martes, 28 de febrero de 2017

Qué cosa tan ingrata

Pequeña escandalera (¿o más bien skandalera?) se armó luego de que los integrantes de Café Tacuba (los cursis les dicen Los Tacvbos) anunciaron que en sus conciertos dejarán de cantar su célebre (y a mi modo de ver musicalmente horripilante) composición “Ingrata”.
  La decisión la habrían tomado al darse cuenta (como 20 años después) de que la cancioncita de marras (en la que su gritante alcanza insoportables notas agudas que deja escapar con un timbre inauditamente chillón) contiene en su letra frases que podrían tomarse como antifeministas y que incluso incitarían a la violencia contra las mujeres.
  En realidad no es que de pronto se hayan percatado de tamaña circunstancia. La súbita autocensura se dio luego que un reportero del diario argentino La Nación les planteara el tono machista y feminicida de la famosa tonada, a lo que su líder, Rubén Albarrán, respondió con su curiosa sintaxis que “éramos bien jóvenes cuando se compuso y no estábamos sensibilizados con esa problemática como ahora todos sí lo estamos. Creo que es un momento de repensar si la vamos a seguir tocando o si le cambiamos la letra. Porque ahora sí estamos sensibilizados, sí sabemos del problema. Y yo, personalmente, no estoy interesado en apoyar eso. Mucha gente puede decir que es sólo una canción. Pero las canciones son la cultura y esa cultura es la que hace que ciertas personas se sientan con el poder de agredir, de hacer daño, de lo que sea”.
  Claro que pudieron simplemente dejar de tocarla y no hacer mayores aspavientos, pero... ¿y la mercadotecnia, papi? Astutamente, los muchachones decidieron proclamar este acto de autocensura en aras de la corrección política, algo que hoy día resulta muy redituable en términos de publicidad y ventas (aunque en aras del buen gusto, yo les sugeriría, sin mala intención de mi parte, que dejaran de tocar algunas canciones más de su repertorio; no por incorrectas, no: tan sólo por malitas).
  ¡Tan tan!

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 27 de febrero de 2017

Los 50 de Ivette

Con Ivette, en Tlalpan, 1969.
El tiempo que pasa, el tiempo que corre. Hoy mi hermana más chica, María Ivette, cumplió 50 años de edad. Medio siglo ya. Nació cuando yo tenía 12 años y cursaba el primer año de secundaria. Nació el mismo año en que cayó una nevada histórica en el entonces Distrito Federal (de hecho, nevó pocas semanas antes de que ella naciera). Nació el mismo año en que los Beatles grabaron el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, los Stones el Their Satanic Majesties Request, Jefferson Airplane el Surrealistic Pillow y The Velvet Underground, Jimi Hendrix y The Doors sus respectivos discos debut. Nació el año en que Procol Harum dio a conocer "A Whiter Shade of Pale" y The Turtles "Happy Together".
Con mis dos hermanas, Myrna e Ivette, en 2011.
  Esotérica y aficionada a la ufología, vive con su hijo Carlos en la casa de mi mamá, a las que cuida y hasta padece, porque a sus 95 nuestra querida madre de pronto es tan caprichosa y latosa como una chiquilla de cinco años.
  50 años cumple Ivette y me hace feliz verla como una mujer trabajadora, empeñosa y luchona; también de pronto un poco delirante con sus ideas paranormales.
  Pero nos seguimos llevando muy bien y, lo más importante, nos queremos.

domingo, 26 de febrero de 2017

Mad Men, las siete temporadas


La verdad no sé cuánto tiempo tardé en ver las siete temporadas (no lo hice de manera continua) de esta grandísima serie, pero al fin hoy termininé el último capítulo de la séptima.
  ¿Qué decir de Mad Men que no se haya dicho ya? Las aventuras (por llamarlas de alguna manera) de Don Draper y sus colegas publicistas durante nueve años de los años sesenta es una especie de anti epopeya en la que conocimos todos los tejemanejes, las trampas, las ambiciones, las traiciones, las corruptelas y las pasiones que hay en ese mundo en apariencia tan gris y sin chiste; pero también vimos las debilidades, la fragilidad, el dolor, las penas, las frustraciones, los anhelos, la ternura, el amor de esos personajes tan singulares que en su mayoría terminan por convertirse en seres entrañables a los que se empieza a extrañar en el momento en que concluye esa séptima temporada.
  En cuanto a la producción de este programa creado por Matthew Weiner, sólo cabe decir que es impecable, con un casting fenomenal, guiones de excelencia (con diálogos de antología), historias delirantes y una fotografía en la que cada encuadre es una obra de arte casi pictórica.
  Voy a extrañar a Don, a Peggy, a Peter, a Joan, A Richard, a Betty, a Sally, a Megan y tantos otros personajes que poblaron los más de 90 capítulos de la emisión. Vale la pena verla y reverla.

sábado, 25 de febrero de 2017

AMLO presidente

Así lo ven ya varios opinadores en los medios, quienes aseguran que Andrés Manuel esta vez se llevará la quiniela y que los demás candidatos sólo servirán como comparsas en la peculiar campaña por la presidencia que acontecerá el año próximo por estos lares tan alejados de Dios y tan cercanos a las mandíbulas de Donald Trump (pobre México, decía don Porfirio –y no Muñoz Ledo).
  ¿En qué se basan esos doctos columnistas, similares y conexos para vaticinar que Palacio Nacional tendrá como próximo inquilino al enemigo implacable de la siniestra mafia en el poder que nos atosiga y nos aplasta? Básicamente en dos puntos: que las encuestas actuales lo favorecen y que algunos sectores del empresariado empiezan a apoyarlo. ¿Será?
  No se emocionen, jóvenes. Take it easy, morenazos. Claro que en estos momentos las encuestas (¿ahora sí son confiables?) ponen a la cabeza de la caballada a López Obrador. Pues cómo no, si es el único candidato definido (aunque no lo sea legalmente, lleva tres lustros de jugar el mismo papel protagónico). No obstante, dicen doña lógica y doña prudencia (dos señoras muy poco respetadas en este país) que habrá que esperar a que los demás partidos (es decir, los que no son Morena) determinen a los suyos y entonces sí veremos quién es who.
  En cuanto a los empresarios que apoyan al de Macuspana, pues así como que muchos no son y dudo que la Concanaco, la Coparmex y demás corporaciones del mismo tipo se sumen al proyecto morenaico. Pero también habrá que ver.
  Está bien que los fans fatales de AMLO canten victoria anticipada. Lo mismo hicieron en 2006 y 2012 y ya ven cómo les fue. Dicen que ésta es la buena y que la tercera es la vencida. No lo sé, puede ser, a lo mejor, tal vez, quién sabe… (el filósofo Capulina dixit).
  Finalmente, yo presiento que para sorpresa de muchos aparecerá otro candidato que pondrá a temblar a don Peje y varios más. Tengo la corazonada. Es cosa de que dicho personaje se decida a dar el gran paso. Ojalá.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 24 de febrero de 2017

The Dukes of Stratosphear / Chips from the Chocolate Fireball (1987)

En realidad, los Duques de la Estratósfera no eran otros que los integrantes de XTC, quienes realizaron un par de discos que parodiaban a la psicodelia sesentera pero lo hicieron de manera genial y exuberantemente viajada. Este álbum funde esos dos trabajos anteriores: el EP 25 O’Clock y el LP Psonic Psunspot. Irónicamente, es este uno de los mejores álbumes psicodélicos de la historia.

