domingo, 14 de diciembre de 2014

Adiós a los padres

Hay novelas con las que uno se encariña sin remedio. No sólo por lo bien escritas o por su alta calidad literaria, sino, más que nada, por la calidez que transmiten, por lo entrañable de sus historias, por la identificación que logran con quien las lee. Esto no es algo que suceda muy a menudo, al menos no en mi caso, y acaba de pasarme con la lectura de las dulces, fuertes, tiernas, ácidas, sensibles, desgarradas, tristes, felices, irónicas, empáticas, enojadas, comprensivas, rencorosas, alegres, desenfadadas, simpáticas, arrebatadas, amables y, sobre todo, amenas páginas de Adiós a los padres, la más reciente novela de Héctor Aguilar Camín.
  De hecho no sé si en sentido estricto se trata de una novela, de un libro de memorias, de una biografía familiar o de todo eso junto y más, cosa que a final de cuentas no importa tanto. Lo importante es la manera como el autor nos lleva de la mano al interior de su intimidad personal, cómo nos cuenta los secretos más hondos de su padre y de su madre y, con ellos, de sus hermanos, tíos, abuelos, parientes, amigos y enemigos y, también, de sí mismo.
  La base fundamental del relato es la historia de Héctor y Emma, de Emma y Héctor, los padres de Aguilar Camín, desde que se conocieron, en una mítica y tropical Chetumal, en la selva y el calor del entonces territorio de Quintana Roo, hasta sus respectivas y dolorosas muertes. Dos vidas que sirven de guía al libro, como los dos rieles de una vía encima de la cual el tren de la historia familiar avanza, retrocede, se detiene, vuelve a echarse a andar, corre, se alenta, se acelera, se acompasa y, sin descarrilar jamás, culmina en dos terminales distintas pero a la vez muy parecidas.
  El autor inicia la narración a partir de una foto de los padres, cuando estos prácticamente acaban de casarse, en 1944. De ahí avanza a tiempos más presentes y luego regresa al pasado, en un juego temporal que marcará el estilo y el ritmo de la narración. Hay muchísimas anécdotas que pintan a todos y cada uno de los personajes del libro, pero sobre todo a Héctor y a Emma, a Emma y a Héctor, aunque hay otros casi igualmente importantes, muy en especial la extraordinaria tía Luisa Camín, quien por sí sola merecería una novela completa.
  Están los abuelos y las abuelas, paternos y maternos (¡ese tremendo don Lupe!), con todas sus contradicciones y sus viejas maneras de ser. Está Chetumal, como una presencia a la vez idílica e infernal, y está la ciudad de México, como una tierra prometida que asusta y fascina a los que recién llegan a ella y a su modernidad alemanista de los años cincuenta (aunque ya gobierna Ruiz Cortines). Están las grandes fiestas familiares y sus comilonas. Están las diferentes casas habitadas por la familia. Están los ciclones del sureste y los temblores de tierra capitalinos. Están la casa de huéspedes y el taller de costura de las hermanas Camín y está la oscura vivienda en céntrica vecindad del hombre que se ha ido del seno familiar. Pero sobre todo -y regreso a los dos personajes centrales- están las biografías del apasionado y afligido Héctor Aguilar Marrufo y su vida llena de pequeños triunfos y grandes fracasos, de una inseguridad existencial que lo lleva a abandonar a los suyos durante más de treinta años y a reaparecer, pobre y disminuido, cuando ya se acerca el final de su vida, y de la firme e inconmovible Emma Camín García, con su belleza y porte juveniles, con su carácter español y cubano, con su amor por el canto, con su posterior abnegación y su lucha colosal por sacar adelante a sus hijos, aun cuando su marido se ha ido para no volver y para no volverlo a ver.
  Hay momentos dramáticos en Adiós a los padres, como hay momentos chuscos que provocan la risa franca. Hay también frases memorables por su belleza literaria que no pude evitar subrayar: "el cerco tembloroso de los labios"; "un rumor sellado por un resplandor de olvido"; "el círculo fantasmal de una ausencia que ha llenado mi vida"; "el alma transida de un exquisito pudor mexicano"; "la especialidad de los hijos que es cometer errores ante los ojos de su padre"; "La vida se va corriendo hacia su muro infranqueable, porque la vida es para morir".
  Novela melancólica, novela vital. novela humana, novela que ajusta cuentas pendientes y nos lo narra de puertas abiertas, sin falsos pudores y con admirable valentía.
  Un adiós a los padres que es a la vez un bienvenidos y un hasta la vista.

No hay comentarios.: