miércoles, 31 de diciembre de 2008

2008, un balance personal


Hoy es el último día de 2008, un año difícil, complicado, extraño, ambivalente. Si para el país fueron doce meses signados por la violencia de una guerra delirante, para el mundo fueron trescientos sesenta y cinco días en los cuales la economía se fue al carajo. Ya en el plano personal, para mí este fue un año con momentos muy dolorosos, así como con otros muy buenos y con la llegada a mi vida de una personita inesperada pero maravillosa.
El primer cuatrimestre fue el peor, debido a la repentina muerte de mi hermano Jorge (el 26 de abril) y a la desaparición en marzo (que como muchos espero temporal) de uno de mis más importantes proyectos de vida, la revista La Mosca en la Pared.

Lo de Jorge fue especialmente triste y lastimoso por la forma como murió, prácticamente solo y en medio de tremendos dolores físicos. Poco tiempo después, murieron también mi tía Teresa (hermana de mi mamá), mi tío Luis (hermano de mi papá), mi primo Rafael Cuervo (esposo de mi prima hermana Martha) y mi gran amigo Francisco Cantú (hermano de Adolfo). Todos entre abril y mayo.

Lo de La Mosca también fue de lamentar, por lo que para muchísima gente significó la publicación a lo largo de sus catorce años de existencia (los acababa de cumplir). Me afectó obviamente en lo económico (hasta la fecha no me repongo del golpe monetario que significó el cierre de sus páginas), pero sobre todo en lo moral, ya que era una idea mía que se cristalizó con la ayuda de muchos amigos y compañeros de viaje editorial y periodístico. Por fortuna, no todo está perdido y hay grandes posibilidades de que el proyecto sea rescatado. Además, hace poco abrí mi blog Bajo presupuesto, para escribir de música y mantener el contacto con los lectores moscosos.
Otra pérdida que sufrí este año fue la de una mujer en quien creí ciegamente y que al final me defraudó de la manera más penosa y fría. Me enamoré de ella, sí; por eso el desengaño fue tan inesperado como abrumador, además de que ocurrió en el momento en que menos debió haber ocurrido: el del cumplimiento del sueño mutuo de viajar a la ciudad de París en septiembre pasado. Ironías del destino, a final de cuentas.

No obstante, a pesar de todo lo anterior, el balance del 2008, para mí, es ligeramente positivo. Lo es porque a pesar de todo he ido encontrando trabajos que me han permitido sobrevivir a las circunstancias (ahí debo agradecer a gente como Camilo Sansores, David Estrada, Luis Adrián Ysita, Lourdes Arenas, Mariana Amore y Rogelio Garza) y porque en Milenio sigo contando con el apoyo de amigos y colegas como Carlos Marín, Ciro Gómez Leyva, Jairo Calixto Albarrán, José Luis Martínez, Roberta Garza y Rafael Ocampo, entre otras personas de enorme calidad profesional y humana). En lo musical, Los Pechos Privilegiados hemos seguido tocando, así no sea con tanta frecuencia como quisiéramos (toda mi gratitud para Eduardo Serrano del Ruta 61 y Esteban Amozorrutia y Jaime Ades del Foro del Tejedor de la cafebrería El Péndulo).

A nivel familiar, todo caminó tranquilo. Mis hijos se encuentran muy bien, lo mismo que mis dos familias (los García Michel y los García Hellion). A Alain y Jan los adoro y nos hemos visto con la suficiente frecuencia. Con mi mamá he tenido más contacto a raíz de la muerte de Jorge, con mis hermanas las cosas están muy bien y sólo mi hermano Sergio sigue sin dirigirme la palabra por sus ideas ultras. En fin.
Con mis amigos y amigas todo bien. Conocí a algunas nuevas personas y he dejado de ver a otras, al menos con la asiduidad con que las veía antes. Pero quienes más me importan siguen ahí y eso me alivia.

Otro aspecto muy bueno fue sin duda el ya mencionado viaje a París. Porque a pesar de los inconvenientes que tuve con mi compañera de viaje, no fueron suficientes como para opacar la fascinación, el deleite, la maravilla, el orgasmo emocional de haber estado por segunda ocasión en la llamada Ciudad Luz. Amo a París y espero volver muy pronto. Estar ahí durante diez días fue realmente un alimento para mi alma, pero siempre me quedará el hambre de retornar.

Dejo al final (last but not least) el hecho de haber conocido a Denisse, de manera casi accidental, justo a las dos semanas de mi regreso de Francia y en pleno momento de decepción sentimental. Fue uno de esos casos de amor a primera vista que cuentan las novelas rosas y las películas románticas. Ella es mucho menor que yo, pero por la forma como congeniamos y lo bien que nos llevamos, no lo parece. Llevamos dos meses y medio apenas de estar juntos y hasta el momento no ha habido un solo enojo o dificultad entre nosotros. Su familia y mis hijos aceptaron bien la relación y eso es muy bueno y tranquilizador. Nos reímos mucho, nos apapachamos mucho y tenemos más coincidencias que diferencias en nuestros gustos (a ella le encanta Bunbury, pero qué se le va a hacer). Además, el que sea actriz, toque la batería y escriba muy bien es un plus del cual no puedo menos que congratularme. La adoro, me encanta y pienso que lo nuestro puede ser feliz y duradero.
2008 se fue, pues, con su cauda de cosas y momentos buenos y malos. Ya veremos cómo nos trata el 2009. Por lo pronto, tengo varios proyectos personales y profesionales que espero se lleven a cabo. ¿Qué estaré escribiendo en este espacio dentro de un año exacto? Ya lo sabremos.

martes, 30 de diciembre de 2008

A Oaxaca


Hoy Denisse se fue junto con su familia a vacacionar a la ciudad de Oaxaca (o Guajaca, como lo escribía Nikito Nipongo), donde pasará el Año Nuevo. No nos veremos en cerca de una semana y sé que la voy a extrañar. Pero está bien que salga del DF y se despeje un poco, sobre todo en un lugar tan bello como la capital oaxaqueña (a pesar de Ulises Ruiz y de la APPO). Bon Voyage, ma petite!

lunes, 29 de diciembre de 2008

Mis ídolos: 5. Lewis Carroll: Dejad que las niñas se acerquen a mí


¿El Sergio Andrade de la Inglaterra victoriana? Exagerado resultaría ponerlo en esos términos, pero lo cierto es que el gusto de Lewis Carroll, el autor de la popular Alicia en el país de las maravillas, por las niñas –y cuando digo niñas, me refiero a niñas- era más que evidente. Claro que no formó su clan y tampoco llevó a vivir con él a preadolescente alguna. De hecho, esa fascinación por las pequeñas ninfas fue más bien platónica y la sublimó por medio de dos actividades artísticas: la literatura y la naciente fotografía. Pero de que le encantaban las niñas no hay la menor duda.
De entre esas chavitas en quienes Carroll encontraba una sensualidad al mismo tiempo inocente y perversa, la que más lo impresionó fue Alice Pleasance Liddell, la hija de su amigo Henry Liddell, diácono de la Iglesia de Cristo, en Oxford. La niña era dueña ciertamente de una extraña belleza, de una mirada desafiante y una sonrisa que seguramente causaba escalofríos en Carroll, a pesar de ser exactamente veinte años menor que él. La diferencia de edades podría parecer no del todo grande (como canta José José en “Cuarenta y veinte”), pero lo es si tomamos en cuenta que en su etapa de mayor atracción por la chiquilla, el escritor tenía 31 años y Alice sólo once.
Como sea, censurable o no, el amor de Lewis Carroll por la pequeña Alice tuvo el feliz resultado de producir no sólo una colección de hermosos daguerrotipos (ver foto de la pequeña), sino también un par de novelas espléndidas: la ya referida Alicia en el país de las maravillas y su secuela: A través del espejo.

