jueves, 30 de noviembre de 2017

Cuando ella era buena

Gran novela de Philip Roth, su tercer libro después de Goodbye Columbus y Letting Go. Escrita en 1967, aborda a un personaje, una problemática y un ambiente que resulta atípico en su obra. Porque Lucy Nelson, la protagonista central, además de ser mujer, no es judía y la trama no se desarrolla en Nueva York o Nueva Jersey, sino en el Medio Oeste de los Estados Unidos, en el estado de Illinois.
  Hay quienes dicen que Cuando era buena es la Madame Bovary de Roth y el comentario no me parece del todo errado, porque al igual que sucede en la obra maestra de Gustave Flaubert, aquí Roth retrata a profundidad la personalidad de una mujer difícil, conflictiva, egoísta, ambiciosa, pero al mismo tiempo independiente y en constante lucha por la felicidad. Una felicidad que ella misma no sabe dónde está ni en qué consiste con precisión, pero cuya ausencia la frustra y la hace odiar a la mayor parte de las personas que la rodean, es especial a su inútil y maltratador padre y al hombre con quien obligadamente se casa, debido a un embarazo involuntario.
  Se dice que Roth se basó en su primera esposa, Margaret Matinson, con quien vivió un matrimonio altamente tormentoso, tal como narra en su autobiografía, Los hechos (donde aparece con el nombre de Josie), para conformar la personalidad de Lucy, quien con el paso del tiempo se transforma en una mujer neurótica, casi histérica, tan intolerante como intolerable, además de paranoica, pues llega a pensar que todos los que la rodean, hasta los familiares en quienes más confiaba, se vuelven en su contra.
  Ácida y sólo en momentos agridulce, When She Was Good (su título original en inglés) es un relato de largo aliento que nos lleva a conocer la historia familiar de la propia Lucy Nelson, desde que su abuelo, Willard Carroll, decide salir del pequeño y aislado pueblo boscoso donde nació y liberarse de un padre autoritario, lerdo e ignorante. Una grandiosa novela de Philip Roth, a pesar de una temática que ya no volvería a tratar en sus libros futuros.
  Quizá lo escribió, sí, motivado por el rencor que llegó a cultivar por su ex mujer.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Futbol femenil: con Dalila a las patadas


Soy aficionado al futbol desde que tengo uso de razón. A mis cuatro o cinco años de edad, mi padre empezó a llevarme al estadio de Ciudad Universitaria cada jueves y domingo (en aquella época, 1959 o 1960, aún no existía el Azteca). Así lo hizo durante varios años. Mi papá le iba al Necaxa, pero mi primer equipo favorito (y lo sigue siendo más de medio siglo después) es el de los Pumas de la UNAM, el cual me enamoró desde que subió a la primera división, en 1962.
  También practiqué el fut en la primaria y la secundaria e incluso estuve en una liga de balompié amateur a principios de los años setenta. Don Bosco se llamaba mi equipo. Yo era el capitán y portaba el número 11 en mi camiseta.
  En aquellos tiempos, este deporte era esencialmente varonil y no recuerdo haber visto a mujer alguna que lo practicara. Vamos, ni siquiera que le gustara. Era un coto cerrado, orgullosamente machista. Y sin embargo, el futbol femenil ya existía en otras partes del mundo, desde muchas décadas atrás.

British Ladies
Según los historiadores, el primer partido de football entre dos equipos femeninos tuvo lugar en la ciudad de Londres, el 23 de marzo de 1895. El British Ladies F.C. derrotó al cuadro representativo del sur de la capital británica. El juego de las patadas cobraría auge entre las mujeres, hasta que en la segunda década del siglo XX fue prohibido por la moralina oficial y el conservadurismo social que no veía con buenos ojos que unas señoritas practicaran aquella ruda actividad “impropia” para ellas.
  Tendría que pasar casi medio siglo para que la Federación Internacional de Futbol Asociación, la FIFA, reconociera al futbol femenil y ello fue sólo después de que se celebraron dos campeonatos mundiales sin su aprobación oficial. Uno de esos torneos, el segundo, se llevó a cabo en México en 1971 y tuvo un éxito inaudito, quizá porque el año anterior se había celebrado en nuestro país el Mundial de 1970.
  Recuerdo bien aquel Mundial femenino, porque se celebró en varios estadios y porque los juegos fueron transmitidos por televisión. La selección mexicana era muy buena, con dos jugadoras notables: la “Peque” Rubio y la “Pelé” Vargas. Esta última toda una crack.
  México llegó a la final contra Dinamarca, después de vencer a las guapas italianas. Sin embargo, las poderosas danesas eran demasiado buenas y se coronaron campeonas. al golear por 3 a 0 al combinado nacional ante un Estadio Azteca lleno de público entusiasta.
  Parecía que el futbol femenil se desarrollaría en nuestro país a partir de entonces, pero sucedió todo lo contrario y prácticamente desapareció durante muchos años, al menos a nivel de medios de comunicación.
  La selección mexicana volvería a surgir hasta 1998, con el equipo entrenado a partir de entonces y por largos años por el ex futbolista Leonardo Cuéllar, con el que tuvo varios éxitos y varios fracasos internacionales. Pero las de verde ya no suscitaban el entusiasmo de sus similares de 1971. No eran una potencia y no podían oponer demasiada resistencia a grandes selecciones de mujeres como las de Brasil, Alemania, Suecia, Japón y, sobre todo, los Estados Unidos, donde el futbol femenil ha logrado un gran arraigo, con muchas ligas universitarias y con estrellas como la gran Mia Hamm.

La primera liga mexicana
De pronto, este año, como surgida de la nada, vio la luz una idea entre algunos dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol para que hubiese una liga femenil profesional, con equipos de mujeres que fuesen sucursales de los 18 equipos de la liga de varones. El primer torneo acaba de concluir y, para gran sorpresa de todos, logró un éxito inusitado.
  No todos los equipos de la primera división presentaron cuadros para este primer campeonato. De hecho, sólo doce lo hicieron: Pachuca, Monterrey, Tigres, America, Universidad, Toluca, Tijuana, Necaxa, Santos, Cruz Azul, Morelia y Guadalajara. Los otros seis pidieron un poco más de tiempo para integrarse. Cada club se comprometió a respaldar a un equipo de al menos 21 mujeres futbolistas, todas ellas mexicanas, cuatro con edad máxima de 17 años y el resto de menos de 23, con dos opciones de categoría libre. Los resultados han sido espectaculares, con magníficas entradas en los estadios y un gran seguimiento de los medios impresos y electrónicos, en especial del canal Fox Sports.
  ¿A qué se debió tanto éxito? Hay varios factores que debemos considerar, en especial el entusiasmo con que juegan estas jóvenes, la entrega incondicional a sus colores, la manera abierta como buscan los goles sin que ello signifique que descuiden la defensiva, el hecho de que no hay malicia ni malas mañas en ellas, mucho menos juego sucio o malintencionado. Son como agua refrescante para un futbol que se ha anquilosado (este año, la famosa liguilla del futbol nacional ha registrado malas entradas en las tribunas) y se ha vuelto lento y falto de intensidad, para no hablar del exceso de jugadores extranjeros y de las escasas oportunidades a los futbolistas de fuerzas básicas.
  La final entre Chivas y Pachuca –que ganaron las primeras– fue un encuentro emotivo, emocionante, divertido e inolvidable. Un magnífico inicio para una liga que promete mucho, pero que todavía requiere de múltiples reformas, sobre todo en lo referente a los sueldos de las jugadoras. Tres mil pesos mensuales, cuando muchas de ellas estudian o viven fuera de sus lugares de origen, parece un insulto. Si lo que se quiere en verdad es una liga profesional que genere público y garantice espectáculo, deberá ser mejor pagada. Se trata de una inversión a mediano plazo que tiene todas las perspectivas de resultar más que redituable en lo económico y lo deportivo.
  Por lo pronto, se ha dado un espléndido primer paso.

(Texto que escribí para el sitio Sugar & Spice y que fue publicado el día de hoy)

martes, 28 de noviembre de 2017

Malcolm el de en medio

No, no me refiero a la ácida y conocida serie de televisión, sino a Malcolm Young, fundador del mítico grupo de rock duro AC/DC, quien falleció hace diez días y a quien llamo el de en medio porque siempre estuvo entre la figura de su hermano menor, Angus (el delirante y eficaz guitarrista de pantalones cortos), y la de los dos vocalistas que tuvo el quinteto: Bon Scott y Brian Johnson.
  Cuenta la leyenda que en un principio era el guitarrista líder, pero que decidió cambiar ese lugar con Angus porque si tocaba tantos solos, no podría usar su mano derecha para beber cerveza durante sus actuaciones.
  Nacido en Escocia en 1953 y emigrado a Australia una década después, Malcolm Young era el letrista principal de las canciones de la agrupación y en él descansaba la estructura básica de la misma. Desde muy joven aprendió a tocar la guitarra y fue de hecho quien le enseñó a Angus los secretos de las seis cuardas. Luego de estar en algunos grupos de Sidney, en 1973 decidió formar el suyo propio y optó por tener dos guitarras, para lo que llamó a su hermano. El resto lo conformó con el bajista Mark Evans, el baterista Phil Rudd y el delirante vocalista Bon Scott. El nombre del conjunto fue desde un principio AC/DC, a sugerencia de su hermana Margaret.
  El quinteto jamás cayó en la tentación de hacer canciones blandengues y melodiosas. Su música fue de alto octanaje desde su primer álbum. Era una banda que no daba concesiones ni se preocupaba por mostrar una imagen correcta. Malcolm y compañía eran guarros y no trataban de disimularlo. Con un extraordinario sentido del humor, se burlaban de todo y de todos, pero en especial de sí mismos. Sólo se tomaban en serio el hecho fundamental de hacer el mejor rock and roll, el más estruendoso, el más rudo y el más duro.
  En 2014, Malcolm Young –quien era alcohólico– enfermó de demencia y debió retirarse del grupo y de la música. Perdió la memoria a corto plazo y fue internado en una clínica para padecimientos mentales. Falleció el pasado 18 de noviembre. Back in black.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 27 de noviembre de 2017

