Bob Dylan (1962)
No deja de ser curioso que un artista tan universal como Bob Dylan haya sido contratado originalmente como un cantautor para minorías. En efecto, su disquera, Columbia Records, decidió tomarlo con el único objetivo de encasillarlo en el género folk, sin imaginar la enorme potencialidad de su artista. De hecho, como a principios de los sesenta los cantantes de folk eran tan sólo intérpretes y no compositores, a Dylan se le permitió incluir únicamente dos temas propios, mismos que a la postre resultaron los mejores de su álbum debut. Bob Dylan es un trabajo disparejo pero digno, irregular pero emocionante, sobre todo si se le mira desde el tiempo y la nostálgica distancia. Guitarra acústica, armónica y la voz chillona y gangosa que caracterizaría al músico a lo largo de (casi) toda su carrera. Lo más destacable son, pues, sus dos composiciones (“Talkin’ New York” y “Song to Woody”), así como sus versiones a “In My Time of Dyin’”, “Baby Let Me Follow You Down” y “The House of the Rising Sun”.
The Freewheelin’ Bob Dylan (1963)
El paso gigantesco que dio Dylan en tan sólo un año sigue siendo sorprendente. Difícil resulta comprender cómo alguien puede pasar de un disco aceptable pero modesto a una obra de gran nivel en tan poco tiempo y sin que se conocieran bien a bien, al menos masivamente, todas las aptitudes del músico. The Freewheelin’ es una pequeña obra maestra, con composiciones excelentes, un disco de folk que iba más allá del folk sin abandonar al folk. El Bob Dylan rocanrolero aún no estaba presente, no era del todo explícito, pero por debajo del agua prometía (o quizás amenazaba) con surgir en cualquier momento. He aquí a un joven creador de escasos veintidós años, capaz de crear melodías sencillas, enmarcadas por armonías repetitivas pero absolutamente novedosas. Sin embargo, eso no era tan importante como la calidad y profundidad de sus letras, imbuidas, sí, por las inquietudes sociales de la época, pero construidas por medio de una vena poética hasta entonces inédita. De ahí temas esplendorosos como los inmortales “Blowin’ in the Wind” y “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” o bellezas como “Girl from the North Country” y “Don’t Think Twice Is Alright” o canciones impactantes como “Masters of War”. Once piezas originales y sólo dos covers para un segundo disco pasmoso.
Bringing It All Back Home (1965)
Es este el primer gran disco, la primera obra maestra de Bob Dylan. Se trata de un paso hacia una mayor amplitud de miras, un paso que lo acercaba cada vez más al rock y lo alejaba del folk ortodoxo. De hecho, es el álbum que, como dijo alguien por ahí, replanteó las reglas para escribir el rock. El plato se divide con toda claridad en dos partes perfectamente delimitadas (en el vinil original esta división era todavía más obvia, dado que existían los lados A y B). La primera es rocanrolera y con instrumentos eléctricos y contiene temas explosivos como las sensacionales “Subterranean Homesick Blues” y “Maggie’s Farm” y canciones de amor de gran hermosura como “She Belongs to Me” y “Love Minus Zero/No Limit”. La segunda parte en cambio es muy folk, pero las letras ya no eran las mismas de la época militante del cantautor. Las cuatro canciones de ese lado B son extraordinarias, verdaderos clásicos; sin embargo, el formato y el contenido muy poco tenían que ver con la influencia de Woodie Guthrie. Piezas como “Mr. Tambourine Man” (antes grabada por los Byrds), “Gates of Eden”, “It's Alright, Ma (I'm Only Bleeding)” e “It's All Over Now, Baby Blue” demostraban que, en efecto, los tiempos para Dylan estaban cambiando… y en la mejor de las formas.
Highway 61 Revisited (1965)
Bringing It All Back Home forma parte de la trilogía de álbumes más trascendentes de la discografía dylaniana, trilogía que continúa con este Highway 61 Revisited, trabajo que terminó de consolidar el movimiento hacia el rock que el músico había emprendido sin posibilidades de dar marcha atrás y lo hace con una perfección asombrosa. Para muchos la obra cumbre del músico, esta “revisita” a la autopista 61 es un disco extraordinario de principio a fin. Nueve cortes a cuál más de bueno. Desde el deliciosamente enloquecido, surrealista e híper iconoclasta “Tombstone Blues” hasta esa reelaboración del folk rock que es “Desolation Row”, pasando por el mood bluesero de “It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry” –el cual presagia al blues acústico de los Rolling Stones de la época del Let It Bleed– y “From a Buick 6” –magníficamente crudo y rasposo–, el misterio de la esplendida tonada “Ballad of a Thin Man” –“Something is happening here / and you don’t know what it is / Do you, Mr. Jones?”–, la delicadeza irónica de “Queen Jane Approximately”, el garage rock bíblico de “Highway 61 Revisited” y el muy bizarro relato de “Just Like Tom Thumb’s Blues”, situado en una Ciudad Juárez corrupta, peligrosa y escalofriantemente premonitoria, y un corte que revolucionó la manera de escribir canciones en la música popular, la absoluta y absolutistamente genial “Like a Rolling Stone”, todo un himno generacional que perdura 56 años después de haber sido grabada.
Blonde on Blonde (1966)
Tercera y última parte de la gran trilogía dylaniana, Blonde on Blonde fue el primer álbum doble de la historia del rock. Las opiniones se dividen y hay muchos que piensan que este trabajo y no el Highway 61 Revisited es la verdadera obra maestra del maestro. Cuestión de enfoques y en realidad una discusión bizantina. Lo importante es que estamos frente a una cumbre del arte musical del siglo veinte. Tal vez lo que hace diferente a Blonde on Blonde sea más que nada la finura de su sonido. Si Michael Bloomfield había dado al disco anterior su estilo secamente bluesero de tocar la guitarra, ahora Robbie Robertson (del grupo The Hawks, dos años después transformado en The Band) ponía todo su talento guitarrístico al servicio de una grabación perfectamente producida, con enormes temas y un sorprendente sentido de la totalidad. Blues, folk, country, rock se fusionan de manera exacta y perfecta a lo largo de las catorce composiciones que conforman el doble vinil (en compacto todo se fusionó en un solo disco). No hay una sola pieza floja. Blonde on Blonde empieza triunfalmente con “Rainy Day Women #12 & 35” y prosigue por la misma senda, con temas fenomenales como “Pledging My Time” (vaya blues), “Visions of Johanna”, “Leopard-Skin Pill-Box Hat” (otro bluesazo, con Bloomfield a la guitarra), “Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again”, “Most Likely You Go Your Way (And I'll Go Mine)” y esas maravillas que son “Absolutely Sweet Marie”, “I Want You” y “Just Like a Woman”. Un trabajo superior. Simplemente.
Nashville Skyline (1969)
Producido en Nashville, se trata de un disco de música country, grabado con instrumentistas de esa señera ciudad del estado de Tennessee. Aparte de su calidez y lo grato de las canciones que lo recorren (como la renovada versión de “Girl from the North Country”, cantada al lado del gran Johnny Cash), lo más notable de Nashville Skyline es la “nueva” voz de Dylan, una voz casi de crooner que nada tenía que ver con su habitual y mundialmente conocido timbre gangoso. Sin embargo, esa voz de pronto hasta melodiosa cuadra muy bien con el tipo de canciones que Bob compuso para el álbum, canciones directas y sin complicaciones pero muy bellas, como las muy conocidas “Lay Lady Lay” y “To Be Alone with You”, aparte de otras joyitas como “I Threw It All Away”, “Tonight I’ll Be Staying Here With You” y la preciosa “Peggy Day”. Una obra muy disfrutable.
Blood on the Tracks (1975)
El disco del divorcio. El disco del dolor que provoca una separación amorosa. El disco en el cual Bob Dylan se enredó en la tristeza. El músico respira por la herida en este álbum lleno de pasión, entraña, dulzura, nostalgia, melancolía. Blood on the Tracks es un trabajo fuera de serie, uno de los cinco discos fundamentales de este músico, quien para 1975, con tres lustros de carrera y dos relaciones sentimentales muy fuertes sobre sus espaldas, alcanzaba un primer grado de madurez como creador y como ser humano. Musicalmente se trata de una obra más bien tranquila, semiacústica, paradójicamente llena de paz. Son las letras las que nos hablan de un corazón herido, lastimado, aunque finalmente esperanzado. Pero no lo hacen de manera abierta y explícita. La poesía de Dylan, sus metáforas muchas veces alegóricas e incluso herméticas están presentes para que el dolor no sea tan evidente y lo descubramos entre líneas… o entre los desangrados tracks del disco. Todas las canciones del plato son hermosas y conmovedoras, pero hay algunas que brillan aún más, como la maravillosa “Tangled Up in Blue” que abre el álbum o las irresistibles “Simple Twist of Fate”, “Idiot Wind”, “Meet Me in the Morning” y, por supuesto, la inconmensurable“Shelter from the Storm”. Como dijo un reseñista norteamericano acerca de Blood on the Tracks: “Dylan hizo álbumes más influyentes que éste, pero nunca hizo uno mejor”.
Infidels (1983)
Después de su paso por la fe cristiana, Bob Dylan la abandonó y lo hizo con estruendo, al sacar un álbum al que bautizó (of all names) como Infidels. Disco bendito, no precisamente por sus mensajes sino porque recuperó una sana secularidad y retornó a la senda de lo laico y lo mundano. Tan renunció al cristianismo sectario que la pieza que abre el plato, una especie de reggae intitulado “Jockerman”, contiene una fuerte crítica a los falsos mesías que manipulan a las masas. Infidels es una obra de reflexiones filosóficas y ajustes de cuentas consigo mismo. En el aspecto musical, se trata de un trabajo lleno de frescura y colores. El descubrimiento del reggae durante un viaje al Caribe abrió nuevas ventanas para el músico y ese entrada de aire limpio y puro hizo que se renovara y produjera otro de sus grandes discos. Canciones de fina elegancia amorosa como la balada soulera “Sweetheart Like You” y la muy bella “Don’t Fall Apart on Me Tonight” o de ácida perspicacia como “License to Kill” son muestras claras de dicha renovación, como lo son la cuasi rollingstoniana (¿o loureediana?) “Neighborhood Bully” y la estrujante “I and I”. Un discazo.
Oh Mercy (1989)
Un gran disco poco reconocido de Bob Dylan (aunque críticos como el escritor José Agustín se han referido a él con gran veneración). Oh Mercy es una obra impecable. Producido por Daniel Lanois, el álbum es poseedor de una gran unidad estilística, sin que esto signifique que sea en absoluto monótono. Para lograr la cohesión que caracteriza al plato, mucho contó la labor del productor, claro, pero éste nada hubiera podido hacer de no tener en sus manos un conjunto de composiciones sobresalientes. Hay aquí un gran sentido de la belleza. La química existente entre Dylan y Lanois (que se repetiría con tan buenos o aun mejores resultados en el Time Out of Mind de 1997) fue la que hizo que temas como “Ring Them Bells”, “Most of the Time”, “Disease of Conceit”, “Shooting Star” o “Man in the Long Black Coat” resultaran tan entrañablemente perfectos. Un disco exultante. Una obra maestra. El Blonde on Blonde de los años ochenta.