El verdadero nombre de Carroll era Charles Lutwidge Dodgson. Nació en Daresbury, Cheshire, en Inglaterra, el 27 de enero de 1832. Contra lo que pudiera pensarse, era un hombre en extremo tímido y bondadoso. Y contra lo que pudiera pensarse también, su mayor obsesión no fueron las más jóvenes integrantes del sexo femenino, sino algo tanto o más complicado que ellas: las matemáticas. En efecto, durante los más de cincuenta años que permaneció ligado a la universidad de Oxford (donde obtuvo el grado de bachiller y se recibió de preceptor, además de ser ordenado diácono de la Iglesia anglicana), se dedicó al estudio y la enseñanza de los números e incluso escribió algunos libros sobre la materia.
Poco afecto a tratar con adultos, Carroll prefería estar al lado de personas jóvenes, especialmente si se trataba de niñas, y solía inventar historias fantásticas que les contaba y con las cuales lograba atrapar su atención. Podemos imaginar al buen hombre narrar, a Alice y sus dos hermanas -mientras remaban en un bote por el río Támesis durante la soleada tarde del 4 de julio de 1862-, las estrambóticas aventuras de aquella pequeña llamada igual que ella. La propia Alice lo recordaría ya en su madurez: “Muchos de los cuentos del señor Dodgson nos fueron contados en nuestras excursiones por el río, cerca de Oxford. Me parece que el principio de Alicia nos fue relatado una tarde de verano en la cual el sol era tan ardiente que habíamos desembarcado en unas praderas situadas corriente abajo del río y habíamos abandonado el bote para refugiarnos a la sombra de un almiar recientemente formado. Allí, las tres repetimos nuestra vieja solicitud: ‘Cuentenos una historia’, y así comenzó su relato, siempre delicioso. Algunas veces para mortificarnos o porque realmente estaba cansado, el señor Dodgson se detenía repentinamente diciéndonos: ‘Esto es todo, hasta la próxima vez’. ‘¡Ah, pero ésta es la próxima vez!’, exclamábamos las tres al mismo tiempo y después de varias tentativas para persuadirlo, la narración se reanudaba nuevamente".

En agosto de ese mismo año, Carroll realizó otras dos excursiones río abajo con las niñas y continuó las historias de Alicia en aquel País de las maravillas que su febril imaginación iba inventando. Sin embargo, no fue sino hasta meses más tarde que comenzó a escribirlas bajo el título provisional de Las aventuras subterráneas de Alicia. En junio de 1865 apareció finalmente publicada Alice's Adventures in Wonderland, en una edición de dos mil ejemplares publicada por Clarendon Press, con las hoy clásicas ilustraciones de John Tenniel. Se cuanta que un emocionado (¿y enamorado?) Lewis Carroll puso en manos de su pequeña musa, Alice Liddell (entonces ya de trece años), el primer ejemplar de la novela. Para desgracia del escritor, su relación con la púber comenzaría a ser más difícil a partir de entonces, ya que la madre de ésta vio con suspicacia el demasiado afecto que Carroll mostraba por su hija y, recelosa (o re-celosa), le puso un límite. Muy pronto dejaría de verla, a pesar de que en 1871 aparecería la que en un principio se llamó Detrás del espejo y lo que Alicia vio allí y más tarde se conoció simplemente como A través del espejo, la continuación de las alocadas peripecias de Alice.
El entusiasmo por la fotografía y sobre todo por sus modelos preadolescentes, a quienes solía fotografíar desnudas (aunque eso sí: siempre con el consentimiento de sus padres), prosiguió durante toda la década de los setenta decimonónicos -época en que escribio La caza del Snark (1876)-, pero desaparecería alrededor de 1880, debido a la creciente desaprobación de la mojigata sociedad británica. A partir de entonces, Lewis Carroll dedicó todo su esfuerzo a escribir, estudiar y enseñar matemáticas y a la vida eclesial. Todavía publicaría dos hoy poco conocidos volúmenes de narraciones bajo el mismo título: Sylvie and Bruno (1889 y 1893).

Después de cumplir los sesenta años, Carroll solía comentar sus temores por el hecho de envejecer. Empezó entonces a padecer leves enfermedades y su memoria se volvió cada vez más débil. El hombre de mente precisa y matemática, capaz de crear complicadas ecuaciones, sufría grandes lagunas mentales. Murió a punto de cumplir los sesenta y seis años, el 14 de enero de 1898. A su sepelio acudió Henry Liddell, el padre de la niña a quien Lewis inmortalizó, la graciosa Alicia. En cuanto a ésta, se casó y tuvo periodos de grandes penurias económicas que la llevaron a vender en 1928, a la casa Sotheby, el manuscrito original de las Alice's Adventures Under Ground. La suma que le pagaron fue muy considerable: quince mil cuatrocientas libras. El texto se conserva hoy día en el Museo Británico.
Alice Liddell viviría hasta los ochenta y dos años. En ese mismo 1928 fue invitada a los Estados Unidos, donde recibió un título honorario de la Universidad de Columbia, no por sus méritos literarios sino por ser el personaje de la novela de Lewis Carroll. En una carta confesaría: “Estoy harta de ser la Alicia del País de las maravillas. ¿Suena esto desagradecido? Lo es. ¡Sólo que ya estoy cansada!”. Moriría, tranquilamente, en 1934.

domingo, 28 de diciembre de 2008

De Tornatore a Landis


El fin de semana resultó delicioso al lado de mi niña. Entre otras actividades, nos echamos un ciclo de cine en DVD que incluyó una cinta de Giuseppe Tornatore y tres-películas-tres de John Landis, un director cuya filmografía inicial aprecio mucho. El sábado por la noche vimos Cinema Paradiso (1988, fue mi modesto regalito navideño para Denisse), misma que yo nunca había podido ver y que es uno de los filmes favoritos de la mía innamorata. La verdad es que me encantó. Luego vimos Trading Places (1983) de Landis (titulada en México con el horrible nombre de De mendigo a millonario), una estupenda fábula marktwainesca con Dan Aykroyd, Eddie Murphy y la gran Jamie Lee Curtis.

Ya el domingo, fue el turno de An American Werewolf in London (1981) y de Animal House (1978), ambas de John Landis. La primera, una de mis películas de terror favoritas de todos los tiempos (aunque a Denisse no le gustó tanto) y la segunda, una comedia que en su momento fue anárquica y provocadora, pero que con el tiempo, ciertamente, ha perdido algo de su explosividad, a pesar de la presencia de un divertidísimo cuerpo de actores, encabezado por el genial John Belushi.

PD: Hoy domingo 28, mi papá cumplió diecisiete años de haberse ido de esta vida. Sin embargo, sé que está cerca, que me acompaña y me ayuda. Je t'aime, mon pere.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Annus horribilis*


Nunca como ahora está vigente la famosa sentencia que al final de cada año soltaba el inolvidable Nikito Nipongo en sus “Perlas japonesas” y que, llena de humor negro, rezaba más o menos así: “No se preocupe porque este que termina fue un mal año, el próximo será peor”.
Muchos quisiéramos olvidar lo que ha sido este 2008 para México, en lo político, en lo económico, en lo social, incluso en lo deportivo; sin embargo, es momento de evaluar, así sea someramente, lo que nos brindó el año que ya casi nos abandona.
Violencia, inseguridad, desazón, miedo, ingobernabilidad, corrupción, desempleo, crisis, son palabras que se han repetido a lo largo de los últimos doce meses y cuyo espantoso significado al parecer se reafirmará, en toda su crudeza, durante el entrante y temible 2009. Los expertos en economía lo dicen: el año que viene va a ser tan crítico que cualquier otro momento histórico de la humanidad parecerá un jardín de las delicias. O sea, ¿estará el país no sólo más mal que cuando el crack de 1929, sino incluso peor que durante el anárquico periodo 1910-1917 o el caótico lapso 1810-1867? ¿El mundo entrará en una etapa más horrenda que las que se vivieron en la oscura Edad Media o durante las dos guerras mundiales del siglo pasado? ¿Será así o los medios de comunicación se han encargado de exagerar la situación y han creado una enorme paranoia con la nueva versión, corregida y aumentada, de “ahí viene el lobo”? Muy pronto lo sabremos.
Lo que por desgracia sí parece real es que, en 2009, México seguirá sumido en la violencia delincuencial que se desató casi al comienzo de este sexenio y que tuvo su punto infamante con las miles de muertes sangrientas de 2008. Si a esto le sumamos los efectos de la tan anunciada crisis económica global y la muy posible eliminación mundialista de la selección mexicana de futbol, el panorama luce bastante negro.
¿Hay algún espacio para el optimismo? No lo sé de cierto, pero más vale que lo busquemos. De cualquiier manera, estimados lectores, les deseo un muy feliz año nuevo y que a todos nos sea lo más leve posible.

*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona


Denisse vino a pasar el fin de semana conmigo (llegó especialmente bella, por cierto). Todo muy bien. En la noche fuimos al Cinemex Manacar para ver Vicky Cristina Barcelona, la más reciente peli de Woody Allen y salimos muy contentos del cine. En lo personal, me parece que Allen regresa a su mejor forma con esta excelente historia protagonizada por Penelope Cruz, Scarlett Johansson, Rebecca Hall y Javier Bardem. Con un sentido del humor que la edad ha hecho más negro en el buen Woody, la cinta se desarrolla con aparente ligereza, con una voz narrativa en off (me extrañó que no haya sido la voz del propio director como sucede en otros filmes suyos) que permite ligar los diferentes episodios de este inusual y desenfadado cuento de un casi almodovariano trío amoroso, cuyos enredos no provocan sino risas, sonrisas y deleite. Mención especial merece el hecho de que Woody Allen se permitió el lujo de mostrarnos una elegante -y muy agradecible- escena erótica entre la Cruz y la Johansson (maravillosas ambas actrices). Una estupenda película que recomiendo de la manera más amplia.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad tlalpeña


Pasé la Nochebuena en Tlalpan. Visité a mi mamá y mis hermanas (con sus respectivas descendencias) y luego me fui a cenar a casa de Rosa, junto con mis hijos y la entera familia Hellion. Fue todo muy agradable y tranquilo. Entre las dos casas pude estar con mi mamá, Myrna, Ivette, Leyla, Axel, Carlos, Jorge (el esposo de Myrna), Alain, Jan, Rosa, Rosita, Jazmín, Gerardo, Dereck, Emiliano, Santiago, Isaura y Valentín. En el intercambio de regalos me tocó Jazmín y le di una taza con una foto suya, grabada, de cuando ella tenía tres años de edad (¡en 1974!). Le encantó y se emocionó mucho, al igual que Rosa. Yo le toqué a Rosita, quien me regaló un muy bonito cocodrilo de madera para mi colección. La cena resultó abundante y sabrosísima. Ya como a las dos, mis hijos me dieron un aventón a mi casita, para de ahí irse a seguir con la celebración a casa de unos amigos suyos. Todo tranquilo, pues.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Joyeux Noel!


Como buenos descendientes, por el lado materno, de una familia tradicional y ultracatólica proveniente del estado de Jalisco, a mis hermanos y a mí quien nos traía los regalos en Navidad era el Niño Dios. Por tanto, nunca tuve relación alguna con Santa Claus y el gordo personaje me caía -y me sigue cayendo bastante- idem. Jamás simpaticé con él y sus renos o su trineo no me provocan la menor ternura. Como prueba de mi rechazo a dicho personaje (a quien los cursis llaman con tremenda sangronería Santa), he aquí una foto que me fue tomada en 1955, cuando aún no alcanzaba mi primer año de edad, y en la que demuestro sin lugar a dudas mi repulsión por el señor de las barbas blancas.
En fin. Terminemos este breve texto con un fragmento del diálogo entre Pánfilo, una de las ardillitas de Lalo Guerrero, y uno de sus hermanitos:

Panfilo (canta): Yo voy a pedirle este año al Santo Claus que me traiga una novia y si puede traiga dos.
Hermanito: ¡Pánfilo! Tú todo el tiempo con tus groserías. No sé qué voy a hacer contigo. Estoy seguro que Santa Claus no te va a traer nada.
Pánfilo: Al cabo que yo no soy cliente de ese señor.

Feliz Navidad.

martes, 23 de diciembre de 2008

Mis ídolos: 4. Chuck Jones: El anti Disney que todos llevamos dentro


Quienes nacimos a mediados de los cincuenta somos quizá la primera generación plenamente influenciada por el poder de la televisión. Nuestra infancia transcurrió cuando dicho medio (el cual aún no era bautizado con el idiota título de "la caja idiota") empezaba a invadir -en glorioso blanco y negro- la intimidad de las salas de nuestras casas. Digamos que a la mitad de los años sesenta, cuando éramos unos chavitos de nueve, diez u once años, la tele se significó como parte muy importante de nuestras cándidas existencias. Era la época de programas nacionales como El Club Quintito, La Pandilla (narrada maravillosamente por Genaro Moreno), Las Aventuras de Chabelo, Los Juguelotes de Gamboín, Estrellas Infantiles Toficos, El tío Herminio, Chucherías y el Teatro Fantástico de Enrique Alonso, así como de series gringas como Disneylandia, Reino Salvaje, Los Munsters, Los Locos Addams, Hechizada, Mi Bella Genio, La Isla de Gilligan, El Súper Agente 86, Perdidos en el Espacio, Rumbo a lo Desconocido, Tierra de gigantes, El tunel del tiempo y tantas otras, incluidas, por supuesto, las caricaturas. Súper Ratón, Don Gato y su Pandilla, Popeye el Marino, Los Picapiedra, Los Supersónicos eran algunas de ellas, todas sensacionales pero ninguna tan desquiciada y divertida como El Show de Porky (con sus derivaciones posteriores que no eran sino lo mismo: El Show de Bugs Bunny y El Show del Correcaminos.

Quienes disfrutábamos de aquellos demenciales dibujos animados (los cuales contaban además con un doblaje estupendo), no tardamos en hacernos fanáticos de personajes como el Gato Silvestre, el Pato Lucas, Porky, Bugs Bunny, Elmer Gruñón, Quique Gavilán, el Gallo Claudio, el Coyote e incluso entes odiositos como Piolín o el propio Correcaminos. El sadismo implícito y explícito de esas irreverentes caricaturas nos proporcionaba un placer que de ninguna manera nos parecía enfermizo (¿quién carajos se cuestiona esas cosas a los diez años?) y que ningún analista de la televisión señalaba tampoco (por suerte no eran todavía las épocas de libros mañosamente "antiimperialistas" como Para leer al Pato Donald de Ariel Dorfman y Armand Mattelart).