Soul to soul: dos nuevos discos que tienes que escuchar

Lo que los medios actuales denominan como música soul, muy poco tiene que ver con el soul original, algo semejante a lo que sucede con el llamado rhythm and blues, tan ajeno en todos sentidos al r&b primigenio.
  Afectada por la sobreproducción, la artificialidad y el comercialismo, la música negra se aleja cada vez más de sus raíces y salvo el blues (que se mantiene semioculto en una tradición que lo protege) y el hip-hop (que representa tal vez la expresión más legítima de la negritud actual), sus otras vertientes han caído en manos de un mainstream que la desvirtúa y la distorsiona.
  Es por ello que debemos celebrar la esporádica aparición de trabajos que mantienen el espíritu real del soul y del r&b y reivindicarlos como lo que son: muestras artísticas de autenticidad y honestidad.
Dos nuevos discos que acaban de aparecer cumplen a carta cabal con esto, ambos debidos al talento de un par de cantantes soul de primera clase: Mavis Staples y Sharon Jones.

Mavis
A mediados de los años sesenta, surgió un cuarteto vocal llamado The Staple Singers que interpretaba gospel y música soul y estaba conformado por el reverendo Roebuck “Pops” Staples y sus tres hijas: Cleotha, Yvonne y Mavis. Medio siglo después, Mavis, a sus 78 años de edad, es la única que continúa con vida y además en activo. If All I Was Was Black (Anti, 2017) es su décimo tercer trabajo discográfico como solista y al igual que sus dos álbumes antecesores (You Are Not Alone de 2010 y One True Vine de 2013) está producido por Jeff Tweedy, líder del legendario grupo Wilco y compositor de la mayor parte de las canciones de estos tres discos.
  En el caso de If All I Was Was Black, se trata de un plato que si bien no toca de manera directa temas políticos y sociales, si refleja el momento que se vive en los Estados Unidos bajo la presidencia del estridente y delirante Donald Trump.
  Son tiempos problemáticos y Mavis, quien supo desde niña lo que es padecer el racismo y tuvo una cercana amistad con el reverendo Martin Luther King, transmite con su voz la angustia, la tristeza y la profunda emoción que le viene de sus inicios en el gospel, el blues y el soul original. La mancuerna con Tweedy funciona a la perfección, ya que éste –como compositor y productor– entiende a la perfección lo que Staples quiere comunicar con su voz y las diez composiciones que conforman el álbum transmiten esa honda alma que vive en la intérprete, a mi modo de ver una de las dos mejores cantantes de soul que aún perviven, junto con Aretha Franklin.

Sharon
El caso de Sharon Jones resulta un tanto diferente. Nacida en Georgia (en Augusta, la misma población donde vino al mundo el gran James Brown), cuando Mavis Staples ya tenía 17 años de edad, Jones no logró destacar como cantante hasta 1996, al cumplir cuatro décadas de vida. Aun así, en escasos veinte años de carrera formal (en los ochenta habían sido corista de diversos cantantes de funk, disco y soul, pero sin trascendencia alguna), consiguió un reconocimiento generalizado al frente de sus Dap-Kings, gracias a su enorme voz y a su rotunda presencia escénica.
  Su primer y excelente disco, Dap Dippin’ with Sharon Jones & the Dap-Kings (Daptone Records), apareció apenas en 2002. Críticos, medios y público en general se preguntaban de dónde había surgido semejante cantante. Pocos podía creer que para entonces tuviera ya 45 años de edad. Vendrían entonces varios álbumes en cascada, todos ellos con el sello Daptone: Naturally (2005), 100 Days, 100 Nights (2007), I Learned the Hard Way (2010), el muy exitoso Give the People What They Want (2014) y el festivo It’s a Holiday Soul Party (2015).
  En 2013, los médicos de Sharon le habían diagnosticado cáncer y aún así ella siguió cantando al frente de su agrupación, incluso con la cabeza rapada, debido a la quimioterapia. Era su manera de aferrarse a la vida, pero su lucha llegó a su fin en noviembre de 2016, hace justo un año.
Poco antes de su muerte, había aparecido Miss Sharon Jones!, un disco con la música del documental que con el mismo nombre había filmado en 2015 la veterana realizadora estadounidense Barbara Kopple (el filme puede verse en Netflix).
  Este 17 de noviembre, salió a la venta el álbum póstumo Soul of a Woman (Daptone, 2017), una muestra soberbia de la mejor música soul. El disco fue grabado cuando Jones ya estaba muy enferma. Sin embargo, al escuchar su voz, esta resuena limpia y potente, apasionada y fuerte, sin rastro alguno de desgaste por la mala salud de la intérprete.
Sharon no intentó hacer del disco un testimonio de su mal y del poco tiempo que le quedaba de vida. Por el contrario, quiso celebrar a esta con lo que mejor sabía hacer: cantar con el alma. Con el alma de una mujer.

(Artículo que escribí originalmente para el sitio Sugar & Spice y fue publicado el día de hoy)

domingo, 26 de noviembre de 2017

Gypsy: ¿las 50 sombras de Netflix?

Hay series que se convierten en fenómenos masivos. Ahí están por ejemplo los casos de Breaking Bad, The Walking Dead, Game of Thrones o la reciente Stranger Things. Hay otras que quedan para el culto de minorías, como House of Cards, Master of None, Orphan Black o Black Mirror. Pero existen otras más que parecen permanecer en el limbo, que no trascienden como tal vez deberían o que se quedan en proyectos frustrados.
   ¿En cuál estanco de estos podríamos situar a Gypsy, la serie de Netflix producida y actuada por la actriz Naomi Watts? No en la de los grandes éxitos populares, eso es seguro: tampoco en la de los series de culto; sin embargo, creo que sería injusto colocarla como un programa fallido.
  La historia de Gypsy se centra en el personaje que interpreta Watts, Jean Holloway, una psicóloga neoyorquina que entabla relaciones éticamente cuestionables con personas cercanas a sus pacientes. De ese modo, la tenue frontera entre su vida profesional y su vida personal empieza a ser cruzada de manera tan audaz como irresponsable, sin medir consecuencias, hasta llegar a niveles tan peligrosos que ponen en crisis su existencia y la de los suyos.
  Holloway es una terapeuta de clase media alta, sin problemas económicos, pero con una personalidad disfuncional que la hace tener muchas deficiencias como mamá y como esposa, a pesar de querer luchar contra estas. Casada con un abogado (interpretado por el actor Billy Crudup, quien se diera a conocer en el año 2000, gracias a su papel como el guitarrista Russell Hammond en la cinta Almost Famous de Cameron Crowe) y progenitora de una niña llena de vivacidad e inteligencia (que a los diez años ya da señales de su futuro lesbianismo), Jean tiene entre sus pacientes a una madre controladora y a un joven depresivo e inseguro que es mangoneado por su ex novia bisexual. La psicóloga se involucra de diferentes formas tanto con la hija de la primera como con Sam, la chica del segundo, interpretada por la británica Sophie Cookson. De qué manera se involucra y hasta dónde llega ese involucramiento, toca descubrirlo a quienes vean la serie.
  “Solía pensar que cada persona determinaba su propia vida. Que teníamos control sobre nuestro futuro al elegir a nuestros cónyuges y nuestras profesiones. Que éramos responsables de las decisiones que marcan nuestras vidas. Sin embargo, hay una fuerza más poderosa que el libre albedrío: nuestro inconsciente”. Con esas palabras del personaje principal, dichas en off, comienza el primer capítulo de Gypsy y ese es precisamente el dilema principal de la serie: la lucha entre el libre albedrío y el destino ya escrito. Otros temas son la falsa identidad, la infidelidad conyugal, la maternidad, la interdependencia, las drogas, la hipocresía y, sí, el sexo.
  Dado que la serie está dirigida por Sam Taylor-Johnson, la realizadora de la exitosa pero muy criticada cinta 50 sombras de Grey, se ha cuestionado a Gypsy por manejar las cuestiones sexuales de manera demasiado light pero, sobre todo, por ser lenta y aburrida (ciertamente, el ritmo de los diez capítulos de la primera y única temporada puede ser pausado y ciertamente también que el aburrimiento es otro de los temas principales: Jean Holloway es una mujer aburrida de ser madre de familia y esposa modelo y a pesar de sus mil dudas e inseguridades, se atreve a romper con las reglas y los esquemas sociales y profesionales). Los defensores del programa, en cambio, argumentan que se trata de un thriller psicosexual.
  A mi entender, vale la pena verla y dilucidarlo.

(Texto que escribí originalmente para el sitio Sugar & Spice)

sábado, 25 de noviembre de 2017

Visperas

Andrés Manuel López Obrador acaba de anunciar que se registrará como precandidato a la Presidencia el próximo 12 de diciembre (justo el día de la Virgen Morena, para mantener el aura religiosa de su propuesta iluminada) y todo indica –al menos el rumor es muy fuerte al respecto– que podríamos estar a horas de conocer al precandidato del PRI (cuando “las fuerzas vivas del partido” –es decir el presidente Peña Nieto– decidan al fin quién es el bueno).
  Lo del precandidato del Frente Ciudadano parece que tardará un poco más, debido al estira y afloja que se está dando al interior de esa organización y que podría derivar en dos posibilidades: que finalmente Ricardo Anaya y Alejandra Barrales se salgan con la suya y el primero quede como precandidato presidencial, mientras la segunda vaya por la gubernatura de la Ciudad de México, o que se produzca un rompimiento por el descontento de gente como Miguel Ángel Mancera y Rafael Moreno Valle y al final el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano opten por lanzar cada uno a su propio precandidato. Todo puede suceder y muy pronto lo sabremos.
  El caso es que nos encontramos en vísperas de un cambio total de la actualidad política mexicana de cara al 2018 y que las diferentes fuerzas se acomodarán de muy diversas maneras, lo cual, para los estudiosos, los analistas o los meros observadores será un asunto la mar de interesante.
  A partir del momento en que las precandidaturas se definan y haya tres o cuatro o cinco o incluso más competidores (no olvidemos a los posibles independientes), los efectos se empezarán a ver reflejados en las encuestas y probablemente estas serán muy distintas a las actuales.
  ¿Se mantendrá AMLO a la cabeza como hasta ahora? ¿Lo empezarán a emparejar quienes ya tendrán identidad, nombre y apellidos reconocibles? ¿Qué tan dura estará la guerra sucia a partir de esos momentos y cómo influirá en las preferencias?
  Vísperas de contienda, vísperas de disputa, vísperas de guerra. Todos irán con todo y contra todos. Nos esperan seis meses de lucha sorda. ¡Que se abra el telón!

(Publicado este sábado en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 24 de noviembre de 2017

Para dártelas de entendido en rock (37)

Cuentan que Elvis Presley solía ser muy generoso. Un día, en los inicios de su carrera, le dio un aventón a un hombre que acababa de reparar la cerca de su casa. Iban en un pequeño y reluciente camión que Elvis se acababa de comprar, quizá recordando sus días como camionero. El hombre miraba con admiración el vehículo y de pronto exclamó: "¡Me encantaría tener un camión como éste! ¡Es mi gran sueño!". El cantante se le quedó viendo y le pidió un dolar. El hombre no dudó en dárselo, a lo que Elvis respondió, tomando el billete: "¿Listo, el camión es suyo!".

jueves, 23 de noviembre de 2017

Stranger Things y la resurrección de Winona Ryder

Quizás una de las más extrañas cosas que ha significado el fenómeno mediático que es la serie de Netflix Stranger Things, en sus dos temporadas, sea el rescate de esa actriz, por mucho tiempo muerta en vida, que es la talentosa Winona Ryder. Y aun cuando la serie no trata acerca de zombies, sino de un terror más cósmico y lovecraftiano, esta resurrección de quien en los noventa fue una de las más admiradas, singulares y fascinantes estrellas de Hollywood es algo que debe agradecerse.
  Como es sabido, en 2001 la célebre protagonista adolescente de películas icónicas como Beetlejuice (1988, de Tim Burton), Heathers (1988, de Michael Lehmann), Great Balls of Fire! (1989, de Jim McBride), Mermaids (1990, de Richard Benjamin), Night on Earth (1991, de Jim Jarmuch), Bram Stoker’s Dracula (1992, de Francis Ford Coppola), The Age of Innocence (1993, de Martin Scorsese) o Reality Bites (1994, de Ben Stiller), entre muchas otras, fue arrestada por robo, al tratar de extraer sin pagar ropa de diseñador en una afamada tienda de Beverly Hills. Aunque en esos años todavía no existían los linchamientos virtuales (aún no había redes sociales), el escándalo en los medios tradicionales fue tal que prácticamente significó, a sus escasos 30 años de edad, el fin de la carrera actoral de la bella y menuda mujer. Cuando menos eso se pensó en ese entonces. Sentenciada a tres años de libertad condicional, 480 horas de servicios comunitarios, 3700 dólares de multa, 6355 dólares de lo robado y con la orden de que acudiera a un tratamiento psicológico, los cargos le fueron levantados en 2004 y reducidos a delitos menores.
  Pero recuperar todo lo que había perdido, volver a ser la de antes, aquella rutilante actriz tan llena de chispa y peculiar belleza, habría de resultar una labor ardua, casi un imposible.
  Intentos hizo muchos, pero ninguno resultaba suficiente. La también intérprete en Alien Resurrection (1997, de Jean-Pierre Jeunet), Celebrity (1998, de Woody Allen), Girl, Interrumped (1999, de James Mangold) y Zoolander (2001, de Ben Stiller), a partir de su infortunado incidente con la justicia trabajo en varias cintas, pero ninguna le devolvió su antigua fama y, sobre todo, su buena imagen, a pesar de su participación en filmes como Black Swan (2010, de Darren Aronofsky) o Frankenweenie (2012, de Tim Burton, en la que prestó su voz al personaje de Elsa Van Helsing).
  Impensadamente, sería la televisión la que la sacaría del pantano y en qué forma lo hizo. Primero, al participar en 2015 con un papel pequeño pero importante en la miniserie de HBO Show Me a Hero de David Simon, el mismo showrunner de The Wire y The Deuce.
  Ello le valió para ser llamada por los hermanos Matt y Ross Duffer para realizar el papel de Joyce Byers, una madre divorciada que sufre la desaparición (en la primera temporada) y la posesión (en la segunda) del menor de sus dos hijos, en manos de una fuerza tan poderosa como horripilante que parece surgida de la literatura de H.P. Lovecraft.
  Esta madre, en apariencia frágil e insegura, se torna en un huracán de decisión y fuerza de voluntad para luchar contra esa y otras fuerzas que tratan de destruir a su familia. Winona Ryder saca lo mejor de sí como actriz para dar vida a este personaje tan delirante como entrañable, un personaje que le ha significado el reconocimiento de la crítica especializada, pero sobre todo de los seguidores de Stranger Things y de aquel público que la idolatró a lo largo de una década, la última del siglo pasado, como una diva de culto absoluto.
  Lo paradójico de Winona al interpretar a Joyce es que la Ryder jamás ha tenido hijos y para dar credibilidad a esta progenitora en su desesperada pelea por recobrar a su vástago, pidió un consejo crucial a su propia madre al preguntarle: “Mamá, si toda la lógica indica que perdiste un hijo y que es prácticamente imposible recuperarlo, ¿aún así te rehusarías a creerlo?”. La respuesta materna fue: “Absolutamente”. Esa fue la clave para que Winona Ryder se convirtiera en Joyce Byers y nos convenciera de su autenticidad.

(Publicado el día de hoy en el sitio Sugar & Spice)

miércoles, 22 de noviembre de 2017

El primer disco de Queen

Contra lo que muchos piensan, tal vez de manera un tanto prejuiciada, el primer disco de Queen es un trabajo no sólo digno y aceptable, sino bastante sólido y valioso. Cierto que no puede compararse con sus grandes álbumes, mas para ser su debut, el cuarteto mostraba ya en potencia sus futuros alcances.
   Conocido básicamente por su éxito “Keep Yourself Alive”, Queen (1973) contiene sin embargo varios temas que merecerían ser reconsiderados. Cuenta la historia que el disco tardó dos años en ser grabado, debido a que el grupo no contaba con los medios económicos necesarios para producirlo normalmente y lo trabajaba a horas en las cuales el estudio de grabación no era requerido. A pesar de ello, el plato mantiene una notable uniformidad y el nivel de calidad de sus canciones es realmente admirable.
  Ahí está ya en ciernes todo el estilo que caracterizaría a Queen: desde el manejo asombroso de la voz de Freddie Mercury hasta la compacta y firme sección rítmica que haría del bajo de John Deacon y la batería de Roger Taylor un sello de fábrica, pasando por supuesto por el virtuosismo de Brian May y su forma de grabar varias guitarras sobrepuestas. Aparte del corte ya mencionado, destacan también joyitas como las pesadas “Son & Daughter”, “Liar” y “Great King Rat” o composiciones tranquilas como “Doing All Right” y “The Night Comes Down”.
  Un disco no sólo fundacional sino fundamental, en todos los sentidos del término.

(Reseña publicada en el No. 13 de los especiales de La Mosca en la Pared, en diciembre de 2004)

martes, 21 de noviembre de 2017

Los mangos de Enrique Guzmán

Enrique Guzmán celebró hace unas semanas sus sesenta años de carrera, con un magno (aunque un tanto breve) concierto en un Auditorio Nacional lleno hasta los topes.
  No cabe duda que es un personaje que forma parte de la educación sentimental de varias generaciones de mexicanos y de hispanoparlantes de otras latitudes (personajes como Miguel Ríos, Joaquín Sabina o Charly García lo reconocen como una de sus primeras influencias musicales).
  En lo personal, debo contar que lo conozco desde que tenía yo cinco o seis años de edad y mi hermano mayor ponía los discos de los Teen Tops en casa. De hecho, mi primer contacto con el rock fue el álbum debut del quinteto, con canciones como“El rock de la cárcel”, “Confidente de secundaria”, “Quiero ser libre” o “Buen rock esta noche”, entre otras.
  Durante los años siguientes, escuché mucho los inicios de Guzmán como solista, ya que mi hermano Sergio también se hizo de varios de aquellos discos orquestados por Chuck Anderson. Me sé de memoria desde “Gotas de lluvia” hasta “Payasito”, pasando por “Cien kilos de barro”, “Tu cabeza en mi hombro” y un largo etcétera. Todas aprendidas desde niño.
  De aquel repertorio, destaca una canción de la que quizá muy pocos se acuerdan y que constituye todo un misterio para mí. Me refiero a “Mangos”, cuyo autor original desconozco y cuya letra en español puedo asegurar que se debe al propio Enrique Guzmán. “Mangos, papayas, melones y bayas / mi bien, te daré si me das el sí / ... / y si me quieres tú a mí, como te quiero yo a ti / ¿por qué no habríamos de tener, todos los mangos y papayas y cajetas de Celaya?”.
  Surrealismo puro. Una letra deliciosamente absurda que sólo podría ocurrírsele a quien rebautizó “Good Golly Miss Molly” como “La plaga”. Quizá sin saberlo, el cantante escribió un tema dadaísta que debería ser rescatado y revalorado. Lo digo sin ironía alguna.
  60 años de carrera se dice fácil pero significa un enorme mérito. Mi felicitación y mi admiración sincera a este pionero del rock en español..., con todo y sus mangos.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 20 de noviembre de 2017

Mamá Mimi

Me enseñó mis primeros números y mis primeras letras. Cuando yo tenía escasos cuatro o cinco años de edad, se sentaba conmigo y llena de paciencia y cariño inventaba juegos con esos números y con esas letras anotados en papeles o cartoncitos. Así aprendí a contar y así tuve mis primeros rudimentos de lectura. Por eso, poco antes de cumplir seis años, cuando terminé el kínder y mi mamá me quiso inscribir en preprimaria, las monjas del colegio Hernán Cortés, en pleno centro de Tlalpan, le dijeron que como ya sabía leer y contar, me pasarían directo a primero de primaria. Por eso siempre fui un año adelantado en la escuela. Gracias a ella, a mi abuelita materna, María, la madre de mi madre.
  María Ruelas Santana era su nombre. Había nacido en Autlán de la Grana, Jalisco, por allá de 1880, y se casó ahí mismo, en 1899, con mi abuelo, Fidencio Michel, dueño de un rancho, una casona, muchas cabezas de ganado bovino y porcino y cientos y cientos de hectáreas de terreno (cuenta la leyenda familiar que sus tierras llegaban hasta Barra de Navidad, en plena costa jalisciense, y que jamás llegó a conocerlas todas). Ahí mismo, en Autlán, tuvieron a sus trece hijos, siete hombres y seis mujeres, de los que Rebeca, mi mamá, fue la última. Nació el 10 de enero de 1922.
  De muy pequeño, yo le decía Mamá Mimi (y a mi abuela paterna, doña Guadalupe Ayala de García, de quien ya escribiré más adelante, le decía Mamá Pipi).
  Además de enseñarme a leer y a contar, mi abuelita María me regaló mi primer libro: Corazón, diario de un niño, del escritor italiano Edmundo D’Amicis. Me lo obsequió con la siguiente dedicatoria, fechada el 18 de marzo de 1962, poco antes de que yo cumpliera siete años:

“Para mi nieto Hugo, que aprendió conmigo las letras y los números. Con todo mi cariño. María Ruelas de Michel”. 

  Leí ese novela, una y otra vez, durante varios años. Ya redactaré también un texto completo acerca de la misma, un relato un tanto cursi, si lo vemos desde la perspectiva actual, pero muy bellamente escrito y con momentos en verdad conmovedores, Es sin duda uno de los libros que me marcaron para siempre. Debo decir que aún lo conservo, con todo cariño y con los mejores y más dulces recuerdos de mi abuela María, Mamá Mimi, quien falleció cuando yo tenía ocho años, en 1963, a sus ochenta y tantas primaveras.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Los hechos

Terminé de leer esta autobiografía parcial de Philip Roth, escrita en 1988 y que abarca su vida desde niño hasta los años sesenta, cuando publicó El lamento de Pornoy, su tercera novela, en 1969.
  A decir verdad, pensé que se trataría de un relato sabroso sobre su propia vida, pero a decir verdad Los hechos es un libro lento y por momentos incluso aburrido, quizá porque lo que narra no es una existencia especialmente emocionante. Al menos en lo que se refiere a su infancia y adolescencia. Ni siquiera entusiasma cuando habla de sus primeros libros (el de cuentos, Goodby Columbus, de 1959, y su novela inicial, Letting Go, de 1962). Donde adquiere mayor interés es a partir de que conoce a "la mujer de mis sueños", la enloquecida Josie, madre divorciada de dos niños, con quien se casa y vive un verdadero infierno, aun después de haberse separado de ella. La pesadilla sólo desaparece cuando la mujer sufre un accidente automovilístico que le hace perder la vida y que Roth narra como un verdadero alivio. Su siguiente mujer, la mucho más tranquila May, no le entusiasma tanto pero al menos le permite vivir en paz.
  Por cierto, el escritor se basó en Josie para dar vida a Lucy Nelson, el personaje principal de su novela Cuando ella era buena (1967), de la que muy pronto escribiré aquí mismo.
  Un libro interesante, The Facts, pero sólo para verdaderos seguidores de la obra de este extraordinario autor.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Monreal y el miedo a López Obrador

Realmente muchos nos la creímos, incluso él mismo. Luego de la humillación de que fue objeto por parte de Andrés Manuel López Obrador y Morena, cuando una encuesta que nadie vio otorgó a Claudia Sheinbaum la candidatura de ese partido al gobierno de la Ciudad de México, dejándolo en un ominoso tercer lugar, muchos pensamos que Ricardo Monreal renunciaría de inmediato a su militancia y se lanzaría, de manera independiente o con el cobijo de otra organización partidaria, a la contienda del 2018 por la capital de la república.
  De hecho, él propio Monreal así lo dio a entender. Hizo pública su indignación y alzó la voz... por unos días.
  No sé qué habrá pasado tras bambalinas, desde que aquello sucedió hasta hace unos días, cuando el aún delegado por Cuauhtémoc se reunió en San Luis Potosí con el dueño y señor de Morena.
  Se dice que primero buscó la candidatura con el Frente Democrático, pero como esa posición ya pertenece a la presidenta del PRD, Alejandra Barrales, resultó imposible. Luego habría acudido a otros partidos menores, sin suerte, y se cuenta que al final el mismísimo PRI le ofreció que fuera su candidato, cosa que don Ricardo habría declinado. Eso es lo que se dice a nivel de trascendidos.
  El caso es que el hombre ha dejado pasar un tiempo precioso y no se define. De su reunión con AMLO nada queda en claro, sólo que Monreal definió a Andrés Manuel como “la persona con más autoridad moral que hay en el país”. Ajá. Con tanta autoridad moral que les mete un pavor terrible a sus allegados, ninguno de los cuales osa contrariar sus designios por miedo... ¿a qué?
  Para mí sigue siendo un gran misterio ese terror que López infunde en los suyos. ¿Es por su carácter atrabiliario? ¿Por su iracundo autoritarismo? ¿Los amenaza con algo tremebundo? Son preguntas que se me vienen a la mente al ver a personalidades supuestamente fuertes, como Ricardo Monreal o Marcelo Ebrard, doblar la cerviz como mansos corderitos ante el gerifalte implacable.
  Deberían considerar que Morena es un partido político y no un cártel mafioso. Digo.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 17 de noviembre de 2017

Para dártelas de entendido en rock (36)

Una noche, durante una de las primeras actuaciones de The Who, Pete Townshend estaba experimentando con el feedback que lograba al acercar su guitarra al amplificador. Cuando de manera accidental golpeó el techo con su instrumento, provocó un sorprendente sonido que hizo gritar al escaso público que los escuchaba. Townshend trató de repetir el sonido varias veces sin lograrlo, con tan mala suerte que al golpear con fuerza la guitarra se rompió y se hizo un terrible silencio. Exasperado por esto, terminó por destrozarla, logrando que la gente enloqueciera de entusiasmo. Para la siguiente presentación del grupo, había el doble de gente y la mayoría esperaba que Pete repitiera el acto de romper su guitarra. Así lo hizo y de ese modo nació el ritual que se repetiría innumerables veces, como parte de la actuación del delirante cuarteto.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Guanajuato

Con mi amiga Sol Waldo, en la Universidad de Guajuato.
Hice un viaje relámpago a la Ciudad de Guanajuato, para presentar Emiliano en la Alhóndiga de Granaditas. Me fui ayer muy temprano, en autobús, y llegué a la capital guanajuatense (a donde nunca había ido) poco antes de las dos de la tarde. Fueron a recogerme y me dejaron en un hotel (llamado un poco siniestramente "Socavón"), bonito y pasable, cercano a la Alhóndiga. Pude descansar y comer. A las cinco y media pasó por mí Sinuhé, un joven muy amable que trabaja para el lugar donde sería la presentación, a las seis de la tarde.
  El acto fue muy bonito y grato. El foro para 60 personas se llenó. Presentó mi libro la maestra y especialista en historia de la revolución mexicana Ana María Alba y luego yo intervine también. Hubo preguntas de la gente y al final vendí algunos ejemplares del libro. Entre los asistentes estaba mi gran amiga Sol Waldo, estupenda cantante de ópera y maestra de música en Guanajuato. También conocí a la licenciada Gabriela Sánchez Villegas, directora del Museo de la Alhóndiga y responsable de mi visita al lugar.
  Me llevaron a dar un largo y nocturno paseo a pie por el bellísimo centro de la ciudad (qué alucine ver la universidad, la misma donde estudiaba Gloria Revirado y daba clases Paco Aldebarán, esos grandes personajes de Jorge Ibargüengoitia en su novela Estas ruinas que ves; por cierto que a Ibargüengoitia no lo quieren mucho que digamos, porque puso "en ridículo" a los guanajuatenses, precisamente en ese libro). Me fascinó. Sol fue con nosotros (y me cai en unos escalones de la universidad por ir baboseando en mi celular: buen golpe en las rodillas). Luego cenamos con la licenciada en un elegante restorán frente al parque central y ahí me enteré de que debí haber sido hospedado en un hotel mucho mejor del que me designó por su capricho... el contador de la Alhóndiga. La licenciada Sánchez no lo sabía y me ofreció mil disculpas. Tuve que decir que no importaba, pero sí que habría sido una gran diferencia. Qué coraje, ni modo.
  Regresé al "Socavón" y ya no me pareció tan bonito. Para colmo, a la mañana siguiente no había agua caliente en mi cuarto y tardaron una hora en ponérmela. Me bañé al fin, desayuné (medio chafa) en el mismo hotel y me fui a pie a la Alhóndiga, donde hice un recorrido bastante interesante y luego Sinuhé me llevo en carro a conocer los túneles de la ciudad y la Presa de la Olla que apenas y medio pude ver desde el coche. Regresamos al centro y caminamos un par de horas, tiempo que aproveché para tomar fotos y comprar algunos recuerditos.
  Ya como a las tres, pasé a despedirme de la gente de la Alhóndiga. Salió la posibilidad de regresar en agosto para dar un curso de historia del rock. Ojalá no se les olvide. Sinuhé me llevó a la central de autobuses y vi "el otro Guanajuato", es decir, la parte moderna de la capital del estado.
  El camión salió a las cinco. Viaje tranquilo. Llegué al ex DF poco antes de las diez y a la casa, en un taxi, pasaditas las once.
  Un estupendo viaje que me hizo conocer al fin la ciudad de Guanajuato y enamorarme de ella.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Las chicas y la era de Aquarius

1969 fue un año muy importante para la historia de Occidente. No sólo por la llegada del hombre a la Luna, la inauguración del metro en la Ciudad de México, la muerte del rollingstone Brian Jones, la celebración del festival de Woodstock o el retorno a los escenarios de Elvis Presley, en Las Vegas, después de una década de ausencia en los mismos.
  Fue importante también para el cine (es el año de grandes películas como Midnight Cowboy de John Schlesinger, Easy Rider de Dennis Hopper, La pandilla salvaje de Sam Peckinpah, La vía láctea de Luis Buñuel, Mi noche con Maud de Eric Rohmer, Z de Costa Gavras, Topaz de Alfred Hitchcock, They Shoot Horses, Don’t They? de Sydney Pollac, Butch Cassidy and the Sundance Kid de George Roy Hill, Satyricon de Federico Fellini y el debut cinematográfico de Woody Allen con Take the Money and Run) y la música (es el año de grandes discos como Abbey Road de los Beatles, Let It Bleed de los Rolling Stones, Nashville Skyline de Bob Dylan, Space Oddity de David Bowie, Barabajagal de Donovan, In the Court of the Crimson King de King Crimson, From Genesis to Revelation de Genesis, Bayou Country de Creedence Clearwater Revival, The Family That Plays Together de Spirit, Ummagumma de Pink Floyd, Stand Up de Jethro Tull, Santana de Carlos Santana, Crosby, Stills & Nash del trío homónimo y los dos primeros álbumes de Led Zeppelin).
  Pero 1969 fue también el año en que terminó el sueño  –para usar las palabras de John Lennon en su canción “God” de 1970. El sueño de la llamada contracultura y del quimérico movimiento hippie de la paz, el amor y el flower power. Ese año, el mismo de Woodstock y su reunión de medio millón de personas para escuchar música y convivir en completa tranquilidad y armonía, fue también el del festival de Altamont, en California, donde reinó la violencia y los temibles Hell Angels (contratados para resguardar la seguridad de los miles de asistentes) mataron a golpes y cuchilladas a un espectador de origen afroamericano; fue, asimismo, el año en que sucedió uno de los hechos más terribles en la historia del crimen: el de los asesinatos de la actriz Sharon Tate y un grupo de amigos suyos a manos de la secta del siniestro Charles Manson.
  De eso trata la estupenda novela Las chicas (Anagrama, 2017) de la joven escritora estadounidense Emma Cline (Sonoma, California, 1989). Si bien su título podría prestarse a confusiones e incluso confundirse con Girls, la magnífica serie de HBO, en realidad el libro se relaciona mucho más con la serie Aquarius, de Netflix. Tanto ésta como el libro se refieren al mismo tema (la mencionada secta de Manson), aunque con tratamientos muy distintos. Pero enfoquémonos en el libro.
  La novela de Cline narra esa malhadada historia, sucedida en agosto de 1969, y la enfoca desde el punto de vista de una de las adolescentes involucradas en la secta, si bien de manera más bien pasiva y tangencial. Cuando menos, Evie, la narradora, aunque está a punto de hacerlo, no participa finalmente en los crímenes y se entera de ellos días más tarde. Cline evita describir cómo sucedieron los crueles asesinatos y se centra más en la visión alejada y periférica de su personaje principal. En ese sentido, no se trata de un relato sangriento y su mayor mérito estriba en la manera como nos sumerge en el ambiente que reinaba al interior de la secta.
  Con un estilo claro y ameno, la autora nos cuenta los acontecimientos desde dos perspectivas, ambas femeninas: la de Evie ya adulta, quien muchos años después recuerda con introspección aquella pesadilla, y la de Evie quinceañera –vibrante y rebelde adolescente–, al momento de vivir los hechos, luego de conocer incidentalmente a “las chicas” de Manson (quien aquí recibe el nombre de Russell) e involucrarse con ellas de diversas maneras.
  A pesar de una traducción que abusa un tanto de los gerundios, la novela es muy buena y recomendable, pues consigue recrear con exactitud y credibilidad la atmósfera de aquellos días en los que el utópico sueño hippie de la paz y el amor se transformó en súbita y distópica violencia homicida.

Emma Cline. Las chicas (The Girls). Anagrama, 2016. 336 pp.

(Publicado el día de ayer en el sitio Sugar & Spice)

martes, 14 de noviembre de 2017

Cuando el rock se cumbió

Leí por ahí que en México el rock no sucumbió, sino que se cumbió y hay mucho de cierto en ese juego de palabras. Por desgracia, no sólo se cumbió, sino que se agruperó, se aboleró, se bandeó, se amariachió y hasta se reguetoneó.
  El rock no existe en estado puro y es un género que admite cualquier tipo de fusiones, argumentan muchos. Es cierto y estoy de acuerdo con ello. El problema es cuando confundimos fusión con promiscuidad y abaratamiento. No es lo mismo mezclar con sabiduría y talento, por ejemplo, la música afroantillana con el rock (como supo hacer Carlos Santana a fines de los años sesenta) que disfrazarse de roqueros darquis y tocar una cumbia tal cual (como ocurrió en México a finales de los ochenta).
  ¿Es fusión lo que hace hoy un grupo como Enjambre? No: es música grupera y baladera tocada por músicos que adoptan apariencia y poses de roqueros. ¿Es fusión que algunas luminarias (es un decir) del rockcito graben un disco con Los Ángeles Azules? No: es cumbia cantada por dudosos roqueros.
  Fusionar es una palabra mayor. George Harrison supo hacerlo con la música de La India, Paul Simon con la música sudafricana y Police o The Clash con el reggae.
  El problema en México ha sido ese: que muy pocos saben fusionar otros géneros con el rock. La Barranca lo hizo muy bien con el danzón y San Pascualito Rey lo ha hecho medianamente bien con el bolero. De la misma manera, Jaime López y Betsy Pecanins realizaron muy interesantes experimentos entre el blues y la música ranchera.
  Lamentablemente, se trata de excepciones y por eso hoy escuchamos a muchos solistas y grupos nacionales que tocan como émulos de baladistas españoles y sudamericanos de los años ochenta, tipo José Luis Perales, Camilo Sexto o Palito Ortega. Para no hablar de la nueva tendencia “andina” de Café Tacuba o Natalia Lafourcade, más inspirada en la Tigresa del Oriente que en, digamos, Chabuca Granda, quien era estupenda en lo suyo, pero nada tenía que ver con el rock.
  ¿Entonces esto ya sucumbió, ya se cumbió? Veremos.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 13 de noviembre de 2017

