jueves, 16 de abril de 2009

Alta literatura (un relato breve)


Estaba solo en aquel bar, sin más compañía que la siempre fiel de un vaso de vidrio en el cual reposaba amable, plácidamente, un ron con Coca Cola. Miraba el ajetreo normal del pequeño antro cuando una mujer de portentosas proporciones se acercó a mí, con la sonrisa más luminosa que había visto jamás.
  -Tú eres Zama, ¿verdad?
  Asentí sin ocultar la admiración que su cuerpo me provocaba.
  -Soy escritora y me gustaría que leyeras mis textos. Son pequeños cuentos en prosa poética.
  Le pedí que se sentara y le dije que con gusto le invitaría una copa mientras me leía sus escritos.
  -Preferiría ir a otro sitio. ¿Qué tal mi departamento?
  Vivía sola o al menos eso me dijo. Su hogar era reducido pero estaba decorado con evidente buen gusto. Había muchos libros, dispuestos con cuidadoso desorden, y también una buena cantidad de discos compactos: música barroca en su mayoría.  Puso a Vivaldi, un concierto para mandolina.
  -Sírvete lo que gustes, voy por mis cuentos.
  En su cantina había de todo. Preparé dos whiskies en las rocas y me quedé en la sala, a su espera. Tardó varios minutos, tiempo que aproveché para escudriñar en su biblioteca. Era una lectora de cualquier tipo de literatura. Lo mismo estaban ahí La Divina Comedia que Cuando ella era buena, La Cartuja de Parma que Crímenes imaginarios. Tan embebido estaba en la inspección de los volúmenes que no la oí llegar. Carraspeó y entonces me volví, sólo para toparme con un espectáculo deslumbrante.
  -Estos son mis relatos -dijo, con un ligero sonrojo en las mejillas.
  Me quedé mudo. Ella no llevaba papeles en sus manos ni ropa alguna sobre su bienaventurada silueta. Estaba desnuda, por completo. Mi azoro debió ser tan obvio que me sonrió y su voz sonó en mis oídos como el dulce transcurrir de un arroyo.
  -Mi prosa está aquí, en cada rincón de mi cuerpo. En mis senos, en mis piernas, en mi cuello, en los lóbulos de mis orejas, en mis muslos, en mi pubis. Quiero que la analices con tranquilidad, que la goces con toda la intensidad de que seas capaz y que me digas si nací para ser escritora.
  Dejé mi vaso sobre la mesa de centro, fui hacia mi celestial anfitriona y la tomé en mis brazos. Nunca conocí más alta literatura.

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