viernes, 28 de enero de 2022

Faith No More y los 30 años de Angel Dust

Si bien Faith No More había alcanzado un punto muy alto con The Real Thing (1989) –para muchos el álbum que fundó el nü metal (gracias sobre todo a su asombroso tema “Epic”)–, en realidad se trataba de un trabajo irregular y con un cierto grado de inmadurez musical. Incluso la voz de Mike Patton sonaba un tanto incontrolada y en momentos demasiado aguda. En cambio, con Angel Dust (Slash Records, 1992) las cosas se asentaron y el quinteto de San Francisco logró su obra más acabada e impresionante, un disco casi perfecto.

  Angel Dust es de hecho una especie de contrarréplica a lo que Faith No More había hecho en el mencionado álbum de tres años antes. Si The Real Thing había dado paso a una serie de agrupaciones que quisieron imitar su sonido de funk-metal-rap (muy en la vena de lo que también hacían ya los Red Hot Chili Peppers), Angel Dust es en cambio una apuesta más creativa, más variada, más asentada, más artística y profunda. Incluso la voz de Patton suena de otra manera (su rango vocal es tan amplio como asombroso), como si el trabajo con su proyecto alterno, Mr. Bungle, hubiera cambiado sus puntos de vista y sus intereses musicales y letrísticos. Señalado como “el Frank Zappa de los noventa” (en una evidente exageración), este singular músico era capaz de crear atmósferas muy interesantes, contando siempre con la ayuda de sus cuatro extraordinarios y virtuosos compañeros: Jim Martin en la guitarra, Roddy Bottum en los teclados, Billy Gould en el bajo y Mike Bordin en la batería.

  Angel Dust abre de la mejor manera con “Land of Sunshine”, un tema duro, intenso y diabólicamente juguetón (muy zappiano si se quiere), con un ritmo contagioso, un órgano lleno de matices y vocalizaciones meta operísticas. Lo sigue la magnífica “Caffeine”, en un tono más metalero, una pieza llena de variantes y cambios de ritmo con un riff de guitarra que es como un anzuelo que no suelta al escucha. El tercer corte es muy posiblemente el mejor del álbum. “Midlife Crisis”, con su compás funk, sus partes rapeadas, sus variaciones, el uso del scratch, su letra (el que canta es un tipo que vive, claro, la crisis de la edad), los teclados que crean un ambiente enrarecido, las combinaciones de voces, en fin, una pequeña obra maestra de cuatro minutos y pico. El contraste –un buen contraste por cierto–- sobreviene con la curiosa y narrada “RV”, armonizada por una musiquita irónica y una letra interpretada como en un susurro gangoso, desde su tráiler estacionado, por un supuesto chofer. El quinto track es “Smaller and Smaller”, un heavy metal con aires arábigos, un tema poderoso, con partes que suenan a rock industrial para luego romper en una especie de canto tribal con armonías tenues de los teclados y la sorpresa de una guitarra que es como una sierra eléctrica que todo lo hace pedazos. Una gran composición. Por su parte, “Everything’s Ruined” empieza como una canción pop pero se corrige casi en seguida con una guitarra plenamente metalera. Sin embargo, su melodía mantiene siempre ese toque de pop oscuro un poco en la vena de Depeche Mode. El bajeo de Billy Gould es sencillamente fastuoso. El primer lado cierra con la extraña “Malpractice”, caótica y desconcertante y con un sampleo del Kronos Quartet incluido.

  La segunda parte de Angel Dust abre, igualmente, con enorme poderío. “Kindergarten” es un corte de rock duro aunque pausado (un upbeat), cuya letra ironiza sobre las preocupaciones existenciales de un adolescente. Un gran tema en el cual la guitarra de Jim Martin luce tanto como la voz de Patton. La continúa otra joyita, “Be Agressive”, que bien podría ser el tema de una película de terror de bajo presupuesto –¡ese órgano como del Fantasma de la ópera!– y cuyos coros femeninos, interpretados como si de un conjunto de porristas se tratara, le dan un toque de humor sensacional. “A Small Victory” es una canción muy bella, con un acorde de guitarra estupendo y un entusiasmo casi conmovedor, hermosa, lo que por supuesto no puede decirse de la escalofriante y rarísima “Crack Hitler”, en la que se narra la historia real de un traficante de drogas. 

  Angel Dust culmina con dos cortes contrastantes: el elaborado, intensísimo, denso hasta morir y cuasi sinfónico “Jizzlobber” y el cover instrumental de la nostálgica “Midnight Cowboy”, para un final absolutamente demencial y lleno de sarcasmo.


(Publicado en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

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