lunes, 2 de enero de 2023

Los 102 años de mi padre

Mixcoac. 2 de enero de 1921. El interior de la casona era un agitado hervidero de gritos, órdenes, carreras y nerviosismo. Cuando llegué, el portón principal se encontraba abierto y entré sin que alguien reparara en mi tímida presencia. Varias mujeres iban y venían, entraban a la casa y salían al patio para cruzarlo a toda prisa, como si algo muy importante o muy grave estuviera sucediendo.

Yo no podía entender la razón de todo aquello y avancé hacia una fuente sin agua, a la mitad del jardín principal, donde una pequeña niña de unos siete años permanecía sentada y miraba con gesto de fastidio e indiferencia la alarma general que se vivía en la sobria residencia.
Al verme, me revisó de arriba a abajo con gesto poco amable y sin decir palabra alguna.
–Buenos días –le dije.
Nada respondió.
–Soy Esteban Leyva. Tengo una cita con don Emiliano García.
Ella siguió mirándome, los ojos clavados en mi rostro, con un dejo de desafío agresivo y burlón. Traté de no dejarme intimidar por una chiquilla de esa edad y le hablé con pretendida firmeza.
–Él me está aguardando. No quiero hacerlo esperar.
Silencio total que me obligó a cambiar de táctica y a endulzar la voz.
–¿Eres su hija? ¿Cómo te llamas?
Sólo entonces accedió a responder, con voz meliflua y aflautada, a la vez que seca y hasta un tanto insolente, al tiempo que remarcaba la primera palabra de su sentencia.
–Era su hija, ya no lo soy.
Mi desconcierto pareció aumentar su mal ánimo.
–¿Cómo dices? No te entiendo.
Ella se limitó a alzarse de hombros y descubrió un pequeño escarabajo que con torpes pasos cruzaba entre dos prados, por uno de los senderos de piedra que iban en diagonal de la fuente a los corredores de la casa. Sin el menor miramiento, se adelantó y lo aplastó de un pisotón. Luego volvió a mirarme, más desafiante aún y exasperantemente callada.
Fue en ese momento que resonó una potente voz masculina.
–¡Esperanza, ¿dónde te metiste?!
Un hombre alto, erguido, de piel blanca, con cuidado bigote de puntas y cabello ligeramente despeinado salía de una de las habitaciones. Iba en mangas de camisa y en su semblante se reflejaba cierta preocupación que se tornó en molestia al ver a la indolente mocosa.
–¿No te dije que me trajeras una manta?
Fue en ese instante que reparó en mí, pero no pudo saludarme debido a la grosera respuesta de la pequeña niña.
–¡Yo no tengo por qué obedecerte! ¡Ya no soy tu hija!
–¡Chamaca del demonio! ¡No sé lo que te pasa! ¡Ve y haz lo que te digo!
–¡No! –respondió ella con un grito y echó a correr hacia lo que parecía ser una caballeriza, situada en la parte trasera de la propiedad.
Apenado, se secó el sudor de la frente con un pañuelo, medio sonrió y se dirigió a mí.
–Usted debe ser el periodista de "El Universal" que mandó el amigo Palaviccini.
–Esteban Leyva a sus órdenes, señor diputado –respondí, al tiempo que le extendía mi mano. Él la estrechó con fuerza y cordialidad.
–Perdonará usted el desorden en que nos encontramos, pero mi mujer está a punto de dar a luz y todo se ha vuelto un caos.
–Mil disculpas por ser tan inoportuno. No sabía que…
–No se preocupe. Las disculpas se las debo dar yo, pero usted sabe: aunque uno ya las espera, estas cosas suceden muy de momento.
Una mujer apareció en la puerta por donde había salido don Emiliano y lo hizo sobresaltarse.
–¡Patrón, patrón! ¡Ya nació! ¡Es un niño, un varoncito!
Jamás olvidaré la sonrisa de felicidad que se dibujó en el rostro de aquel hombre de cuarenta y cinco años y toda una vida de entereza y lucha contra la adversidad, según había yo averiguado días antes, al platicar con un par de legisladores que habían sido compañeros suyos en el Congreso Constituyente de hacía cuatro años en Querétaro.
–Lo dejo, señor diputado. Mejor regreso otro día que sea más propicio –le comenté, dispuesto a salir a la calle.
–De ninguna manera, Esteban. Pase a la sala que en unos momentos estoy con usted. Tiene que brindar conmigo por el nacimiento de mi primer hijo varón.
Su dicha era tan grande y su invitación pareció tan sincera que no pude negarme.
–Allá lo espero entonces –le respondí.
(Inicio de mi novela Emiliano, publicada en 2017, en que narro de manera imaginaria el momento en que nació mi papá, hoy hace 102 años)

No hay comentarios.: