El segundo trabajo discográfico de La Barranca muestra de manera más clara aún que su álbum debut, El fuego de la noche (1996), las características letrísticas y musicales de esta agrupación que durante más de veinte años se ha transmutado, ha mudado de integrantes (con la obvia excepción de su creador, líder, cerebro y corazón, José Manuel Aguilera), ha evolucionado a lo largo de una decena de discos sin perder en momento alguno dos cosas fundamentales: su coherencia y su estilo.
Tempestad (BMG Ariola, 1997) es quizá la obra por antonomasia de La Barranca. En 1997, el grupo estaba conformado por Jorge “Cox” Gaitán en violín, guitarras, bajo, stick, maracas (sic) y coros; Federico Fong en bajo, stick, percusiones, piano, programación y coros; Alfonso André en batería, percusiones, programación, sampleos y coros; José Manuel Aguilera en guitarras eléctricas y acústicas, jarana, loops, percusiones, programación, coros y voz principal. Semejante parafernalia instrumental se traduce en una catorcena de canciones en las cuales ya está plenamente presente el muy característico sonido del conjunto.
Desde siempre, la música de La Barranca me ha dado una sensación de oscuridad. Algo semejante me pasaba con Jim Morrison y The Doors, aunque ambas agrupaciones –en apariencia– poco pudieran tener en común. Escuchar Tempestad es como adentrarse en un largo, profundo y húmedo túnel de piedra fría y resbaladiza, al final del cual no se halla la luz sino una mayor y más acentuada negrura. Pero es una negrura que se traduce en extraña belleza, esa belleza que dan las elaborados armonías que desarrolla el grupo en numerosos pasajes del disco.
El rock de La Barranca tal vez sea el más mexicano que haya hecho agrupación nacional alguna. Lejos de cualquier folclorismo, sin pretensiones de convertirse en mexican curious de exportación, sin caer en baraturas artesanales, sin recurrir a ritmos pegajosos y bailables, sin perder jamás su esencia rocanrolera, el grupo suena a México –y este álbum es una clara muestra de ello– sin dejarse seducir por el patrioterismo musical. No hay aquí huarachismos a lo Café Tacuba o falsos y populistas “rescates” urbanos a lo Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio o juangabrielismos a lo Caifanes-Jaguares. Es ese sin duda uno de los grandes méritos de Aguilera y sus distintas formaciones: hacer un rock tan profundamente enraizado en la identidad mexicana que de manera perfecta resulta universal.
Una de las grandes virtudes de Tempestad es que carece de fisuras, Los catorce cortes se encuentran tan bien ensamblados que el interés jamás se pierde a lo largo de los cincuenta minutos y pico que dura el plato. Desde el arranque, con la ya clásica “Día negro” (“Hoy no es un día común, hoy es un día negro / la realidad otra vez muestra su rostro siniestro”), el álbum nos ofrece una propuesta que se inclina por la expresión artística sin que parezcan importarle modas, tendencias o exigencias mercantilistas.
Entre las composiciones a destacar están la intensa “La caída”, la enigmática “El velo”, la sensualmente acompasada “El desafío”, la hipnotizante “El faro”, la preciosa y sutilmente llena de gracia “El gran pez”, la muy rocanrolera “Perla” y la concluyente y majestuosa “Como una sombra”.
Tempestad es la obra maestra de La Barranca, un disco que navega a través de mares procelosos y al final, cada vez que se le escucha, llega siempre a buen puerto.
(Publicado el día de ayer en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
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