Estados Unidos, y cómo los descendientes musicales de Robert Johnson le descubrieron el mundo de posibilidades que abre la afinación abierta en Sol mayor que Richards desconocía hasta ese momento (mediados de los años sesenta). Esto tal vez sólo nos interese a quienes tocamos guitarra, pero a mí también me abrió otro mundo de posibilidades para componer canciones con un sonido distinto.
  En cuanto al blues, las cosas que piensa el buen Keith sobre la importancia de la música negra es justo lo que yo llevo mucho tiempo diciendo y me identifico y suscribo por completo cuanto menciona al respecto en su autobiografía.
  Más que interesante resulta conocer, por medio del autor, el contexto que rodeó a la grabación de cada uno de los grandes discos del grupo y cómo fueron compuestas algunas de sus canciones,
  Mucho espacio dedica a su relación con las drogas y en especial a su adicción a la heroína. Resulta espeluznante todo lo que dice sobre ello, si bien al final y por fortuna logró desprenderse de la misma y lleva ya cerca de treinta años completamente limpio. También vale la pena ver lo que dice acerca de ciertos mitos medio macabros que se han tejido a su alrededor y como los explica o desmiente, como aquel de que se hizo cambiar la sangre toda de su cuerpo.
  Muy largo sería hablar de un relato tan minucioso y detallado. Mejor recomiendo que lean el libro y la pasen tan bien como la pasé yo. De verdad. Recomiendo Vida sin la menor duda.

domingo, 6 de septiembre de 2015

¿El rock pasó de moda?

Fotografía de Fernando Aceves.
Cuando menos en México, así parece ser. Aunque siga habiendo antros y lugares donde muchos grupos se presentan (venues, les dicen ahora a tales sitios: es la moda); aunque siga habiendo festivales en el Distrito Federal y en algunas ciudades de la mal llamada provincia; aunque continúe la producción de discos (que peligrosamente empiezan a estar fuera de moda), de programas de radio y televisión, de revistas especializadas, aun así, el rock parece haber desaparecido del panorama musical en este país.
  ¿Qué es lo que escuchan las grandes masas de jóvenes hoy día? Desde el pop más bobalicón y almibarado hasta la cumbia más primitiva y chafa, pasando por el reguetón, la onda grupera, la música “de banda”, las baladas cursis y el ska desafinado, millones de adolescentes y no tan adolescentes cultivan un gusto (o un mal gusto, para ser precisos) cada vez más estragado. Hablo de las grandes mayorías, no de las pequeñas comunidades a las que llamamos tribus urbanas y que no sólo escuchan un muy determinado y delimitado tipo de música, sino que tienen sus propias maneras de ataviarse y comportarse. Hipsters, punks, emos, metaleros, rastas, surferos, electrónicos, progresivos, rockabilieros, darquetos, etcétera, se mantienen en una relativa marginalidad y dentro de sus estrechos círculos se piensan poseedores de La Neta (así, en cursivas y con mayúsculas) acerca de lo que es “la verdadera música”.
  Sin embargo, la influencia de estos grupitos urbanoides es muy escasa y, fuera de sus guetos, pasa inadvertida. Desde un punto de vista mercadológico, hasta no hace mucho tiempo se les consideraba como nichos, pero quienes siguen manejando a la industria musical en nuestro país (desde las dos o tres grandes casas disqueras que quedan, hasta los monopolizadores de los medios y los espectáculos masivos) están mucho más enfocados en la gran muchedumbre consumidora que en las insignificantes etnias citadinas.
  ¿Y el rock dónde demonios queda? The answer, my friends, is blowing in the wind (traducción para quienes no hablen inglés: la respuesta, mis compas, está en sepa la chingada dónde). O sea, en serio, ¿hace cuánto que no surge en México un grupo que toque rock-rock y que provoque algún impacto? Hablo de rock sin fusiones promiscuas y perversas. Hablo de rock con todas las de la ley. Hablo de rock sin contaminantes poperos, gruperos, cumbiancheros o bolerísticos. Hablo de rock con esa esencia negra que Keith Richards define en su espléndida y muy recomendable autobiografía (Vida, Ediciones Península, 2010) como algo que se percibe y que no puede definirse en palabras. Esa esencia es la sustancia que dio origen al género y que en México se empezó a disipar desde finales de los años ochenta de la centuria pasada, con la llegada del malhadado e híper comercializado “rock en tu idioma” que jamás fue rock y que no era más que pop disfrazado, una musak (diría John Lennon) que muchos no sólo se tragaron, sino que siguen venerando borreguilmente.
  Cuando Víctor Roura dijo, hace ya algunos ayeres, que el rock había muerto, se le crucificó de la manera más despiadada. Se refería a que había muerto como modo espontáneo de expresión de la juventud, al ser absorbido por la industria y creo que tenía razón. Pero se le condenó por su osadía.
  Hoy día, en México, yo lo veo si no muerto sí desaparecido. ¿Cuáles son los grupos y solistas que navegan en aguas supuestamente roqueras (porque eso sí, se disfrazan como si fueran roqueros) y se muestran como las grandes estrellas del panorama mexicano? Pues desde Zoé y DLD hasta Carla Morrison y Juan Cirerol o desde Enjambre y Los Románticos de Zacatecas hasta Natalia Lafourcade y Kinky, para mencionar sólo a algunos, ninguno hace rock. Por eso los programan en las estaciones de música pop, al lado de Camila, Thalía, Belinda o Motel.
  El rock ha dejado de estar en boga en este país. Ya no es trendy, ya no es hype. ¿Pobrecito del rock o pobrecito del país?

