lunes, 28 de febrero de 2022

Un recuerdo personal de Maru Enríquez (In memoriam)

La conocí en 1976, poco después de afiliarme al Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT). Como fui votado Secretario de Relaciones Culturales del Comité Delegacional Tlalpan, una de mis obligaciones era acudir a las asambleas ordinarias del Comité Nacional del PMT que presidía el ingeniero Heberto Castillo y del Comité del Distrito Federal que encabezaba Eduardo Valle “El Búho”. Las asambleas tenían lugar en la sede del partido, un vetusto edificio en la calle de Bucareli que quedaría inservible nueve años después, por el terremoto de 1985.

  En las juntas (las del Comité Nacional eran los sábados a mediodía) pude conocer de cerca no sólo al gran Heberto (tenía un sentido del humor divertidísimo, por cierto) sino a otros personajes de aquella izquierda mexicana de los años setenta, como el legendario ex líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo o ex líderes del movimiento estudiantil del 68, como el propio “Buho” o Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, entre otros. A aquellas reuniones acudían representantes de los comités estatales de todo el país (obreros, campesinos, líderes de colonos, empleados, estudiantes) y había fuertes y apasionadas discusiones políticas en las que el ingeniero Castillo solía ser casi siempre el fiel de la balanza. Desde mi izquierdismo absoluto de aquellos días (tenía 21 años y era fiel creyente del socialismo, admirador total de Fidel Castro y el Che Guevara, fan de la URSS y odiador del imperialismo yanqui: un chairo hecho y derecho, aunque en esos tiempos no se nos llamaba así). 

  El caso es que además de las discusiones y las órdenes del día, en las asambleas también había música y casi siempre la hacía un cuarteto llamado La Nopalera, el cual normalmente abría sus presentaciones con una canción llamada “Comité”, un tema musical cubano que glorificaba a los Comités de Defensa de la Revolución y que decía: “En cada cuadra un comité / En cada barrio revolución / cuadra por cuadra / barrio por barrio / país en lucha / revolución” (en esos días muchos pensábamos que los C.D.R. eran algo positivo y desconocíamos que se trataba del más eficaz y siniestro instrumento de espionaje interno del gobierno castrista). 

  La Nopalera fue fundada en 1975 y estaba conformada por Arturo Cipriano (flauta, sax y voz), Marcial Alejandro (guitarra acústica y voz), Arturo Izquierdo (guitarra acústica y voz) y una joven cantante de voz muy bonita y presencia muy atractiva, llamada Maru Enríquez. De escasos 19 años, a todo mundo le encantaba Maru, quien si no me equivoco era la pareja de Arturo Cipriano (aunque terminaría al lado de Marcial Alejandro, con quien tendría una hija varios años después).

  Como para entonces yo ya tocaba la guitarra y componía canciones, me hice amigo de los nopaleros, sobre todo de Cipriano. El extraordinario flautista me animó a presentar en público las piezas de temática política y social que yo escribía en esa época y así fue como di a conocer algunas frente a mis compañeros de partido (recuerdo lo emocionado que estuve cuando canté dos o tres de ellas enfrente de Heberto Castillo, a quien admiraba sobremanera, acompañado por la flauta del buen Arturo). 

  La verdad es que a Maru sólo la saludaba y la veía de lejecitos. Me encantaba, pero era la chava de Cipriano y además yo iba siempre acompañado de mi entonces pareja y futura madre de mis hijos. Fueron dos o tres años de actividad intensa en el PMT, del que luego me fui alejando por diversas circunstancias y al que terminé por abandonar en definitiva cuando en 1987 se fusionó con el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) para conformar al Partido Mexicano Socialista (PMS). Dejé de ver también a los miembros de La Nopalera y mi vida tomó otros rumbos (desde 1979 había yo entrado a laborar en Editorial Posada, muy ligada por cierto al PMT).

  Una de las últimas veces que me encontré con los nopaleros fue cuando me invitaron a verlos ensayar en una casa de Coyoacán. Al llegar, me enteré de que Maru ya no estaba en el grupo y que en su lugar había entrado una prima suya. Cipriano me la presentó. Era una jovencita muy linda que me saludó con una gran sonrisa y me dijo: “Hola, soy Cecilia”. Después me enteraría de que se apellidaba Toussaint.

  A Maru Enriquez volvería a verla unos diez años después, de la manera más impensada. Fue en 1987, en la ciudad de Xalapa. Yo estaba trabajando en el que sería mi primer libro, Más allá de Laguna Verde (Editorial Posada, 1988), una investigación periodística sobre la polémica planta nuclear situada en el estado de Veracruz. Había ido a Xalapa para entrevistar a algunos militantes del movimiento antinuclear. El último día de mi visita, me encontraba en la estación de autobuses de la ciudad, a punto de tomar la unidad del A.D.O. que me traería de regreso al DF. De pronto, entre las personas que aguardaban para abordar el camión, vi a una mujer muy bella y la reconocí de inmediato. Dudé si acercarme o no a ella. ¿Se acordaría de mí? Finalmente me aproximé, me presenté y aunque le costó algo de trabajo, terminó por recordar quién era yo. Debo decir que las siguientes cuatro o cinco horas fueron estupendas, ya que viajamos juntos sin dejar de charlar hasta nuestro arribo a la Terminal de Autobuses de Oriente (la TAPO). Ahí nos despedimos, quedamos en vernos “algún día” y cada quien tomó el transporte a su casa. No volvería a verla en persona, si bien por allá de 2010 nos toparíamos en Facebook y nos admitiríamos como amigos virtuales. Pero salvo uno que otro breve y amable saludo por el chat, nunca pudimos desarrollar una amistad presencial.

  En 2012 me enteré de que estaba muy enferma, pero en ese momento no supe de qué se trataba (padeció dos infartos cerebrales que afectaron gravemente su visión y la movilidad de sus piernas). Los meses pasaron. En 2013, conocí a un muy buen grupo mexicano de rock llamado Belafonte Sensacional, me hice amigo de sus dos principales integrantes (Israel Ramírez e Israel Pompa Alcalá) y en uno de sus conciertos, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, vi que con ellos cantaba una jovencita de excelente voz, llamada Luz, y supe que era la hija de Maru Enriquez y Marcial Alejandro (quien falleciera en 2009, a los 54 años). La saludé y le conté que conocía a su mamá. 

  Maru Enríquez falleció el pasado 2 de febrero. Aunque conservó intactas su lucidez mental y su memoria, nunca pudo recuperarse físicamente de los infartos cerebrales sufridos hace diez años y que la obligaron a usar una silla de ruedas. No obstante, tuvo la entereza y la fuerza de voluntad para sobreponerse y seguir trabajando como conductora en programas de radio e incluso continuó cantando. 

  Nacida en 1957, tenía 65 años al partir. Gran quinqué, su tercer y último disco, ya como solista, data de 2003. Antes había grabado ¡Ah qué la canción! (1999) e Y mi voz que madura (2002). También colaboró con otros músicos, como Jaime López, y tuvo su propio grupo: Salida de Emergencia. 

  La recuerdo con admiración, afecto y nostalgia. Descanse (y siga cantando) en paz.


(Publicado hoy en mi columna "Memorias de un melómano sarnoso" de "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)

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