Mejor tema: “What in the World?”


jueves, 23 de febrero de 2017

El álbum negro de Metallica

El mayor golpe de timón en la historia de Metallica. El disco que les significó perder a miles de seguidores a cambio de ganar millones… de fanáticos y de dólares. Metallica (1991) es el álbum más polémico de la agrupación, su entrada a las grandes ligas del superestrellato y su salida (por expulsión y autoexpulsión) de las oscuras sendas del metal subterráneo.
  Intoxicado quizá por los excesos experimentales de …And Justice for All (1988), el cuarteto optó por dar un giro radical y dirigirse a lo básico. Había que simplificar su música, escribir canciones más cortas; si eso les redituaba una mayor comercialidad, no hallaron razón para rehusarse. Así, Hetfield, Ulrich, Hammett y Newsted volvieron a correr otro riesgo, pero esta vez en sentido contrario al que corrieron con Ride the Lightning (1984). De pronto, el factor melódico cobró una mayor importancia y así surgieron composiciones más accesibles para el gran público.
  Sin perder su esencia metalera, conservando parte de su fuerza thrashera pero dando evidentes concesiones, surgieron temas como “Enter Sandman”, “Sad But True”, “Wherever I May Roam” y sobre todo “Nothing Else Matters”, con las cuales escandalizaron a las buenas-malas conciencias de sus viejos seguidores, quienes los acusaron de traición de lesa metalidad.
  A la comercialidad de Metallica contribuyó sin duda el productor Bob Rock, quien dio al disco un sonido pulido, muy alejado de las “sucias” grabaciones de las cuatro obras anteriores del grupo. A pesar de la condena del sector más ortodoxo de los fanáticos de Metallica o tal vez por ello, este disco significó de una u otra manera una nueva provocación que influyó en el heavy metal y cambió la dirección del mismo -¿para bien, para mal?- de manera irreversible.

(Reseña que escribí originalmente en el Especial No. 2 de La Mosca en la Pared, publicado en agosto de 2003)

miércoles, 22 de febrero de 2017

Desayuno (para recordar a Eusebio), comida y cena

Desayuné ayer con Porfirio Romo, mi editor de Lectorum y editor también de varios escritores, entre ellos Eusebio Ruvalcaba. Estuvimos haciendo remembranzas y me contó algunos detalles de cómo sucedió el fallecimiento de nuestro recordado y muy querido amigo (amigo en todos los sentidos de la palabra). En fin, un desayuno melancólico pero muy grato.
  Ya en la noche vi a mi queridísima Paulina y hoy comí con Joel Aguirre, antiguo compañero de trabajo mío, quien me compró un ejemplar de Emiliano (Porfirio también lo hizo, por cierto) y me invitó a comer comida china en avenida Revolución, cerca de Tacubaya. Ya en la noche vino a cenar mi querida amiga regiomontana, Trilce Acosta, y todo estuvo más que bien. Ah, ella también me compró un ejemplar de la novela, tal como se ve en la foto.

martes, 21 de febrero de 2017

Zappa frente a Trump

Donald Trump sigue siendo noticia. Noticia pesadillezca, pero noticia al fin y al cabo. Sus absurdas y tronantes declaraciones, sus amenazantes órdenes ejecutivas y sus delirantes tuits han hecho, en tan sólo un mes como presidente de los Estados Unidos, que el mundo entero lo mire con asombro y terror.
  ¿Hasta dónde van a llegar este enloquecido sujeto y sus lunáticos asesores y subalternos? No lo sabemos, aunque lo podamos imaginar o cuando menos intuir.
  Frente a semejante bruto, cuánta falta hace una de las mentes más lúcidas que dio la música del siglo pasado, un genio creativo que además de su obra como compositor e intérprete, fue capaz de desarrollar una completa visión crítica sobre la sociedad estadounidense en general y sobre sus sectores más retrógrados e ignorantes (esos mismos que representa Trump) en particular.
  Hablo de Frank Zappa, quien desde su primer disco, el álbum doble Freak Out de 1966, realizó una sátira implacable acerca del american way of life y puso al descubierto las múltiples estupideces de una sociedad conservadora, racista, fanática y llena de prejuicios atávicos.
  Zappa falleció en 1993 y es alguien que hoy nos hace mucha falta, no sólo como músico sino como crítico social. Si actualmente el programa Saturday Night Live se ha convertido en una especie de partido de oposición ante la amenaza que representa el hombre anaranjado, con Alec Baldwin y Melissa McCarthy como espléndidos adalides, el buen Frank sería su complemento perfecto en el uso del humor como arma invencible y aunque él ya no está con nosotros, habrá que recurrir a sus frases y sus ideas para confrontar al amenazante troglodita que despacha en el Salón Oval de la Casa Blanca.
  Una buena manera de hacerlo es viendo el documental Eat That Question, Frank Zappa en sus propias palabras que este jueves 23 se estrenará de manera gratuita en Las Islas de Ciudad Universitaria, en el marco del FICUNAM 2017. No se la puede usted perder.

(Publicado el día de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 20 de febrero de 2017

En Milenio Radio

A partir de hoy, voy a estar cada semana en Milenio Radio (al parecer cada lunes) para hablar sobre política, teniendo como base mi columna "Cámara húngara" del sábado inmediatamente anterior. Me entrevistará la conductora regiomontana de noticias María Elena Meza Gutiérrez. Hoy fue mi primera intervención y hablamos del riesgo que representa Andrés Manuel López Obrador para la democracia y la libertad de expresión. Creo que quedó muy bien y puede escucharse aquí: entrevista Hugo García Michel.
  Ojalá sea algo bueno y duradero.

domingo, 19 de febrero de 2017

Segundo domingo sin ella

Demasiado silencio, demasiada calma en este hogar que durante cinco meses y dos días presentó otro ambiente. No sé si lo prefiero así o no. Sobre todo porque la mayor parte de estos últimos veinte o veintidós fines de semana se caracterizaron por la tensión y a veces por el franco dolor. Hubo muy pocos que pueda rememorar con una sonrisa. Aun así, extraño su presencia. Ni hablar.

