Cuando en 1996 mi querido amigo Eusebio Rubalcaba (q.e.p.d.) leyó el borrador de mi novela Matar por Ángela (la cual en ese entonces no llevaba tal título), me dijo que le había gustado mucho y que debía ser publicada. Como yo no tenía contactos en la industria del libro, Eusebio me recomendó con Sandro Cohen, quien por entonces era director editorial de Nueva Imagen. Fui a verlo a su oficina (creo que en la colonia San Rafael), le dejé el manuscrito y dos o tres meses después me llamó para que fuera a verlo. Me recibió con la buena nueva de que la novela le había gustado y que me la publicaría. Sólo me pidió que le cambiara el nombre que tenía y que también le cambiara el final, porque le parecía muy convencional. De lo demás, no me movió una sola coma. La siguiente semana le llevé una lista con veintitantos posibles títulos y eligió (afortunadamente) el de Matar por Ángela. También le gustó el nuevo final que escribí y que es el que quedó en definitiva. Todo parecía marchar a la perfección, hasta que a mediados de 1997 me llamó para decirme que le habían cortado el presupuesto para la publicación de nuevos autores, por lo que no podría sacar mi libro. Sin embargo, antes de que me deprimiera, me dijo que fuera a ver a Jaime Aljure, un editor colombiano que estaba arrancando una nueva editorial (Sansores & Aljure) y andaba en busca de nuevos proyectos. Lo demás es historia. Jaime me aceptó la novela y la primera edición de Matar por Ángela apareció a principios de 1998.
Nunca volví a ver a Sandro en persona, aunque su esposa, la escritora Josefina Estrada, me invitó un día a charlar con sus alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, a quienes había dado a leer mi novela. Con Sandro, el contacto se limitó a esporádicos saludos y comentarios por medio de las redes sociales.
Hace dos o tres semanas supe que estaba hospitalizado y este jueves me enteré de su fallecimiento, a los 67 años de edad. No puedo sino lamentar que se haya ido tan pronto. Gente tan valiosa como él, quien tanto aportó a la cultura mexicana y al idioma español (su libro Redacción sin dolor es un clásico), tendría que vivir muchos años más. Lo lamento también por Josefina y por su hija (no sé si la tenían sólo a ella o si son más).
Descanse en paz el querido Sandro Cohen, entre sus libros y sus bicicletas.
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