No sé qué tanto pueda influir en las preferencias electorales. Nada quizá por el momento. Sin embargo, cuán sorpresiva fue la conferencia de prensa a la que convocó Carlos Slim para establecer su posición ante la controversia suscitada por la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México.
Muchos pensábamos que en el fondo, discretamente, Slim seguía siendo un aliado de Andrés Manuel López Obrador, como lo fue cuando el tabasqueño era jefe de gobierno del ex Distrito Federal. Pero qué equivocados estábamos. Las fuertes críticas del más poderoso hombre de empresa de México y una de las personas más ricas del planeta, a la loca idea de clausurar las obras del NAICM y levantar el nuevo puerto aéreo en la base militar de Santa Lucía, resultaron inusitadas y la inmediata y visceral respuesta de López, al afirmar que Carlos Salinas y el presidente Peña Nieto habían enviado al ingeniero Slim en plan de mandadero, demostraron que el rompimiento entre AMLO y el empresario es un hecho (y al parecer desde hace largo tiempo).
¿Qué consecuencias tendrá esto en el futuro inmediato, en vísperas del primer debate entre los candidatos a la presidencia y a poco más de dos meses de la jornada electoral? No lo sabemos. Dicen que las encuestas aún no lo reflejan (ahora todos los que criticaban hace seis años a las encuestas creen ciegamente en ellas) y que Andrés Manuel sigue viento en popa hacia Palacio Nacional. Yo no estaría tan seguro.
El hecho real es que varios de los poderes fácticos de este país e incluso de más allá de nuestras fronteras muestran cada vez una mayor aprehensión hacia la candidatura de López Obrador, un temor que va creciendo. ¿Cómo interpretamos eso? ¿Cómo lo leemos?
No se trata de caer en alarmismos, pero hay intereses económicos, sociales y políticos que se sienten abiertamente amenazados por las cotidianas y muchas veces soberbias declaraciones de quien ya se siente presidente de México. Y así lo ven también, como virtual presidente, muchos de sus seguidores. Como lo veían hace doce y hace seis años.
Lo cierto es que todavía quedan algunas cosas por vivir.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)
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