¡Enciendan las alarmas! ¡Alerten a todo el mundo! ¡Sálvese quién pueda! ¡Los ninis y las feministas primero!
Uno de los grandes mitos de este país está a punto de desaparecer, de eclipsarse, de desvanecerse cual nube de polvo. Nuestra querida y entrañable mafia en el poder se encuentra en peligro de extinción, más aun que la vaquita marina, el tigre de Bengala o el gorila de montaña. Tan fuerte y poderosa que se veía. Tan amenazante que nos la presentaba su principal enemigo (y propagandista) y miren ustedes nada más: la muy indina se cae a pedazos y muchos de sus principales artífices no sólo la están abandonando como ratas que saltan del buque a punto de hundirse, sino que además se están pasando en masa y en paradójica conversión a esa casona que tiene las puertas abiertas, esa nueva iglesia que a todos acepta y recibe, siempre y cuando muestren el debido arrepentimiento y la sumisa adoración al Tlatoani de la Cuarta Transformación.
Primero fue Alfonso Romo, luego Esteban Moctezuma, más tarde Napoleón Gómez Urrutia y la maestra Elba Esther y Germán Martínez y Gabriela Cuevas y Manuel Espino e incluso hace unos días la revista Proceso informó (aunque en Morena lo negaron) que dos de los artífices del odiado Fobaproa, Guillermo Ortiz y Santiago Levi, también se incorporarían a la gran arca del patriarca (para no hablar del poderoso Consejo Mexicano de Negocios, cuyos integrantes cuando menos han sido perdonados y ya no deben temer que se les llame minoría rapaz y otras linduras).
La paz y el amor empiezan a reinar a tan sólo tres semanas de las elecciones presidenciales y la fusión entre la mafia en el poder y el Movimiento de Regeneración Nacional parece un hecho irreversible. Quizás esto implique que el famoso cambio radical que tanto proclaman y aguardan las huestes obradoristas tenga que esperar y que más bien todo cambie para seguir igual, según dictan las leyes de la realpolitik (ni modo Taibo II, Ackerman, Noroña et al).
La mafia en el poder se desmantela. Fue divertido mientras duró. La vamos a extrañar. Ni modo.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)
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