Y Eric Burdon anunció a los cientos de miles de asistentes: “Con ustedes The Who, un grupo que va a destruirlos en más de una manera”.
Año 1967. El hoy legendario festival de música en Monterey, California, se acercaba a su término. Era la última noche, la del 18 de junio, y había dos cartas para cerrar con espectacularidad la primera gran celebración del hippismo norteamericano: Jimi Hendrix y The Who. Era necesario tomar una decisión al respecto y aquello olía a conflicto, sobre todo porque los integrantes del cuarteto británico, con Pete Townshend a la cabeza, habían escuchado rumores acerca de lo que Hendrix estaba preparando: una actuación en la cual tocaría a impresionante volumen, haría uso de toda clase de efectos e incluso destrozaría instrumentos. En una palabra, Townshend y compañía se sintieron plagiados, ya que si por algo eran conocidos era precisamente por tocar al más alto volumen y terminar sus presentaciones en medio de un caos lleno de humo, estridente ruido de feedback y la destrucción de sus instrumentos.
En un principio pensaron en negarse a salir a escena, pero los organizadores del festival lograron persuadirlos de que lo más justo era echar a la suerte quién cerraría el evento. Una moneda al aire lo decidió. The Who sería el penúltimo grupo y Hendrix se llevaría la gloria de clausurar el histórico acontecimiento. Aunque se pusieron furiosos y furiosos salieron al escenario, Pete Townshend y sus compañeros Roger Daltrey, John Entwistle y Keith Moon pronto se dieron cuenta de que había sido lo mejor. Al aparecer ellos primero, podrían realizar su acto y el creador de “Purple Haze” tendría que inventar otra cosa para no quedar como un simple imitador.
Y así fue. Esa noche The Who tocó como pocas veces, con una ira desbordada que dejó atónito a un público habituado a todo, menos a esa violencia escénica. En especial, Townshend se mostró como un verdadero matarife y no estaba fingiendo. Acostumbrado durante sus actuaciones a la potencia de sus amplificadores Marshall, el guitarrista se sintió frustrado porque aquella noche sólo contaba con unos modestos Vox que no reproducían sus salvajes acordes con el debido volumen. Por eso, luego de interpretar “Substitute”, “Summertime Blues”, “Pictures of Lily”, “A Quick One, While He’s Away”, “Happy Jack” y “My Generation”, culminó esta última clavando una y otra vez, como balloneta, el brazo de su guitarra contra las bocinas, mientras Daltrey giraba espectacularmente su micrófono en el aire y Moon hacía estallar bombas de humo desde su batería, al tiempo que pateaba los tambores y lanzaba al piso los platillos. Aquello era un espectáculo inédito para los “alivianados” espectadores creyentes del peace and love y el flower power.
A pesar de su histórica actuación en Monterey, The Who no pudo evitar que Jimi Hendrix fuera la estrella no sólo de la noche, sino del festival entero. El de Seattle tocó como nunca hasta entonces y convirtió su acto en una provocadora ceremonia ritual llena de magia, energía y sensualidad, cuyo momento cumbre llegó cuando roció su guitarra de gasolina y le prendió fuego para luego dejar el escenario convertido en ruinas. Además, Hendrix sí pudo usar amplificadores Marshall…
(Casi medio siglo después de aquella noche turbulenta, The Who –o sus dos sobrevivientes: los extraordinarios Pete Townshend y Roger Daltrey– se presentará en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, el 12 de octubre próximo)
(Mi colaboración de este mes en mi columna "Comunicación interrumpida" del periódico cultural La Digna Matáfora que dirige Víctor Roura)
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