sábado, 18 de febrero de 2017

La imposible unidad nacional

Era uno de los dogmas más preclaros en la época del priismo absoluto (la famosa dictadura perfecta que decía Mario Vargas Llosa). Lo repetían presidentes de la república, gobernadores, senadores, diputados, alcaldes y dirigentes del todopoderoso partidazo: la unidad nacional. Un dogma que se quería imponer a base de palabrería y demagogia, una utopía (¿o distopía?) que, según indica nuestra historia, jamás habrá de lograrse.
  Aquel viejo lema que ya parecía rancio y anticuado ha sido rescatado en días recientes, como una manera de enfrentar entre todos el enorme peligro que representan los delirios esperpénticos de Donald Trump. Sin embargo, de nueva cuenta quedó demostrado que la unidad entre los mexicanos resulta prácticamente imposible, incluso con el hombre naranja blandiendo el gran garrote en nuestras narices.
  ¿Cómo pretender dicha unidad si desde que México se inauguró como nación independiente, en 1821, siempre ha sido un país dividido y en abierta o potencial guerra civil? El siglo XIX fue el de la lucha fratricida y feroz entre liberales y conservadores. El encono resultó aún mayor en la etapa revolucionaria (la famosa bola) que va de 1910 a 1936, es decir, del estallido maderista hasta la expulsión de Plutarco Elías Calles por el presidente Lázaro Cárdenas. Vendrían los largos años de la pax priista, en los que la unidad nacional fue exigencia para mantener una forzada calma fundamentada en el presidencialismo omnímodo y controlador de las masas, más un poco de represión selectiva que se les fue de las manos en 1958, 1968 y 1971.
  A partir de 1994, el divisionismo comenzó a crecer hasta alcanzar grandes proporciones en 2006 y 2012. Los más recientes cuatro o cinco años muestran a una sociedad mexicana fracturada, en la que los odios abiertos surgen todo el tiempo e incluso son fomentados por algunos actores políticos.
  Así que, ¿unidad nacional? ¿Hoy día? Imposible sueño guajiro. Si Trump cumple sus amenazas, nos agarrará más divididos que nunca.
  Pero pos así somos.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 17 de febrero de 2017

Foghat / Foghat (1972)

Como una derivación de Savoy Brown, Foghat fue un grupo emblemático del rock blues de los años setenta. Potente, espectacular, su primer disco es una joya de algo que podríamos llamar hard boogie y que aquí se manifestó a plenitud para concretarse más tarde en el fabuloso Foghat Live de 1977.

Mejor tema: “Maybellene


jueves, 16 de febrero de 2017

Los densos Flaming Lips

Con su nuevo y espeso álbum, Oczy Mlody (Warner Music, 2017), The Flaming Lips regresa a la música densa y elaborada de sus álbumes Embryonic (2009) y The Terror (2013). Oczy Mlody (que en polaco significa “los ojos de los jóvenes”) ciertamente es más melódico que sus dos mencionados antecesores, mas no se aparta de esa música que avanza con pesada lentitud, con instrumentaciones eclécticas que remiten lo mismo al rock progresivo que al hip-hop con arreglos orquestales que por fortuna nunca resultan pomposos.
  Estamos frente a un estupendo disco, en el que Wayne Coyne y compañía dan rienda suelta a su inagotable inventiva cuasi psicodélica (hay momentos muy al estilo del Pink Floyd de Syd Barrett), con esas voces agudas que suavizan un poco las atmósferas siniestras y acercan la música a un pop rock experimental de altísima calidad.
  Más electrónico que acústico, con muchas bases de sintetizadores, Oczy Melody vive sus mejores momentos con temas como “There Should Be Unicorns”, “Nigdy Nie (Never No)”, “How??”, “One Night While Hunting for Faeries and Witches and Wizards to Kill”, “Listening to the Frogs with Demon Ayes”, “We a Family” (en la que los Flaming Lips vuelven a colaborar con la cantante pop Miley Cyrus, tal como lo hicieron en el peculiar homenaje beatlesco With a Little Help from My Fwends de 2014) y la homónima pieza inicial. Sin embargo, no hay desperdicio alguno en el resto de las doce piezas que constituyen el plato.
  Un denso regreso el de los Labios Flameantes, pero de una densidad más que atrayente y paradójicamente luminosa.

(Publicado en "Acordes y desacordes", el sitio de música que coordino para la revista Nexos)

miércoles, 15 de febrero de 2017

20 años de Tempestad

El segundo trabajo discográfico de La Barranca muestra de manera más clara aún que su álbum debut, El fuego de la noche (1996), las características letrísticas y musicales de esta agrupación que durante más de veinte años se ha transmutado, ha mudado de integrantes (con la obvia excepción de su creador, líder, cerebro y corazón, José Manuel Aguilera), ha evolucionado a lo largo de una decena de discos sin perder en momento alguno dos cosas fundamentales: su coherencia y su estilo.
  Tempestad (BMG Ariola, 1997) es quizá la obra por antonomasia de La Barranca. En 1997, el grupo estaba conformado por Jorge “Cox” Gaitán en violín, guitarras, bajo, stick, maracas (sic) y coros; Federico Fong en bajo, stick, percusiones, piano, programación y coros; Alfonso André en batería, percusiones, programación, sampleos y coros; José Manuel Aguilera en guitarras eléctricas y acústicas, jarana, loops, percusiones, programación, coros y voz principal. Semejante parafernalia instrumental se traduce en una catorcena de canciones en las cuales ya está plenamente presente el muy característico sonido del conjunto.
  Desde siempre, la música de La Barranca me ha dado una sensación de oscuridad. Algo semejante me pasaba con Jim Morrison y The Doors, aunque ambas agrupaciones –en apariencia– poco pudieran tener en común. Escuchar Tempestad es como adentrarse en un largo, profundo y húmedo túnel de piedra fría y resbaladiza, al final del cual no se halla la luz sino una mayor y más acentuada negrura. Pero es una negrura que se traduce en extraña belleza, esa belleza que dan las elaborados armonías que desarrolla el grupo en numerosos pasajes del disco.
  El rock de La Barranca tal vez sea el más mexicano que haya hecho agrupación nacional alguna. Lejos de cualquier folclorismo, sin pretensiones de convertirse en mexican curious de exportación, sin caer en baraturas artesanales, sin recurrir a ritmos pegajosos y bailables, sin perder jamás su esencia rocanrolera, el grupo suena a México –y este álbum es una clara muestra de ello– sin dejarse seducir por el patrioterismo musical. No hay aquí huarachismos a lo Café Tacuba o falsos y populistas “rescates” urbanos a lo Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio o juangabrielismos a lo Caifanes-Jaguares. Es ese sin duda uno de los grandes méritos de Aguilera y sus distintas formaciones: hacer un rock tan profundamente enraizado en la identidad mexicana que de manera perfecta resulta universal.
  Una de las grandes virtudes de Tempestad es que carece de fisuras, Los catorce cortes se encuentran tan bien ensamblados que el interés jamás se pierde a lo largo de los cincuenta minutos y pico que dura el plato. Desde el arranque, con la ya clásica “Día negro” (“Hoy no es un día común, hoy es un día negro / la realidad otra vez muestra su rostro siniestro”), el álbum nos ofrece una propuesta que se inclina por la expresión artística sin que parezcan importarle modas, tendencias o exigencias mercantilistas.
  Entre las composiciones a destacar están la intensa “La caída”, la enigmática “El velo”, la sensualmente acompasada “El desafío”, la hipnotizante “El faro”, la preciosa y sutilmente llena de gracia “El gran pez”, la muy rocanrolera “Perla” y la concluyente y majestuosa “Como una sombra”.
  Tempestad es la obra maestra de La Barranca, un disco que navega a través de mares procelosos y al final, cada vez que se le escucha, llega siempre a buen puerto.

