jueves, 5 de septiembre de 2024

Olores en el metro

Mientras en las altas horas de la madrugada de hoy leía las primeras páginas de la novela Isabelle por la tarde, de Douglas Kennedy (un autor estadounidense que nació el mismo año que yo y a quien desconocía a pesar de la buena fama de la cual goza, según me acabo de enterar), me topé con el siguiente enunciado: “El metro de aquel entonces se caracterizaba por un olor penetrante a madera quemada y a axilas que no conocen el desodorante” y me vinieron a la memoria las dos ocasiones en las cuales, justo en el metro, me ha tocado padecer ese olor picante de las axilas que no conocen el desodorante. La primera fue en 2004, precisamente en el metro de París, en donde Kennedy sitúa su relato. El tipo que expelía aquel aroma infecto era un hombre de unos cuarenta años, chaparrito, delgado, de nariz enorme y bigotito, con todo el prototipo del parisino de clase media baja salido de una de las películas de Jacques Tati. La segunda ocasión fue en el metro del entonces Distrito Federal, hará unos quince años. El individuo que agredía con aquel tufo agrio e insoportable era un hombre de unos cuarenta años, chaparrito, delgado -pero con panza-, de nariz chata y bigote ralo, con todo el prototipo del chilango de clase media baja salido de alguna de las películas del Güero Castro... De eso hizo que me acordara la novela de Douglas Kennedy. Sigo leyendo hasta que me entre el sueño.

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