Hablaba en mi columna anterior de la existencia de una Generación Timbirruca (Óscar Aparicio dixit), cuyos gustos musicales fueron moldeados por la antigua Televisa y su adalid en esos menesteres, el inefable conductor (literalmente conductor... de masas) Raúl Velasco, y de cómo eso determinó las preferencias de la mayor parte de los músicos que hoy dan forma y sustancia (aunque sea una forma informe y una sustancia insustancial) a eso que algunos insisten en llamar rock mexicano (el inenarrable rockcito y sus derivados en decreciente diminutivo que en esencia son un engendro tardío del raulvelasquismo).
¿Por qué las mayores influencias del supuesto rock que se hace en nuestro país no son las raíces propias del género sino la movida española, el pop argentino, los baladistas ochenteros, la música grupera, la cumbia más vulgar y otros subgéneros a los que promovió impunemente el animador de Siempre en Domingo? ¿Por qué Sandro de América en lugar de Chuck Berry? ¿Por qué Daniela Romo en lugar de Janis Joplin? ¿Por qué los Ángeles Negros y no Led Zeppelin? ¿Por qué Mijares y no David Bowie? ¿Por qué el grupo Bronco y no The Clash?
La respuesta es simple: por mera educación (o en este caso deseducación) musical y cultural. Cuando uno habla con la mayor parte de los intérpretes del rockcito (hay grandes excepciones, por supuesto, esas excepciones que siempre confirman la regla), aparte de que desde su enorme e inexplicable soberbia suelen responder con monosílabos y que difícilmente hilan tres palabras coherentes seguidas, se deja ver que desconocen los orígenes de la música que dicen hacer y tocar. Esta ignorancia supina se transmite a sus seguidores para formar un circulo vicioso que se retroalimenta de canciones chatarra, musiquita basura, tonadas desechables y propuestas (es un decir) baratas y absolutamente olvidables.
Pero aún queda algo más que decir y eso será parte de una tercera entrega.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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