(Publicado el día de ayer en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

martes, 14 de febrero de 2017

La Generación Timbirruca (y 3)

En mis dos columnas anteriores me referí a la manera como Raúl Velasco, por medio de su inefable Siempre en domingo, determinó los gustos musicales de toda una generación, la Generación Timbirruca, y de cómo los intérpretes del rockcito actual abrevaron de esa fuente que determinó sus influencias.
  Sin embargo, esas influencias no se limitan a la balada ochentera, la cumbia chafa, la movida española, el pop argentino y chileno, las mafufadas folcloroides a lo Tigresa del Oriente o la música grupera. Existe una influencia mayor que extrañamente no ha sido reconocida como es debido por los seudo roqueritos que hoy padecemos y que los permeó de manera evidente. Me refiero a la sombra inconmensurable de los grupos infantiles manejados por los hermanos De Llano Macedo, Luis y Julissa, propuesta archicomercial y exitosísima que tuvo a la Banda Timbiriche como su principal baluarte, seguida por Microchips, el grupo Vaselina y algunos conjuntillos menores como Fresas con Crema et al.
  ¿Por qué los roquerines nacionales que adoran a Sandro de América, los Ángeles Azules, los Tigres del Norte y hasta Cepillín reniegan de Timbiriche? ¿Por qué el Vive Latino no le ha rendido a esta agrupación el homenaje que tanto le debe como pionero del rockcito?
  Lo digo absolutamente en serio. Porque, de hecho, la música de Timbiriche es más rocanrolera que la de cualquier grupo o solista actual, tipo Enjambre, Carla Morrison, Little Jesus o Caloncho. Esto se debe, claro, a que Luis de Llano y Julissa sí gustaban del rocanrol y trataron de infundirlo en aquellos chavitos. No lo lograron del todo, pero algo quedó sin embargo.
  Por simple y elemental congruencia, urge que se haga un disco tributo a Timbiriche (imagínese a Saúl Hernández cantar, por ejemplo, “Con todos menos conmigo”) y que el “Vive” los invite como estelares en su siguiente edición.
  ¡Reconózcase ya a los hermanos De Llano Macedo como los verdaderos padres del rockcito a la mexicana!

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 13 de febrero de 2017

Con el ingeniero Cárdenas

A raíz de mi columna "Cámara húngara" del sábado pasado en Milenio ("Anímese, ingeniero"), el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas tuvo la amabilidad de invitarme a su casa y hoy nos vimos por la tardenoche. Habíamos hablado un par de veces por teléfono hace algún tiempo, pero no nos conocíamos en persona. No contaré por ahora los pormenores de lo que platicamos, pero puedo decir que tanto él como su esposa Celeste y su hija Camila me recibieron y me trataron magníficamente. Amables, afectuosos, sencillos, fue una visita la mar de agradable. Si ya tenía una buena impresión del ingeniero, ahora esta se hizo mayor.
  Le regalé y le dediqué mi novela Emiliano y el tuvo a bien regalarme y dedicarme su reciente libro Cárdenas por Cárdenas. Fue una tardenoche espléndida con un detalle final de su parte que le agradezcó sobremanera. Políticos como él ya no hay (sólo lo compararía con Heberto Castillo, otro ingeniero y buen amigo de Cuauhtémoc). Ojalá de veras se anime.

domingo, 12 de febrero de 2017

Eusebio por la mañana

Ilustración: Óscar Castro.

Cuesta trabajo. Cuesta dolor. Cuesta tristeza que vaya cayendo el veinte.
  Aunque ya sabía del hematoma cerebral que cuatro semanas antes lo había llevado al quirófano, las noticias sobre su salud post operatoria eran escasas. Finalmente, en la noche del pasado martes 7 de febrero, la mala nueva comenzó a correr por las redes sociales: Eusebio Ruvalcaba acababa de morir.
  La desaparición de un ser querido siempre será golpeante y un amigo entrañable es un ser querido. Conocí a Eusebio a mediados de los años noventa, cuando ambos compartíamos páginas como colaboradores de la sección cultural de El Financiero que dirigía Víctor Roura. Desde un principio fue cordial y amable conmigo y al descubrir que vivíamos en la misma calle (de peculiar nombre: Once Mártires), en el antiguo pueblo de Tlalpan, fue fácil empezar a encontrarnos para charlar e intercambiar vivencias. Así fue que llegó a invitarme a su casa, donde conocí a su esposa Coral y a sus dos hijos pequeños: León y Érica. Fue por entonces también que lo invité a colaborar en la revista que yo dirigía, La Mosca en la Pared, en la que inició una columna que con el tiempo se convertiría en una de las favoritas de los lectores: “Un hilito de sangre”, título homónimo de su más conocida obra narrativa.
  Nuestra amistad habría de consolidarse cuando escribí mi primera novela, Matar por Ángela, a finales de 1997. Meses antes la había metido a un concurso de Editorial Planeta, pero no obtuvo el premio y como según yo no era tan mala, se me ocurrió pedirle a Eusebio que la leyera. Pensé que me pondría mil pretextos para no verse obligado a padecer semejante suplicio, pero aceptó encantado y le entregué el manuscrito impreso. Pasaron uno, dos y tres meses. Pensé que no lo habría leído y cuando ya me había resignado, me llamó para citarme en un cafecito cercano al parque de La Bombilla, en San Ángel.
  Allá acudí, a las cinco de la tarde en punto del día siguiente, y cuando llegué ya estaba él ahí, acompañado de una mujer muy guapa. Me la presentó. Se llamaba Margarita Cerviño. Eusebio me explicó que había tardado tanto en buscarme porque luego de leer mi escrito quiso tener una segunda opinión y se lo pasó a Margarita, escritora también. Yo esperaba un juicio sumario, pero resultó todo lo contrario. La novela les había gustado mucho y él tuvo incluso la gentileza de decirme que ya se la había recomendado al escritor y editor Sandro Cohen, para que yo fuera a verlo.
  No referiré los avatares que siguieron con el libro, hasta que finalmente fue publicado en 1998 por la editorial Sansores y Aljure.
  A partir de entonces, la relación con Ruvalcaba se volvió más cercana y comenzamos a vernos para desayunar más o menos una vez al mes. Durante muchos años, siempre nos vimos por la mañana. A pesar de la fama de bohemio y bebedor que por entonces él ya tenía, jamás nos tomamos una copa juntos. Sé que suena extraño tratándose de Eusebio, pero así fue. Siempre que nos vimos lo único que bebimos fue algún jugo de fruta... sin alcohol.
  En esos desayunos, primero en el Sanborns de San Ángel y más recientemente en el de Plaza Cuicuilco, hablábamos de muchas cosas, incluso de nuestras cuitas amorosas (que las sufríamos ambos), ya que compartíamos la pasión por las mujeres y los amores difíciles. Él conoció muchos de mis secretos sentimentales y yo conocí algunos de los suyos, mientras nos comíamos unos huevos con tocino o unos chilaquiles con café aguado.
  En realidad, la única vez que recuerdo haberlo visto de noche fue cuando me invitó a tocar, con mi grupo de blues Los Pechos Privilegiados, al Foro Alicia, a la presentación de un libro suyo que le había editado Carlos Martínez Rentería de la revista Generación. El acto se retrasó más de una hora, porque Eusebio y Carlos se fueron a una cantina cercana “para hacer tiempo”, mientras tocaba un horrendo grupo de surf impuesto por el Alicia. Cuando regresaron, venían hasta las manitas y sus intervenciones en la mesa fueron balbuceantes y entrecortadas, aunque muy divertidas. Al terminar y cuando mi grupo se disponía a subir al escenario, Eusebio se me acercó para decirme en evidente estado bukowskiano: “Perdóname, manito, pero mira cómo estoy; yo quería verte tocar, pero creo que mejor me voy a mi casa”. Se fue y tocamos con el foro casi vacío, ante unas 40 personas.
  Aunque es mayormente identificado como un gran escritor de novelas, cuentos y poemas, mi relación con Eusebio tuvo mucho que ver con la música. Hijo del virtuoso violinista jalisciense Higinio Ruvalcaba y de la pianista Carmen Castillo Betancourt, el escritor nacido en Guadalajara en 1951 fue un amante de la llamada música culta, en especial de la obra de Johannes Brahms. Sus libros sobre Mozart y Beethoven son tan recomendables como los de narrativa.
  Después de La Mosca, Eusebio aceptó mi invitación para sumarse, en 2016, al proyecto “Acordes y desacordes”, el sitio de música de la revista Nexos, donde colaboraba con su columna “Alusiones musicales”.
  A principios de enero pasado, me enteré de lo del hematoma cerebral y el martes 7 de febrero por la noche supe que había fallecido, luego de un mes de permanecer entre la vida y la muerte.
  Nos habíamos visto por última vez, para desayunar, en el Sanborns de Cuicuilco, el 18 de febrero de 2016, hace casi un año. Él llevaba un ejemplar de la nueva edición de Matar por Ángela que le dediqué con gusto y yo llevaba un ejemplar de su libro de 2008, Una mosca devastada y deprimida sobreviviendo en un hilito de sangre, que tuvo a bien dedicarme en una página impresa, la 7 (“Para Hugo García Michel, por su paciencia como amigo y como editor”). Esa mañana le agregó una dedicatoria escrita (“Con un fuerte abrazo para mi querido Hugo García Michel, con quien comparto el amor por la belleza. Suyo, Eusebio Ruvalcaba”).
  Me contó que se había separado y que vivía solo, en un pequeño cuarto sin cocina, no muy lejos de ahí. Sobre la diabetes que padecía de tiempo atrás, me comentó que estaba controlada (y aunque se supone que por la enfermedad no podía beber, también me dijo que le gustaba ir los miércoles por la tarde al bar de aquel mismo restaurante, porque los whiskies estaban al dos por uno). Caminamos hasta San Fernando y nos despedimos con un fuerte y afectuoso abrazo, prometiendo que pronto nos veríamos. No fue así, no hubo ocasión de reunirnos de nuevo.

