sábado, 7 de febrero de 2015

Nuestros fundamentalismos (I)

Dice el filósofo francés Yves Michaud, en una reciente entrevista publicada en El País, que si de 1920 a 1985 el marxismo y el capitalismo polarizaron la vida política del mundo, hoy en Occidente “tenemos el desafío de las culturas islámicas: son valores incompatibles con los nuestros” y más adelante hace una observación tan interesante como inquietante: “Hace un mes, en Argel, vi que hay una generación de gente de más de cincuenta años, cultivada, con mujeres que llevan el pelo suelto; y las nuevas generaciones son islamistas”.
  Michaud ha observado de cerca el comportamiento de los jóvenes musulmanes que viven en Francia y se ha encontrado con el hecho de que son mucho más conservadores e inflexibles que sus propios padres, más dados al dogma y a las ideas preestablecidas, en este caso religiosas, y lo explica del siguiente modo: “Los jóvenes musulmanes buscan reglas, porque la libertad (les) da miedo… Un taxista me dijo el otro día que procuraba no escuchar música porque la consideraba como una droga que hace olvidar las plegarias y los principios. Me decía que lo bueno que tiene la ‘verdadera’ religión es que hay reglas para todo: para comportarse en familia, con los amigos, con los enemigos; hay plegarias antes de comer, antes de entrar al baño; es una vida enmarcada, uno está a gusto así. Era un hombre inteligente, pero no había posibilidad de argumentar: yo era un infiel”.
  ¿Hasta qué punto ese fundamentalismo se ve reflejado en el comportamiento de muchos jóvenes en México? No me refiero al fundamentalismo religioso, sino al fundamentalismo político que, a fin de cuentas, se le parece bastante.
  Lo hemos visto desde 2006 y aunque diversos analistas lo celebran como un despertar democrático de la juventud, yo no estoy tan seguro de ello. Más bien me encuentro (y eso es fácil de ver en las redes sociales) con una cerrazón dogmática y maniquea, fundamentalista, que ve en el otro a un enemigo irreconciliable, con el que no se puede (e incluso no se debe) dialogar, un enemigo exterminable.
  Pero la falta de espacio se impone y es menester seguir con el tema dentro de ocho días.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

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