El nombre de Chuck Jones aparecía siempre en los créditos de cada caricatura y se nos hizo tan familiar como el de Walt Disney o el de Walter Lanz (el de El Pájaro Loco), pero como -al contrario de los dos mencionados- nunca aparecía en pantalla, jamás que yo recuerde nos interesó averiguar quién o cómo era ese señor. Por tanto, es de elemental justicia rememorarlo de un modo reivindicatorio (falleció el 22 de febrero de 2002, a siete meses de cumplir noventa años de edad).
Chuck Jones nació el 21 de septiembre de 1912, en Spokane, Washington, pero se crio en Hollywood. Ahí, tuvo la oportunidad de relacionarse con comediantes de la talla de Charles Chaplin y Buster Keaton, ya que trabajó como niño actor en la compañía de Mac Sennett. Ya de adolescente, dejó la actuación para dedicarse a su verdadera vocación: el dibujo. Comenzó literalmente en la calle, donde por un dolar hacía retratos a lapiz de transeuntes, para luego entrar a trabajar con Disney en la tediosa labor de limpiar acetatos. Inquieto y rebelde, no logró acomodarse a la ortodoxia del creador de Mickey Mouse, quien en alguna ocasión le preguntó qué puesto le gustaría ocupar en su estudio. Jones respondió con cínica tranquilidad: "El tuyo".

En 1936, Chuck entró al estudio de Leon Schlesinger y ahí conoció a quien sería su principal maestro en la animación: Friz Freleng. Pronto la Warner compró el estudio y Jones se integró a un equipo de singulares dibujantes y guionistas, quienes empezaron a producir cortos de animación verdaderamente delirantes. Apenas dos años más tarde, dirigiría su primera obra: The Night Watchman. Durante los siguientes veinticinco años, el genial animador realizaría más de trescientas caricaturas con los personajes que él creó y que la Warner sigue explotando hasta la fecha.
Curiosamente, cuando esas caricaturas empezaron a transmitirse en México, el estudio de dibujos animados de la Warner ya había cerrado. Esto sucedió en 1962 y Jones regresó por breve tiempo con Disney, para pasar poco después a la MGM, empresa para la cual produjo la serie Tom y Jerry. Sin embargo, a pesar de que esta emisión era igualmente salvaje y violenta, carecía de la gracia agridulce de sus Looney Toones. Más tarde, el hombre fundaría su propia compañía (Chuck Jones Enterprises), con la que produjo películas animadas de poca monta, como Rikki Tikki Tavi y La foca blanca.

La verdadera obra de Chuck Jones, la más importante y trascendente, se encuentra entonces en sus breves caricaturas de menos de diez minutos. Uno recuerda decenas o incluso centenas de imágenes en las cuales los deliciosos villanos (Silvestre, Elmer, el Coyote, etcétera) ven frustrados una y mil veces sus planes para atrapar a los sangroncísimos pájarracos que se burlan de ellos. Un dato interesante estriba en el rechazo que Jones sentía por la tecnología moderna y toda su parafernalia. Esto lo reflejó en los aditamentos de la famosa marca ACME, con los cuales el pobre Coyote siempre terminaba masacrado al tratar de utiilizarlos para cazar al insoportable Correcaminos. Era como una matáfora ludista, una protesta irónica en contra de los avances tecnológicos que de golpe se vuelven inmanejables, contraproducentes y hasta mortales.
Chuck Jones fue un genio de la animación. A mi modo de ver, si no el más grande, sí el más entrañable. Sus personajes, falsamente inocentes, son de una crueldad exquisita y buena parte de ellos reivindica con creces el heroismo de quienes siguen (¿seguimos?) empecinados en lograr lo imposible: capturar al fin a la huidiza y mañosa presa, a pesar de tener a todas las circunstancias en contra.
¡E-e-e-e-eso es todo, amigos!

lunes, 22 de diciembre de 2008

Volver



Denisse amaneció mejorcita, aunque no del todo. En la mañana vimos la preciosa Volver de Pedro Almodóvar, una de esas pelis agridulces que dejan buenos sentimientos a pesar del despiadado humor negro que en momentos aplica el director manchego. Penélope Cruz está maravillosa en su papel de Raimunda (qué nombrecito) y Carmen Maura, excelsa como siempre. Mi niña se fue como a las tres y media para que su papá (quien es médico) la revisara por la tarde. En la nochecita me llamó para decirme que tiene una leve infección estomacal. Chin. Lo bueno es que es cosa pasajera. M iba a venir por la noche para platicar un rato antes de Navidad, pero se le complicó y no se pudo. espero verla antes de Año Nuevo.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Buena venta, buena música


Otro buen fin de semana al lado de Denisse (by the way: hay por ahí una lectora que se hace llamar Paola y que me dice que "a nadie" le importa que hable acerca de mi vida cotidiana, de mi "noviecita" -ah... y aprovecha para llamarme pederasta- y de lo que a veces hago. Sólo les aclaro a ella y a uno que otro lector de los llamados haters que este blog está planteado como un diario y que los diarios narran el día con día de alguien. En fin, ya me han dicho que no responda a esa clase de comentarios, pero no está por demás volver a especificar la razón por la cual abrí este espacio). Decía que fue otro buen fin de semana con mi noviecita (je), quien llegó por acá desde el jueves en la noche. Ayer sábado, de doce a seis de la tarde, tuve venta de discos y devedés. Vinieron como quince personas y no me puedo quejar de los resultados. Ya por la noche, nos lanzamos al Ruta 61 para ver a Malena Rouge (foto). Hacía mucho que no la miraba en escena. Sigue cantando de manera espléndida (en esta ocasión, el programa estuvo conformado básicamente por temas clásicos del blues, el soul y el rock de los sesenta, como "Louie Louie", "Purple Haze", "Honky Tonk Women" y "Gimme Somme Lovin'", entre otras), si bien el grupo que la acompañó le queda un poco chico. También se presentaron Charro y los Moonhowlers, con su repertorio de blues texano. Musicazos todos ellos, con la inclusión de ese gran armoniquista que es el buen Pelusa. Saludamos a varios amigos, entre ellos a Claudia de la Concha y Eduardo Serrano (ya me prometió que los Pechos estaremos de nuevo en enero). Del Ruta 61 nos fuimos en taxi al departamento de Zita, la amiga de Dení, en la Narvarte, donde había una reunión y donde estaban Luis y Güicho, los hermanos de mi niña. Estuvimos poco tiempo, pero la pasamos muy a gusto. Llegamos aquí como a las tres de la mañana.
Hoy domingo siguió la vendimia y aunque vino menos gente (unas ocho personas), todo fue bueno y aceptable. Aún quedaron muchas cosas, sin embargo, por lo que decidí dejar la venta de aquí hasta el 6 de enero (por si a alguien le interesa venir). Ya en la noche vimos tele, pelis en DVD y cenamos rico, aunque Denisse se sintió un poco mal del estómago y se durmió temprano. Espero que mañana amanezca mejor mi pequeña.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Periodista a tus zapatos*


Lo de hoy, lo de hoy, lo que rifa a nivel global de norte a sur y de este a oeste, es el uso de los zapatos como instrumento de protesta, como arma contundente y significativa (aunque inofensiva), contra los políticos que (des)gobiernan al mundo. Dime con qué zapatos entras a la conferencia de prensa de determinado gobernante y te diré qué clase de peligro potencial representas.
Si Carl Perkins y Elvis Presley le cantaban a sus zapatos de ante azul, si Frank Zappa le dedicaba una canción a sus zapatos cafés y si hasta Gloria Trevi ensalzaba a sus zapatos viejos, nada tiene de extraño que por todo el planeta surjan compositores espontáneos que cantan las virtudes de los zapatotes del diez y medio del reportero iraquí Muntazer al-Zaidi, luego de su fallido intento por estrellarlos en la cara de George W. Bush, quien sorprendió al mundo entero con sus inesperadas dotes para esquivar el bulto con agilidad y sin perder su sonrisa divertida y socarrona. O sea, hay que reconocerle a Bush que durante el incidente nunca perdió el estilo.
Se ha hecho de este simpático acontecimiento algo que incluso va más allá de la sobrevaloración. Digo, está bien que el buen Muntazer se aventó una gran puntada, pero de ahí a levantarle un altar y considerarlo nuevo héroe de la lucha contra el imperialismo yanqui, etcétera, hay todo un abismo de exageraciones. Ya hasta el inefable Hugo Chávez se subió al caballo del oportunismo para llenar de elogios a Al-Zaidi (me gustaría saber qué le pasaría al periodista venezolano que se atreviera a arrojarle un huarachazo al tiranuelo).
¿Se pondrá de moda esta nueva modalidad de protesta contra los poderosos? Quién sabe, oiga. Porque si la crisis que viene va a estar tan canija como pronostican los economistas, será difícil que alguien se arriesgue a perder sus zapatos en aras de un dudoso acto de heroismo. Podrá ser muy bien visto por sus simpatizantes, pero… ¿luego con qué lana se comprará otros cacles?

*Publicado hoy en mi columna "Cámara Húngara" de Milenio Diario.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Las gafas de Denisse


Se le habían roto desde semanas atrás y por fin los mandó a reparar. Hoy apareció en mi casa con la nueva apariencia que le dan sus anteojos. Se ve diferente pero es la misma niña encantadora de siempre. Denisse con lentes. Denisse con gafas. Denisse con pinta de niña intelectual. Denisse cuatro ojos. Al fin podrá leer sin que le duelan los oclayos y terminar los varios libros que tiene comenzados. Eso es lo más importante.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El añorado cine Tlalpan


Para quienes nacimos hace algunas décadas en el antiguo pueblo de San Agustín de las Cuevas, el cine Tlalpan forma parte de nuestra educación sentimental y nuestra malformación cinematográfica. Al contrario de los salones de cine neoyorquinos de su infancia y adolescencia (el Midwood, el Kent, el Vogue, el Avalon) que Woody Allen recuerda como templos relucientes e impecables, el Tlalpan jamás rebasó su calidad de cine piojito y absolutamente popular. Su mayor auge lo tuvo en la década de los sesenta, cuando su arquitectura era muy diferente a la actual. Aposentados en sus incomodísimas sillas de triplay, parvadas de mocosos asistíamos a las funciones triples (entre semana) y dobles (sábados y domingos), en las cuales por un peso con cincuenta centavos (entre semana) o dos cincuenta (sábados y domingos) podíamos ver tres películas mexicanas en blanco y negro (del Santo, de Tin Tan, de Viruta y Capulina, del Piporro et al, entre semana) o dos filmes mexicanos o extranjeros en color (sábados y domingos).
  El ambiente en el cine Tlalpan era bastante peculiar y había espectadores de sospechoso aspecto que asistían prácticamente a diario. En particular, yo solía ir con mi bola de cuates de once o doce años y siempre nos sentábamos en la fila “de hasta adelante”. Fue ahí donde vi mi primera película “fuerte”: Mujeres, mujeres, mujeres, pésima cinta mexicana sesentera cuya escena más excitante presentaba a Ana Bertha Lepe peinada con chongo, en calzones rojos, mientras se tapaba los pechos con las manos. Para nosotros, sin embargo, fue como ver porno hardcore. Hoy pasan ese churrito como si nada en el canal 9.
  No obstante, hubo dos momentos cumbres, históricos, en el cine Tlalpan. El primero, cuando se presentó San Martín de Porres (con René Muñoz). Las colas para entrar se extendían a varias cuadras por avenida San Fernando y la hermosa y arbolada calle Juárez. El segundo, cuando se estrenó El Cid, con Charlton Heston. Fue para los tlalpeños un verdadero shock cultural en cinemascope y technicolor.
  Me parece bien que las autoridades delegacionales hayan recuperado y remozado al cine Tlalpan, para transformarlo en el auditorio Ollin Kan. Lástima, sin embargo, que jamás se podrá rescatar su antigua grandeza de sala piojito que hoy nos causa a algunos, ¡ay!, tanta nostalgia.

martes, 16 de diciembre de 2008

Mis ídolos: 3. Groucho Marx. El verdadero marxismo


"Soy marxista de la tendencia Groucho", rezaba un afiche de los estudiantes en el mayo francés de 1968. Sin duda, el tercero de los hermanos Marx habrá festejado la broma en su momento, ya que su humor seguía trascendiendo después de varias décadas, al igual que lo sigue haciendo hoy día. En 1974 (o quizás un año antes o un año después), la añorada Cineteca Nacional de Calzada de Tlalpan y Río Churubusco presentó, en su legendario Salón Rojo, un ciclo de películas de los Marx Bros. Muy pocos los conocían en México y fue una manera de darlos a conocer a un público que quedó deslumbrado al descubrir aquel humor deliciosamente nihilista y caótico de tres tipos (porque los Marx que verdaderamente trascendieron -además de Carlitos el alemán, claro- fueron Harpo, Chico y Groucho. Zeppo y Gummo en realidad siempre permanecieron en un segundo y muy discreto plano, cuando menos a nivel cinematográfico). Puedo contarme entre esos privilegiados que contemplaron fascinados el ciclo que incluyó, según recuerdo (por ahí debo tener aún el folleto), The Coconuts, Duck Soup (bautizada en español con el absurdo título de "Héroes de ocasión"), Horse Feathers, Una noche en la ópera y Un día en las carreras. Desde un principio -y desde entonces- mis favoritas han sido la maravillosa sátira a la guerra que es Duck Soup y la extraordinaria, aunque con ciertas concesiones comerciales -como la inclusión de un bobo romance impuesto por el productor Irving Thalberg-, A Night at the Opera (¿cómo olvidar la desquiciada escena del camarote?).
  Ciertamente, Chico y Harpo Marx eran dos personajes entrañables. El primero, con su marcado acento italiano, su cinismo y su picardía; el segundo, con su encanto, su sonrisa, su mudez y su tierna ojetez (era un verdadero cabrón), además de su habilidad para tocar el arpa, instrumento del cual deriva su mote. No obstante, quien verdaderamente lucía y quien a la larga tuvo la mayor trascendencia fue Groucho, el de las grandes cejas y el bigotazo inconfundible, pero sobre todo el de los diálogos más disparatados, los juegos de palabras más enloquecidos (e insubtitulables) y el uso más sardónico del doble sentido.

