viernes, 20 de noviembre de 2020

Paulina en la playa

Aunque es muy diferente en estilo al cine de François Truffaut, el de Eric Rohmer posee el mismo encanto e incluso una mayor naturalidad. Mi amor por la obra de ambos directores franceses tiene muchos años. Cierto que me inclino más hacia la obra fílmica de Truffaut, pero la gracia narrativa de Rohmer, sus diálogos desenfadados, su visión moral/amoral de la vida y de las relaciones humanas (en especial las relaciones sentimentales) lo hacen para mí especialmente fascinante.

   El trabajo de Rohmer (al igual que el de Truffaut) no es para cualquier espectador. Mucho menos para las actuales generaciones, acostumbradas por un lado al cine hollywoodense de súper héroes y por el otro a una cada vez más insoportable e hipócrita corrección política.
   Realizar una cinta como Pauline en la playa (1983) sería casi impensable hoy día. Su liberalidad emocional y sexual provocaría un escándalo mayúsculo si se filmara en esta época y seguramente se le condenaría e incluso se le intentaría “cancelar”.
   Eso a pesar de que vista sin ideas preconcebidas, la tercera película de Eric Rohmer dentro de su serie “Comedias y proverbios”, que siguió a la de sus “Cuentos morales” de los años setenta, resulta una narración bien intencionada e incluso algo cándida (¿volterianamente cándida, se podría decir?). La historia de dos primas que se van unos días de vacaciones a la costa de Bretaña y las aventuras amorosas que se detonan entre ellas y tres personajes masculinos (más un personaje femenino secundario pero en absoluto incidental) es un examen simpático y sólo en apariencia ligero de las relaciones sentimentales. El hecho de que Pauline (Amanda Langlet) tenga tan sólo 15 años (una de las razones que podría desatar un escándalo millennial) y contemple y viva las cosas que van sucediendo con tanta y tan desprejuiciada naturalidad, me resulta refrescante y saludable. Porque además, en medio de esos adultos que le doblan la edad y de un jovencito más o menos atolondrado, su papel de observadora aguda y perspicaz nos hace ver que se trata del personaje más maduro de la trama. Y es que esos adultos –su prima Marion (Arielle Dombasle) y los dos pretendientes de esta: Pierre (Pascal Greggory) y Henri (Féodor Atkine)– tienen comportamientos bastante ridículos, fruto de los celos, el deseo incontrolado, el enamoramiento obsesivo, las mentiras, las indiscreciones y el cinismo.
   Comedia romántica de enredos, influenciada por el cine estadounidense de los años treinta y cuarenta, pero muy diferente del mismo en hechura y ritmo, Pauline à la plage es un filme sencillo, delicioso y más que disfrutable, lleno de esa sutil y elegante inteligencia que sólo existe en el cine europeo, especialmente en el francés y, más especialmente aún, en el de la nouvelle vague.

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