sábado, 4 de noviembre de 2017

Tiempos inquisitoriales

A lo largo de la historia, la censura, la persecución de las ideas, el castigo a las disidencias, el silenciamiento de las voces distintas y de los pensamientos que no se pliegan a lo establecido han provenido del poder. Así ha sido desde que la humanidad se organizó en estamentos y gobiernos, desde la antigüedad esclavista hasta la modernidad capitalista (que incluye a los “socialismos” totalitarios).
  Hoy día, sin embargo, la intolerancia, los anatemas y las condenas no provienen tanto del Estado como de una parte de la propia sociedad, la cual se ha constituido –sobre todo desde las llamadas redes sociales– en una nueva versión del tribunal del Santo Oficio y de los regímenes stalinistas y nazi-fascistas que no permitían la discrepancia y la sancionaban de la manera más implacable.
  El imperio de la corrección política se ha convertido en una nueva Inquisición cada vez más intransigente y fanática que penetra no sólo en los hechos públicos, sino en la vida cotidiana de todos y cada uno de nosotros. Lo que hacemos, lo que hablamos, lo que pensamos es cada vez más vigilado. No por la policía secreta o los órganos de inteligencia estatales, sino por miles de repentinos jueces, quienes desde la oscuridad clandestina que brindan las mencionadas redes juzgan y condenan a todo aquel que se atreve a pensar y comportarse de manera diferente a lo establecido por ellos. Lo más desconcertante es que sea gente que se dice progresista la más dada a caer en la tentación inquisitorial.
  Antiguos movimientos libertarios como el feminismo o el de la lucha por los derechos humanos, por ejemplo, se han visto copados por personas histérica y neuróticamente maniqueas que no admiten el menor criterio en contra de sus dogmas y certezas. Publicar una opinión propia es arriesgarse a ser vilipendiado por esta cohorte de aprendices de brujo, parapetada en la oscuridad más ignominiosa.
  Son tiempos de oprobio: los tiempos de la canalla anónima y del Santo Oficio de lo políticamente correcto.

(Texto publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

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