  Groucho Marx nació en Nueva York, el 2 de octubre de 1890. Su verdadero nombre era Julius Henry Marx y era el tercero -luego de Chico (Leonard Marx, 1886-1961) y, Harpo (Adolph Arthur Marx, 1888-1964)- de los hijos de Sam y Minnie Marx. Fue Minnie, la singular madre y virtual jefa del clan, quien impulsó la carrera actoral de sus cinco hijos -los otros dos eran Gummo ( Milton Marx, 1897-1977) y Zeppo (Herbert Marx, 1901-1979). Dice Groucho -en su autobiografía The Groucho File- que aprendió a reír en las rodillas de su madre y es que Minnie, nacida en Alemania al igual que su marido, un modesto sastre, había crecido en un ambiente siempre ligado a la farándula; era un dechado de sentido del humor y logró que dicho sentido pasara a la sangre de sus hijos como la leche que se mama.
  Groucho fue el primero de los hermanos en entrar al negocio del espectáculo, apenas a los catorce años. Lo hizo como cantante de vodevil en un grupo llamado The Leroy Trio. Esa primera experiencia duró muy poco y luego de una frustrada gira por Colorado, el muchacho regresó a casa. En realidad deseaba convertirse en médico, pero su madre se empeño en que fuese "artista" y lo hizo actuar en un teatro al lado de Gummo y de Mabel O'Donell, una actricita sin talento, como Los Tres Ruiseñores. Poco después, Chico y Harpo se unieron a ellos y en 1910 se hicieron llamar Las Seis Mascotas, ya sin Mabel pero con la compañía de su madre y de su tía Hanna. Ante la fría indiferencia del público, Groucho comenzó a meterse con los espectadores mediante agresivas bromas e ingeniosas provocaciones que, paradójicamente, le trajeron un gran éxito. Nacía así el Groucho Marx que todos conocemos.

Pronto, Gummo, Harpo, Chico y Groucho tomaron el nombre de Los Cuatro Hermanos Marx y sus triunfos en los teatros neoyorquinos fueron cada vez mayores. Poco a poco fueron afinando sus distintas personalidades: Chico, el italiano bobo; Harpo, el mudo encantador; Gummo (más tarde reemplazado por Zeppo), el galancete simplón; y Groucho, el bigotón y estruendoso líder, siempre con un puro en la boca. Sobre el origen de su famoso mostacho, la historia es muy curiosa. En cierta ocasión, Groucho perdió su bigote postizo y tuvo que improvisarse uno, untándo grasa de zapatos en su cara. El efecto fue tan bueno que jamás volvió a usar el postizo ni siquiera en las películas.
  El primer éxito de los Marx en Broadway fue la obra I'll Say She Is, en 1924. Luego vino The Coconuts, que no tardó en ser llevada al cine y abrió las puertas de Hollywood a los singulares comediantes. Comenzaba el cine sonoro y la Paramount contrató a los Hermanos Marx para realizar, entre 1929 y 1933, una serie de cintas desquiciadas y anarquizantes que hoy son verdaderos clásicos. Luego de un paréntesis más o menos forzoso (sus cinco filmes para la Paramount fueron considerados demasiado insolentes y hasta subversivos por ciertas mentes retrógradas pero influyentes), Groucho y compañía retornaron a los sets de filmación, esta vez contratados por la MGM y bajo la férula del productor Thalberg hicieron en 1935 la genial Una noche en la ópera, dirigida por Sam Wood y con la magnífica actriz Margaret Dumont; posiblemente fue el punto más alto de los Marx en el cine. Vendrían más películas a lo largo de los años, pero ninguna tan memorable ya. Tal vez habría que mencionar la mediocre Love Happy (1950), ya que fue la última cinta en que los Marx aparecieron juntos y porque marcó el debut de una insegura actricita rubia llamada Marilyn Monroe, quien hizo una brevísima aparición al lado de Groucho y cuya única línea fue: "Señor Grunion, quiero que me ayude..., algunos hombres me están siguiendo", para desaparecer en seguida.

  La mejor característica de Groucho Marx, aparte de su figura inconfundible, fue su explosiva irreverencia. Nada respetaba y todo lo dinamitaba a su paso con antisolemnidad ejemplar, desde las más sacras instituciones como el gobierno o el ejército, hasta las ridículas costumbres de los aristócratas. Al contrario de Charles Chaplin, quien era también un crítico de la sociedad pero lo hacía desde una posición que hoy llamaríamos políticamente correcta, Groucho era la incorrección rampante, un anarquista del humor, un terrorista de la comedia ácida, un Bakunin de la palabra, un adelantado a su tiempo que desafiaba a la autoridad desde su desarmante ironía. Basta con recordar algunos de sus diálogos, como aquel de Una noche en la ópera en el cual un detective le dice: "¿Es que estoy loco o es que sólo hay dos camas aquí?", a lo que el del bigote, en su papel de Otis P. Driftwood, replica: "¿A cuál de las dos preguntas quiere que conteste primero?". O cuando se entera de que a un famoso cantante de ópera le pagarán mil dólares por noche: "¿Van a pagarle mil dólares sólo por cantar? Por sesenta centavos hay unos discos de la Bella Mimí que te vuelan la cabeza. Y por un dolar la tienes a ella en persona".
  En una de las escenas finales de su película Manhattan, Woody Allen ennumera las cosas y las personas por las que vale la pena vivir y el primer nombre que menciona es precisamente el de Groucho Marx, a quien homenajea también en la fiesta de los Grouchos de Everybody Says I Love You y en la primera secuencia de Annie Hall ("Hay otro chiste importante para mí que suele atribuirse a Groucho Marx, pero yo creo que aparece antes en El chiste y su relación con el subconsciente de Freud. Dice así, poco más o menos: 'No me interesa pertenecer a club alguno que cuente con alguien como yo entre sus socios'").
  Julius Henry Marx, mejor conocido como Groucho Marx, murió en 1977, y lo hizo de manera tranquila, rodeado por sus seres queridos. Estaba por cumplir los ochenta y siete años.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Otro lindo fin de semana


Fin de semana con Denisse en casa, de ver con ella películas en DVD (The Blues Brothers, Amadeus, Nemo) y la final del fut nacional (merecido el título para el Toluca, pero me hubiera gustado que lo ganara Cruz Azul), de ir a Tlalpan a visitar a mi mamá y a mis hijos (y por ende a mi hermana Ivette y su hijo Carlos y a Rosa, Rosita, Dereck y Hallet), de muchas risas, charlas, buenos momentos y hasta un poco de chamba. Un fin de semana tranquilo y plácido. Las dos fotos que aquí publico son del día del bazar de arte en la casa de Talía, el 29 de noviembre pasado. En la primera, aparecemos Denisse y yo con el buen Alberto Villacorral y en la segunda se ve a Denisse en uno de sus típicos raptos de locura (aquí en su papel de Jango Fett, de La Guerra de las Galaxias).

