Los cinco meses que transcurren entre la celebración de las elecciones y la toma de posesión presidencial habían sido siempre un lapso de relativo vacío político y escaso movimiento, tiempo de reacomodos y de tomar algunas precauciones ante el gobierno que llegaba. Esta vez no fue así y el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha sabido llenar ese vacío, aunque no de la mejor manera.
Lo que hemos visto del 1 de julio hasta ahora (con la cereza del pastel llamada consulta ciudadana) no deja lugar para el optimismo. AMLO y los suyos se han dejado llevar por la soberbia que les dio su indiscutible victoria electoral y actúan no como un gobierno que se dispone a servir a todos los mexicanos, sino como una secta inflexible y arrogante, sobrada y pagada de sí, que se ha otorgado el papel de propietaria del país.
Las señales son ominosas. La manera torpe, cínica y desaseada como se organizó la consulta sobre el aeropuerto de la Ciudad de México es apenas la punta del iceberg de lo que nos espera. Esa es una señal de lo que se viene, pero hay otras, como la inminente desaparición de la reforma educativa y la muy posible entrega del SNTE a su antigua lideresa, la inefable Elba Esther Gordillo, o los ataques intolerantes del propio López Obrador contra lo que llama la prensa fifí e incluso contra periodistas concretos, como Carlos Loret de Mola.
Y aún hay más: la violencia linchadora de algunos legisladores de Morena en las cámaras; el discurso polarizante del presidente electo y muchos de los suyos en lugar de buscar la conciliación; el anuncio orgulloso de que a la toma de posesión vendrán Nicolás Maduro, Evo Morales y un alto dignatario de Corea del Norte; el fracaso de los foros sobre seguridad; el nombramiento como directora de Conacyt de una delirante seudo ecologista que abomina de la “ciencia neoliberal” (¿existe tal cosa?)… En fin. Todos los días hay algo nuevo para documentar nuestro pesimismo.
Faltan poco más de 30 días para que dé inicio el gobierno de la llamada cuarta transformación. Si tratamos de verlo con sentido del humor, quizá nos esperan días, semanas, meses y años de risa loca. Aunque de la risa loca podemos pasar a la risa histérica y de ahí al llanto dantesco. Porque ya lo anotó el propio Dante Alighieri a la entrada del infierno: “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”.
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