lunes, 15 de diciembre de 2025

Renato por Leduc

Terminé mi libro número 17 de este año. No diré que me decepcionó. En absoluto. Sin embargo, no colmó mis expectativas. Al tratarse de un larguísimo testimonio del gran Renato, transcrito por el periodista José Ramón Garmabella (a quien recuerdo como reportero de Jacobo Zabludovsky hace mil ayeres), pensé que sería un libro divertidísimo de principio a fin, lleno de anécdotas imperdibles, retratos de personajes de diversos ambientes y diversas épocas... En fin, unas memorias fantásticas. No fue así. Aunque contiene todo lo mencionado, el balance para mí es el de unas memorias a las que les faltó esa chispa por la cual Leduc es tan famoso y ese humor agudo y fino para contar las muchas historias y experiencias que tuvo en la vida. Pero no. Tiene momentos muy buenos, cierto, pero la gran variedad de personajes que van apareciendo desde su infancia hasta su vejez son vistos con demasiada prisa, sin detenerse lo suficiente en ellos. Quizá María Felix o Agustín Lara son tratados con un poco (sólo un poco) de mayor detalle, pero hay demasiados de los que como lector me quedé con las ganas de conocer más, en especial gente de la Revolución Mexicana, políticos, ex presidentes, periodistas, literatos, pintores, actores y actrices... Eso sí, habla de un montón de personajitos sin chiste: burócratas, compañeros de trabajo de cuando fue telegrafista, vecinos de los barrios de la Ciudad de México, pero sus anécdotas en general no tienen real interés y casi siempre las remata con frases o chistes bastante insulsos de los que solamente el propio Renato se ríe. Tanto que pudo narrar de su Tlalpan natal, de la gente de la cultura con la que convivió en los años veinte y treinta, de su larga estancia en París... En cambio, para hablar de su gran pasión, la tauromaquia, dedica largas páginas y se detiene en diversos toreros mexicanos y españoles para referirse a sus estilos, sus faenas, sus glorias y sus desgracias.  En resumen, este Renato por Renato (Editorial Océano, 1982), que tuvo la generosidad de obsequiarme mi querido amigo tamaulipeco Hervey Torres Fonseca, me dejó un tanto frío, aunque se deja leer. 

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