(Publicado hoy en "El Ángel exterminador" de Milenio Diario)

sábado, 11 de febrero de 2017

¡Anímese, ingeniero!

De unos días para acá, la figura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas ha vuelto a estar en el candelero. A raíz de la aparición de su libro Cárdenas por Cárdenas, biografía de don Lázaro escrita por su vástago y editada por Debate, el presidente fundador del hoy maltratadísimo y casi agonizante Partido de la Revolución Democrática ha vertido una buena cantidad de declaraciones críticas acerca de la realidad del país y sobre la izquierda mexicana. Sus palabras han hecho pensar a muchos que el ingeniero está de regreso y en buena forma, como para aspirar a algo que vaya más allá de la mera presentación del volumen sobre su ilustre progenitor. De hecho, hay quienes proponen que regrese a la política activa e incluso que busque ser candidato en las próximas elecciones presidenciales. ¿Buena idea? ¿Mero delirio? Veamos.
  Si revisamos a los hoy presidenciables de los diversos partidos, podemos recordar la vieja frase del nefasto Rubén Figueroa, cuando dijo aquello de “la caballada está flaca” y aunque tal vez no esté tan flaca como en otras ocasiones, no se vislumbra una personalidad de altos vuelos en el panorama político nacional.
  Entre un López Obrador que va por su tercer intento y que en estos momentos encabeza las encuestas (sin que ello sea garantía de cosa alguna), una Margarita Zavala que comienza a descender en las mismas, un dubitativo Mancera y los nombres que se barajan en el PRI (desde Videgaray hasta Osorio Chong) y en los independientes, no hay todavía alguien que pueda convencer realmente a la mayoría de los votantes.
  En ese contexto, me parece que la figura de Cuauhtémoc Cardenas lograría concitar grandes simpatías y quizás amalgamar a muchos que no encontramos opciones convincentes. Su historial personal y político le da un valor indisputable. No veo hoy día a una personalidad más fuerte en el horizonte y aun cuando no se ha pronunciado al respecto, yo le diría con sincero entusiasmo: ¡anímese, ingeniero!

(Publicado el día de hoy en "Cámara húngara", mi columna sabatina en Milenio Diario)

viernes, 10 de febrero de 2017

Bronski Beat / The Age of Consent (1984)

El grupo del peculiarísimo cantante gay Jimmy Somerville debutó con este grandioso disco. Con un feelin’ excepcional que surgía de su garganta, con una voz tan aguda como escalofriante, Somerville demostraba que en su alma traía el blues, a pesar de ser inglés y de que su música era considerada como dance. Impresionante.

Mejor tema: “Why?”


jueves, 9 de febrero de 2017

Por la mañana y por la noche

Por la mañana de ayer, desayuno en la casa de mi querida Irma Larios, con su esposo Mario y mi no menos querido Adolfo Cantú. Es el desayuno anual entre Irma, Adolfo y yo que esta vez se trasladó a la colonia Condesa. Todo muy grato y divertido, sabroso por la comida y por la charla que se volvió polémica entre Bo y Mario al abordar cuestiones políticas y culturales. Todo en plan amistoso y entrañable. Espero que se repita el año próximo.
  Por la noche de hoy, incursión en el bar Debarbas de la Nápoles, con Talía y nuestra mejor amiga mutua, para platicar, convivir, tomar cerveza y escuchar a mis queridos amigos del dueto Faralae, quienes tuvieron a un muy buen guitarrista invitado. Velada espléndida y relajada, de esas noches tranquilas en las que todo marcha bien. Estuvimos ahí un par de horas y cada quién tomó para su casa, pero surgieron algunos planes con Talía para mi nueva novela.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Eusebio


A la memoria de mi grande y entrañable amigo Eusebio Ruvalcaba, fallecido el día de ayer por la noche.

