
Su nombre pasó a la historia como el del individuo que estafó a los Beatles y a los Rolling Stones. No es la suya ciertamente una memoria grata y quizá para sus familiares y amigos su recuerdo resulte más bien amargo. Pero su mala fama se la ganó a pulso. Se llamaba Allen Klein y murió de Alzheimer el pasado 4 de julio, en la ciudad de Nueva York, a los setenta y siete años de edad.
De origen estadounidense, Klein entró desde muy joven a la industria de la música, como auditor externo de diferentes compañías discográficas. Uno de sus trabajos consistía en garantizar que éstas pagaran debidamente sus regalías a intérpretes de la fama de Sam Cooke, Connie Francis o Bobby Darin.
Hasta ahí parecería una labor loable y honesta, pero ya se sabe que cuando se trata de dinero y de grandes cuentas en juego, la tentación es mucha y si se posee la habilidad suficiente para realizar malabarismos financieros, a veces resulta imposible resistirse a cometer uno que otro pecadillo. Al menos esa era la mentalidad de este hombre nacido en Nueva Jersey en 1931. Conocido como
El Tiburón por algunos de sus allegados (y por muchos de sus
desallegados), a mediados de los sesenta descubrió la veta que representaba el naciente rock británico y se dio a la tarea de adquirir los derechos de grupos inglesas como los Animals, los Herman’s Hermits y los Rolling Stones, entre otros. Dado que el cantante de estos últimos, el singular Mick Jagger, había estudiado en una escuela de tanto prestigio como la London School of Economics, creyó ver en Klein a un hombre con el suficiente talento como para poner en sus manos los intereses pecuniarios de los creadores de “The Last Time”. Craso error del buen Mick. Si bien es cierto que Allen Klein ayudó al quinteto a conseguir un muy ventajoso contrato con Decca Records, también se hizo, de manera no muy pulcra, de los derechos de las canciones stonianas. La agrupación lo despidió en 1970 e interpuso un juicio contra él, a fin de recuperar el poder sobre sus composiciones. No obstante, el negociante y su empresa ABKCO lograron quedarse con los derechos de discos clásicos como el
Beggars Banquet (1968) y el
Let It Bleed (1969).
Sin embargo, peor les fue a los Beatles. Todo comenzó en 1967, cuando Klein se reunió en Londres con los miembros del cuarteto y su
manager, Brian Epstein, para proponerles ser su representante en los Estados Unidos. Con toda amabilidad, los de Liverpool le dijeron que no y que muchas gracias. Sin embargo, a la muerte de Epstein pocos meses después, John Lennon sugirió al
Tiburón como el sustituto ideal y los demás aceptaron a regañadientes (de hecho, Paul McCartney se negó a firmar el contrato con Klein, pues pretendía que el nuevo
manager fuera su suegro, Lee Eastman)..
Epstein había sido factor fundamental para que los Beatles llegaran a donde habían llegado, pero financieramente el grupo y su compañía, Apple Corps, eran un desastre y Allen Klein se dio cuenta de ello en seguida. Públicamente, el estadounidense se propuso hacer que la banda fuese económicamente viable y en un principio pareció que lo lograría con las mejores intenciones. Era, claro, un negocio multimillonario y demasiado tentador para un hombre con sus ambiciones y desde un principio se aseguró el veinte por ciento de las ganancias que recibieran los Beatles en adelante, aun cuando no logró hacerse de los derechos de sus canciones (algo que si conseguiría Michael Jackson en 1985). Así, hasta la disolución del cuarteto (en la que tuvo que ver más que la vilipendiada Yoko Ono), el tipo hizo una virtual limpia (entiéndase como se quiera) de las finanzas beatlescas.
Hartos de la manera como había manejado sus dineros, los ex Beatles se deshicieron trabajosamente de Klein en 1977 (el angelito se llevó tres y medio millones de libras esterlinas de indemnización), aunque ya John Lennon le había dedicado su canción “Steel and Glass” del álbum
Walls and Bridges de 1974 (“Tu boca grazna mientras difunde tus mentiras/ … / tus dientes están limpios pero tu mente está sucia/ detrás de tu olor a gato de callejón”).
En 1971, Allen Klein declaró a la revista
Playboy que “el negocio de la música está compuesto en un noventa y nueve por ciento de perdedores sin talento que no pueden ver de frente a un ganador y yo soy un ganador”. Un ganador que el pasado 4 de julio abandonó a este mundo sin llevarse un solo centavo en sus bolsillos.
*Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de
Milenio Diario.