Who I Am es el título de la autobiografía de Pete Townshend. En ella, el líder de The Who narra sin contemplaciones su paso por la vida y todo cuanto ha visto y experimentado a lo largo de sesenta y siete intensos años.
“Nadie sabe lo que es ser el hombre malo / el hombre triste / Detrás de unos ojos azules”, dice la letra de “Behind Blue Eyes”, una de las grandes composiciones de Pete Townshend, contenida en esa obra maestra discográfica que es el álbum Who’s Next de 1971. Sin embargo, después de leer Who I Am (Harper, 2012), su flamante autobiografía, uno termina por entender y saber mucho de lo que hay detrás no sólo de los ojos de este compositor, guitarrista, cantante, productor, arreglista, escritor y hasta periodista, sino en el trasfondo de su alma.
It’s a boy
Nacido en Londres, Inglaterra, el 12 de mayo de 1945, Townshend fue el primogénito de dos singulares músicos. Su padre, Cliff, era saxofonista profesional de una banda de swing, mientras que su madre, Betty, fue vocalista y corista de la misma agrupación en diferentes momentos de los años cuarenta y cincuenta.
A pesar de haber venido al mundo dentro de un ambiente filarmónico, sus padres no creían en sus posibilidades como músico. Por ello no fomentaron su gusto por el piano y no fue hasta la adolescencia, cuando aprendió a tocar la guitarra, el banjo y la mandolina, que Cliff y Betty aceptaron por fin que su hijo tenía “ciertas facultades”.
Poco después, en una época en que sus progenitores se llevaban muy mal y Betty incluso se hizo de un amante, ésta se sintió incapaz de cuidar a su hijo y lo mandó a vivir con su abuela, Denny, una mujer fuera de sus cabales que lo trataba peor que la directora escolar (“sus nociones domésticas eran victorianas y regía su vida y la mía con precisión militar”) y a quien, a pesar de su avanzada edad, le daba por invitar a cualquier hombre a su casa para acostarse con él.
Fueron tiempos traumáticos, de constantes maltratos diurnos y horribles pesadillas nocturnas, tiempos que lo mercarían para siempre.
My generation
Fue en ese tiempo también que empezó a relacionarse de manera más formal con la música, al ingresar a The Confederates, un grupo de jazz Dixieland en el cual tocaba el banjo y donde conoció a John Entwistle, quien ejecutaba el clarinete.
Meses después, Pete supo que su compañero de escuela Roger Daltrey tenía una banda llamada The Detours y que necesitaba a un guitarrista. Fue a verlo a su casa y Daltrey le dijo: “¿Sabes tocar Mi? ¿Sabes tocar Si? ¿Puedes tocar ‘Man of Mistery’ de los Shadows? Muy bien, nos vemos mañana para ensayar”.
Para 1963, las cosas se movían vertiginosamente en Londres y en toda Inglaterra. Los jóvenes se dividían en mods y rockers (los primeros, sofisticados y con pretensiones seudo intelectuales, vestían gabardinas, andaban en motonetas Vespa y escuchaban rhythm and blues; los segundos, más bien burdos y violentos, usaban chamarras de cuello, pantalones de mezclilla, botas y oían rock’n’roll). Pete Townshend se convirtió en mod, mientras que Roger Daltrey era más bien un rocker. También se escuchaba hablar mucho de grupos como los Rolling Stones y de unos muchachos de Liverpool llamados The Beatles.
De hecho, en diciembre de ese año los Detours le abrieron a los Stones. “Nunca los había escuchado y traté de ser cínico, al afirmar que seguramente su fama la habían logrado sólo por sus peinados”, cuenta Townshend en el libro. “Pero apenas los escuché, me quedé atónito. Glyn Jones me presentó a Brian Jones y Mick Jagger, quienes resultaron amables y encantadores. Los vi tocar desde un costado del escenario y me convertí en su fan para toda la vida. Esa noche, Keith Richards tocó la guitarra moviendo el brazo a manera de aspas de molino y me encantó. Pocas semanas después volvimos a abrirles y vi que Keith ya no movía los brazos de ese modo. Entonces decidí que adoptaría ese estilo de tocar”.
Fue por entonces que los Detours se convirtieron en cuarteto, con sólo tres instrumentistas, ya que Daltrey decidió dejar la guitarra y ser el vocalista. Pete quedó como el único guitarrista, con John Entwistle en el bajo. Meses más tarde, un delirante baterista se uniría a ellos. ¿Su nombre? Keith Moon. Poco después, “nos enteramos de que había otro grupo denominado The Detours y aunque yo quise que entonces nos llamáramos The Hair, adoptamos el nombre de The Who”.
I can’t explain
Who I Am no es una mera recopilación de anécdotas, aunque éstas abundan y es de agradecer la forma tan sencilla y divertida con que están contadas. Más bien se trata de un ajuste que Townshend ha querido hacer con su propia vida. De ahí que revele tantas cosas sin pudor, desde su temprana afición a la marihuana (y más tarde a otras drogas) hasta su ambigüedad sexual (“Mick Jagger es el único hombre con quien seriamente hubiera querido coger”).
Pero también revela cuestiones más místicas y profundas. Como el hecho de que en 1967 “escuché la voz de Dios. De pronto, se me volvió claro que yo estaba destinado para tener una conexión trascendente con el universo y su creador”. Townshend empezó a buscar la trascendencia y de ahí su idea de hacerlo por medio de la grandeza musical y la producción de álbumes conceptuales como Tommy, Who’s Next o Quadrophenia. Aunque no siempre fue comprendido. Cuando alguna vez intentó inútilmente hacer entender a sus tres compañeros el significado oculto de una de sus obras, le comentó a su entonces esposa: “Es como tratar de explicar la energía atómica a un grupo de cavernícolas”. ¿Cómo decirles que su viejo ritual de destruir su guitarra y destrozar los amplificadores estaba inspirado en la teoría de Gustav Metzger sobre el arte autodestructivo o que compuso la letra de “My Generation” inspirado por Generations, “la colección de obras de David Mercer, un dramaturgo marxista que me impresionó cuando estudiaba en Ealing”?
La estabilidad que le dio su encuentro con lo místico (y con el gurú Meher Baba) duró largo tiempo, pero en 1980, dos años después de la muerte de Moon por una sobredosis, volvió a las andadas y se hizo adicto a la cocaína y el alcohol. En 1982 decidió acabar con The Who.
Amazing journey
Los siguientes veinte años fueron algo cercano al infierno, a pesar de varios buenos álbumes que sacó como solista y algunos intentos por reunir al grupo (que se terminaron cuando John Entwistle murió en 2001, debido a un pasón de cocaína). El guitarrista se hundió en la depresión, el alcoholismo y la soledad (su matrimonio quedo disuelto) y la puntilla vino en 2003, cuando fue arrestado por tener pornografía infantil en su computadora.
Por fortuna, a partir de ahí logró recuperarse y no padecer la misma suerte de Moon y Entwistle. Volvió a casarse y se reunió con Roger Daltrey para reformular al grupo.
En el capítulo final de su autobiografía, Pete reproduce una carta que escribió “para el niño que era yo cuando tenía ocho años”. Esta es la conclusión de dicha carta: “Respétate a ti mismo. Trata de recordar que no todo en la vida puede ser perfecto. Cometerás errores. Eso es inevitable. Pero no es que seas feo. Sólo serás feo cuando te conduzcas de fea manera. Disfruta la vida y sé cuidadoso con lo que pides –recuerda que se te puede conceder”.
(Publicado el día de ayer en el suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario).
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