Lo conocí a mediados de los años noventa, cuando ambos éramos colaboradores en la sección cultural del diario El Financiero, sección que dirigía Víctor Roura. Claro que ya sabía yo de él e incluso había leído su novela Un hilito de sangre.
  Al conocernos, resultó que ambos vivíamos en la misma calle tlalpeña de nombre fatalista: Once Mártires, yo en el extremo sur de la misma, a una cuadra de Insurgentes, y él en el extremo norte, a media cuadra de la avenida San Fernando. Nos hicimos buenos amigos, aunque la amistad se volvió más fuerte cuando lo invité a colaborar en las páginas de la revista que yo dirigía, La Mosca en la Pared (en la que por muchos años escribiría su columna “Un hilito de sangre”, una de las favoritas de los lectores por sus magníficas y crudas narraciones).
  En 1997, le pregunté, con timidez y hasta un poco de pudor, si podría echarle un ojo al borrador de mi novela Matar por Ángela. Generoso como siempre fue conmigo, aceptó de inmediato y se la entregué. Tardó tres meses en llamarme (francamente, yo pensaba que no la había leído) y me citó en un café cercano al parque de La Bombilla, en San Ángel. Allá acudí al día siguiente, a las cinco de la tarde, y cuando llegué ya estaba él ahí, acompañado de una mujer muy guapa. Me la presentó. Se llamaba Margarita Cerviño. Él me explicó que había tardado tanto en buscarme porque luego de leerla, quiso tener una segunda opinión y le pasó el manuscrito engargolado a Margarita, escritora también. Yo esperaba un juicio sumario, pero resultó todo lo contrario. La novela les había gustado mucho y él tuvo incluso la gentileza de decirme que ya se la había recomendado al escritor y editor Sandro Cohen, para que yo fuera a verlo.
  No referiré los avatares que siguieron con el libro, hasta que finalmente fue publicado en 1998 por la editorial Sansores y Aljure.
  A partir de ahí, la amistad con Eusebio Ruvalcaba se hizo mucho más cercana (también con Margarita Cerviño, quien se integró a las páginas de La Mosca con una columna muy leída también). Conocí a Coral, su esposa, y a sus hijos pequeños.
  Eusebio y yo solíamos vernos para desayunar. Muchas veces en San Ángel y más recientemente en Plaza Cuicuilco. Hablábamos de muchas cosas, incluso de nuestros dilemas amorosos, ya que compartíamos la pasión por las mujeres y los amores difíciles. Él conoció muchos de mis secretos sentimentales y yo conocí algunos de los suyos. No éramos en cambio compañeros de bohemia, quizá porque bebo muy poco y nunca me dio por los ambientes bukowskianos.
  Aunque es mayormente identificado como un gran escritor de novelas, cuentos y poemas, mi relación con Eusebio tuvo mucho que ver con la música. Hijo del virtuoso violinista jalisciense Higinio Ruvalcaba, el escritor fue un amante de la llamada música culta y profesaba un amor muy especial por la obra de Johannes Brahms. Libros suyos sobre Mozart y Beethoven son tan buenos y recomendables como sus libros de relatos.
  Luego de La Mosca, Eusebio aceptó mi invitación a sumarse al proyecto de “Acordes y desacordes”, el sitio de música de la revista Nexos, donde colaboró con su columna “Alusiones musicales”. Su última entrega (“El alma de Paganini”) apareció el 19 de diciembre pasado.
  A principios de enero, me enteré de que a Eusebio le había sobrevenido un hematoma cerebral. Traté de averiguar cómo estaba, pero no hubo quien pudiera informarme bien. Hace dos semanas, hablé con Coral y me dijo que el escritor estaba en el hospital, al parecer estable, pero la noté apresurada y no quise molestar más.
  Apenas anoche me llegó la noticia de su muerte. Desconozco los detalles y quizá prefiera no saberlos. Eusebio y yo nos habíamos visto por última vez, para desayunar, en el Sanborns de Plaza Cuicuilco, el jueves 18 de febrero de 2016, hace casi un año.
  Él llevaba un ejemplar de la nueva edición de Matar por Ángela que le había pasado mi editor de Lectorum (y suyo también), Porfirio Romo, y se la dediqué con gran gusto. Yo llevaba un ejemplar de su libro de 2008, Una mosca devastada y deprimida sobreviviendo en un hilito de sangre, que de hecho está dedicado a mí en una página impresa, la 7 (“Para Hugo García Michel, por su paciencia como amigo y como editor”) y ese día le agregó una dedicatoria escrita (“Con un fuerte abrazo para mi querido Hugo García Michel, con quien comparto el amor por la belleza. Suyo, Eusebio Ruvalcaba”). Además me obsequió un libro muy hermoso, también de su autoría y editado en 2015: Pensemos en Beethoven. Con su dedicatoria a pluma también: “Bajo el relámpago Beethoven, para Hugo García Michel que sabe de relámpagos”. Me contó que se había separado y que vivía solo, en un pequeño cuarto sin cocina, no muy lejos de ahí. Me platicó de una joven mujer con la que salía y sobre la diabetes que padecía desde tiempo atrás, me comentó que estaba controlada (aunque se supone que por la enfermedad no podía beber, también me dijo que le gustaba ir los lunes –¿o los miércoles?– por la tarde al bar de aquel mismo Sanborns, porque los whiskies estaban al dos por uno). Salimos caminando hasta San Fernando y nos despedimos con un fuerte y afectuoso abrazo, prometiendo que pronto nos volveríamos a ver. No fue así. Si bien nos escribimos y hablamos por teléfono, para ultimar detalles sobre su columna de Nexos, no hubo ocasión de reunirnos de nuevo.
  Ya será en otro lado, mi querido Eusebio, allá a donde te fuiste. Aunque no corre prisa, podemos esperar varios años todavía.
  Pinche Chebo, amigo querido, no te hubieras ido.

(Texto publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

martes, 7 de febrero de 2017

La Generación Timbirruca (2)

Hablaba en mi columna anterior de la existencia de una Generación Timbirruca (Óscar Aparicio dixit), cuyos gustos musicales fueron moldeados por la antigua Televisa y su adalid en esos menesteres, el inefable conductor (literalmente conductor... de masas) Raúl Velasco, y de cómo eso determinó las preferencias de la mayor parte de los músicos que hoy dan forma y sustancia (aunque sea una forma informe y una sustancia insustancial) a eso que algunos insisten en llamar rock mexicano (el inenarrable rockcito y sus derivados en decreciente diminutivo que en esencia son un engendro tardío del raulvelasquismo).
  ¿Por qué las mayores influencias del supuesto rock que se hace en nuestro país no son las raíces propias del género sino la movida española, el pop argentino, los baladistas ochenteros, la música grupera, la cumbia más vulgar y otros subgéneros a los que promovió impunemente el animador de Siempre en Domingo? ¿Por qué Sandro de América en lugar de Chuck Berry? ¿Por qué Daniela Romo en lugar de Janis Joplin? ¿Por qué los Ángeles Negros y no Led Zeppelin? ¿Por qué Mijares y no David Bowie? ¿Por qué el grupo Bronco y no The Clash?
  La respuesta es simple: por mera educación (o en este caso deseducación) musical y cultural. Cuando uno habla con la mayor parte de los intérpretes del rockcito (hay grandes excepciones, por supuesto, esas excepciones que siempre confirman la regla), aparte de que desde su enorme e inexplicable soberbia suelen responder con monosílabos y que difícilmente hilan tres palabras coherentes seguidas, se deja ver que desconocen los orígenes de la música que dicen hacer y tocar. Esta ignorancia supina se transmite a sus seguidores para formar un circulo vicioso que se retroalimenta de canciones chatarra, musiquita basura, tonadas desechables y propuestas (es un decir) baratas y absolutamente olvidables.
  Pero aún queda algo más que decir y eso será parte de una tercera entrega.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 6 de febrero de 2017

Fiesta y despedida

Fiesta familiar (más bien reunión tranquila), ayer, en la casa de Myrna y los suyos, en Tepepan. ¿Los motivos? Dos: los cumpleaños de mi mamá (cumplió 95 años el 10 de enero) y de mi amado hijo Jan (cumplió 30 años el 30 del mismo mes pasado). Todo muy bien, muy grato, alegre y tranquilo. Estuvimos mi mamá, Myrna, Jorge, Leyla, Axel, Ivette, Carlos, Alain, Hally, Liza, Jan y yo. Lindo domingo familiar.
  Hoy fue más bien un día melancólico. Luego de cinco meses y dos días (155 días exactos) de estar viviendo en mi depto, ella optó por irse. Era lo que habíamos convenido desde que me solicitó asilo a  principios de septiembre pasado y era algo que tenía que pasar, pero me habitué tanto a su presencia, a su estar aquí, a las charlas, a las cenas y desayunos, a trabajar y ver series juntos, incluso a los bruscos subeibajas de su carácter -que de pronto hicieron que el espíritu de Humberto Gazca reviviera en mí-... Pero bueno, su estancia tenía un límite temporal (de hecho, se alargó un mes más de lo convenido en un principio) y aun cuando coincido con ella en que es lo mejor para ambos y que nuestra amistad sigue incólume (y mucho más profunda que hace cinco meses), la verdad es que la voy a extrañar y no me hubiera disgustado que siguiera aquí por más tiempo. La quiero muchísimo. Ni hablar.

domingo, 5 de febrero de 2017

Una almohada surrealista de 50 años

Y en el principio era el alucine y el alucine era como ver a Dios y el alucine era Dios. Al menos eso pensaban los habitantes de aquel pretendido paraíso psicodélico en el que la paz y el amor reinaban y el ácido lisérgico circulaba de manera abierta y legal. Era el alucinante y alucinado universo de la psicodelia, un universo que lo mismo se encontraba en Nueva York que en Londres, en París que en Berlín, pero sobre todo en la idílica San Francisco de las flores en tu pelo.
  1967. El año psicodélico por excelencia. El año en que la esquina más famosa del planeta la conformaba la intersección de las calles Haight y Ashbury, donde en los años cincuenta surgió el movimiento beatnik.
  Fue en aquel mítico San Francisco que emergió un grupo con un estilo muy especial. Se trataba de un sexteto conformado por las voces y las guitarras de Marty Balin, Jorma Kaukonen y Paul Kantner, el bajo de Jack Casady, la batería de Spencer Dryden y la voz de Grace Slick, una joven bella y talentosa que acababa de ingresar a la agrupación para sustituir a la hoy olvidada Signe Anderson. El nombre del conjunto era Jefferson Airplane.
  En febrero de 1967, el grupo lanzó uno de los discos clave para entender esa época. Surrealistic Pillow es una combinación de folk rock y psicodelia, un álbum marcado por el ácido lisérgico y los aires de flower power que se respiraban en la costa oeste de los Estados Unidos.
  Segundo trabajo en la discografía del grupo, fue un éxito inmediato no sólo entre la comunidad hippie sino a nivel nacional e internacional. Dos temas hoy clásicos bastaron para hacer del Aeroplano de Jefferson uno de los grupos más importantes de aquel momento y cuya música ha trascendido con el tiempo. “White Rabbit” y “Somebody to Love” son dos composiciones que, como decía la antigua radiodifusora 6.20, llegaron para quedarse.
  Otro dato importante es la decidida colaboración que tuvo Jerry García, el legendario guitarrista de Grateful Dead, en la manufactura del disco. No sólo tocó en varios de los cortes, sino que también participó en la confección de los arreglos y en la producción.
  El plato inicia con “She Has Funny Cars”, un tema impecable. Crítica a la hipocresía política, la canción hace que desde el principio brille la voz contrapuntística de Grace Slick, para mostrar el sello de las armonías vocales que el grupo no habría de perder jamás.
  “Somebody To Love” es el himno jeffersonairplaniano por excelencia, su composición más conocida y emblemática. La manera como Slick empieza casi a capella, con la frase “When the truth is found", aún estremece a medio siglo de distancia.
  La deliciosa “My Best Friend”, con claros aires de The Mamas and The Papas, es una hermosa tonada, mientras que “Today” es una fina pionera del folk progresivo.
  El lado A del vinil original concluye con una de las composiciones más perfectas y emotivas del grupo. “Comin' Back to Me” es una perla que convoca imágenes trovadorescas, un doloroso pero sutil canto de amor, una evocación al ser amado que se ha ido y a quien se pide que regrese. Marty Balin, con su solitaria guitarra acústica y una flauta fantasmal, va cantando cada parte referida a una estación del año y los sentimientos que cada una produce en el enamorado. Ricky Lee Jones haría en su álbum Pop Pop (1991) una versión tanto o más conmovedora.
  La segunda parte de Surrealistic Pillow arranca con "3/5th of a Mile in 10 Seconds", un rock duro en el cual se habla del comercio de drogas y del pintoresco movimiento en las calles de San Francisco. Psicodelia en estado puro.
  “DCBA 25” es una pieza oscura, un breve viaje por las profundidades de una mente en LSD. Por su parte, “How Do You Feel” es un tema lleno de candor jipiteca.
  La instrumental y acústica “Embryonic Journey” constituye un pequeño tour de force de Jorma Kaukonen que anticipa muchas de las cosas que harían de similar modo Jimmy Page y Steve Howe en la década siguiente.
  ¿Qué se puede decir de “White Rabbit” que no se haya dicho ya? Onírica, surrealista y disparatada en su letra, con acordes hipnóticos y con la voz de Grace Slick a plenitud, este homenaje a Lewis Carroll es uno de los grandes clásicos del rock de todos los tiempos, sólo comparable a “Lucy in the Sky with Diamonds” de los Beatles o a “Purple Haze” de Jimi Hendrix. Todo un acid trip.
  Por último, “Plastic Fantastic Lover” es una crítica provocadora, divertida e irónica de Marty Balin a la televisión. Se trata del tema que en el disco más se aproxima al blues. El cierre ideal para este álbum fundamental.

(Publicado el día de hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

sábado, 4 de febrero de 2017

La Constitución, un libro vacío*

“–¿Qué es nuestra historia, amigo Leyva? ¿Qué es sino una larga sucesión de crímenes, de violencia, de traiciones, de corrupción, de ambiciones egoístas, de tiranías y luchas fratricidas? Desde la época de la conquista hasta el crimen de Tlaxcalantongo.
  No supe qué responder y él siguió con su discurso.
  –¿Cuál es la diferencia entre Obregón y Nuño de Guzmán, entre Pablo González y Calleja, entre la sabandija del coronel Herrero y los asesinos de Melchor Ocampo? No hemos evolucionado un ápice. Se diría más bien que vamos hacia atrás y que lo que nos espera no es precisamente una época de paz y prosperidad, como lo deseaba Venustiano. Los militares tienen otra vez el poder y no veo de qué manera podríamos evitarlo. Yo al menos no puedo.
  –Bueno…, cuando menos el general Obregón llegó a la presidencia después de unas elecciones –comenté de la manera más tonta.
  Él cerró el tomo de un fuerte golpe que me hizo saltar y me miró por un instante con unos ojos que hasta ese momento no le había visto: ojos fieros, de absoluta indignación. Pero en seguida recuperó la calma y el dominio sobre sí mismo.
  –Elecciones. Sí. Al más puro estilo porfirista. Con dedazo, con todo resuelto de antemano. Sin un contrincante que le hiciera contrapeso. Una elección producto del crimen y la tranza. De la Huerta le dejó la silla a Obregón y éste se la dejará al mismo De la Huerta o a Pablo González o a Elías Calles. Eso si a Álvaro no se le ocurre cambiar la Constitución, esa que redactamos y discutimos y votamos en Querétaro apenas hace tres años y que tan rápido se ha convertido en un documento sin valor, sin importancia, en un libro vacío.
  Don Emiliano se me acercó y me palmeó un hombro con actitud paternal y afectuosa.
  –Si en 1906 creía que el cambio era posible y que podríamos tener un país más justo y más moderno, más próspero y democrático, hoy, tres lustros después, siento como si todo lo que hice, por todo lo que luché y me entregué hasta el punto de casi perder la vida, hubiera sido en vano”.

*Fragmento de mi novela Emiliano (Ediciones Beso Francés, 2017) de reciente aparición.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 3 de febrero de 2017

Dream City Film Club / In the Cold Light of Morning (1999)

Vaya discazo. Una obra maestra de un grupo del norte de Inglaterra que sólo grabó dos álbumes (éste es el segundo) para desaparecer en la oscuridad. Ecos de Nick Cave y Lou Reed entremezclados con Bauhaus y la música de Twin Peaks. Anonadante.

Mejor tema: “The Curse”


jueves, 2 de febrero de 2017

Hombres fuera de serie

Terminé de leer este estupendo libro de Brett Martin, una joya para todos aquellos amantes de las series que quieren (que queremos) saber lo que hay detrás de aquellas que vinieron a revolucionar la televisión y a convertirla en una forma de expresión exquisitamente artística.
  ¿Quiénes crearon el gran cambio que surgió a finales de la década de los noventa? ¿Quiénes concibieron esa nueva forma de narrar historias y de qué manera lo hicieron? ¿Quiénes son ellos, los que crearon maravillas como Los Soprano, Mad Men, The Wire, The Shield, Six Feet Under, Deadwood, Dexter, True Blood, Breaking Bad y Game of Thrones, entre muchas otras? ¿Cómo nació todo esto en cadenas como HBO, Showtime, FX o AMC? ¿Qué hay detrás de showrunners como David Chase, David Simon, David Milch, Shawn Ryan, Matthew Weiner, Vince Gilligan y otros genios de la nueva televisión, cuya estética puede compararse con las de los grandes directores cinematográficos surgidos en los años setenta, como Martin Scorsese, Robert Altman y Francis Ford Coppola?
  A estas cuestiones y a muchas más da respuesta Brett Martin en este magnífico Hombres fuera de serie (Ariel, 2014), un libro apasionante, divertido y la mar de interesante.
  Lo recomiendo a quienes como yo se han convertido en seguidores fatales de las series.

miércoles, 1 de febrero de 2017

El club de corazones rotos del sargento García Michel

Perdonarán ustedes en esta ocasión el título tan personal de mi columna, pero a lo largo de mi ya no tan corta vida he pertenecido a ese club que menciono y que es como una sucursal del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta. Experto en corazones rotos soy yo. O más bien de tener roto el corazón.
  No vendrá a continuación una andanada de frases de auto conmiseración, no se asusten. No será una columna de quejas doloridas por lo mal que me haya podido ir en cuestiones sentimentales. Ya en otros tiempos tuve oportunidad de dolerme y arrastrarme en el fango del sufrimiento amoroso, ese que suele provocar, ¡ay!, la proliferación de entrañas rotas. Algo que por cierto se ha reflejado en la música, especialmente en la canción popular, desde los tiempos de los juglares y los trovadores medievales, si no es que desde que el Homo Sapiens sintió por primera vez las agujas punzantes del enamoramiento mal correspondido (para mayor información, remitirse al espléndido ensayo La llama doble de Octavio Paz).
  Quienes escribimos canciones solemos ser especialmente vulnerables a las cuestiones que tienen que ver con el amor y, sobre todo, con el desamor. De las varias musas que he tenido a lo largo de los 47 años que llevo como compositor, a todas les he hecho muchas más canciones de dolor que de alegría amorosa. Feo balance. Pero como decía José Agustín: así es esto del Bardotodol.
  Por supuesto que no soy el único. Tan sólo en el rock, desde Chuck Berry hasta Damien Rice y desde Lennon y McCartney hasta Noah Gunderson, pasando por un larguísimo etcétera, han escrito canciones para corazones rotos. No hablemos de otros géneros, como el blues, el bolero o hasta la llamada música culta (Mozart, Beethoven, Schumann, Chopin, Satie, entre otros, compusieron obras tristísimas y conmovedoras que tienen que ver con los broken hearts).
  ¿Y los millenials? ¿Cómo sobrellevan el dolor del alma? Mi experiencia con amigas veinteañeras me lleva a decir que no lo sobrellevan del todo bien. De hecho, algunas de las cantautoras actuales en español suenan en sus letras como si interpretaran azotadísimos boleros de los años cuarenta del siglo pasado. Escúchense si no las canciones de Natalia Lafourcade, Mon Laferte o la inefable (dije inefable, no inflable) Carla Morrison. Todas sufren el amor como plañideras.
  De esta época milleniarista es también el término tan en boga de la friendzone, es decir, ese lugar semejante al limbo al que las personas envían a quienes sólo quieren “como amigos”.
  Sobre ello escribí el siguiente, llamémoslo, poema, intitulado “Letanía de la friendzone”: “La torpeza me domina, no es mi fuerte ser galán / La impericia me tropieza, no es lo mío ser patán. / No soy buen conquistador, no consigo seducirte, / invariable situación: me mandas a la friendzone. / Veo a cada esperpento que te cautiva a la primera. / Me pregunto asombrado: ¿qué es lo que hace que cualquiera,  el más mediocre, el más actuario, el más zafio y ordinario, / te encandile con fervor, mientras yo estoy en la friendzone? / “Yo te admiro, eres mejor, mejor que todos y te quiero, / pero te quiero como amigo”, me lo dices y yo muero. / “¿Un beso, una caricia, nuestros cuerpos que se unen? / Eso nunca entre tú y yo, porque te tengo en la friendzone. / Eres un privilegiado, eres mi amigo y ellos no, / tenemos sexo pero efímero: lo que el viento se llevó. / En cambio tú siempre estarás cerca de mi alma y mi amistad, / pero sin erotismo, corazón: te quedas en la friendzone”. / Y así pasa cada día, sin que cambie la letanía. / Los galancetes se llevan todo y yo sigo en la agonía. / La deseo y se lo digo: “¡me enamoras, por ti deliro!”. / Pero ella es firme en su decisión y me mete en la friendzone / y me hunde en la friendzone / y me condena a la friendzone. / ¡Vaya mierda, vaya son!”.

(Publicado este mes en la revista Marvin No. 148)