sábado, 13 de diciembre de 2008

Preguntas a Carlos Slim*


Por inconfesables razones, el otro día me metí al sitio en internet de Sanborns y vi que existe un link para entrar a la página de Carlos Slim. No dudé en asomarme y al descubrir que era posible dejar comentarios, le escribí -a sabiendas de que otra persona y no él leería mi mensaje- que me encantaría hacerle una entrevista en la cual pudiésemos charlar sobre temas que nada tuvieran que ver con la economía y la política. Ayer viernes, a mi correo llegó un amable y esperable mensaje del administrador de la página, para decirme que “lo lamentamos mucho, pero el ingeniero Carlos Slim no está dando entrevistas individuales por el momento”.
Dado que la mencionada entrevista no se llevará a cabo, transcribo aquí algunas de las preguntas que me hubiera gustado hacerle al empresario.
1. ¿Le gusta la música, cuál género es su favorito?
2. Usted pertenece a la primera generación que creció con el rock (cuando se grabó “Rock Around the Clock” tenía dieciséis años y cuando los Beatles llegaron a los Estados Unidos tenía veinticinco). ¿Escucha ese tipo de música? ¿Cuáles son sus grupos y sus álbumes más entrañables?
3. ¿Es usted un buen lector? ¿Cuáles son sus escritores favoritos?
4. ¿Se considera un cinéfilo? De ser así, ¿cuáles son sus películas favoritas de todos los tiempos y a qué directores sigue más?
5. ¿Se da tiempo para ver la televisión? ¿Cúales son, sinceramente, sus programas predilectos?
6. Hasta donde sé, le gusta el futbol y su equipo favorito son los Pumas de la Universidad. ¿Qué considera usted que se necesita para que el futbol mexicano esté al nivel del de otras latitudes más desarrolladas?
7. ¿Cómo es la vida cotidiana de un hombre como usted en los días de asueto? (¿Tiene usted días de asueto?). ¿Se da tiempo para salir a la calle, para comerse unos tacos? ¿Alguna vez se ha subido al metro del DF?
8. ¿Piensa que algún día recobrará México la estabilidad, la tranquilidad y la paz de antes? ¿Ayudaría la difusión de la cultura para lograr esos objetivos?

*Publicado hoy en mi columna "Cámara Húngara" de Milenio Diario.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Mis veinte humoristas favoritos


Pocas cosas admiro más en la gente que su genuino sentido del humor, de la ironía fina, del sarcasmo elegante. Así pues, diré que la lista de mis veinte humoristas favoritos de la historia en diversas áreas del arte es más o menos como sigue: Jonathan Swift, Voltaire, Molière, Oscar Wilde, Miguel de Cervantes Saavedra, José Joaquín Fernández de Lizardi, Groucho Marx, Harold Lloyd, Germán Valdés Tin Tan, Charles M. Shultz, Héctor Lechuga, Alejandro Suárez, Los Polivoces, Frank Zappa, Woody Allen, Jorge Ibargüengoitia, John Belushi, Jim Henson, Andrés Bustamante y Jerry Seinfeld. Me faltan muchos más, claro, como buena parte del equipo que a lo largo de los años ha hecho Saturday Night Live; la gente del Monty Phyton; los tres compañeros de Seinfeld; actores de la época de oro del cine mexicano como Joaquín Pardave, los Hermanos Soler, Sara García, Óscar Pulido y el propio Pedro Infante (todos ellos grandiosos en la comedia) o los histriones que acompañaban a "Tin Tan" cuando filmaba con Gilberto Martínez Solares (desde Juan García y Tun Tun hasta Vitola y, claro, Marcelo) o series de tele como Two and a Half Men o Married with Children, así como un sinfín de caricaturistas, desde Rius, Garci y Trino hasta Fontanarrosa y Quino. Excluyo a propósito a Charles Chaplin con todo y su genialidad (sorry), a Cantinflas (aunque en Ahí está el detalle estuvo sublime) y al insoportable Chespirito (jamás entendí y jamás entenderé su humorismo "blanco"). Tampoco incluí, claro, a quienes hacen humorismo involuntario, desde George W. Bush hasta Vicente Fox.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Evaluación de la segunda encuesta


Ciento setenta lectores participaron en la encuesta que puse en el blog, para saber si prefieren el regreso de La Mosca en la Pared como revista impresa o revista en línea. El sesenta y siete por ciento (ciento quince) votaron por tener la publicación en papel, treinta y tres personas eligieron cualquiera de las dos formas y sólo diez se inclinaron por la opción en la red. Hubo -¿cómo ignorarlos?- doce votos por ninguna de las dos alternativas, lo que interpreto como que no desean el retorno de La Mosca, una opción muy válida por supuesto. En los terrenos de la realidad posible, les diré que quienes optaron por la revista impresa podrían ver su idea convertida en realidad, pero sólo a mediano o largo plazos. Por el momento, vaya paradoja, la posibilidad más clara es la que obtuvo menos votos (aunque sumados a los de la doble opción llegan a cuarenta y tres sufragios). Como sea, la pequeña encuesta me ha resultado muy útil. Muchas gracias a todos quienes participaron.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Gran venta navideña de discos


¡Me deshago de otra parte de mi colección!

El próximo sábado 20 y el domingo 21 de diciembre, de doce del día a seis de la tarde, más de doscientos discos compactos originales a 25 pesos la pieza.

Rock clásico, punk, metal, alternativo, indie, jazz, pop, blues, grunge y otros géneros en inglés y en español.

Además, discos de vinil y un buen número de películas en DVD.

También, ejemplares de mi novela Matar por Ángela.

Interesados, hacer cita conmigo en hgmichel55@yahoo.com.mx para proporcionarles mi teléfono y quedar de acuerdo.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mis ídolos: 2. Jorge Ibargüengoitia. El penúltimo boy scout


Si alguien me preguntara quién es mi escritor mexicano favorito, no tendría demasiadas dudas para mencionar el nombre de Jorge Ibargüengoitia. Se dirá que es un pecado tenerlo por encima de gente como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Revueltas o Ricardo Garibay (otros miembros de mi Top Ten), pero mi gusto por la claridad, la amenidad, la agudeza y, sobre todo, el sentido del humor, hace que me incline por el guanajuatense.
  Jorge Ibargüengoitia fue ante todo un literato con alto sentido crítico. El humor de sus novelas, sus obras teatrales y sus artículos periodísticos era de un sarcasmo al mismo tiempo fino y salvaje. Dice Juan García Ponce, quien lo conoció durante su adolescencia, cuando ambos, junto con Manuel Felguérez, eran boy scouts “en un grupo disidente”, que en aquel entonces (finales de los cuarenta) Ibargüengoitia era un rudo y de algúno o varios modos lo siguió siendo como escritor. La manera como utilizaba su agilísima prosa para diseccionar y destazar, para ridiculizar y poner en evidencia a sus personajes -muchos de ellos personeros del poder político y económico, ya fuese a nivel nacional o en el microcosmos de la pequeña provincia (Plan de Abajo es el estado de Guanajuato y Cuévano su capital)-, era su fórmula secreta y no del todo velada para dinamitar la historia y la realidad oficiales, para hacer trizas el mito de las instituciones y del desarrollo estabilizador, en una época anterior a la de la crisis actual, una época en la cual el PRI era amo y señor de este país (nos quedamos con las ganas de leer lo que hubieran sido sus textos sobre los últimos sexenios priistas y los dos primeros gobiernos panistas).

