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A principios de los setenta, uno de los objetos editoriales más inconseguibles era
Steal This Book (“Roba este libro”) de Abbie Hoffman. Editado por Pirate Editions, se trataba de un volumen prohibido, condenado por las buenas conciencias de los Estados Unidos de Norteamérica. Para un joven mexicano de diecisiete años, hacerse de semejante título -del que tanto había escuchado hablar- era prácticamente un imposible. Por eso, cuando en 1972 mi amiga Rose Marie Amore, una hermosa rubia de quince años que por aquel entonces me traía rebotando, me dijo que iba a ir de vacaciones a Nueva York y que si no quería encargarle algo, lo primero que se me ocurrió fue pedirle el
Steal This Book de Hoffman. Ella lo anotó con afabilidad y a los pocos días viajó a la Gran Manzana. Entonces me arrepentí de habérselo pedido. ¿Qué tal que tenía problemas al buscar un texto perseguido? Ella, quien con su larga y sedosa cabellera, sus pecas y sus ojos de profundo azul parecía una típica gringuita promedio (aunque en realidad era una mexicana de origen británico-holandés). Sin embargo, ya era demasido tarde.
Rose Marie regresó a los dos semanas y cuando nos vimos, lo primero que puso en mis manos, con una gran sonrisa -nótese cómo uno tiende a idealizar los amores de adolescencia... y también los de la supuesta madurez-, fue aquel libro negro, con el título calado en blanco, el nombre del autor en letras rojas y a un lado de éste, la efigie de un tipo de larga cabellera rizada, nariz ganchuda y ojos de loco: Abbie Hoffman. Cuando le pregunté cómo demonios lo había podido conseguir y traer a México, me contó que había entrado a una librería de Manhattan, lo había pedido al encargado, éste la había mirado sorprendido, se lo había dado y ella lo había pagado. Así de sencillo. Sobra decir que desde entonces guardo el
Steal This Book como una de mis más preciadas joyas bibliográficas y aunque jamás pude poner en práctica sus literalmente explosivas enseñanzas, lo leí de cabo a rabo en mi por entonces mediano inglés. Porque se trata de un verdadero manual de la subversión, una guía para vivir de a gratis en los países primermundistas (con aplicaciones prácticas al tercer mundo), un catálogo de sobrevivencia en el interior del Monstruo (John Kay
dixit).
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Pero, ¿quién fue Abbie Hoffman? Nacido el 30 de noviembre de 1936, en la tranquila comunidad de Worcester, Massachusetts, este inquieto militante de origen judío fue uno de los líderes más importantes del llamado Partido Internacional de los Jóvenes (Youth International Party), cuyas siglas en inglés (YIP) dieron origen al radicalísimo movimiento
yippie. Al contrario de los
hippies, caracterizados por su pacifismo, su
flower power y sus consignas de "Paz y amor", "Haz el amor y no la guerra", etcétera, los
yippies eran activistas que golpeaban en la yugular del Sistema con acciones que si bien no llegaban al terrorismo oi a la violencia abierta, sí alcanzaban a trastornar al Estado norteamericano, al grado de ser considerados como individuos fuera de la ley.
Jerry Rubin y Abbie Hoffman fueron los dos más conocidos líderes del yippismo, y Hoffman mantuvo su militancia toda la vida. Ambos se dieron a conocer con sus intervenciones en la célebre Convención Demócrata de Chicago, en 1968, la cual terminó con una brutal represión policiaca. Junto con otros seis líderes del YIP, Hoffman y Rubin fueron arrestados y se les acusó de conspiración, sublevación y amotinamiento. Al poco tiempo quedaron libres, pero Abbie no tardaría en ser encarcelado en múltiples ocasiones (más de treinta) por los más diversos motivos: desde haber usado una camisa con los colores de la bandera gringa hasta haber colaborado con el movimiento en pro de los derechos civiles de los negros, pasando por sus participaciones en marchas contra la guerra de Vietnam y su famoso exorcismo al Pentágono, cuando junto a cincuenta mil jóvenes formó un círculo humano para tratar de hacer levitar (¡en serio!) al edificio orgullo de la US Army. Otra famosa acción que le costó pasar algunas semanas en prisión fue aquella en la cual arrojó billetes de dólar en el interior de la Bolsa de Valores de Nueva York, enloqueciendo a los presentes -desde empleados hasta corredores y agentes- e interrumpiendo con ello las actividades de ese importante centro financiero mundial.
