martes, 9 de diciembre de 2008

Mis ídolos: 2. Jorge Ibargüengoitia. El penúltimo boy scout


Si alguien me preguntara quién es mi escritor mexicano favorito, no tendría demasiadas dudas para mencionar el nombre de Jorge Ibargüengoitia. Se dirá que es un pecado tenerlo por encima de gente como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Revueltas o Ricardo Garibay (otros miembros de mi Top Ten), pero mi gusto por la claridad, la amenidad, la agudeza y, sobre todo, el sentido del humor, hace que me incline por el guanajuatense.
  Jorge Ibargüengoitia fue ante todo un literato con alto sentido crítico. El humor de sus novelas, sus obras teatrales y sus artículos periodísticos era de un sarcasmo al mismo tiempo fino y salvaje. Dice Juan García Ponce, quien lo conoció durante su adolescencia, cuando ambos, junto con Manuel Felguérez, eran boy scouts “en un grupo disidente”, que en aquel entonces (finales de los cuarenta) Ibargüengoitia era un rudo y de algúno o varios modos lo siguió siendo como escritor. La manera como utilizaba su agilísima prosa para diseccionar y destazar, para ridiculizar y poner en evidencia a sus personajes -muchos de ellos personeros del poder político y económico, ya fuese a nivel nacional o en el microcosmos de la pequeña provincia (Plan de Abajo es el estado de Guanajuato y Cuévano su capital)-, era su fórmula secreta y no del todo velada para dinamitar la historia y la realidad oficiales, para hacer trizas el mito de las instituciones y del desarrollo estabilizador, en una época anterior a la de la crisis actual, una época en la cual el PRI era amo y señor de este país (nos quedamos con las ganas de leer lo que hubieran sido sus textos sobre los últimos sexenios priistas y los dos primeros gobiernos panistas).

  "Nací en 1928 en Guanajuato, una ciudad de provincia que era entonces casi un fantasma. Mi madre y mi padre duraron veinte años de novios y dos de casados". Así describe Ibargüengoitia, en unas notas autobiográficas, su arribo al mundo o, por mejor decirlo, a un país alucinado y alucinante y por ende muy divertido. Su madre enviudó pronto y el pequeño Jorge creció entre mujeres –su mamá, sus tías- que querían que se hiciera ingeniero (“ellas habían tenido dinero, lo habían perdido y esperaban que yo lo recuperara”) y sí, entró a la Facultad de Ingeniería, pero la dejó a sólo dos años de terminar la carrera (“decidí abandonarla para dedicarme a escribir.  Las mujeres que había en la casa pasaron quince años lamentando esa decisión"). Se inscribió entonces en Filosofía y Letras, porque quería ser dramaturgo, y tomó la clase de Teoría y Composición Dramática que daba Rodolfo Usigli. Al recibirse (aunque nunca recogió su título), se hizo docente (que no decente) y ocupó el cargo de Usigli, a quien nombraron embajador. Era un maestro muy poco ortodoxo y García Ponce, quien fue su discípulo, recuerda que en una ocasión “nos encargó a sus pocos alumnos hacer una pequeña obra en la que un profesor se ligara a una alumna”. Pero en 1957 todo cambió. Cuenta Ibargüengoitia: “Una mujer con quien yo había tenido una relación tormentosa se hartó de mí, me dejó y se quedó con mis clases”. La mujer en cuestión era Luisa Josefina Hernández, su amor imposible, a quien todos los que la conocieron en esos días coinciden en describir como una hembra inteligentísima, bellísima y altamente seductora.
  Ibargüengoitia también hacía crítica de teatro y según Juan García Ponce “las críticas teatrales de Jorge eran verdaderas obras maestras. Redujo el teatro mexicano a su auténtica dimensión: la estupidez. Recuerdo una crítica sobre Landrú, de Alfonso Reyes, que escandalizó a Antonio Alatorre. Jorge usaba como título: ‘El Landrú cachondón de Alfonso Reyes’”.