(Publicado este mes en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin)

sábado, 5 de septiembre de 2015

¿Una izquierda sin Peje?

El gobernador de Morelos, Graco Ramírez, convocó en días recientes a la reconformación de la izquierda mexicana y llamó a crear un frente de esa tendencia, pero sin Andrés Manuel López Obrador. ¿Es eso posible? ¿Puede concebirse hoy día a una izquierda nacional sin la presencia de su líder más visible y popular durante los más recientes quince años? Parece difícil, aunque…
  Si partimos del hecho de que López Obrador en realidad no es un hombre de izquierda, las cosas comienzan a allanarse. Porque desde varios puntos de vista (el ideológico, el de su procedencia, el de sus postulados, el de sus palabras, el de sus actos como líder y como gobernante), el hombre es todo, menos alguien que pertenezca a lo que históricamente conocemos como la izquierda.
  Priista de origen (y de clóset), populista por naturaleza, derechista en su visión de aspectos como el aborto o los matrimonios de personas del mismo sexo, conservador, retrógrada (su afán por regresar el reloj de la historia siempre ha sido notorio), caudillista, maniqueo, poco leído, el famoso Peje tiene un proyecto político que se centra en su persona, sólo en su persona y en nada más que su persona. No comparte, no delega, no trabaja en equipo.
  Pero la mayor muestra de que no se trata de un hombre de gauche es la manera sistemática como ha minado, dividido, polarizado y pulverizado a la izquierda mexicana desde que tuvo la oportunidad de hacerlo. Quiso adueñarse del PRD y lo hizo durante algún tiempo. Luego, cuando otros le quitaron el poder dentro del partido, decidió irse y formar el suyo propio, a su modo y en el que pudiese hacer y deshacer a su antojo, para buscar su sueño hasta ahora dos veces frustrado: llegar a la presidencia de la república.
  Una izquierda mexicana sin Peje, unida y con un proyecto moderno, parece una utopía en estos momentos. Pero si Graco y otros deciden tratar de hacerlo, valdrá la pena el intento. En una de esas lo consiguen y quedan atrás los tiempos del “somos pocos pero sectarios” (Jairo Calixto Albarrán dixit). Aunque los acusen con la cantaleta de formar parte de la mafia en el poder.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

viernes, 4 de septiembre de 2015

Eels / Souljacker (1998)

Un tipo capaz de componer un tema con un título tan depresivamente ilustrativo como “I Write the B-Sides” merece toda nuestra consideración. Eso es lo que hace E., el líder de Eels, en este que es uno de sus discos menos conocidos pero a la vez, quizás, el más enfermizo y delirante (lo cual ya es decir).

Mejor tema: “That’s Not Really Funny”

      

