En las grandes ciudades del mundo, especialmente en sus centros históricos, sus plazas, sus metros o sus lugares turísticos, resulta común encontrarse con músicos callejeros de la más diversa índole. En París, Londres y otras urbes europeas, por ejemplo, estos músicos trabajan de manera reglamentada y autorizada por los gobiernos locales, lo que les otorga protección y seguridad. Claro que para tener esos derechos deben pasar algunas pruebas, entre las cuales está la del talento y la calidad artística.
En la Ciudad de México las cosas no están tan organizadas y muchos músicos tocan en la calle de manera “ilegal”, por lo que deben estar atentos a la intempestiva llegada de la policía que en el mejor de los casos les pide moverse y en el peor, los extorsiona o incluso les incauta sus instrumentos, es decir, su medio de trabajo.
Todos hemos visto a músicos callejeros de muy distintos géneros y calidades. Algunos asombran, otros resultan simpáticos, otros dan pena ajena, pero todos son respetables y hacen su lucha cotidiana en medio del fragor citadino y de la indiferencia de la mayoría, a menos que su música llame tanto la atención que obligue a detenerse para escuchar y disfrutar.
Sr. Swing –o Sr. Swing Hot Jazz Band– es un quinteto mexicano de jazz de gran calidad, cuyo sonido remite a los inicios del género, a aquellos años veinte, treinta y cuarenta en que la música Dixieland y el swing reinaban y cuando destacaban músicos como Sidney Bechet, Jelly Roll Morton, Ben Webster y Louis Armstrong, entre muchos otros.
Conformado por Vladimir Zárate (guitarra), José Mondragón (clarinete y trombón), Alex Paz (trompeta), Ángel Rodríguez (batería y percusiones) y Sergio Carrera (bajo y contrabajo), el grupo se inició cuando Zárate y Paz se conocieron en un taller para guitarristas en Coyoacán, donde su maestro, quien acababa de regresar de Francia, los introdujo en el universo del jazz manouche o gypsy jazz. Fue así que descubrieron a músicos como Django Reinhardt, Stéphane Grappelli y Bireli Lagrene, pero también a Benny Goodman y Charlie Christian y decidieron que ese era el estilo que querían interpretar. Iniciaron algunos proyectos (Vladimir en la guitarra, Alex en la trompeta y otros instrumentistas) y fueron explorando más música, como el jazz Dixieland, el jazz hot y el swing.
Al poco tiempo, se integraron Mondragón y Rodríguez y ya como cuarteto, empezaron a tocar en las calles de la ciudad. Así fue como nació Sr. Swing, al que más tarde se sumaría Carrera como bajista, para solidificar la sección rítmica. Sergio los vio un día tocar a las afueras de la estación del metro Etiopía, les comentó que tocaba el contrabajo y de inmediato fue aceptado.
El nombre de Sr. Swing surgió porque cuando el grupo comenzaba, detrás del lugar donde ensayaba había una iglesia de la que solían escucharse cánticos religiosos y los músicos comentaban entre risas “ya es la hora del Señor del Swing” y así, entre broma y broma, adoptaron ese apelativo.
“Era el Sr. Swing predicando la palabra del jazz”, dice Vladimir Zárate ante las carcajadas de sus compañeros.
Pero, ¿cómo fue que decidieron ser músicos callejeros? Cuenta Alex Paz que cuando era estudiante, se juntaba con otros músicos y salían a tocar en la calle. “Desde el principio me gustó sentir ese contacto directo con la gente”, comenta.
Al preguntarles si para tocar en la vía pública necesitan sacar permisos, comentan que en realidad en la CDMX no existe un permiso como tal y que, si acaso, a algunos músicos se les otorga “una especie de licencia para trabajador no asalariado”, pero que realmente “no sirve de nada y de todos modos los policías te llevan al cívico”. Eso obliga a los músicos a no moverse de puntos que consideran más o menos seguros y hace que no exploren nuevos lugares.
“Los policías nunca nos dicen por qué nos van a quitar”, comenta Zárate. “Unos que porque estorbamos, otros que porque estamos pidiendo dinero o porque vendemos nuestros discos sin permiso o porque hacemos escándalo”.