Calles son destino

Por alguna extraña razón, a lo largo de mi vida he vivido casi siempre en calles con nombres extraños, estrambóticos y/o significativos.
  La primera calle (1955-1959) no fue tan rara: Coapa, en la colonia Toriello Guerra, en Tlalpan.
  La segunda (1959-1960) sólo tiene como misterio la identidad de la persona cuyo nombre lleva: Roberto Gayol, en la defeña colonia Del Valle, delegación Benito Juárez (hasta donde sé, Gayol fue un ingeniero nacido a mediados del siglo XIX que pronosticó el hundimiento del centro del Distrito Federal).
  Mi tercera calle (1960-1974), ya de regreso a mi pueblo natal, lleva (porque todavía existe, a dos cuadras del centro de Tlalpan) el corporativista y un tanto críptico nombre de Magisterio Nacional (no, hasta donde sé nunca vivió ahí Elba Esther Gordillo), en cuyo número 84 pasé los más importantes años de mi niñez y mi adolescencia. Dicen que en 1950 se filmó en esa calle empedrada una secuencia de Los olvidados de Luis Buñuel.
  La cuarta (1974-2000) fue Once Mártires, colonia La Fama, en la misma delegación. A pesar de mi vocación de víctima, el nombre nada tiene que ver conmigo (aunque a veces me haya sentido un doceavo mártir) sino con once obreros huelguistas que ahí fueron fusilados por el régimen de Porfirio Díaz.
  Por último vino mi actual calle (2000 y hasta la fecha), Maximino Ávila Camacho, de nuevo en la Benito Juárez, aunque esta vez en la colonia Ciudad de los Deportes. Este Ávila Camacho fue hermano de Manuel, quien fuese presidente de la república de 1940 a 1946, y arrastraba una terrible fama pública (Ángeles Mastreta lo retrata en su novela Arráncame la vida). Al parecer, fue asesinado por gente muy cercana a él. Cosas de la vida: el hijo de Maximino, Manuel, fue amigo mío (me lo presentó Fernando Rivera Calderón), excelente persona, cosmopolita extraordinario, conversador prodigioso y buen lector de La Mosca en la Pared hasta antes de su muerte, acontecida en 2007.
   Cinco calles a lo largo de mi vida, pero con nombres demasiado peculiares.

PD: En 1987, por un problema matrimonial, viví unos seis meses en la casa de mi hermano Sergio, en la calle de Hidalgo, en Tepepan, pero fue un lapso muy breve y no sé si cuente también).

domingo, 12 de noviembre de 2017

La reina del rock

Hace algunos ayeres, a fines del siglo pasado, entrevisté a Alejandra Guzmán para la revista que yo dirigía, La Mosca en la Pared. La cita fue en la habitación de un hotel de Paseo de la Reforma, específicamente en una terraza, donde también se encontraban su representante y gente de prensa de su disquera. La entrevista, acerca de un disco suyo que acababa de aparecer, fue tranquila y ella siempre se comportó afable y hasta bromista. Todo habría salido a pedir de boca, de no ser porque une vez terminado el asunto y a punto de despedirme se me ocurrió preguntarle, off the record, por qué si tenía tan buena voz para el rock, no se decidía a cantar rock de verdad.
  Su rostro sufrió una transformación inmediata y se enderezó de su sillón como si sufriera una convulsión. La sonrisa desapareció de sus labios y a cambio su mirada se clavó en mis ojos con una rabia apenas contenida. Enrojecida y temblorosa, me lanzó a la cara un estentóreo “¡Yo sí canto rock!” que hizo que todos voltearan a vernos.
  No supe qué decir. Levanté una mano en son de paz y me retiré sin aspavientos. Aún alcancé a escuchar unos furiosos balbuceos a mi espalda.
  La reina del rock me acababa de anatemizar.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Tapaditos

La vieja tradición del tapado priista, a la que tan acostumbrados estuvimos muchos mexicanos cuando menos hasta 1994, no ha desaparecido, pero ya no tiene las certezas de aquellos tiempos, cuando todos sabíamos que aquel que fuera destapado por el presidente en turno sería sin la menor duda el siguiente mandatario del país.
  A pesar de ello y de que hoy el PRI no es ni la sombra de lo que fue (recuérdense motes como “el partidazo” o “el partido aplanadora”), queda todavía en nuestro ADN (quizás en el de los millennials ya no tanto) el regusto por el tapadismo y por eso todos (y cuando digo todos, no me refiero sólo a los priistas sino a quienes no simpatizan con el tricolor también) seguimos al pendiente de quién será finalmente “el bueno”, al menos para enfrentar a los candidatos de los otros partidos. Por eso tantos hasta hacemos apuestas al respecto.
  Se dice que este mes se conocerá la decisión del presidente Peña Nieto acerca de su elegido (porque la tradición del dedazo también permanece incólume y no únicamente en el PRI). Los nombres van y vienen, pero los favoritos del Melate político, los punteros, parecen ser José Antonio Meade, Aurelio Nuño y Miguel Ángel Osorio Chong. También suenan, aunque un poco menos, José Narro, Eruviel Ávila e incluso Luis Videgaray, aunque a ellos tres los veo más como posibles contendientes por la gubernatura de la Ciudad de México.
  Si en Morena ya está López Obrador y en el Frente Ciudadano ya está Ricardo Anaya, el PRI necesita definirse a la de ya. A menos que el gran elector piense, como Osorio (no el secre de Gobernación, sino el director técnico de la selección mexicana que ayer sacó un buen empate ante su similar de Bélgica), que aún falta mucho tiempo para el gran certamen.
  Hagan sus apuestas, señores y señoras, jóvenes y jóvenas, panzonas y mensas (¿o dijo inmensas? That is the question). ¿Quién será el bueno en el PRI? ¿El que piensa la mayoría? ¿El que nadie se espera? ¿Nos llevaremos la gran sorpresa con un tapado imprevisto?
  La polaca mexicana sigue siendo muy divertida.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 10 de noviembre de 2017

Para dártelas de entendido en rock (35)

Malcom Young, quien falleciera este sábado 18 de noviembre, era quien tocaba los solos de guitarra en los primeros años de  AC/DC. Hasta que un día decidió no hacerlo más y dejó que su hermano Angus se hiciera cargo de ellos. ¿La razón? Él mismo se la dijo con claridad a su consanguíneo: "Tú tócalos, yo ya no quiero porque mantienen ocupada demasiado tiempo la mano que uso para beber".

jueves, 9 de noviembre de 2017

Enrique Guzmán, ¿padre o padrino del rock nacional?

1957. En algún lugar del aún Distrito Federal, cuatro adolescentes asiduos al Deportivo Chapultepec –a donde suelen ir a patinar– y fanáticos de esa nueva música que los medios llaman rocanrol deciden formar un grupo. Se trata de los hermanos Armando y Jesús Martínez, Sergio Martell y Enrique Guzmán. Este último tiene apenas 14 años de edad y hace dos que llegó a la ciudad, proveniente de Caracas, Venezuela, donde nació y vivió hasta entonces al lado de sus padres, ambos mexicanos. Los jóvenes se reúnen en la casa de Enrique, ya que es el único que tiene una guitarra eléctrica. Sin embargo, éste queda como bajista del grupo, con Jesús como guitarrista, Sergio como pianista y Armando como baterista y voz principal. Empiezan tocando canciones de Elvis Presley y Little Richard (o “El pequeño Ricardito”, como se le llamaba en México). En alguna entrevista, Guzmán cuenta: “Lo que pasa es que queríamos ligar. Porque antes íbamos a las fiestas y las muchachas no nos hacían caso. Entonces discurrimos formar un conjunto de rock para tocar en esas fiestas... y empezamos a ligar”.
  Dado que fueron gustando, cada vez los buscaban para tocar en más fiestas, hasta que alguien de la disquera Columbia los escuchó y los invitó a grabar. Para entonces, Armando ya no era el vocalista, debido a que en cierta ocasión se quedó ronco y de emergencia Enrique lo tuvo que sustituir. A partir de ese momento, se quedó como la voz del cuarteto, al que habían bautizado como Los Teen Tops.
  En 1960 grabaron su primer disco, con éxitos del rock n’ roll estadounidense a los que adaptaron muy curiosas e inventivas letras en español, en su mayor parte escritas por Enrique Guzmán, cuya versión de “Good Golly Miss Molly” de Little Richard nada tiene que ver con la original.
  Si algún día tengo la oportunidad de entrevistar a Guzmán, lo primero que le preguntaré es de dónde le vino la feliz y delirante idea de ponerle “La plaga” a la canción de Ricardito y de dónde surgieron líneas como “Ahí viene la Plaga, le gusta bailar y cuando está rocanroleando es la reina del lugar” o “Mis jefes me dijeron: ‘ya no bailes rocanrol; si te vemos con la Plaga, tu domingo se acabó’”.
  Porque uno de los grandes méritos de aquellas letras era su adaptación al español que se hablaba en México, con numerosos modismos y hasta citas a lugares de nuestro país (“Nací en Guadalajara, donde yo encontré una preciosa chica que me enamoré”, canta Enrique en “Ven, Johnny ven”, su versión de “Johnny B. Good” de Chuck Berry).
  Los Teen Tops permanecieron juntos hasta 1964, cuando Enrique Guzmán decidió separarse de ellos en definitiva y convertirse en baladista (tendencia que siguieron otros, como César Costa o Manolo Muñoz, quienes también provenían de conjuntos de rocanrol). Pero ahí quedaron, como clásicos del primer rock hecho en México, temas como “Presumida”, “Quiero ser libre”, “El rock de la cárcel”, “Confidente de secundaria”, Popotitos” y muchas más.
  Como solista, Enrique logró una gran aceptación. Ya desde 1960 había grabado su primer disco sin el grupo y con acompañamientos orquestales. Su éxito inicial fue “Cien kilos de barro” y de ahí vinieron en cascada muchos otros: “Tu cabeza en mi hombro”, “Lo sé”, “Mi corazón canta”, “Gotas de lluvia”, “Payasito” y hasta la híper surrealista “Mangos” (“Mangos, papayas, melones y bayas, mi amor, te daré, si me das el sí... / Y si me quieres tú a mí, como te quiero yo a ti, ¿por qué no habíamos de tener todos los mangos y papayas y cajetas de Celaya?”). Digna de “Call Any Vegetable” de Frank Zappa.
  Lo que vino después fue una muy larga carrera que incluyó su actuación en gran cantidad de películas “juveniles” del cine mexicano, sus noviazgos con estrellas como Angélica María y Rocío Dúrcal o su matrimonio con la actriz Silvia Pinal, con quien se reveló como un muy buen comediante, con personajes como Bartolo Taras, el cual se volvió tan popular que la gente en la calle, en lugar de decirle Enrique, lo llamaba Bartolo. Tuvo que matar al personaje.

2017. 30 de octubre. Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Enrique Guzmán celebra sus 60 años como cantante con lleno total, acompañado por una gran orquesta y con una voz que no deja de sorprender por su claridad y su potencia a los 74 años de edad. Simpático y dicharachero, interpreta la mayor parte de su repertorio como solista y algunas canciones de los Teen Tops. Incluso “La Plaga”, al lado de su hija Alejandra. Un concierto estupendo y lleno de emotividad, con un público conformado por adultos de la segunda y la tercera edad. Cero millenials.
  ¿Es Enrique Guzmán padre o padrino del rock hecho en México? Dejémoslo en pionero. Un pionero entrañable.

(Publicado el día de hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Mi 1967

En enero de 1967, nevó en el Distrito Federal. Un mes después, entré a la secundaria (la No. 29, en Tlalpan, mi pueblo natal) y en marzo cumplí doce años de edad. Fue a mediados de ese año que escuché con asombro dos nuevos discos que Sergio, mi hermano mayor, llevó a la casa: el Sargento Pimienta y Sus Satánicas Majestades, de los Beatles y los Rolling Stones, respectivamente. Sin embargo, no fueron suficientes para desviar mi atención de lo que más me importaba en aquellos momentos de mi vida. Me había enamorado platónicamente de Patricia Medina, “La Güerita”, una preciosa niña de trece años que estaba en segundo grado y quien no sólo no me miraba, sino que ni siquiera reparaba en mi existencia. Pero ya desde antes me gustaban los Beatles. En nuestra diminuta y rentada casa, en la calle de Magisterio Nacional, a dos cuadras del centro tlalpeño, teníamos varios discos de 45 rpm que escuchaba con mi hermana Myrna, tres años menor que yo y desde entonces fan absoluta de Paul McCartney (mi otra hermana, Ivette, había nacido justo ese mismo año 67, en el mes de febrero). Yo jugaba a ser John Lennon y cantaba “Love Me Do”, al tiempo que la canción salía por las bocinas del pequeño tocadiscos portátil que teníamos. “Cantas igualito”, me decía mi hermana y yo me la creía. Sin embargo, algo sucedió en ese mismo 1967 que vino a cambiarlo todo: surgieron los Monkees… y me volví su fiel seguidor. Cambié a Lennon por Mike Nesmith (gorrita de estambre incluida) y a “Love Me Do” por “I’m a Believer”. Con mis amigos Alejandro González y Gerardo Aguayo jugaba a que éramos los Monkees, hasta que al segundo empezaron a gustarle los Doors y comenzó a mirarnos con cierto desprecio. El mal momento tardaría un año en disiparse, cuando apareció el Álbum Blanco de los Beatles y recuperé la cordura. Pero eso fue ya en 1968, cuando estaba en segundo de secundaria y “La Güerita” había pasado a la historia para dar paso a otro amor platónico de nombre Beatriz. Tampoco pasó gran cosa con ella (ni con Leyla, mi platónico ideal amoroso de tercero de secundaria). Lo único cierto es que jamás perdí ya el rumbo rocanrolero. Ni siquiera cuando los Beatles desaparecieron en 1970.

martes, 7 de noviembre de 2017

Dos mujeres, dos propuestas

No, no me refiero a Natalia Lafourcade o Carla Morrison. Tampoco a Ximena Sariñana o Mon Laferte. En realidad, hablo de dos grandes compositoras e intérpretes prácticamente desconocidas en nuestro país, a pesar de ser reconocidas mundialmente por sus impecables cualidades artísticas. Quizá sus nombres no le suenen mucho, estimado lector, pero lo invito a sumirse en la música de Aimee Mann y Laura Marling. A manera de iniciación, sólo escuche usted sus respectivos discos de 2017.
  Aimee Mann lleva ya muchos años en el camino. Su primero álbum, el estupendo Whatever, data de 1993. A casi un cuarto de siglo de su debut y a sus 57 años, la nacida en Richmond, Virginia, llega con Mental Illness, su noveno trabajo en estudio, una joya llena de perfección. “Mi disco más triste, más tranquilo y más acústico”, dice del mismo. Sin embargo, no es una obra autobiográfica, sino fruto de las capacidades de Mann como observadora de su entorno y de cómo algunas personas viven las pequeñas y grandes tragedias de la vida diaria. Una obra melancólica, introspectiva y de gran belleza, producida de un modo tan sutil que evita caer en el melodrama fácil y acaba por proporcionarnos más de una luz. Una preciosidad.
  Semper Femina en su disquera propia: More Alarming Records. La joven cantautora inglesa sigue sorprendiendo con cada álbum que produce. Su calidad como compositora e intérprete parece llevar una dirección siempre ascendente, como muestra en este su sexto opus. Aunque la influencia de antecesoras como Joni Mitchell sigue siendo notoria, la cantante va más allá del sonido folk de sus inicios y con letras inteligentes y provocadoras, más una música a la vez sencilla y suntuosa –que de pronto remite a Kate Bush y Tori Amos–, consolida una paradójica originalidad que la hace tan seductora como irresistible. Todo esto cuando apenas cumplió 27 febreros.
Treinta años más joven, Laura Marling acaba de grabar
  Dos mujeres, dos propuestas inteligentes y de enorme calidad musical. No se las pierda.

(Mi columna "Gajes del orificio" de hoy, publicada en la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 6 de noviembre de 2017

"I and Love and You" de los Avett Brothers

Por lo general, las historias sobre hermanos que forman parte de una misma banda de rock son más bien difíciles y conflictivas. Aunque por ahí se diga que no hay armonía más bella que la armonía fraterna, casos como los de los hermanos Gallagher de Oasis o los hermanos Davies de los Kinks son todo menos ejemplares y mucho menos idílicas. Algo similar puede decirse de los Everly Brothers, los Allman Brothers y los Bee Gees.
  A pesar de todo lo anterior, se da uno que otro caso en el cual los hermanos pueden convivir de manera más o menos tranquila y uno de ellos es el de Scott y Seth Avett, mejor conocidos como The Avett Brothers, cuya armonía fraternal se decanta en composiciones de enorme hermosura y sutileza, tanto desde un punto de vista letrístico como desde los terrenos musicales, en los que sus temas destacan por los finísimos arreglos instrumentales y vocales.
  En 2009, esta banda de Concord, Carolina del Norte, puso en circulación uno de los mejores discos del año y de mucho tiempo. Producido por Rick Rubin, I and Love and You (American Recordings) es el primer album de los Avett Brothers para una disquera grande, pero ya tenían detrás la grabación de cinco placas cuya calidad nada le pide a su sexta producción. Trabajos como su EP homónimo de 2001, Country Was (2002), Mignonette (2004), Four Thieves Gone (2006) y Emotionalism (2007) son espléndidas obras en las que el estilo del grupo se ha ido puliendo hasta alcanzar enormes alturas artísticas.
  I and Love and You es uno de esos discos que aparecen muy de vez en cuando. Se trata de una obra llena de magia, con una musicalidad encantadora (en el sentido literal de la palabra), una amalgama de estilos que se enraiza en lo más auténtico de la música estadounidense, especialmente en el folk, el country y el bluegrass, pero también en el rock e incluso en el mejor pop.
  La historia de los Avett Brothers tiene algo de magia, ya que, a pesar de su calidad indiscutible, podrían seguir en el ostracismo de su ciudad natal, sin que alguien más allá de ese entorno supiera algo de su música. Quiso el destino, sin embargo, que al afamado productor Rick Rubin se le ocurriera un día ponerse a buscar al azar bandas desconocidas en YouTube y de casualidad diera con ellos. El sonido del grupo lo conquistó al momento y de inmediato se puso en contacto con sus integrantes, quienes al principio pensaron que se trataba de una broma de alguien que se hacía pasar por Rubin y pretendía tomarles el pelo. No lo creyeron hasta que traspasaron las puertas de la residencia del productor de discos tan disímbolos y conocidos como Licensed to Ill de los Beastie Boys, Shake Your Money Maker de The Black Crowes, Californication de los Red Hot Chili Peppers y la serie American Recordings de Johnny Cash, entre muchos otros.
  Rick Rubin les dio libertad para grabar como acostumbraban, pero también los impulsó a hacer cosas nuevas y los obligó a repetir las tomas una y otra vez, hasta que quedaran perfectamente pulidas. Esto se refleja en el resultado final del disco, mucho más brillante y fino que cualquiera de sus entrañables pero no del todo cuidados álbumes anteriores.
  Todas las canciones del grupo son escritas por los dos hermanos. Su empatía fraternal los ha llevado a componer verdaderas joyas, varias de las cuales se encuentran en I and Love and You, como la propia pieza que lleva ese nombre y que posee una de las melodías más melancólicas y conmovedoras de los ultimos años, junto con una letra instrospectiva, filosófica y en algunas líneas poéticamente hermética.
  Algo parecido puede decirse de otros temas del mismo disco, como las espléndidas “Laundry Room”, “Ten Thousand Words”, “January Wedding”, “Incomplete and Insecure”, “Tin Man” y “The Perfect Space”.
  “Cuando lo trágico es algo que está a la mano, no es difícil de relatar y menos lo es trasmitírselo a mucha gente. En algunas letras podemos ser muy específicos acerca de algo que nos sucedió en lo personal, pero al final sucede que son cosas que le pasan a todo el mundo y por eso quienes escuchan nuestras canciones pueden identificarse con ellas”, comenta al respecto Scott Avett.
  Cálida, acogedora, nostálgica, aunque en ciertos momentos también divertida, así es la música de The Avett Brothers, una de las propuestas más interesantes del alt-folk estadounidense de la actualidad.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Judah Friedlander: stand up comedy en estado puro

“Me gustan las trilogías. Por eso me emociona la Tercera Guerra Mundial.
                                  
 Judah Friedlander

A pesar de su aparente simplicidad (un comediante provisto de un micrófono en un foro desnudo), la stand up comedy es una de las artes escénicas más difíciles de realizar. Me refiero, claro, a realizarla bien. Con inteligencia, ingenio, agudeza, humildad y un sentido del humor ácido y negro.
  Hoy, todos quieren ser “estandoperos”. Incluso en México. Pero no cualquiera posee los dones para serlo como se debe. Por eso hay tantos que tratan de practicarlo y fracasan en forma estruendosa. Incluso en México. Sobre todo en México.
  Este arte que tuvo como pioneros a comediantes del tamaño de Groucho Marx, Woody Allen, Lenny Bruce, Andy Kaufman y Jerry Seinfeld, hoy está en boga y existe una sobrepoblación de sus practicantes. Uno puede asomarse a Netflix o a Comedy Central y ver a una enorme cantidad de cómicos “parados” (traducción literal de stand up), quienes presentan los más variados estilos. Los hay estridentes y sobreactuados. Los hay contenidos y de bajo perfil. Los hay lerdos y artificiosos. Los hay certeros y afilados. Lógicamente, los hay muy buenos y los hay muy malos.
  Entre los comediantes actuales de stand up, yo destacaría  cinco nombres: Lewis Black, Marc Maron, Wanda Sykes, Aziz Ansari y Judah Friedlander. Me centraré en este último, ya que Netflix acaba de estrenar America Is the Greatest Country in the United States, una especie de documental en blanco y negro, con una sorprendente economía de recursos y un contenido tremenda y saludablemente crítico y corrosivo.
  Estelarizado, escrito, producido y dirigido por el propio Friedlander (quien se hiciera conocido como Frank Rossitano, uno de los personajes de la serie de televisión 30 Rock de 2006-2013), este especial de stand up comedy presenta una de las críticas más severas, astutas y jocosas al american way of life, al nacionalismo estadounidense (de ahí el irónico título), a los políticos (y a los ciudadanos) de aquel país y a asuntos como el racismo, las drogas, las armas, el sexo (y el sexismo), la educación y hasta las piñatas.
  Judah Friedlander posee una rapidez mental asombrosa cuando dialoga con el público presente en un pequeño local de Nueva York y responde a las cuestiones que este le va planteando de manera improvisada y sin guión previo. Su ingenio apela a la inteligencia del espectador, a quien convierte en su cómplice, ya sea que esté de acuerdo o no con lo que dice.
  Alejado de cualquier corrección política, el comediante no deja títere con cabeza. Sí, hay fuertes y muy divertidas críticas a Donald Trump, pero también a quienes lo entronizaron en la Casa Blanca y a quienes votaron en contra. Hay un fuerte sarcasmo hacia el establishment político de los Estados Unidos, pero también contra los ciudadanos que desde una cómoda y segura posición tranquilizan su conciencia al subir un par de tuits “cuestionadores" al día.
  Hay decenas de frases memorables a lo largo de la hora con 24 minutos que dura America Is the Greatest Country in the United States. Véala usted. Le garantizo que lo hará reír y lo hará pensar.

(Texto que escribí para el sitio Sugar & Spice y que se publicó el día de ayer)

sábado, 4 de noviembre de 2017

Tiempos inquisitoriales

A lo largo de la historia, la censura, la persecución de las ideas, el castigo a las disidencias, el silenciamiento de las voces distintas y de los pensamientos que no se pliegan a lo establecido han provenido del poder. Así ha sido desde que la humanidad se organizó en estamentos y gobiernos, desde la antigüedad esclavista hasta la modernidad capitalista (que incluye a los “socialismos” totalitarios).
  Hoy día, sin embargo, la intolerancia, los anatemas y las condenas no provienen tanto del Estado como de una parte de la propia sociedad, la cual se ha constituido –sobre todo desde las llamadas redes sociales– en una nueva versión del tribunal del Santo Oficio y de los regímenes stalinistas y nazi-fascistas que no permitían la discrepancia y la sancionaban de la manera más implacable.
  El imperio de la corrección política se ha convertido en una nueva Inquisición cada vez más intransigente y fanática que penetra no sólo en los hechos públicos, sino en la vida cotidiana de todos y cada uno de nosotros. Lo que hacemos, lo que hablamos, lo que pensamos es cada vez más vigilado. No por la policía secreta o los órganos de inteligencia estatales, sino por miles de repentinos jueces, quienes desde la oscuridad clandestina que brindan las mencionadas redes juzgan y condenan a todo aquel que se atreve a pensar y comportarse de manera diferente a lo establecido por ellos. Lo más desconcertante es que sea gente que se dice progresista la más dada a caer en la tentación inquisitorial.
  Antiguos movimientos libertarios como el feminismo o el de la lucha por los derechos humanos, por ejemplo, se han visto copados por personas histérica y neuróticamente maniqueas que no admiten el menor criterio en contra de sus dogmas y certezas. Publicar una opinión propia es arriesgarse a ser vilipendiado por esta cohorte de aprendices de brujo, parapetada en la oscuridad más ignominiosa.
  Son tiempos de oprobio: los tiempos de la canalla anónima y del Santo Oficio de lo políticamente correcto.

(Texto publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 3 de noviembre de 2017

Para dártelas de entendido en rock (34)

Cuando James Brown empezaba a cantar, tuvo la suerte de conocer a Little Richard y no sólo simpatizaron, sino que se admiraron mutuamente y llegaron a tener al mismo manager. En cierta ocasión, a principios de los cincuenta, Richard quiso tomar un par de semanas de descanso, pero como tenía varios compromisos por delante que no podía cancelar, pidió a Brown que se hiciera pasar por él y lo sustituyera. Como Ricardito nunca había salido en televisión, muy pocos sabían cómo era físicamente. James Brown aceptó y, como tocaba muy bien el piano, durante quince días pudo suplantar a la perfección a su amigo e ídolo, incluidos sus característicos gritos, los cuales imitaba con exactitud y adoptaría dentro de su propio estilo en el futuro.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Los pensamientos calientes de Spoon

Veinticuatro años de carrera y Spoon llega a su noveno opus, uno de los mejores de su discografía. Consistentemente cambiante, en esta ocasión el grupo presenta Hot Thoughs (Matador, 2017), un trabajo en el que predominan los instrumentos sintetizados, pero conservando su estilo habitual, ese rock pop sofisticado al que se añaden amplios espacios que expanden el sonido de la agrupación de una manera muy interesante y atractiva. Es decir que sin traicionar su propuesta, Spoon introduce una buena cantidad de nuevas ideas que funcionan a la perfección y enriquecen su música. Una grabación impecable de los de Austin.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Enrique Guzmán en el Auditorio Nacional

Anoche fui con mi mejor amiga al Auditorio Nacional, para asistir al concierto con el que Enrique Guzmán festejó sus sesenta años en la música.
  Fue una actuación muy buena, muy emotiva, con una estupenda orquesta y un sonido perfecto. Enrique, a sus 74 años, cantó como en sus mejor tiempos. Su voz permanece incólume y no se nota gastada o rasposa. Simpático, dicharachero, divertido, paso lista a sus grandes éxitos como solista y a algunos de sus años con los Teen Tops (incluso cantó "La plaga" con su hija Alejandra).
  Lo que desconcertó a todos fue no solo la brevedad del concierto (tan sólo una hora y media), sino la manera abrupta como terminó, sin un encore propiamente dicho. No sé si fue porque la presentación se grabó para un disco que saldrá en unos meses (como comentó el cantante) o porque simplemente Guzmán se cansó o ya no tuvo ganas de seguirle (lo cual me parece poco probable, porque se le veía contento y emocionado.
  Como sea, el entusiasta público que llenó el Auditorio (se veía muy bonito con todas las butacas ocupadas) la pasó muy bien (e incluyo a mi amiga y a mí). Las canciones me hicieron pensar mucho en mi hermano Sergio, que idolatraba a Enrique Guzmán y no dejó de asombrarme que prácticamente me sabía yo todos los temas que cantó (como me lo hizo notar mi querida amie).
  Muy buen concierto y salimos a tiempo, eso sí, para tomar el metro.