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las muertes del rock

Debe haber sido a mediados de los años noventa de la pasada centuria cuando, en las páginas de El Financiero, cuya sección de cultura dirigía, Víctor Roura escribió que el rock había muerto. Una andanada de críticas, cuestionamientos e imprecaciones le cayó encima. ¿Cómo se atrevía a lanzar semejante anatema? Muchos enemigos se ganó el escritor y periodista a partir de entonces.
  Yo creí entender la idea del buen Roura. No es que afirmara que el rock como género se había extinguido. Más bien la afirmación iba en el sentido de la muerte de la actitud rebelde, desafiante, inconforme, contracultural y hasta subversiva de los rocanroleros, quienes en su mayor parte habían sido absorbidos por una industria que los manipulaba y que había sabido mediatizar el viejo discurso contestatario del rock para transformarlo en un gran negocio. Pienso que por ahí iba lo que Víctor decía.
  A partir de entonces (y antes de ello también), muchas veces se ha hablado de la muerte del género. En varias ocasiones se le ha matado. Simplemente hoy día se afirma lo mismo: que debido a la enorme cantidad de músicas que ha absorbido, la identidad del rock se ha diluido y que en su estado puro no existe más.
  Yo preferiría abordar el asunto desde otro punto de vista. Pongamos el ejemplo del jazz. ¿Ha muerto el jazz? Jamás he escuchado o leído a alguien que afirme tal cosa. El jazz ahí está, ahí sigue, y al igual que el rock, también fusiona cantidad de músicas de todo el orbe. Y todos lo dejan tranquilo.
  Mi idea es que llega el momento en que los géneros musicales dan todo de sí y ya no es posible inventar el hilo negro. La música barroca existió en un determinado periodo y fue reemplazada por la música del clasicismo. Si alguien hoy compone un concierto barroco, sólo estará repitiendo los esquemas de esa música que ya dio todo lo que tenía que dar. Lo mismo pasa con el blues, para poner otro ejemplo. Escríbase un blues y será un blues, sin el mayor problema. ¿Por qué entonces esa insistencia en querer estirar al rock, en querer seguirlo exprimiendo como si fuese una fuente de inagotables novedades.
  Llevo tiempo diciendo que Radiohead fue el último grupo que aportó un sonido más o menos original y que a partir de él (que en sí remite a muchas agrupaciones del pasado) se ha vuelto imposible crear algo realmente original en el género. ¿Es esto malo, se trata de algo negativo? No, en absoluto. Es tan simple como aceptar que el rock dio todo de sí y que los que sigan haciendo esa música estarán repitiendo, con ligeras variantes, lo que ya existe. Con ello, sin embargo, no se decreta su muerte. La música renacentista no está muerta. El ragtime no ha fenecido. El bolero sigue vivo. La música no muere. Es como dice la física sobre la materia: tan sólo se transforma.
  Curioso resulta, no obstante, el caso del rock en México, donde hoy los supuestos roqueros –quienes se visten como roqueros, hablan como roqueros, se comportan como roqueros y tienen “actitudes” de roqueros– no hacen rock. Somos un país en el que la fusión se confunde con la promiscuidad y donde los géneros, lejos de entremezclarse con sabiduría, se adoptan como tales, sin variarlos. No es lo mismo fusionar la música afroantillana con el rock, como supo hacer en su momento Carlos Santana, que disfrazarse de roqueros y salir a tocar guaguancó.
  El caso actual de la cumbia es un claro ejemplo. De pronto, a alguien en la industria se le ocurre la impronta de producir un disco de duetos entre el grupo cumbianchero Los Ángeles Azules y diversos “representantes del rock mexicano”. Para ello, eligen a cantantes que, salvo quizás una o dos excepciones, en realidad no cantan rock. Pero eso es lo de menos, la gente cree que sí lo hacen. De ese modo, se graba el álbum, se realiza una enorme campaña de promoción y difusión, se consigue que Los Ángeles Azules se presenten en el festival Vive Latino y helás!: se logra la “fusión” entre la cumbia y el rock. Así de fácil, así de patético.
  No es que en México haya muerto el rock. Sencillamente se le relegó, se le ocultó debajo del tapete, en algo equivalente a lo sucedido después del festival de Avándaro en 1971. Al parecer ya no es rentable… y a saber si volverá a serlo algún día.

(Texto publicado este mes en la sección de música de la revista Nexos)

martes, 1 de septiembre de 2015

Jimi Hendrix en Atlanta

Mucha gente piensa que la ocasión en que Jimi Hendrix tocó ante más gente fue durante el legendario festival de Woodstock, en 1969, ya que dicho acontecimiento congregó a cerca de 450 mil asistentes. Sin embargo, si uno ve la no menos legendaria película Woodstock, dirigida por Michael Wadleigh, se dará cuenta de que cuando a Hendrix le llegó su turno de subir al escenario, la mañana del 18 de agosto de aquel año, lo hizo ante un público ya muy escaso, si acaso conformado por veinte o treinta mil personas y ante toneladas de la basura que dejaron quienes ya se habían ido. Así que lo de la enorme multitud que vio su gran actuación y su interpretación del himno estadounidense no es más que un mito.
  En realidad, el prodigioso guitarrista tuvo su mayor audiencia al año siguiente, la noche del 4 de julio de 1970, al presentarse como estelar en el Atlanta Pop Festival, en Georgia, ante una muchedumbre calculada entre los 300 y 400 mil espectadores.
  Diversas grabaciones aisladas se conocían de ese también mítico concierto, pero es hasta hoy que tenemos la oportunidad de escucharlo completo, gracias a la aparición del álbum doble Freedom: Atlanta Pop Festival (Experience Hendrix, 2015), con dieciséis explosivos temas de un Hendrix en su momento óptimo, acompañado por la mejor formación que pudo tener jamás: Billy Cox en el bajo y Mitch Mitchell en la batería.
  La grabación es estupenda y aunque las canciones no están hiladas y eso hace perder un poco la sensación de encontrarse en el lugar, la calidad de la música hace que nos olvidemos de ello y que podamos disfrutar de asombrosas versiones de temas del repertorio hendrixiano que uno nunca se cansa de escuchar, desde “Purple Haze” y “Voodoo Child” hasta “All Along the Watchtower” y “Hear My Train a Comin’” y desde “Foxey Lady” y “Spanish Castle Magic” hasta “Red House” y “Room Full of Mirrors”, entre otras.
  La de Atlanta fue una presentación histórica. Quién iba a imaginar que apenas dos meses después Jimi Hendrix moriría en Londres, ahogado por su propio vómito, para formar parte del tristemente célebre club de los 27.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)