Hay series que se convierten en fenómenos masivos. Ahí están por ejemplo los casos de Breaking Bad, The Walking Dead, Game of Thrones o la reciente Stranger Things. Hay otras que quedan para el culto de minorías, como House of Cards, Master of None, Orphan Black o Black Mirror. Pero existen otras más que parecen permanecer en el limbo, que no trascienden como tal vez deberían o que se quedan en proyectos frustrados.
¿En cuál estanco de estos podríamos situar a Gypsy, la serie de Netflix producida y actuada por la actriz Naomi Watts? No en la de los grandes éxitos populares, eso es seguro: tampoco en la de los series de culto; sin embargo, creo que sería injusto colocarla como un programa fallido.
La historia de Gypsy se centra en el personaje que interpreta Watts, Jean Holloway, una psicóloga neoyorquina que entabla relaciones éticamente cuestionables con personas cercanas a sus pacientes. De ese modo, la tenue frontera entre su vida profesional y su vida personal empieza a ser cruzada de manera tan audaz como irresponsable, sin medir consecuencias, hasta llegar a niveles tan peligrosos que ponen en crisis su existencia y la de los suyos.
Holloway es una terapeuta de clase media alta, sin problemas económicos, pero con una personalidad disfuncional que la hace tener muchas deficiencias como mamá y como esposa, a pesar de querer luchar contra estas. Casada con un abogado (interpretado por el actor Billy Crudup, quien se diera a conocer en el año 2000, gracias a su papel como el guitarrista Russell Hammond en la cinta Almost Famous de Cameron Crowe) y progenitora de una niña llena de vivacidad e inteligencia (que a los diez años ya da señales de su futuro lesbianismo), Jean tiene entre sus pacientes a una madre controladora y a un joven depresivo e inseguro que es mangoneado por su ex novia bisexual. La psicóloga se involucra de diferentes formas tanto con la hija de la primera como con Sam, la chica del segundo, interpretada por la británica Sophie Cookson. De qué manera se involucra y hasta dónde llega ese involucramiento, toca descubrirlo a quienes vean la serie.
“Solía pensar que cada persona determinaba su propia vida. Que teníamos control sobre nuestro futuro al elegir a nuestros cónyuges y nuestras profesiones. Que éramos responsables de las decisiones que marcan nuestras vidas. Sin embargo, hay una fuerza más poderosa que el libre albedrío: nuestro inconsciente”. Con esas palabras del personaje principal, dichas en off, comienza el primer capítulo de Gypsy y ese es precisamente el dilema principal de la serie: la lucha entre el libre albedrío y el destino ya escrito. Otros temas son la falsa identidad, la infidelidad conyugal, la maternidad, la interdependencia, las drogas, la hipocresía y, sí, el sexo.
Dado que la serie está dirigida por Sam Taylor-Johnson, la realizadora de la exitosa pero muy criticada cinta 50 sombras de Grey, se ha cuestionado a Gypsy por manejar las cuestiones sexuales de manera demasiado light pero, sobre todo, por ser lenta y aburrida (ciertamente, el ritmo de los diez capítulos de la primera y única temporada puede ser pausado y ciertamente también que el aburrimiento es otro de los temas principales: Jean Holloway es una mujer aburrida de ser madre de familia y esposa modelo y a pesar de sus mil dudas e inseguridades, se atreve a romper con las reglas y los esquemas sociales y profesionales). Los defensores del programa, en cambio, argumentan que se trata de un thriller psicosexual.
A mi entender, vale la pena verla y dilucidarlo.
(Texto que escribí originalmente para el sitio Sugar & Spice)
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