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Otra anécdota muy célebre sucedió durante el festival de Woodstock, en 1969, cuando Hoffman logró subir al estrado y apoderarse del micrófono para lanzar un inflamado discurso en favor de la libertad del músico (era parte de la banda MC5) y militante preso John Sinclair. Cómo seguía hablando y no había forma de acallarlo, Pete Townshend, guitarrista de The Who, tomó su guitarra y propinó al líder
yippie un sólido golpe en la cabeza que casi lo manda al hospital.
Para 1970, Abbie Hoffman era una leyenda, un verdadero antihéroe cuya aureola persiste hasta el día de hoy. Autor de varios libros en los cuales atacaba abiertamente al sistema capitalista e híper corportativo de los Estados Unidos (
Revolution for the Hell of It con su apéndice
Fuck the System,
Woodstock Nation, el ya mencionado
Steal This Book), muchos recuerdan a Hoffman por su ocurrencia de lanzar como candidato presidencial por el YIP a un cerdo llamado Pegasus.
Abbie reconocía como sus padres espirituales lo mismo a Antonin Artaud que a Groucho Marx, al Che Guevara que a Lenny Bruce, a Mao Tse Tung que a Robin Hood.
A mitad de la década de los setenta, Hoffman era un tipo tan perseguido que se vio obligado a huir de su país con un nombre falso. Con el apelativo de Barry Freed, se estableció en Montreal, Canadá, donde se inició en una nueva clase de militancia: la pugna en favor del ambiente. Convertido en ecologista, el otrora líder contracultural y luchador político encabezó desde el exilio un exitoso movimiento para salvar de la contaminación industrial a las aguas del río Saint Lawrence, en Fineview, Nueva York.
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En 1980, a los cuarenta y cuatro años de edad, Abbie Hoffman escribió
Soon to Be a Major Motion Picture, una autobiografía que a la larga resultaría profética, ya que en el año 2000 se filmó la película
Steal This Movie, con el actor Vincent D'Onofrio en el papel de Abbie y Janeane Garofalo como su esposa Anita. Establecido en el condado de Bucks County y ya sin ser un perseguido político, se convirtió en militante antinuclear. Por otra parte, de 1984 a 1986 se dedicó a recorrer, al lado de Jerry Rubin, una cincuentena de universidades norteamericanas. Para ese entonces, Rubin había abjurado del yippismo y era lo que hoy llamamos un
yuppie. Lejos del anarquismo que profesara dos decadas atrás, Jerry era ahora un defensor a ultranza del sistema capitalista, el consumismo y el
american way of life. Asesor de importantes firmas trasnacionales, Rubin daba sus puntos de vista y Hoffman los contradecía en largas, apasionadas y fársicas polémicas que llegaron al punto de parecer un circo.
Con todo, Abbie Hoffman logró mantener la congruencia. Apoyó a Jesse Jackson en su campaña por la presidencia estadounidense y a los sandinistas nicaragüenses. Sin embargo, su vida amorosa y familiar no era buena y sus ingresos económicos lo eran menos. En 1988 sufrió un accidente automovilístico del cual jamás se pudo reponer del todo.
El 12 de abril de 1989, fue hallado muerto en su apartamento, acostado sobre la cama de su habitación. Se había suicidado.
Hoy día, a veinte años de su fallecimiento, Hoffman permanece prácticamente olvidado. Su legado ideológico, si es que existe alguno, es incierto y confuso. Quedan sus libros como un testimonio de una década en la cual se llegó a creer en las posibilidades del cambio revolucionario y en la transformación de los seres humanos hasta llegar a una utópica sociedad ideal. Paradójicamente, las generaciones actuales se ríen de semejantes ideales.