  En 1962, nuestro héroe publicó la obra El Atentado, con la cual ganó el premio Casa de las Américas, y a partir de allí, paradójicamente, decidió hacerse novelista. Los relámpagos de agosto (1965) fue su primera novela y la que lo llevó a comprender que había elegido el mejor camino: “No me permitió ganar dinerales pero cambió mi vida, porque me hizo comprender que el medio de comunicación adecuado para un hombre insociable como yo es la prosa narrativa". Farsa feroz acerca de la revolución mexicana, en Los relámpagos de agosto está ya el Jorge Ibargüengoitia gran escritor y gran satírico.
  También le dio por hacer cuentos, lo cual derivaría en su espléndido libro La ley de Herodes de 1967. Además, fue precursor de lo que hoy hacen cada viernes, en Milenio Diario, los pasados de "El Pasón". Sobre ambos aspectos, dice García Ponce: “empezó a escribir cuentos en la revista Snob, de la que Salvador Elizondo era director y yo director artístico y además destacó por su habilidad para encontrar fotografías ridículas a las que les ponía pies que cambiaban su sentido, dándoles un valor crítico en broma”.
  Vendrían en adelante otras obras estupendas: las novelas Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1975), Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1982) -las últimas cuatro forman parte de lo que podríamos llamar las novelas del Plan de Abajo, por desarrollarse, aunque en diferentes épocas, dentro de la geografía de esa ficticia entidad federativa tan parecida a Guanajuato- y los volúmenes recopilatorios de sus artículos publicados básicamente en Excelsior y Vuelta. De entre estos destacan Viajes a la América ignota (1972), Sálvese quien pueda (1975), Autopsias rápidas (1988) e Instrucciones para vivir en México (1990).
  A Ibargüengoitia no le gustaba que lo consideraran un simple humorista y tenía toda la razón, ya que se trataba de un escritor serio y riguroso, ordenado y meticuloso. Como persona también era serio, aunque con sus amistades más íntimas era bastante dado al relajo. “Jorge era serio a veces, entrañable siempre e irrespetuoso de todo lo establecido”, cuenta García Ponce. “Cuando sus lectores lo consideraban humorista en tanto escritor, él decía que no había intentado eso nunca y era verdad: le bastaba con ser fiel al retrato de la realidad, a la que sabía juzgar con mucho acierto en el tono. Le agradaba comer bien y beber bien, le gustaban las mujeres y la amistad, odiaba al mundo moderno -nunca aprendió a manejar, por ejemplo. Fue muy delgado de joven y describía con mucho humor la manera en que empezó a ser gordo, diciendo que lo primero que le engordó fueron los pies y la gordura le fue subiendo”.

  El escritor decidió irse a vivir a París junto con su esposa, la pintora inglesa Joy Laville –quien ilustró las portadas de todos los libros que publicó en Joaquín Mortiz- y en la capital francesa se dedicó a trabajar de manera muy intensa en la que sería su séptima novela, situada según se sabe en la época de Maximiliano y Carlota. Por eso, cuando le llegó la invitación para un encuentro de escritores en Bogotá, se mostró reacio a asistir. De última hora decidió hacerlo y abordó el fatídico avión que se estrellaría en Madrid, hace veinticinco años. Se dice que llevaba consigo el borrador de su novela, el cual se consumió con él. En el mismo vuelo viajaban los escritores Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza, así como la actriz Fanny Cano.
  Dice, otra vez, García Ponce: “Me imagino a Jorge bebiendo en el avión. Aquí en México un periodista me entrevistó después de su muerte para que hablase de él. Conociendo la estupidez de algunos periodistas, le dicté el artículo hasta con puntuación y después, en conversación privada, él, con la característica estupidez de los periodistas en busca de comentarios sensacionalistas, me dijo que de Jorge sólo habían encontrado los zapatos. ¿Qué me importaba eso a mí, si lo decisivo era que Jorge ya no existía?”.
  Al parecer, Juan García Ponce era el último boy scout. El penúltimo fue Jorge Ibargüengoitia.

3 comentarios:

Edgar López dijo...

¿Y con cual de sus obras recomiendas iniciarse?

Anónimo dijo...

Ibargüengoitia fue rebelde desde sus años en las tropas scouts. en "Autopsias rápidas" cuenta como iba a las juntas simplemente por divertirse y no pensando en "la buena acción diaria" (algo que seguramente le caía mal). Una de sus grandes aventuras scouts fue la de lanzarse junto con un amigo a la Jamboree (reunión mundial de scouts) en Moisson, Francia, en 1947. En ese texto, Ibargüengotia cuenta como a él y a su amigo los corrieron del movimiento scout por haberse ido por su cuenta, y por descubrir que el viaje en barco salía más barato y era mucho más divertido que el tour que la Asociación de Scouts de México quería venderle a fuerzas a sus agremiados.
Felicidades por tu blog y te invito a que visites el mío: http://clionautica.blogspot.com

Flora Isela Chacón dijo...

Ibargüengoitia es un autor delicioso, la vida se recrea tal cual en sus líneas, pero con una sensación de grandeza infinita. Me gusta mucho su obra y en cada lectura encuentro un nuevo motivo para ello. Felicidades