Mi querido maestro de historia. |
Cachirulo era un maestro joven. No creo que llegara a los cuarenta años de edad. Era también un docente entusiasta e innovador que hizo que por primera vez me gustara aquella materia, la Historia, que con él dejó de necesitar aquella mayúscula inicial y solemne para ser simplemente historia, con minúscula, una asignatura menos pomposa pero mucho más amena e interesante. Gracias a aquel profesor, hoy soy un apasionado de esa disciplina.
Sólo lo tuve un año, pero fue suficiente para dejarme marcado, porque además alentó mis inquietudes como escribidor en ciernes. En cierta ocasión, pidió a la clase que escribiéramos nuestra autobiografía y la acompañaremos de un autorretrato dibujado por nosotros mismos. Recuerdo el coro de desaprobación de la mayoría de mis compañeros frente a una tarea que les daba inmensa flojera. A mí, en cambio, me encantó la idea y me puse a trabajar con esmero desde esa misma tarde.
A tantos años de distancia (estoy hablando de 1969), ya no recuerdo qué fue lo que conté acerca de mi vida ni en qué forma lo hice. Sólo me acuerdo –de eso sí, con prístina claridad– que el maestro me felicitó enfrente de todos y dijo que tanto mi texto como mi dibujo habían sido los mejores. Seguramente me sonrojé hasta el último límite, como solía sucederme, pero lejos de apenarme, me sentí muy orgulloso y feliz.
El buen Cachirulo (¿qué habrá sido de él? ¿Vivirá todavía? ¿Seguirá dando clases?) me dijo que se se quedaría con mi tarea porque quería guardarla y no me la regresó. La verdad es que me encantaría haberla conservado, para ver cómo había yo considerado mi vida a los catorce años de edad.
Respecto al dibujo que también le gustó mucho a mi querido maestro de historia, recuerdo que para hacerlo lo copié de una foto mía, de “ovalito”, que era más o menos reciente y que la coloree basado en una ilustración de la revista Pop en la que aparecía el rostro de Elvis Presley en colores psicodélicos. Yo pensaba que el ganador en el autorretrato iba a ser mi primo Arturo o mi amigo Carlos Barroeta que eran los mejores dibujantes del salón, sobre todo este último. Pero Carlos (que tenía fama de perezoso) entregó una especie de garabato y cuando el profesor le preguntó por qué había dibujado eso, mi compañero se limitó a decir: “Es que así me veo yo”.
Lo reprobaron.
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