Time Out of Mind (1997)
Desde el primer corte, el impactante semi reggae “Love Sick”, sabemos que estamos frente a un disco del más alto nivel artístico. Time Out of Mind, el último álbum en estudio de Bob Dylan en el siglo veinte, representa una cumbre más, un alto pico en la carrera del gran cantautor. Siete años llevaba sin grabar un disco con material propio (el último había sido el discutible Under the Red Sky de 1990) y al parecer ese largo periodo sabático no le cayó nada mal. Cómo, si el plato prosigue con el sensacionalmente rasposo “Dirt Road Blues” (uno puede sentir el polvo de la desierta carretera), la extraordinariamente melancólica “Standing in the Doorway” (una balada que es el colmo de la sutileza), la sensualmente bluesera “Million Miles” (con ese órgano Hammond todo el tiempo detrás de las armonías), la clásicamente dylaniana “Tryin’ to Get to Heaven” (que nos hace rememorar los viejos tiempos sesenteros del autor), la poderosamente austera “’Til I Fell in Love With You” (otro bluesazo de primera), la serenamente pesimista “Not Dark Yet” (con un Dylan que parece rendirse ante los golpes de la vida), la rabiosamente decepcionada “Cold Irons Bound” (más desencantada pero más indignada que el corte inmediato anterior), la súbitamente luminosa “Make You Fell My Love” (el típico cambio de ánimo dylaniano), la súbitamente oscura pero vital “Can’t Wait” (ya que hablábamos de cambios de ánimo) y la evocativamente rural “Highlands” (una extraordinaria manera de culminar un extraordinario álbum y de paso culminar el siglo).
Love and Theft (2002)
Vaya manera de comenzar la década, el siglo y el milenio. Si Bob Dylan no hubiese podido grabar un disco más en su vida (cosa que no sucedió, ya que por fortuna todavía nos ha brindado varias obras maestras más), este habría alcanzado para cubrir la centuria toda y más allá. Love and Theft es equiparable a Time Out of Mind (para algunos es mejor) y como éste, se vuelve artísticamente comparable a Bringing It All Back Home o Blood on the Tracks. Jack Frost es esta vez el productor y funciona como un eficaz respaldo que permite a Dylan arriesgarse y entregarnos temas muy variados y plenos de calidez, ironía y hasta de un cierto optimismo que prácticamente no existía en su álbum anterior. Se trata ahora de un trabajo gozoso, lúdico, lleno de vitalidad, en el que el maestro Zimmerman suena divertido y feliz, mientras aborda con enjundia y un recuperado ánimo rocanrolero una docena de composiciones propias. “Mississippi”, “Lonesome Day Blues”, “Summer Days”, la bluemoonesca “Bye and Bye”, “Floater (Too Much to Ask)” (que recuerda ¡a Cri Cri!), “High Water” (gran homenaje a Charlie Patton, a quien el músico llama “Charley), todas en conjunto son como un resumen de los diferentes estilos que Dylan ha usado a lo largo de casi sesenta años.
Together Through Life (2009)
Luego de esas maravillas que fueron Time Out of Mind y Love and Theft, Dylan completó su trilogía fantástica con el Modern Times de 2006, otro disco lleno de influencias blueseras, folkies y campiranas, pero esta vez más denso y profundo, casi conceptual. Tres años después vino este Together Through Life, muy emparentado con sus tres antecesores y más aún con el inmediato anterior, pero con un espíritu más ligero y bromista y con letras más clavadas en el tema del amor y su permanencia y de cómo sin amor, para decirlo josealfreadianamente, la vida vale nada. Se trata de otro album con un humor old fashioned y tan lleno de encanto que parecería que el autor estuviera en sus veinte años. Otra característica del disco es que de los diez temas que lo conforman, nueve fueron escritos a dúo con Robert Hunter, el letrista de cabecera de Jerry García. Baladas, blueses, tonadas country conforman a este Juntos a lo largo de la vida de intenciones pre rocanroleras e imbuido de una vitalidad que se refleja en temas tan buenos como “Beyond Here Lies Nothin’”, “My Wife’s Home Town”, “If You Ever Goes to Houston”, “I Feel a Change Comin’ On” y el genial y sardónico “It’s All Good”.
(Publicado el día de hoy en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
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