Los integrantes de Sr. Swing cuentan sin embargo que últimamente han tenido menos problemas cuando tocan en la calle, ya que se unieron a un colectivo de músicos callejeros del Centro Histórico de la ciudad en el que existe un censo de integrantes que fue dado a conocer a las autoridades.
A pesar de las dificultades que implica tocar básicamente en las calles, el grupo se ha vuelto autofinanciable y sus ingresos, lo que recolectan de la gente que los ve, les dan lo suficiente para vivir y permiten que sus cinco integrantes puedan dedicarse profesionalmente y de tiempo completo a tocar.
Acerca de la respuesta de los transeúntes, Ángel Rodriguez dice que la gente reacciona de diferentes maneras. “Hay quienes se sorprenden cuando nos escuchan, algunos quizá porque no conocen el estilo de jazz que tocamos y otros precisamente porque lo conocen, pero nunca he visto que alguien se moleste con nuestra música. Al contrario, hay a quienes incluso les da nostalgia al oírnos y no faltan los que se ponen a bailar –o al pasar caminando frente a nosotros realizan pasitos de baile–; imagino que porque nuestro repertorio es muy alegre y les hace mover los pies”.
José Mondragón recuerda que, en cierta ocasión, una señora “se acercó a decirnos que aquel jazz le hacía recordar a su mamá, porque ella solía poner discos de aquella música en su casa. En otra ocasión se nos acercó un hombre bien vestido, pero muy ebrio, que no dejaba de llorar y decía que se iba a tirar a las vías del metro para matarse, debido a una decepción amorosa; pero se quedó a escucharnos –ahí, a la entrada del metro Etiopía–, empezó a alegrarse, se puso a bailar y al final se fue, ya más tranquilo, y nos dejó un billete de 500 pesos. Y una vez que fuimos a tocar a Sayulita, en Nayarit, unos gringos nos dijeron que sonábamos mejor que los músicos de Nueva Orleans, ¡ja ja!”.
“A los niños también les llama mucho la atención”, interviene Alex Paz. “Sobre todo cuando ven el lavadero que toca Ángel.
Curioso resulta saber que el lavadero, ese instrumento típico del jazz Dixieland en particular y de la música de Nueva Orleans en general, en realidad es eso: un lavadero portátil para la ropa y que los músicos negros de fines del siglo XIX o principios del XX lo adoptaron y adaptaron como instrumento de percusión. “Vlady consiguió el primero que tuvimos, lo compró cerca del mercado de la colonia Guerrero”, cuenta el propio Ángel Rodríguez. “De hecho, yo soy baterista y nunca había tocado un lavadero. El que tengo ahorita, lo conseguí en la Merced; no en una tienda de música, sino donde venden artículos para la limpieza”, termina divertido. Para percutirlo y llevar el ritmo, Ángel utiliza anillos. “Hay lavaderistas que usan dedales o cucharas, pero yo me acomodo mejor con los anillos”.
Acerca del repertorio de la banda, este se conforma “con piezas que nos gustan”, comenta Alex Paz. “Ya sea que las escuchemos y las arreglamos o las sacamos de varios libros con partituras, especialmente de jazz, que tenemos. Todos leemos música”.
“Todavía no tenemos piezas originales, pero sí queremos empezar a componer nuestras propias rolas, para enriquecer el repertorio”, concluye Zárate.
Sr. Swing tiene por ahora dos discos grabados que suelen venderse durante sus presentaciones, ya sea en la calle o en algunos lugares cerrados donde también llegan a presentarse, como el Terraza Catedral, en el número 4 de la calle Guatemala, en el Centro Histórico. El primer disco lo hicieron en Puebla, gracias a los buenos oficios de una amiga suya. Se grabó en directo, en una sola toma, a lo largo de una mañana. El segundo, Etiopía Jam (2019), es una producción con un sonido más profesional que ya puede escucharse en Spotify y otras plataformas similares.
(Entrevista que me fue publicada el día de ayer en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
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