  "Nací en 1928 en Guanajuato, una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma. Mi madre y mi padre duraron veinte años de novios y dos de casados". Así describe Ibargüengoitia, en unas notas autobiográficas, su arribo al mundo o, por mejor decirlo, a un país alucinado y alucinante y por ende muy divertido. Su madre enviudó pronto y el pequeño Jorge creció entre mujeres –su mamá, sus tías- que querían que se hiciera ingeniero (“ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara”) y sí, entró a la Facultad de Ingeniería, pero la dejó a sólo dos años de terminar la carrera (“decidí abandonarla para dedicarme a escribir.  Las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esa decisión"). Se inscribió entonces en Filosofía y Letras, porque quería ser dramaturgo, y tomó la clase de Teoría y Composición Dramática que daba Rodolfo Usigli. Al recibirse (aunque nunca recogió su título), se hizo docente (que no decente) y ocupó el cargo de Usigli, a quien nombraron embajador. Era un maestro muy poco ortodoxo y García Ponce, quien fue su discípulo, recuerda que en una ocasión “nos encargó a sus pocos alumnos hacer una pequeña obra en la que un profesor se ligara a una alumna”. Pero en 1957 todo cambió. Cuenta Ibargüengoitia: “Una mujer con quien yo había tenido una relación tormentosa se hartó de mí, me dejó y se quedó con mis clases”. La mujer en cuestión era Luisa Josefina Hernández, su amor imposible, a quien todos los que la conocieron en esos días coinciden en describir como una hembra inteligentísima, bellísima y altamente seductora.
  Ibargüengoitia también hacía crítica de teatro y según Juan García Ponce “las críticas teatrales de Jorge eran verdaderas obras maestras. Redujo el teatro mexicano a su auténtica dimensión: la estupidez. Recuerdo una crítica sobre Landrú, de Alfonso Reyes, que escandalizó a Antonio Alatorre. Jorge usaba como título: ‘El Landrú cachondón de Alfonso Reyes’”.

  En 1962, nuestro héroe publicó la obra El Atentado, con la cual ganó el premio Casa de las Américas, y a partir de allí, paradójicamente, decidió hacerse novelista. Los relámpagos de agosto (1965) fue su primera novela y la que lo llevó a comprender que había elegido el mejor camino: “No me permitió ganar dinerales pero cambió mi vida, porque me hizo comprender que el medio de comunicación adecuado para un hombre insociable como yo es la prosa narrativa". Farsa feroz acerca de la revolución mexicana, en Los relámpagos de agosto está ya el Jorge Ibargüengoitia gran escritor y gran satírico.
  También le dio por hacer cuentos, lo cual derivaría en su espléndido libro La ley de Herodes de 1967. Además, fue precursor de lo que hoy hacen cada viernes, en Milenio Diario, los pasados de "El Pasón". Sobre ambos aspectos, dice García Ponce: “empezó a escribir cuentos en la revista Snob, de la que Salvador Elizondo era director y yo director artístico y además destacó por su habilidad para encontrar fotografías ridículas a las que les ponía pies que cambiaban su sentido, dándoles un valor crítico en broma”.
  Vendrían en adelante otras obras estupendas: las novelas Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1975), Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1982) -las últimas cuatro forman parte de lo que podríamos llamar las novelas del Plan de Abajo, por desarrollarse, aunque en diferentes épocas, dentro de la geografía de esa ficticia entidad federativa tan parecida a Guanajuato- y los volúmenes recopilatorios de sus artículos publicados básicamente en Excelsior y Vuelta. De entre estos destacan Viajes a la América ignota (1972), Sálvese quien pueda (1975), Autopsias rápidas (1988) e Instrucciones para vivir en México (1990).
  A Ibargüengoitia no le gustaba que lo consideraran un simple humorista y tenía toda la razón, ya que se trataba de un escritor serio y riguroso, ordenado y meticuloso. Como persona también era serio, aunque con sus amistades más íntimas era bastante dado al relajo. “Jorge era serio a veces, entrañable siempre e irrespetuoso de todo lo establecido”, cuenta García Ponce. “Cuando sus lectores lo consideraban humorista en tanto escritor, él decía que no había intentado eso nunca y era verdad: le bastaba con ser fiel al retrato de la realidad, a la que sabía juzgar con mucho acierto en el tono. Le agradaba comer bien y beber bien, le gustaban las mujeres y la amistad, odiaba al mundo moderno -nunca aprendió a manejar, por ejemplo. Fue muy delgado de joven y describía con mucho humor la manera en que empezó a ser gordo, diciendo que lo primero que le engordó fueron los pies y la gordura le fue subiendo”.

  El escritor decidió irse a vivir a París junto con su esposa, la pintora inglesa Joy Laville –quien ilustró las portadas de todos los libros que publicó en Joaquín Mortiz- y en la capital francesa se dedicó a trabajar de manera muy intensa en la que sería su séptima novela, situada según se sabe en la época de Maximiliano y Carlota. Por eso, cuando le llegó la invitación para un encuentro de escritores en Bogotá, se mostró reacio a asistir. De última hora decidió hacerlo y abordó el fatídico avión que se estrellaría en Madrid, hace veinticinco años. Se dice que llevaba consigo el borrador de su novela, el cual se consumió con él. En el mismo vuelo viajaban los escritores Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza, así como la actriz Fanny Cano.
  Dice, otra vez, García Ponce: “Me imagino a Jorge bebiendo en el avión. Aquí en México un periodista me entrevistó después de su muerte para que hablase de él. Conociendo la estupidez de algunos periodistas, le dicté el artículo hasta con puntuación y después, en conversación privada, él, con la característica estupidez de los periodistas en busca de comentarios sensacionalistas, me dijo que de Jorge sólo habían encontrado los zapatos. ¿Qué me importaba eso a mí, si lo decisivo era que Jorge ya no existía?”.
  Al parecer, Juan García Ponce era el último boy scout. El penúltimo fue Jorge Ibargüengoitia.

lunes, 8 de diciembre de 2008

El nazi de la sopa


Denisse y yo pasamos ayer un domingo casero y en buena parte televisivo. Nos pusimos a ver capítulos de Seinfeld, entre ellos un clásico de la séptima temporada: "The Soup Nazi". Me encantó verlo con mi niña y escuchar sus risas ante las angustias de Jerry Seinfeld, Elaine Benes, George Costanza y Cosmo Kramer, los cuatro cinicazos y estupendos personajes de esa serie de la cual soy un rendido admirador y seguidor, a pesar de que dejó de trasmitirse a finales de los años noventa (Sony la sigue pasando). Gozar de las peripecias neoyorquinas de ese cuarteto y hacerlo con Denisse a mi lado resultó un placer extra.

Respecto a este capítulo en particular, sin duda es uno de mis favoritos si no el mejor y más redondo para mí (aunque hay otros igualmente geniales, como "The Hamptons", "The Bubble Boy" o "The Opposite", entre tantos más). Pero "The Soup Nazi" tiene todos los elementos para convertirlo en un imperdible. No sólo por el conflicto central y la guerra que se desata entre el cocinero y la desafiante Elaine (quien al final resulta victoriosa), sino también por la historia secundaria del armario (l'armoire) que se roba una pareja de absurdos y exquisitos ladrones gays. Uno no para de reír con esta historia tan bien escrita y resuelta. Una verdadera joya de la comedia televisiva de todos los tiempos.
Al final, no queda más que preguntarse por qué en México no se puede hacer tele de humor tan inteligente, irónica y fina, en lugar de meras colecciones de albures y palabras de doble sentido. En alguna época se hizo algo (Domingos Hérdez, Ensalada de locos, Los Polivoces, La carabina de Ambrosio), pero todo el ingenio se perdió. Es una pena.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Una cena en familia


Anoche tuvimos cena familiar en mi deptito. Vinieron mi hermana Myrna con su esposo Jorge y sus hijos Axel y Leyla, además de mis amados chilpayates Alain y Jan, mi linda y querida nuera Hallet (no, no están casados) y mi adorada Denisse. La pasamos más que bien en la charla, la chorcha, la comilona y la bebida. Buena música de fondo, risas, bromas, en fin. Todo muy relajado y tranquilo. Nos tomamos fotos y nos dimos cuenta de que deberíamos hacer esto más seguido. Una noche preciosa y la mar de divertida.