miércoles, 29 de marzo de 2023

Elogio de la edad

Kierkegaard decía que aunque la vida siempre va hacia adelante, para entenderla hay que mirar atrás. Esto cobra especial significado cuando cumples 68 años de edad y aunque sabes que el camino que queda al frente es mucho más corto que el que has dejado a tus espaldas, al volver la mirada te das cuenta de todo el sentido que tiene y ha tenido cada momento que has pasado, cada cosa que has hecho, cada logro que has tenido, cada fracaso que has padecido, cada dolor que has sufrido, cada alegría que has recibido. Todo ello se ha reunido y se ha dado con una exactitud asombrosa para derivar en el instante preciso en el que te encuentras, con todo lo bueno y todo lo malo que te rodea. Llamémoslo destino.

  Hay mucha gente que no gusta de decir su edad. Como si le avergonzara cumplir años. Eso es muy claro en las redes sociales, por ejemplo. De cada diez personas, sólo una o dos se atreven a “confesar” el verdadero número de años que tienen. No es mi caso. Yo pienso que debe ser todo lo contrario. Que cada año vivido es un logro y que uno debe sentirse orgulloso de ello. Presumirlo incluso. 

  Cuando externo mis opiniones sobre temas políticos, sociales, musicales (opiniones que suelen ser muy distintas a las de núcleos casi siempre mayoritarios), para insultarme algunos me exigen que me calle porque ya estoy viejo, como si la juventud de mis insultantes les otorgara la razón por el simple hecho de tener menos años. Lo sé, es una estupidez. Sin embargo, así piensan muchos integrantes de las nuevas generaciones e incluso de la mía. Allá ellos. 

  No creo que la edad te haga necesariamente más sabio. No siempre al menos. Pero sí te da una perspectiva diferente y te hace ver que lo que muchos piensan ya lo pensaste tú alguna vez y que cuando lo hiciste estabas equivocado. O no. También te hace ver que no debes temer a decir lo que piensas, con claridad y sin autocensurarte. Más aún en estos tiempos de esa horrenda e inquisitorial corrección política tan llena de licenciados y licenciadas vidriera (para entender esta referencia, acudir a las “Novelas ejemplares” de Cervantes). 

  En fin, que acabo de cumplir 68 años y me siento muy bien. Muy feliz y contento. Realizado, todavía no. Aún me queda mucho trecho por recorrer y tengo demasiados (en la correcta acepción del adverbio) proyectos por realizar, entre ellos el de ir publicando una veintena de libros (novelas, recopilaciones de artículos, textos autobiográficos y hasta un posible poemario) durante los próximos diez años (gracias, Amazon, por la posibilidad liberadora de la autoedición). También quiero dejar constancia de las canciones que he escrito desde que tenía catorce años. No todas, claro (son más de 700), pero si un greatest hits personal (¿unas cien quizás?).

  Así mismo, me daré tiempo, por supuesto, para estar y seguir estando y amando a mis seres queridos que son muchos por fortuna y cuya compañía tanto disfruto: mis adorados y maravillosos hijos y sus parejas, mis queridísimas hermanas, mis adorables sobrinos (algunos viejitos entenderán la referencia), mis entrañables primos, mis varias y preciosas amigas (cuatro o cinco en especial y ellas saben quiénes son), mis pocos pero selectos amigos. También he de seguir amando y luchando por este país tan espléndido y generoso, pero tan jodido y saqueado por una clase política (toda) que no lo merece. 

  ¿Nuevos amores, nuevos enamoramientos? No los busco, pero tampoco me cierro a la posibilidad. Adoro a las mujeres, así que quién sabe que diga el futuro. Por ahora estoy tranquilo en ese aspecto.

  68 años de vida. 68 años de música y literatura. Las de otros y las propias (aún queda mucho por leer y escuchar, por escribir y componer). 68 años de ser un enamoradizo incurable. 68 años de ser un adolescente irremediable. 68 años que a final de cuentas han sido muy divertidos. Me divierte vivir cada día y cada momento. Mi idea es seguirlo haciendo.


PD: La foto es mi primer autorretrato ya con 68 años cumplidos.

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