Para Paulina de la Vega, por estar ahí.
¿Soy yo o para que resultara un concierto perfecto les faltó subir un poquito más el volumen?
Bueno, tal vez sea yo y mi exceso de exigencia (o mi parcial sordera tempranamente sexagenaria). Lo cierto es que después de más de medio siglo, la noche de este miércoles 12 de octubre (día de “la raza”) se cumplió un sueño que muchos seguidores de The Who teníamos desde hace largo tiempo (y que pudo haberse cumplido en 2007, cuando el concierto del grupo en el Foro Sol se canceló por un supuesto malestar físico de Roger Daltrey): Pete Townshend y compañía se presentaron en México.
Con un Palacio de los Deportes retacado (se dice que éramos 17 mil espectadores) y luego de un set abridor un tanto largo y aburridillo de Simon Townshend, el hermano consentido de Pete, por ahí de las nueve y media de la noche dio inicio un concierto peculiar, cálido, emotivo, entrañable y lleno de nostálgicas vibraciones (para usar un término sesentero).
No sé si les sucedió a muchos más, pero después de haber visto a The Who infinidad de veces en videos en concierto (desde su legendarias presentaciones en el Monterey Pop Festival de 1967, el festival de Woodstock de 1969 o el de la Isla de Wight en 1970, hasta los más recientes, de su gira The Who 50!), el hecho de tenerlos ahí, en persona, en el escenario del coso de los rebotes, parecía de pronto algo irreal. ¿En serio esos ocho monitos que veíamos desde el palco de prensa donde nos acomodó Ocesa era The Who? ¿De verdad teníamos a dos leyendas vivientes como Townshend y Daltrey en persona, a sus respectivos 71 y 72 años de edad, para tocar lo mejor de su repertorio?
Pues sí, era real. Estaba siendo real. Fue algo real. Desde el primer acorde seco y contundente de “I Can’t Explain” hasta el encore final con “Eminence Front” y “Substitute”, luego de pasar por dos grandiosas horas que entre otras piezas nos hicieron escuchar a plenitud “My Generation”, “I Can See for Miles”, “Who Are You”, “You Better You Bet”, “Behind Blue Eyes”, “The Seeker”, “Bargain”, “Anyway, Anyhow, Anywhere”, “Pinball Wizard”, “The Acid Queen”, “5:15”, “I’m One”, “Love Reign O’er Me”, See Me, Feel Me” y, por supuesto”, las exuberantes y exultantes “Baba O’Riley” y “Won’t Get Fooled Again” (quizás extrañé “Young Man” y “The Song Is Over”), The Who vino a mostrar a las viejas y nuevas generaciones lo que es hacer el mejor rock.
Cierto que la voz de Roger Daltrey ya no es la misma, que en los agudos requiere el apoyo vocal de Simon Townshend y que algunos de sus pasos de baile parecen sacados de “La danza de los viejitos”. Cierto que Pete Townshend ya no puede pegar sus grandes saltos y que cuando quiso lanzarse para resbalar de rodillas en la duela, al final de “Won’t Get Fooled Again” (como hace en una escena de la película The Kids Are Alright), estas se le atoraron y literalmente se fue de bruces y estropeó su guitarra que debió cambiar de inmediato, luego de ponerse de pie con alguna pequeña ayuda de sus amigos. Cierto que aún se sienten las ausencias de Keith Moon y John Entwistle, a pesar de ser dignamente sustituidos por Zac Starkey (sí, el hijo de Ringo) y Pino Palladino. Cierto que no es lo mismo Los Cuatro Mosqueteros que Cincuenta años después.
Sin embargo, la esencia de The Who continúa intocada y es capaz de llevar al paroxismo a una variopinta multitud con gente de todas las edades que coreó entusiasta la mayor parte de las canciones.
Todo feliz en el concierto que estos míticos ingleses nos debían a sus seguidores mexicanos (aunque insisto en que un poco más de volumen lo habría hecho más explosivo aún). El disfrute colectivo fue evidente y el mío, en lo personal, lo fue en partida doble: por ver al fin a The Who “en vivo” y por mi gratísima compañía, quien a la salida se puso la playera emblemática del grupo.
Long live rock!
(Publicado originalmente en "Acordes y desacordes", el sitio de música que coordino para la revista Nexos)
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