lunes, 29 de diciembre de 2008

Mis ídolos: 5. Lewis Carroll: Dejad que las niñas se acerquen a mí


¿El Sergio Andrade de la Inglaterra victoriana? Exagerado resultaría ponerlo en esos términos, pero lo cierto es que el gusto de Lewis Carroll, el autor de la popular Alicia en el país de las maravillas, por las niñas –y cuando digo niñas, me refiero a niñas- era más que evidente. Claro que no formó su clan y tampoco llevó a vivir con él a preadolescente alguna. De hecho, esa fascinación por las pequeñas ninfas fue más bien platónica y la sublimó por medio de dos actividades artísticas: la literatura y la naciente fotografía. Pero de que le encantaban las niñas no hay la menor duda.
De entre esas chavitas en quienes Carroll encontraba una sensualidad al mismo tiempo inocente y perversa, la que más lo impresionó fue Alice Pleasance Liddell, la hija de su amigo Henry Liddell, diácono de la Iglesia de Cristo, en Oxford. La niña era dueña ciertamente de una extraña belleza, de una mirada desafiante y una sonrisa que seguramente causaba escalofríos en Carroll, a pesar de ser exactamente veinte años menor que él. La diferencia de edades podría parecer no del todo grande (como canta José José en “Cuarenta y veinte”), pero lo es si tomamos en cuenta que en su etapa de mayor atracción por la chiquilla, el escritor tenía 31 años y Alice sólo once.
Como sea, censurable o no, el amor de Lewis Carroll por la pequeña Alice tuvo el feliz resultado de producir no sólo una colección de hermosos daguerrotipos (ver foto de la pequeña), sino también un par de novelas espléndidas: la ya referida Alicia en el país de las maravillas y su secuela: A través del espejo.

El verdadero nombre de Carroll era Charles Lutwidge Dodgson. Nació en Daresbury, Cheshire, en Inglaterra, el 27 de enero de 1832. Contra lo que pudiera pensarse, era un hombre en extremo tímido y bondadoso. Y contra lo que pudiera pensarse también, su mayor obsesión no fueron las más jóvenes integrantes del sexo femenino, sino algo tanto o más complicado que ellas: las matemáticas. En efecto, durante los más de cincuenta años que permaneció ligado a la universidad de Oxford (donde obtuvo el grado de bachiller y se recibió de preceptor, además de ser ordenado diácono de la Iglesia anglicana), se dedicó al estudio y la enseñanza de los números e incluso escribió algunos libros sobre la materia.
Poco afecto a tratar con adultos, Carroll prefería estar al lado de personas jóvenes, especialmente si se trataba de niñas, y solía inventar historias fantásticas que les contaba y con las cuales lograba atrapar su atención. Podemos imaginar al buen hombre narrar, a Alice y sus dos hermanas -mientras remaban en un bote por el río Támesis durante la soleada tarde del 4 de julio de 1862-, las estrambóticas aventuras de aquella pequeña llamada igual que ella. La propia Alice lo recordaría ya en su madurez: “Muchos de los cuentos del señor Dodgson nos fueron contados en nuestras excursiones por el río, cerca de Oxford. Me parece que el principio de Alicia nos fue relatado una tarde de verano en la cual el sol era tan ardiente que habíamos desembarcado en unas praderas situadas corriente abajo del río y habíamos abandonado el bote para refugiarnos a la sombra de un almiar recientemente formado. Allí, las tres repetimos nuestra vieja solicitud: ‘Cuentenos una historia’, y así comenzó su relato, siempre delicioso. Algunas veces para mortificarnos o porque realmente estaba cansado, el señor Dodgson se detenía repentinamente diciéndonos: ‘Esto es todo, hasta la próxima vez’. ‘¡Ah, pero ésta es la próxima vez!’, exclamábamos las tres al mismo tiempo y después de varias tentativas para persuadirlo, la narración se reanudaba nuevamente".

En agosto de ese mismo año, Carroll realizó otras dos excursiones río abajo con las niñas y continuó las historias de Alicia en aquel País de las maravillas que su febril imaginación iba inventando. Sin embargo, no fue sino hasta meses más tarde que comenzó a escribirlas bajo el título provisional de Las aventuras subterráneas de Alicia. En junio de 1865 apareció finalmente publicada Alice's Adventures in Wonderland, en una edición de dos mil ejemplares publicada por Clarendon Press, con las hoy clásicas ilustraciones de John Tenniel. Se cuanta que un emocionado (¿y enamorado?) Lewis Carroll puso en manos de su pequeña musa, Alice Liddell (entonces ya de trece años), el primer ejemplar de la novela. Para desgracia del escritor, su relación con la púber comenzaría a ser más difícil a partir de entonces, ya que la madre de ésta vio con suspicacia el demasiado afecto que Carroll mostraba por su hija y, recelosa (o re-celosa), le puso un límite. Muy pronto dejaría de verla, a pesar de que en 1871 aparecería la que en un principio se llamó Detrás del espejo y lo que Alicia vio allí y más tarde se conoció simplemente como A través del espejo, la continuación de las alocadas peripecias de Alice.
El entusiasmo por la fotografía y sobre todo por sus modelos preadolescentes, a quienes solía fotografíar desnudas (aunque eso sí: siempre con el consentimiento de sus padres), prosiguió durante toda la década de los setenta decimonónicos -época en que escribio La caza del Snark (1876)-, pero desaparecería alrededor de 1880, debido a la creciente desaprobación de la mojigata sociedad británica. A partir de entonces, Lewis Carroll dedicó todo su esfuerzo a escribir, estudiar y enseñar matemáticas y a la vida eclesial. Todavía publicaría dos hoy poco conocidos volúmenes de narraciones bajo el mismo título: Sylvie and Bruno (1889 y 1893).

Después de cumplir los sesenta años, Carroll solía comentar sus temores por el hecho de envejecer. Empezó entonces a padecer leves enfermedades y su memoria se volvió cada vez más débil. El hombre de mente precisa y matemática, capaz de crear complicadas ecuaciones, sufría grandes lagunas mentales. Murió a punto de cumplir los sesenta y seis años, el 14 de enero de 1898. A su sepelio acudió Henry Liddell, el padre de la niña a quien Lewis inmortalizó, la graciosa Alicia. En cuanto a ésta, se casó y tuvo periodos de grandes penurias económicas que la llevaron a vender en 1928, a la casa Sotheby, el manuscrito original de las Alice's Adventures Under Ground. La suma que le pagaron fue muy considerable: quince mil cuatrocientas libras. El texto se conserva hoy día en el Museo Británico.
Alice Liddell viviría hasta los ochenta y dos años. En ese mismo 1928 fue invitada a los Estados Unidos, donde recibió un título honorario de la Universidad de Columbia, no por sus méritos literarios sino por ser el personaje de la novela de Lewis Carroll. En una carta confesaría: “Estoy harta de ser la Alicia del País de las maravillas. ¿Suena esto desagradecido? Lo es. ¡Sólo que ya estoy cansada!”. Moriría, tranquilamente, en 1934.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sergio andrade de la era victoriana, qué pendejada. Mejor el succar Kuri. A veces chafeas gacho gacho. El post está bueno pero esa línea del principio sale sobrando. Muy mala la analogía. Ya no hay imaginación o qué. Chale

Cesar.

Anónimo dijo...

yo tambien le dedique un espacio al buen Lewis http://www.fotolog.com/isaaccr/13328840 ...y tambien lo comparé con otra figura actual avida de la niñez jejeje

Un feliz año 2009 sr Garcia Michel, esperamos sus nuevos proyectos